De La Nueva Calle de la Gran Ocasión

 

LUISA JOSEFINA HERNÁNDEZ*

 

In memoriam
(1928-2023)

 


 

3
Alejandra
Mariana

 

Mariana: ¡Ay, sí! Hace mucho que no nos vemos, pero he estado muy ocupada.

Alejandra: Siéntate. ¿Qué te ofrezco?

Mariana: Nada más un vaso de agua. Estoy a dieta para bajar de peso.

Alejandra: Aquí tienes. Tu dieta ha resultado muy bien. Te ves más delgada.

Mariana: Bueno, camino mucho. Más de una hora diaria.

Alejandra: Antes no te gustaba caminar, te parecía aburrido.

Mariana: Es cierto. Pero ahora ni me doy cuenta porque ya tengo un objetivo. Verás, me convenció una señora, amiga de mi vecina.

Alejandra: ¿De qué te convenció?

Mariana: De participar en un grupo de mujeres defensoras de la vida humana.

Alejandra: ¿Salen a la calle a defender la vida humana?

Mariana: ¡Qué rápido me entendiste! Espléndido. Eso quiere decir que me doy a entender. Estoy haciendo mis pininos en oratoria.

Alejandra: No sé si te entendí bien. ¿Cómo defiende ese grupo la humanidad?

Mariana: Defendemos el derecho a nacer en todos los seres humanos.

Alejandra: ¡Ah! ¿Eres una de esas mujeres que están en contra del aborto?

Mariana: Sí. Nos reunimos en parques, afuera de los cines, frente a los hospitales, en los mercados…

Alejandra: ¿Con pancartas? ¿Con lonas y divisas?

Mariana: Exacto. Tomamos la palabra por turnos. Yo primero no me atrevía. No me salía la voz. Luego no sabía qué decir. Pero voy mejorando.

Alejandra: ¿Y qué dice de eso tu marido?

Mariana: Que haga lo que me dé la gana, mientras no sea delante de él, ni en mi casa delante de las sirvientas, ni frente a su oficina. Y, por supuesto, que no se enteren los niños. O sea, me queda el resto del mundo que es muy amplio.

Alejandra: Pero él tiene una opinión sobre el asunto. ¿O no?

Mariana: Claro. Pero ya sabes cómo son los hombres. Siempre salen con algo que le quita el chiste a todo lo que haces. Dice que ningún grupo de mujeres histéricas va a modificar su opinión sobre lo que hacen otras mujeres más o menos razonables.  Además, se puso furioso cuando le mencioné, para justificarme, que mi intención en principio fue bajar de peso. Me dijo que así, más o menos, habían de ser todas las demás, porque hay una cosa que se llama responsabilidad social y nosotras, las de grupo, no la tenemos.

Alejandra: Esto merece una Coca-Cola. Explícame qué dice tu marido de la responsabilidad social.

Mariana: Dice que mi grupo debería pensar en todas las otras mujeres: en las que tienen que dejar de estudiar, las que son expulsadas de sus casas porque no tienen marido, las que se suicidan por no dar la cara, las que pierden su salud y hasta la vida por un aborto mal hecho y, finalmente, las que tienen que enfrentarse toda su vida con un hijo que no pueden querer, ni cuidar, ni mantener, ni educar. Dice que es obligación pensar en esas hordas de niños odiados, descuidados, regalados, abandonados, ésos que con mucha razón se vuelven criminales y así le devuelven a una sociedad de gente como nosotras, las de las pancartas, la motivación de haberlos traído al mundo para ser basura.

Alejandra: ¡Qué bárbaro es tu marido! Yo no sabía que era tan inteligente.

Mariana: Claro que es inteligente. Pero esto no es asunto de hombres, sino de mujeres. A ellos les conviene estar a favor del aborto porque, quien más, quien menos, se ha llevado un susto por haber embarazado a alguna mujer. Si se acepta el aborto ya ellos no tienen por qué preocuparse.

Alejandra: ¿Y no se les ha ocurrido a ustedes, las mujeres, qué, si se acepta el aborto, ustedes tampoco tienen por qué preocuparse?

