De vulnerabilidades, lecciones, vivos y muertos. Notas sobre Historia, epidemias y plagas

Desde el presente “acorralado por el virus”, historiadores otean el pasado para aportar a la comprensión de la nueva pandemia. ¿Cómo actuó la humanidad en experiencias similares en el pasado y con qué herramientas médicas y tecnológicas lo hizo? Fragmentos de esta historia nos los cuenta Cecilia Zuleta en las siguientes líneas.

 

MARÍA CECILIA ZULETA*

 


 

Las epidemias, dice Marcos Cueto, reconocido pionero de los estudios históricos de la ciencia y de la salud en Latinoamérica, son recordatorios de la vulnerabilidad de los seres vivos a las enfermedades e infecciones que les han acompañado desde los orígenes de la civilización, en tiempos remotos. Hoy el planeta sufre por causa de enfermedades infecciosas, al igual que hace doscientos años. Entonces, las ciencias biológicas se encontraban en su infancia y la medicina apenas disponía de un precario conocimiento de los mecanismos básicos del contagio, aunque acumulaba experiencias para la identificación de las enfermedades y epidemias, sin haberse inventado aún vacunas, antibióticos, sulfas ni otros grandes hallazgos de la microbiología, la genética, la industria química y la farmacéutica, para su prevención, cura, mitigación y erradicación. Sin ir más lejos, hace cien años, el 7 de junio de 1920, en esta misma Ciudad de México, el gobierno de la urbe constituyó una Junta de Salubridad con el propósito de contrarrestar la diseminación de la peste bubónica detectada en el puerto de Veracruz.

A lo largo de la historia, las enfermedades infecciosas han acompañado a los seres vivos, humanos, plantas y animales, evidenciando su fragilidad tanto como sus mecanismos de resistencia y resiliencia. Las enfermedades, y sobre todo las epidemias, las plagas agrícolas y las epizootias —cuyo brote se define cuando una enfermedad infecciosa se contagia rápidamente en un área y periodo determinado, afectando masivamente a una población en su contexto biológico y medioambiental—, han confrontado, además, los límites de la ciencia y la tecnología producidas por los humanos para controlar, mitigar y erradicar sus amenazas a la salud humana, animal y vegetal.

Desde hace unos meses, el dinamismo y vitalidad del SARS-CoV-2 —virus que provoca la enfermedad COVID-19, declarada como pandemia mundial por la Organización Mundial de la Salud (oms) debido a su rápida propagación simultánea por regiones geográficas extensas del globo, distantes entre sí— ha puesto a buena parte de la opinión pública internacional a escudriñar en la historia, en busca de lecciones para un presente acorralado por el virus. La expectativa de estas supuestas enseñanzas resulta un lugar común de profusos discursos que contribuyen a un debate consciente sobre las disyuntivas médicas, de salud pública nacional y global, así como, y sobre todo, existenciales y civilizatorias; enuncian también interpretaciones no siempre sustentadas sobre el lugar de enfermedades y epidemias como detonantes del cambio histórico. De tal suerte que los historiadores estamos hoy, aquí, allá y acullá, en el ojo del huracán creado por el COVID-19 en los medios y en las academias de ciencias, en una especie de combate por la historia —en un sentido quizá impensado por Lucien Febvre, quien, sobreviviente de la Segunda Guerra Mundial, aspiraba a una disciplina histórica crítica y polémica—. Incluso algunos de nosotros, más conocedores de otros temas, nos sentimos compelidos a participar de algún modo en esta conversación y discusión global, que se confronta a la contabilidad de vivos y muertos hoy, pero que requiere del diálogo con los archivos de las catástrofes y de los vivos y muertos del pasado.

La historia humana, cabe decirlo, es una trama de muchos hilos, y puede verse no sólo como resultado de la interacción entre actores humanos entre sí, en su medio, tiempo y espacio, sino, además, como una extensa, multidimensional y asimétrica interacción planetaria constante entre el hombre y otros organismos vivos: animales, plantas y microbios diversos —la biosfera—, en la tierra, el agua y la atmósfera. Por ello importa conjugar el diálogo entre los estudios sobre epidemias y enfermedades del pasado con las historias de las epizootias del ganado y las plagas de las plantas: abona a una mejor comprensión de esa compleja coexistencia y dinámica interrelacional, así como de sus frágiles equilibrios, tanto en vidas humanas y animales como en la producción, disponibilidad y consumo de alimentos.

