¿De qué otra cosa puede escribirse en Guerrero?

El contexto de violencia que ha empapado las tierras guerrerenses en los últimos lustros se ha trasminado hacia las páginas de la nueva narrativa del estado sureño, sin dejar de haber otros temas y géneros renovadores, como lo relatan las siguientes líneas.

 

FEDERICO VITE*

 


 

El 27 de enero de 2006, a las 14:30 horas, un grupo de policías de Tránsito detuvo un convoy de camionetas Liberty en las que viajaban integrantes del cártel de Sinaloa. Eso prendió la mecha. La balacera duró 40 minutos. Se dispararon armas de grueso calibre, hubo estallidos de granadas, persecuciones a balazos por la avenida Farallón (rua augusta que desemboca justo en la Diana, en el Acapulco Dorado) y muertos, sobre todo, muertos. Los daños colaterales fueron vendedores de flores, personas que esperaban el transporte público y otros tantos que iban rumbo a la playa. Eso ahormó la vida cotidiana del puerto. Acapulco cambió su cariz. Ocurrieron hechos semejantes en las otras regiones de Guerrero (Costa Chica, Costa Grande, Centro, La Montaña, Norte y Tierra Caliente); en conjunto, todas esas atrocidades vertebraron la gramática de la violencia que podría resumirse en una admonición: “Para que aprendan a respetar”. Esta frase se escribió en un narcomensaje colocado en las oficinas de Comunicación Social del Estado; a un lado estaban las cabezas de los policías que pararon el convoy de las Liberty. Después, el infierno. Colgaron cadáveres de los puentes peatonales; dejaron cuerpos en la calle, literalmente en hieleras; empezaron a entregar las partes de algunas personas en platos de unicel: una mano o una lengua, recubierta por una guarnición de arroz, frijol y tortilla. Así entregaban “el mensaje”. La gramática de la violencia adquirió un humor tétrico y silenció la vida nocturna. Las embajadas de Estados Unidos, Canadá y de algunos países de la Unión Europea emitieron alertas para que sus ciudadanos no visitaran Guerrero. ¿Se reprodujo esa brutalidad en la obra de algunos escritores guerrerenses? La respuesta es obvia, particularmente en el trabajo de los nacidos en los años sesenta y setenta del siglo pasado. A estas alturas de la vida, habrá que hacerse otra pregunta: ¿hay algo más atractivo de lo que pueda escribirse en Guerrero?

 

Cambio de estafeta

 

La violencia se filtra, sin duda alguna, hasta la página en blanco de los jóvenes narradores de Guerrero. Acompaño esta aseveración con un dato que me parece revelador: el Premio Nacional de Cuento Acapulco en su Tinta, cuya vida ha sido de diez años, acoge cuentos que forzosamente deben ocurrir en la “bahía más hermosa del mundo”; la mitad de los textos ganadores aborda la violencia que se practica en este territorio. Hablo de desapariciones forzadas, desplazamientos por violencia, asesinatos, feminicidios y pleitos entre cárteles. Otros tantos cuentos que merecieron el primer lugar del certamen elogian y enaltecen la vida junto al mar de manera costumbrista (son incluso tradicionales en su uso de los giros verbales típicos costeños: “pues”, “primo”, “verga” et al.).

Más allá de la violencia, más allá del afán documentalista y de la denuncia de sempiternas injusticias y abusos de poder, identifico algunos autores cuyos textos pasan por otros registros, por mixturas de géneros. Hablo específicamente de narradores que tuvieron una formación profesional distinta y que ofician la escritura lejos del costumbrismo o de las narrativas policiales. Estos autores ofrecen una mirada renovada sobre Guerrero. No sobra decir que la mayoría de ellos vive fuera de la región.

Uno de los alquimistas de este cambio de estafeta es René Rueda Ortiz (1985). En Impía vida, el autor muestra sus músculos narrativos. Trabaja con aplomo la ciencia ficción, la ironía, la metaficción, las distopías e, incluso, la literatura queer. Ofrece un peculiar punto de vista de los vínculos entre hombres y mujeres, pero, sobre todo, es atractivo por el profundo buceo en la masculinidad. Rueda ofrece una cartografía distinta a la de las generaciones pasadas: es mucho más técnico y mucho más sardónico, trabaja con recursos metaficcionales y humoristas; esa combinación le da un sello indiscutible, casi transgresor.

Abraham Truxillo (1982) es autor de Bestiario marino, artefacto narrativo que combina poesía visual animada y sonido. Recibió una mención honorífica en el Premio Nacional de Literatura Digital Julio Torri 2021. La programación, animación y voz es de Lydia Cota; los textos y poemas visuales son de Truxillo, quien mantiene un esfuerzo sostenido de imaginación para darle sustancia a una mitología personal. La musicalidad y la concisión de su prosa engrandecen este proyecto que no tiene parangón en la literatura guerrerense. Dialoga temáticamente con Juan José Arreola, José Emilio Pacheco y Julio Cortázar. Sobre Rueda y Truxillo reposan las mejores promesas de esta generación que busca salirse del nudo gordiano del realismo para proponer otros discursos en la literatura guerrerense.

Es profundamente refrescante leer el trabajo de Alma Salamandra Ramos (1984): Lux: de venenos, pócimas y otras apariciones. Ella agrega un apunte serio y bien elaborado a la contracultura. Crea sus propios paraísos artificiales para dar cuenta de asesinos en serie, de las vicisitudes de paranoicos que pierden la razón en París durante longevas parrandas con ajenjo en el siglo xix. Su verdadera materia prima son los recovecos de las psiques enfermas. Salamandra Ramos no hace una recuperación temática de la contracultura (quizá la mayor herencia temática de José Agustín en tierras tropicales), sino que socava las estructuras tradicionales de los cuentos mediante un plausible manejo del tempo. Renueva estilísticamente el edificio literario de la región. Lo único lamentable es que publica muy poco.