Mariana: ¡Cómo! ¿Se trata entonces de una despreocupación general?

Alejandra: Se trata de vivir mejor. De que todas las que vivan, vivan mejor.

Mariana: ¿Estás a favor, entonces?

Alejandra: Ya se te olvidó que las dos pensábamos que era lo mejor cuando no se hallaba otra solución. Yo acompañé a mi hermana a hacerse un aborto porque tenía quince años y no había terminado la secundaria, no tenía pareja y quería matarse. Y tú, Mariana, te hiciste uno cuando te embarazaste a los dos meses de haber parido y me dijiste que lo hacías porque eso era el colmo. Yo también lo haría si no tuviera tiempo, dinero o amor.

Mariana: ¡Qué enojada te pusiste! Bueno, estoy de acuerdo en lo de tu hermana y en lo mío, pero se trataba de casos especiales.

Alejandra: Quieres decir que se justifica que estos abortos fueran ilegales, caros y discretos.

Mariana: No exactamente. Ya te estás enojando mucho conmigo.

Alejandra: ¡Sí! Ya me enojé. Y quiero decirte de una vez otra cosa, para que cuando salgas a la calle con tus amigas sepas lo que pienso bien completo, no sólo una parte: no creo que las mujeres que se ven forzadas a hacerse un aborto olviden jamás que les faltó dinero, tiempo, amor y apoyo. Eso no se olvida. Además, mi hermana fue un caso especial, pero tú no. Tenías todo, salvo buena voluntad y, como muchas otras cuando salen a la calle, haces una hipocresía mayor.

Mariana: No te entiendo. Pero no estoy dispuesta a subir de peso nada más porque no estás de acuerdo conmigo.

Alejandra: Vete de mi casa y no vuelvas.

Mariana: Claro, me voy. No estoy dispuesta, además, a hablar con librepensadoras que le dan la razón a mi marido, adiós.

 

6
Don Pedro
Ernestina

 

Ernestina: Don Pedro, vengo a pedirle un favor.

Don Pedro: Dime.

Ernestina: No ponga esa cara, no se trata de dinero.

Don Pedro: Como otras veces.

Ernestina: Siempre que le he pedido le he pagado.

Don Pedro: Mi padre decía: “Cuando te pidan dinero prestado, da lo que puedas y no esperes que te lo devuelvan”. Así no sufres ni haces corajes. La verdad es que no me decepcionas, más bien me impacientas. ¿Qué se te ofrece ahora?

Ernestina: ¿No quiere usted ser padrino de mi niña? Ya tiene tres meses.

Don Pedro: Ay, no. ¿Por qué no se lo ofreces a otra persona más joven?

Ernestina: Pues…

Don Pedro: Quieres que pague el bautizo, ¿no?

Ernestina: En parte, en parte no.

Don Pedro: Háblame claro. Me encanta la luz y a ti enseguida se te ven las zonas oscuras. ¿Quieres que pague el bautizo en parte? Eso significa que ya tienes la otra parte.

Ernestina: No, Don Pedro. Nada tengo. Digo que en parte es por eso, pero hay otra razón.

Don Pedro: Vamos por orden. A mí me choca ser padrino. Así de claro. ¿Cuándo me has visto llevar niños a bautizar? Por lo tanto, para no quedarte mal estoy dispuesto a regalarte mil pesos y tú te buscas un pariente que se encargue de llevar a tu hija a la iglesia.

Ernestina: No iba a servir, por el otro motivo, el segundo.

Don Pedro: A ver, Ernestina, con claridad, por favor.

Ernestina: Es que yo otras veces he necesitado una persona como usted para que discuta con el padre Fidel.

Don Pedro: ¡Yo no discuto con curas! Te dicen tres sandeces y se quedan encantados de su sagacidad. Y no los puedes abofetear porque se te vienen encima los creyentes… los penitentes… ¿Cómo se dice?

Ernestina: No sé. Nosotras nada más seguimos las fiestas.

Don Pedro: Dime, por favor, por qué es necesario discutir con el padre Fidel.

Ernestina: ¿Puedo sentarme? Para estar más relajada.