En este sentido, es bien conocido el Columbian exchange, que explica la derrota de las civilizaciones prehispánicas por los conquistadores españoles y el consecuente mestizaje biológico que resultó entre América y el Viejo Continente. Pero vale la pena recordar también otros eventos que evidencian la acción de los organismos patógenos a escala trasatlántica y la importancia de los contextos de vulnerabilidad medioambiental y social en la eclosión y diseminación de la enfermedad. Me refiero a la despoblación, mortandad, hambruna y crisis biológica y social sufridas en Irlanda entre 1845 y 1853, que mermaron al cabo de algo más de una década casi 50% de sus 8 millones de habitantes. La causa de esta catástrofe fue un poderoso patógeno, phytophthora infestants, causante de la enfermedad conocida vulgarmente como tizón de la papa. Este tubérculo de origen sudamericano era por entonces monocultivo y principal alimento de campesinos irlandeses empobrecidos y desposeídos de sus tierras, pero el origen filogeográfico del patógeno que le enfermó fue —según investigaciones genómicas que develaron recientemente la historia de su linaje— mexicano y no andino, procedente del valle central de Toluca. Phytophthora infestants, circulante como vemos por el espacio atlántico, americano y europeo, gracias a las rutas del comercio marítimo y terrestre, arrasó en Irlanda con todo un sistema agrario y un campesinado ya debilitado, afectado por la intensificación agrícola y el empobrecimiento de la dieta causada por la desposesión impuesta por los terratenientes. Pero la plaga también trajo la debacle y recomposición de los regímenes de dominio y control social británicos en Irlanda, la caída de un gobierno en Londres, una brutal mortandad —por la hambruna y las enfermedades y epidemias que sobrevinieron— y una desmesurada emigración de irlandeses católicos a América, sobre todo a Estados Unidos, donde los recién llegados conformaron una minoría religiosa.

Así, puede decirse que la Historia ofrece un ancho campo para pensar, contrastar y reconocer algunas de las disyuntivas que ha enfrentado la humanidad frente a los cataclismos causados por epidemias, pandemias, epizootias y plagas agrícolas. Menos claro, o más problemático, es ver en la Historia una caja de herramientas, sentencias y soluciones para las preguntas del presente; convendría cuestionar estas visiones simplistas. La comparación del COVID-19 con otras pandemias previas puede quizá ser parte de la búsqueda de inteligibilidad para nuestro presente, una evidencia de la secularización de Occidente y de buena parte de Asia y África. Los estudios históricos rigurosos, fundados en información cualitativa y cuantitativa, iluminan aspectos del problema: han comprobado la importancia de los factores humanos y medioambientales en la explicación del surgimiento y expansión de plagas, epizootias y pandemias. Han demostrado, además, que las intervenciones a gran escala de los gobiernos contra las enfermedades no son novedad, son posibles y viables, y se remontan muy atrás en el pasado, constituyendo asuntos de bien común y de acción colectiva. Estos combates sanitarios tienen y han tenido costos y beneficios; involucran a muy diversos actores no sólo en ámbitos locales sino además trasnacionales; casi siempre requieren de incentivos tangibles e intangibles y del liderazgo para llevarse a cabo, y sus éxitos y fracasos tienen un efecto demostración.

Dicho esto, debe destacarse con el mayor énfasis posible que la Historia, a través de su narración, explicación y análisis de los procesos y fenómenos de los humanos y seres vivos en el tiempo, al mostrar y profundizar en sus especificidades, diferencias y semejanzas, así como al iluminar lo general tanto como lo singular, y, sobre todo, al explicar las grandes rupturas y las menos visibles continuidades en las formas de vida, nos previene de las analogías reduccionistas entre presente y pasado. Se presentan a continuación algunas consideraciones que he apuntado sobre historia, enfermedades infecciosas y plagas, y algunas notas que explican un proyecto colectivo de divulgación histórica digital, que desarrollamos en El Colegio de México sobre el tema desde el mes de marzo, cuando inició el confinamiento y despuntó la curva de las inquietudes por interrogar a la Historia.

 

Algunas coordenadas generales

 

Una primera observación tiene que ver con la terminología: la naturaleza y consecuencias de las enfermedades infecciosas y fungosas dependen de su agente biológico causante y de los vectores de transmisión. La vaguedad o imprecisión en el lenguaje puede dificultar a los historiadores la interpretación de documentación histórica original, así como la explicación de los patrones de circulación y diseminación de los patógenos, o de la intensidad de las enfermedades que éstos causaron en cada contexto particular en el pasado.

