De Nuevas cartas náuticas

 

ADALBER SALAS HERNÁNDEZ*

 


 

XLIX. Donde Ovidio sueña con Aracne
(Tristia, Publio Ovidio Nasón)

 

Anoche
soñé que una araña venía hacia mí,
dejando su baba tibia
y blanca sobre la cama.

Mi cuerpo estaba inmóvil, arropado.

Al llegar a mi oído, la araña
movió sus ocho patas, sus ocho
ojos, su cuerpo enloquecido
de geometría, y me dijo su secreto.

Que no tejía para nadie, dijo.
Que sus telas sólo valían para cazar, dijo.
Que cada hilo era una frontera entre la vida de la muerte, dijo.
Que las moscas eran los mensajeros de los dioses, que
arrancan el alma del cuerpo cuando éste se pudre, dijo.
Que por eso las atrapaba y devoraba.

 

L

 

Una instalación de Chiharu Shiota muestra dos barcas de madera que, encalladas en una habitación, parecieran aguantar una tormenta,

pero no es agua lo que cae sobre ellas; llueve hilo rojo, una maraña quieta de hilo rojo, densa.

De los hilos penden llaves traídas de muchos lugares del mundo. Llaves de todo tipo, metralla impar. Todas, o casi todas, parecieran recordar alguna puerta.

Una espesura para re-cordar, para pasar de nuevo por el corazón. Pero también para re-encordar, volver a pasar el cordel, hilar. En el medio de este entramado hay una araña encarnada, un músculo cerril, estriado de grasa,
cuyas patas se vuelven sogas,
de cuyas sogas cuelgan llaves,
de cuyas llaves no se sabe la puerta.

Araña cardíaca, ocho veces ciega, que es el negativo exacto del corazón sobre el que escribe Emily Dickinson:

 The Heart has many Doors —
I can but knock —

el corazón tiene muchas puertas
yo sólo puedo tocar –

 

LI

 

El arte de marear fue primero de los animales. Y no fue un arte, sino un azar.

Ramas, leños llevados por el capricho de la corriente, cargados de insectos, con alguno que otro reptil que sobrevivía a la rapacidad de las olas
o las aves marinas.

Luego fueron los gatos, perros, ratas, pájaros e incluso caballos que viajaban con o sin permiso
en las naves hechas por la mano deliberada del ser humano. Presencias familiares que daban a la travesía una cierta seguridad,
como si cada animal fuera una promesa hecha por la tierra firme.

Y junto a ellos, otros. Los animales lujosos, los regalos, las ofrendas, la mercancía. Anacondas, osos, aves de plumaje inconcebible. Tigres como ojeras. Elefantes de guerra, con su peso aterrado balanceándose sobre las aguas.

Dicen que la hembra de rinoceronte conocida como Abada llegó a Lisboa, un regalo para Sebastião I. Su cuerno había sido extirpado y hubo de serlo en numerosas ocasiones más, pues tenía el mal hábito de crecer nuevamente.

Llegó eventualmente a manos de Felipe II, quien lo exhibió durante años en El Escorial, hasta su muerte, tras lo cual fue despiezado y enterrado en distintos lugares para conjurar su ira.

Otros afirman que llegó a España llevado por comerciantes portugueses y que, tras ser expuesto durante unos pocos años, fue llevado a Venecia, donde murió. Tiraron

al agua su cadáver, sólo para reaparecer encallado en uno de los canales poco después, testimonio de un edén desconcertante.

 

LII. Donde Ovidio sueña con Medea
(Tristia, Publio Ovidio Nasón)

 

Anoche
soñé con Medea.
Veía cómo despedazaba
a su hermano, cómo
lanzaba sus miembros al mar.

Medea descalza
como un cuchillo
o como el viento.

 

LIV

 

Par 18 mètres de fond fue el primer documental realizado por Jacques Cousteau. Dirigido por

Frédéric Dumas

y filmado con una cámara protegida por una cubierta especial, diseñada para aguantar la presión de las profundidades.

Cazadores submarinos rondan la costa mediterránea. Los peces, en blanco y negro, parecen manchas remotas, seres de movimientos espasmódicos, adelgazados por el film. Las rocas parecen a punto de desmoronarse. El sol se empoza arriba, temeroso de sumergirse.

Las medusas pasan como girasoles cabizbajos.

Llevamos con nosotros el lenguaje de la superficie. Para Cousteau, un cardumen parece un enjambre de moscas; una colonia de anémonas, un campo de trigo.

 

LIX

 

El clavadista es la imagen antitética del escafandrista, su doble invertido.

Ante la casi entera desnudez del clavadista, el pesado traje del escafandrista: el metal, los tornillos, las mallas.

Ante la movilidad del clavadista, su labilidad de pez, las botas herradas del escafandrista, sus gestos remotos incluso para sí mismo.

Ante el clavado y el vértigo, la torpe zambullida, lenta, como de ancla abandonada.

Ante la respiración contenida, pulmones cerrados sobre el aire de la superficie como un lejano recuerdo de otro mundo, la memoria umbilical del escafandrista que no le permite ignorar su procedencia, fingirse uno más entre los peces.

Ante el olvido, el recuerdo; ante la fugacidad, la calma ralentizada.

El escafandrista es el primer ser humano en descubrir
que para salir de este mundo no hay que abandonarlo, sino sumergirse.

 


 

* Es poeta, ensayista y traductor. Es autor, entre otros, de los libros Salvoconducto (Pre-Textos, 2015), mínimos (Amargord, 2016), La ciencia de las despedidas (Pre-Textos, 2018) y [a love supreme] (Letra Muerta, 2018), así como de diversos volúmenes de prosa. También ha publicado traducciones de Marguerite Duras, Antonin Artaud, Charles Wright, Mário de Andrade, Hart Crane, Pascal Quignard, Mark Strand, Louise Glück y Jamaica Kincaid, por citar sólo algunos. Esta selección de poemas proviene de su libro más reciente, Nuevas cartas náuticas (Pre-Textos, 2022).