Don Pedro: Adelante.

Ernestina: Gracias, Don Pedro. Pues se trata del nombre. El padre Fidel no acepta los nombres que escogemos para nuestros hijos; ni tampoco el padre Baltazar: él nos echa de la iglesia y se queda con los gastos.

Don Pedro: ¿Pero por qué? Siempre ha sido fácil ponerle nombre a un niño: vas al calendario y ya, así ha sido siempre.

Ernestina: Ya los calendarios no traen santoral.

Don Pedro: ¿Quieres que te preste uno?

Ernestina: No queremos nombres de santos ni de fiestas de la iglesia.

Don Pedro: Espérate tantito. ¿Quieres decir que ya no creen en los santos o entendí mal?

Ernestina: Están pasados de moda.

Don Pedro: Mira tú. Pues en vez de llevar a los niños a la iglesia, llévenlos al registro. Con eso basta.

Ernestina: No quiere mi suegra. Ya nos dejó que escojamos el nombre, pero que vayamos a la iglesia.

Don Pedro: Espérate tantito. ¿Eso de los santos es lo que quieres que discuta con el padre Fidel? De ningún modo. ¿Quieres ponerle a tu hija algún nombre como mesa, cortina, cazuela o algo así? No me interesa defender el punto.

Ernestina: Nada de eso, ¿cómo cree?

Don Pedro: A ver, ¿cómo se llama tu hija mayor?

Ernestina: María Félix Prieto.

Don Pedro: ¿Y tu hijo el que sigue?

Ernestina: Kevin Costner Pérez Prieto.

Don Pedro: Pues Costner es apellido y Félix también.

Ernestina: Esa es otra dificultad. Les pusimos los apellidos para que se sepa el nombre completo y se identifique a la persona. ¿No se ha fijado en cuántas Marías hay que no son Félix? En cuanto a Kevin Costner, resulta que hay otro Kevin que se apellida Klein y ése no nos gusta.

Don Pedro: Por primera vez en mucho tiempo me siento sorprendido. Hasta me gusta. ¿Y cómo quieres ponerle a tu niña menor?

Ernestina: Estamos entre Madonna y Shakira Pérez Prieto. Los escogimos porque no llevan apellido.

Don Pedro: Hace mucho que no me reía tanto.

Ernestina: Pues no sé de qué se ríe.

Don Pedro: Mejor póngale Nicole Kidman, pero los otros no.

Ernestina: ¿Por qué?

Don Pedro: Mira… Me están dando ganas de ir a discutirlo con el padre Fidel. Quiero verle la cara. Eso no puedo perdérmelo. ¿Cuándo quieres que vayamos?

Ernestina: Mire, Don Pedro. Me doy cuenta de que se burla de nosotros. Pero lo hacemos así porque somos pobres y, ¿sabe?, escoger el nombre de nuestros hijos es el único lujo que podemos darnos.

Don Pedro: Perdona si te ofendí. No fue mi intención.

Ernestina: Regreso mañana a perdonarlo, cuando esté menos enojada. Adiós.

 

39
Lic. Ontiveros
Mariana

 

Lic. Ontiveros: ¿Querías hablar conmigo, Marianita?

Mariana: Sí, papá, desde hace mucho tiempo.

Lic. Ontiveros: Haberlo dicho. Ya sabes que siempre estoy a tus órdenes. Ya me imagino de qué se trata.

Mariana: ¿Sí?

Lic. Ontiveros: Sí, reina, te conozco. Tienes una duda acerca del Derecho Constitucional.

Mariana: No, papá. No es eso.

Lic. Ontiveros: Yo creía. Porque se te dificulta, cuando en verdad es sencillísimo. Te puedo recomendar un texto.

Mariana: No, papá.

Lic. Ontiveros: Como vi que te pasabas mucho tiempo con la Constitución en la mano…

Mariana: Me dio erisipela.

Lic. Ontiveros: Sí, me dijo tu madre. Entonces se trata del Derecho Procesal.

Mariana: No. Eso me dio bronquitis porque las clases son a las siete de la mañana. Es un asco.