Una segunda consideración versa sobre el fenómeno de las enfermedades infecciosas y su naturaleza. Éstas han acompañado al ser humano desde tiempos remotos, lo mismo que los agentes patógenos —entre otros, hongos, virus, bacterias, priones—. Empero, el carácter epidémico de este tipo de padecimientos se asocia al cambio medioambiental y socioeconómico, como el surgimiento de las aglomeraciones urbanas, las transformaciones en el uso y manejo de recursos naturales y actividades productivas, la industrialización de la agricultura y la ganadería, el crecimiento de la manufactura y de la industria, la expansión del comercio terrestre y marítimo global, y las migraciones, así como —desde mediados de siglo pasado— al desarrollo de la biotecnología industrial. Si buena parte de estos factores humanos y medioambientales pueden encontrarse ya desde la Antigüedad y en América desde tiempos prehispánicos, el surgimiento y expansión de pandemias se vincula a los procesos de globalización, en el pasado y en el presente. Las enfermedades que afectan a animales y plantas que consumimos los humanos son también concomitantes a los procesos de globalización y al cambio en los ecosistemas. Sus efectos devastadores en el agotamiento de los alimentos o en su contaminación han estado en la base de las campañas para su control y erradicación, así como en las de control sanitario vegetal y animal, e implican diversas experiencias de control biológico. Sus consecuencias económicas, ambientales y socioculturales han alcanzado históricamente tanta importancia como las epidemias de los humanos.

Cabe resaltar que los organismos patógenos infectan por igual a animales y a humanos. Su capacidad de migrar de huésped, de mutar y de adaptarse puede y debe estudiarse con perspectiva histórica. Las grandes epidemias de la humanidad han sido casi todas zoonosis, no sólo la provocada por el SARS-CoV-2; algunos ejemplos son la peste bovina, la tuberculosis bovina, la fiebre de las vacas locas (encefalopatía espongiforme bovina), la influenza aviar, la fiebre aftosa y el ébola. En la década de 1970, W.H. McNeill enumeró más de 250 zoonosis compartidas entre humanos, aves de corral (pollos, gallinas), ratas y otros mamíferos domésticos (perros) y de cría industrial (caballos, vacas, cerdos, ovejas), hecho relevante tanto para la salud humana como para la estabilidad de las cadenas industriales agroalimentarias. Más recientemente, los historiadores han demostrado cómo desde 1880, la consolidación de la zoología y de la veterinaria para controlar y erradicar zoonosis y epizootias, y garantizar la salud animal y la salubridad de la industria alimentaria (carne y leche), antecedió en Estados Unidos al desarrollo científico de la medicina y de las políticas de salud pública, a diferencia de lo sucedido en Francia y Gran Bretaña. Así que la historia de la salud y la de la sanidad animal y humana están inextricablemente conectadas.

Cabe mencionar otras tres grandes cuestiones cardinales en la materia, de método. Primero, el estudioso del pasado de las enfermedades se confronta al reto de múltiples temporalidades: la temporalidad de los organismos patógenos (virus, bacterias, hongos, priones) no es lineal. Por lo contrario, las sociedades humanas hemos construido desde tiempos del judeocristianismo, y luego, en el Renacimiento y la Ilustración, visiones lineales del tiempo e, incluso, visiones teleológicas de esa linealidad. Otro reto analítico es la medición de la intensidad e impacto de estas crisis biológicas y catástrofes, a corto y largo plazos. La estadística y la demografía son disciplinas de ineludible apoyo, lo mismo que la antropología. De este modo, es difícil refutar la necesidad de la fertilización recíproca entre las ciencias humanas y las ciencias naturales para lograr cabal comprensión histórica del fenómeno de la enfermedad en sí misma, de su etiología, circulación y diseminación, así como del desenvolvimiento de las políticas sanitarias y de la circulación de conocimientos científicos. El enfoque multidisciplinario no sólo alcanza a la conceptualización y los métodos de los estudios, sino también a las fuentes de las que se vale el historiador para su reconstrucción del pasado, como, por ejemplo, las producidas por la paleobiología o la filogenética, o por la antropología cultural y forense. Por último, cabe destacar el desafío analítico que resulta delimitar apropiadamente el espacio y la escala de análisis de estos fenómenos, y de reconstruir su geografía en el pasado. Como fenómenos biológicos, las epidemias, plagas y epizootias desconocen fronteras políticas y conectan continentes, siguiendo las rutas de viajeros, migrantes y mercancías, al igual que lo hacen los conocimientos, las tecnologías, los agentes y las organizaciones involucrados en su combate y erradicación. Todo ello ha exigido conectar el análisis de procesos locales y nacionales basados en fuentes locales con la reconstrucción de dinámicas de carácter trasnacional en materia de las historias de las enfermedades infecciosas y de la salud. Como resultado, se ha esclarecido el papel y lugar de Latinoamérica como productora de bienes preciosos en la medicina, como la corteza de chinchona sudamericana (de la que se obtiene quinina, para el control de la malaria y de varias otras enfermedades) o el barbasco mexicano, valioso componente para la fabricación industrial de hormonas, que hizo posible la industria de la píldora anticonceptiva, cuyas consecuencias demográficas, culturales y reproductivas alcanzan indiscutible impacto global. Y, sobre todo, se ha develado el lugar no periférico de Latinoamérica en la historia global de la salud humana, animal y vegetal, como productora de ciencia local desde fines del siglo xix y de innovaciones institucionales en las campañas sanitarias.