Florentino Solano (1982) escribe en tu’un sávi. Recientemente obtuvo el Premio de Literaturas Indígenas de América con la crónica La danza de las balas y, para regocijo de la literatura guerrerense, también recibió este año el Premio Nezahualcóyotl de Literatura en Lenguas Mexicanas por Todas las voces de mi madre, un libro que mezcla la poesía y la narrativa para dar cuenta del peregrinaje del autor por el norte de México y la experiencia única de volver al útero materno cuando ejercita el tu’un sávi. En su veta de cuentista, Solano explora el mal. En Cerrarás los ojos para no ver expone, mediante la ficción breve, la viñeta literaria y el cuento, una preocupación que lo aproxima a una punzante crítica, a una denuncia contra el abuso del poder y la injusticia que sufre Metlatónoc. Es la geografía lo que demanda en este libro la mirada, una región agreste, feroz y compleja que no puede contra el abuso del poder. Al leerlo, se comprende que al hablar de Metlatónoc se habla también del olvido gubernamental y la injusticia. Solano no revictimiza a los habitantes de esa región al detallar los daños, sino que señala e insiste en la necesidad de un cambio; para ello, también recurre al humor negro y a la ironía como arietes.

Noé Israel Borja (1982) es autor de un libro que fusiona el relato de terror, las narrativas policiales y la locura producida por la violencia. ¡Ahí viene el marihuano! condensa una estrategia narrativa que posee el germen de un cambio en el tono y el registro literarios regionales. Irreverente desde el título, este proyecto organiza el mundo con los problemas recientes de violencia e inseguridad, pero matiza todo ello con los antiguos relatos de terror; sobre todo, de fantasmas. Lo mejor de este documento es cuando el autor toma a sus personajes feroces y los pone en marcha directa a un desfiladero; ahí, sin falta alguna, se topan con un espectro que cierra la historia de manera perturbadora.

El trabajo de Analí Lagunas (1989) podría agruparse junto a las propuestas de Salamandra y Borja, pero la obra de esta autora es minimalista y enfatiza las entidades contingentes. Sus textos se acercan al relato de fantasmas, pero su estilo, logrado con una prosa elegante, recrea la intimidad de personajes que ejercitan la soledad con ahínco.

Alexander Tadéuz (1991) es el único que trabaja con la ficción breve de manera rigurosa; en especial, sobresale mucho su trabajo cuando el humor y la ironía abrillantan su prosa. Cuentos flamables es una rara avis en el panorama guerrerense.

Luis Ricardo Palma de Jesús (1990), en El sueño que no era, sigue la huella de la violencia, pero no con la brutalidad de la literatura noir ni con la explosividad del realismo sucio. Apuesta por la creación de atmósferas que tienden al desasosiego. Describe todo ese daño que ha hecho la violencia en un puerto estragado, casi al borde del crack definitivo. Pone en marcha mecanismos que dan cuenta del daño psicológico y físico de quien intenta hacer una vida normal en Guerrero.

Finalmente, refiero a José Luis Zapata (1995), quien se decanta por el humor, pero no soslaya la violencia: la modula para hacer de sus textos un artefacto que funge como válvula de escape. En Nadie duerme con ropa en Acapulco recrea visiones distópicas de un puerto desangelado, de una región tan importante del sur del país, pero tan terriblemente olvidada.

Los senderos narrativos que aglutino bajo la fecha fatídica del 27 de enero de 2006 no conocen el oropel de Guerrero, no creen que en algún momento la vida fue menos ominosa, no perciben que algo mejore en esta entidad federativa. Ellos conciben el estado como un sitio en franca debacle, con pocas posibilidades para evitar que los escritores huyan, ya sea por violencia o por desempleo. Son parte de la inminencia salvaje. Ya no les basta con dar un testimonio de la realidad, sino que crean gozosa y placenteramente universos personales. Y eso me parece estupendo porque nutre el continente literario regional.◊

 


 

Bibliografía

 

Borja, Noé Israel, ¡Ahí viene el marihuano!, Arcelia, Pungarihuato Editorial, 2018.

Palma de Jesús, Luis Ricardo, El sueño que no era, Ciudad de México, Praxis, 2018.

Rueda Ortiz, René, Impía vida, Puebla, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, 2015.

Salamandra Ramos, Alma, Lux: de venenos, pócimas y otras apariciones, Ciudad de México, Praxis/Instituto Guerrerense de Cultura, 2013.

Solano, Florentino, Cerrarás los ojos para no ver, Tijuana, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Instituto de Cultura de Baja California, 2013.

Tadéuz, Alexander, Cuentos flamables, Guadalajara, Arlequín, 2021.

Truxillo, Abraham, y Lidya Cota,Bestiario Marino”, Bestiariomarino.github.com, septiembre 2021, consultado en noviembre de 2021.

Zapata, José Luis, Nadie duerme con ropa en Acapulco, Ciudad de México, Reverberante, 2021.

 


 

* Radica en Acapulco. Parte de su obra ha sido traducida al inglés, francés, italiano, árabe y portugués. Ha publicado, entre otras, las novelas Bajo el cielo de Ak-pulco, Carácter, Parábola de la cizaña, Los traidores son deliciosos y Fisuras en el continente literario, así como los libros de cuento Como un ruido de grandes aguas, Zeitgeist tropical, Cinco maneras de incendiarse, Carne de cañón, Le freak c’est chic, De oscuro latir y Entonces las bestias. Su libro más reciente es Los últimos días terrenales. Forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte.