
01 Abr De Poesía morosa. Prositas de amor contra el sat
XITLALITL RODRÍGUEZ MENDOZA*
Hasta aquí mi relación con sogas, lazos y cuerdas. Nunca aprendí a jugar resorte, pero soy buena estirando historias, molestando. Eso fue lo que hice durante cuatro años en mi último empleo. Marcar pruebas, corregir encabezados, meter typos y errores sesudísimos, baches sobre el silencio para no oír el vacío romperse al repetir mi nombre, él mismo con lagunas ortográficas. Mentir, vaya. Creer que era necesaria. Ir por café. Trabajar menos por lo mismo, o sea, por menos. Sentarme diez horas. Las piernas como azules tundras, inervadas a una silla de rueditas. Las mujeres somos buenas en el sector cultura. Es lo que dicen. Funcionales, presentables, ordenadas.
Cuando me echaron, no dijeron que era por mis mentiras; culparon a mis poemas, mis nudos, dijeron, palabras personales para estirar.
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Las marcas de corrección son nudos y pequeñas cuerdas que atan lo escrito al error, amorosas, como marcas de esta soga en mi cuerpo. El signo que indica borrar es mi favorito porque vena al suprimir, enjambre coagular, rúbrica soldadura de grasa, de edades geológicas acumuladas en cuello, espalda, rodillas, en la sangre sólida y ahora, también, algo solitaria que navega tras mi piel con sus rémoras de sal. El alfabeto de las várices me enseñó a ir tachando días en calendarios; me recuerda que cada vez falta menos.
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Antes de echarme, mi patrón nos encargó un suplemento impreso sobre tribus urbanas. Dijo: Por ejemplo, la tribu urbana de las mujeres.
También aclaró, en una entrevista para Forbes, que dinero no es sinónimo de calidad.
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El amor se tasa en un tipo de cambio diferente: ven, entra por la ventana de mi cuerpo, desde aquí se han despeñado una a una voluntades y esperanzas, inmoladas ante el precio del petróleo. Ven, no es muy alto. Toma mi mano y dime: Vamos a evadir impuestos. Toma mi mano y dime, como dices sin creerlo, que el sat es Satanás y que entonces hay que deberle para acurrucarnos y borrarnos días y nombres y ver a Harry Dean Stanton porque eso nos devuelve un poco de sentido. Quiero subirme en un camión hacia el desierto. A ver, pon Beach House. Vamos a París y dame todos los clichés que le quepan al estado de Texas. Sácame del mercado de la memoria. Vente, vamos a dormir hasta caber doblados en el deseo compartido de una muerte que imagino más acogedora que una sala alfombrada, con chimenea, al centro de una película. Una muerte que sin embargo será mucho menos abstracta: dura y breve como una piedra partida tras ser arrollada por un río largo y turbulento, un guijarro.
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Nunca sé qué hacer con el dinero. Se me ocurrió reproducirme pero fui tan mala en eso que ahora ni siquiera tengo padre. No alarms and no surprises: Él pagó sus exequias y nadie asistió. Incluso, rellenaron su nombre con el cuerpo de alguien más y, ajá, como película de los Cohen, bien absurdo porque supongo que así es morirse. Yo debería hacer lo mismo, pero pienso que aún hay tiempo y que si no, ya no seré mi problema, sino el de alguien más. Tal vez el tuyo. El psicoanálisis es una cámara de autovigilancia con un loop de la canción de Barney, en la que una decide encerrarse por voluntad propia y de la que no hay otra salida sino por medio de una traducción que empiece diciendo algo como te quiero yo y tú a mí. Una versión más aburguesada de Confieso, padre, que he pecado. Más cara, desde luego. Cada semana lo mismo. Es, a fin de cuentas, nuestro own personal Jesus en el Monte de los Olivos buscando entre las rocas una piedrita de fe.◊
* Es poeta, editora y traductora. Maestra en Traducción por El Colegio de México y por la Université Sorbonne Nouvelle – Paris 3, es también autora de varios libros de poesía, entre ellos Jaws [Tiburón] (Mantis/Conaculta, 2015), con el que obtuvo el X Premio Nacional de Poesía Ignacio Manuel Altamirano. Actualmente forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y se desempeña como jefa de Redacción en Periódico de Poesía de la unam.