 

La serie “Ante la pandemia: enfermedades, epidemias y plagas en la historia de México”

 

La historia de la salud, de las infecciones, epidemias, epizootias y plagas no es poco explorada en Latinoamérica y se ha ido consolidando en dos vertientes diferenciadas y no muy conectadas: la humana y la agraria, en constante crecimiento y renovación. Podrían sintetizarse de forma panorámica sus tres grandes avenidas en América Latina. Una primera, la historia biomédica o historia de la medicina, fitopatología y veterinaria (de la ciencia, de las profesiones y, agregaríamos, de la bacteriología, la entomología, y la genética vegetal y animal). Al lado, la historia de la salud pública (de las instituciones y políticas de control sanitario, y de la sanidad animal y vegetal). Por último, la historia política y sociocultural de las enfermedades, epizootias y plagas agrícolas y enfermedades animales, y de las reacciones sociales que generaron: miedo, resistencias, campañas periodísticas, revueltas, migraciones. A este cuadro se suman las contribuciones de la historiografía económica, con análisis de sus consecuencias e hipótesis sobre su impacto a corto y largo plazos, su rol en el declive o ascenso de civilizaciones y en el desarrollo de nuevas instituciones y recomposiciones productivas, así como su conexión con cambios en la distribución de la riqueza y en el acceso diferencial por sexo, edad y generaciones a educación, empleo y consumo de proteínas. Los investigadores mexicanistas han trabajado de forma muy consistente en estos campos del análisis histórico con hallazgos empíricos e interpretativos, y han contribuido a conversaciones globales. Influidos por la historia demográfica, política y sociocultural de la salud pública y de las enfermedades —la viruela, el cólera, el paludismo, la peste, el tifo, la tuberculosis, la sífilis, la fiebre aftosa, la plaga de langosta—, más recientemente han incursionado en su historia medioambiental y tecnocientífica, con anclajes locales y horizontes analíticos trasnacionales. La paradoja: el estudio de las vulnerabilidades de los seres vivos a través del tiempo ha develado en México la fortaleza de las ciencias sociales y humanas como generadoras de conocimiento relevante y estratégico.

Buena parte de estas investigaciones y hallazgos se plasma en los nueve capítulos de las cápsulas digitales que, con el propósito de tender puentes entre el conocimiento científico y el público amplio, hemos desarrollado en El Colegio de México desde el Centro de Estudios Históricos: la subserie digital “Ante la pandemia: enfermedades, epidemias y plagas en la historia de México”. Las cápsulas intentan brindar una visión panorámica de las enfermedades infecciosas y de plagas en el pasado mexicano, explicando cuáles han sido algunas de las epidemias más persistentes, extendidas y graves en el país, cómo han surgido e impactado a la población, a la economía y a la sociedad. Explican además cuáles han sido los medios e instrumentos políticos y científicos para combatirlas y erradicarlas, y ahondan en las diferentes dimensiones del problema de la enfermedad, así como de la ciencia y la política en la salud pública, vegetal y animal, y en el control biológico. Asimismo, la serie se proyecta en un marco temporal amplio, desde la Colonia y hasta tiempos recientes, como es el caso de los movimientos sociales, culturales y artísticos resultantes de la resistencia a la discriminación social y económica causada por el vih.

Este proyecto de educación digital se define por su esencia colaborativa y multidisciplinaria: se gestó en el seno del Centro de Estudios Históricos con la valiosa participación de la Coordinación de Educación Digital, en el marco de la serie “Ante la pandemia”, una de las contribuciones de El Colegio de México a los diálogos globales suscitados por el COVID-19. Coordinado por la Dra. América Molina del Villar (ciesas) y por esta autora, el proyecto congrega el trabajo de especialistas formados en el Centro de Estudios Históricos, o que forman parte de su red académica e institucional, dentro y fuera de El Colegio de México (entre otros centros, el Centro de Estudios Sociológicos del Colmex, la Universidad Pedagógica Nacional, El Colegio de Michoacán y universidades de los estados). La serie brinda una visión panorámica de los diferentes temas, problemas, enfoques y metodologías de una historia de las enfermedades en su contexto histórico. Ofrece una aproximación multidisciplinaria, conectada a las ciencias naturales y medioambientales que, si bien anclada en México, propugna horizontes de análisis trasnacionales y aspira, sobre todo, a poner en diálogo de forma crítica los caminos encontrados y bifurcados, y las preguntas del presente y del pasado. Su diseño y organización ha sido una inspiración y aliento para estas páginas.◊

 


* MARÍA CECILIA ZULETA

Es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.