De mi lengua

En esta colección de aforismos, fragmento del libro inédito Fin de semana, Armando González Torres, uno de nuestros pocos escritores que regresan con frecuencia al género, piensa desde la imaginación e interroga los entresijos de escribir, leer, hablar. Retomando la estafeta de los clásicos como Lichtenberg o el mexicano Carlos Díaz Dufoo hijo, González Torres disfruta de este complejo arte.

 

–ARMANDO GONZÁLEZ TORRES*

 


 

—I—

 

Solo cuando nos fatigamos mucho de mentir, la verdad, atemorizada y humillada, comienza a lamernos los pies.

Me encuentro muy bien a la sombra de las palabras, en el reverso de los significados, testigo del estertor de sus escrúpulos.

Ese libro solicita un lector que no quiera informarse, ni ilustrarse, ni entretenerse, sino que esté dispuesto a perderse en un acto tan gratuito como misterioso.

Dicen que lo que caracteriza a un creyente no es tanto la fe en los libros sagrados, sino en el periódico.

La poesía y la lucidez a menudo aparecen por distracción o descuido: prendas milagrosas colgadas de un rayo de luz.

A veces las palabras más agraciadas y esquivas se te acercan como un gato que, con antojo de halagos o comida, se frota en tu pantorrilla.

Se quejó: “He estado ausente y distraído todo el día; sin embargo, no he tenido digresiones dignas de mi dispersión”.

 

—II—

 

Dijo: “Después de abreviar una frase u obviarla con un gesto, uno se siente mejor: no tenemos derecho a abultar las conversaciones”.

Hay una edad muy tierna, y encomiable, en la que sólo se sabe malherir a la mentira.

Escribir es huir sin moverse; esconder la cabeza, como un avestruz ciego, debajo de la oscuridad de la tinta.

Una palabra no dice nada en principio, alcanza su significado, después, a tientas entre nuestros ojos.

Dijo: “El hombre es la única especie en el reino animal que es traicionada por sus propias opiniones”.

Hay viejos que se quedan callados un buen rato, y luego te regalan una frase prodigiosa, como si hubieran descubierto de milagro las palabras.

¿Qué es el ridículo? Un intento de los gestos más hondos y genuinos del cuerpo y la psique humana por aflorar en palabras y recibir aplausos y ovaciones.

 

—III—

 

Si la lengua miente, falsea y jura en vano, entonces hay que hacerla cantar.

Dijo: “No hay que traicionar nuestros ideales, basta con dejarlos morir de inanición”.

Lo mejor de un libro: que en él encontremos, ya muy delgadas pero vivas, nuestras piedades extraviadas.

Me dijo: “nuestra soledad es impenetrable, no podemos ver cómo es y mucho menos sabemos pronunciarla”.

Dicen que todavía hay palabras justas y veraces, pero su extrema humildad y discreción les impide ser pronunciadas en voz alta.

El lenguaje cumple su cometido cuando te deja tan lívido, tan contento y tan callado. Quedar entonces en silencio por obra de la alegría.

Dijo. “No olvides que los sentimientos insepultos contaminan las palabras vivas”.

Abundan las palabras; sin embargo, hay muchas situaciones que conviene dejar al resguardo de lo inexpresable.

Un escritor se constituye con un enorme vacío interior. Ese vacío tiene un apetito amenazante. Y el escritor intenta engañarlo con palabras.

 

—IV—

 

Aconsejaba: “Hay que aprender a distinguir esas palabras que tienen el suficiente oxígeno para vivir después de ser pronunciadas”.

Siempre enarbolamos palabras insuficientemente aptas para el amor.

Después del amor no hay nada tan bello como no hablar o no vestirse rápido.

Decía el maestro: “hay que desnudar a la expresión, nunca vestirla”.

Cuando la palabra escrita se queda a oscuras, el habla está ahí para salvarla.

Dice que una prosa se va volviendo poesía cuando deja atrás todo aquello que hay que explicar.

Me aconsejó: “para escribir cosas nuevas hay que recurrir a las palabras viejas, que son las que tienen más experiencia”.

El escritor viejo entiende que es imposible comunicar con las palabras y éstas recuperan su función original; sorprender, sólo sorprender.

Una escritura en el esplendor de su decrepitud es aquella cuyos lugares comunes desdentados aún quieren decir algo.

 


* ARMANDO GONZÁLEZ TORRES
Es poeta y ensayista.