Lic. Ontiveros: Bueno, bueno. No se trata de eso. Basta con cambiar de grupo, a otra hora.

Mariana: Me dijo el maestro Procesal que tengo el alma refinada y humorística…

Lic. Ontiveros: Qué risa. Pero eso no es malo, que yo sepa. ¿O sí?

Mariana: Muy malo. No lo puedo soportar con ningún maestro a ninguna hora. El Derecho Romano es lo único tolerable y un poco el Derecho Civil. Y el Penal. Lo demás es eso: intolerable. Y no quiero cambiarme de grupo. Quiero irme y no volver.

Lic. Ontiveros: ¡Ya sé! Esto es lo que me sospechaba desde hace rato y no me hace gracia. Tu madre me lo dijo alguna vez: que las mujeres tienen una veta nefasta y repelente. No quieren salir de la cocina ni apartarse del fogón. Puedo imaginarme una cosa peor: quieres dejar la carrera para casarte con un imbécil. Lo sé. ¿Qué te prometió? ¿Una lavadora? Si es eso, eso yo puedo comprártela. Si es eso, haz lo que quieras. Porque a estas alturas ya estarás confabulada con tu madre para que te enseñe a hacer pan de canela. Y te regale un libro para hacer cobijas, suéteres, ¡qué sé yo! Cualquier porquería que se compra en El Palacio de Hierro. Y tu madre te ha de andar convenciendo para que tengas hijos gemelos o no sé qué sandez.

Mariana: No, papá. No es eso, de ningún modo quiero coser o cocinar.

Lic. Ontiveros: Quieres casarte con algún patán de esos que te acompañan a tu casa para estar un rato más contigo. Seguro que ya te convenció y puede ser que… ¿Por eso te quieres casar?

Mariana: ¿Qué quiere usted decir? ¿Que estoy embarazada?

Lic. Ontiveros: ¿No? ¿O sí? Eso me dijo tu madre que podría pasar en una escuela con el noventa por ciento de alumnos varones. ¿Te violaron?

Mariana: No, papá, tampoco accedí voluntariamente. Le digo a usted que no se trata de eso.

Lic. Ontiveros: ¿De qué demonios se trata? ¿Nada más quieres casarte? Pues sí, al fin y al cabo eres una mediocre como otras mujeres de mi familia: cásate. Renuncias a un futuro brillante.

Mariana: Yo no me caso ni amarrada y no quiero renunciar a un trabajo brillante.

Lic. Ontiveros: Dime de una vez qué quieres antes de que pierda la cabeza.

Mariana: Quiero estudiar teatro.

Lic. Ontiveros: ¡Qué! No puedo creer lo que estoy oyendo. ¿Dónde oíste esa estupidez? ¿Cómo puedo yo permitir eso? Yo soy un hombre de buenas costumbres y me parece que no has visto ejemplos de esta casa…

Mariana: Yo iba al teatro con mi mamá cada semana.

Lic. Ontiveros: Pero con intenciones culturales, para elevar el espíritu. Yo mismo ayudaba a elegir los programas y les servía de guía intelectual. Al teatro va uno a sentarse en la butaca, no a subir al foro. Eso es de malvivientes. Alguien te malaconsejó.

Mariana: No. Yo sola me fui a meter a unas clases de teatro a la Facultad de Filosofía y Letras.

Lic. Ontiveros: ¡Pero cómo! ¿Eso se enseña en ese centro de cultura y de inteligencia?

Mariana: ¡Sí, señor!

Lic. Ontiveros: Pues hay que protestar en la rectoría. Eso es pura prostitución. ¿Quieres estar en un foro con mujeres poco decentes y hombres a medias, gritando incoherencias, con mala voz y peor estilo?

Mariana: No se trata de eso. No creo que sea así. Por lo menos no exactamente.

Lic. Ontiveros: No, pero casi. ¿Pondrías la mano en el fuego por alguno de los que se suben al foro?

Mariana: Nadie me va a pedir que haga eso. No lo necesitan.

Lic. Ontiveros: No te hagas la graciosa. ¿Quién te aconsejó? ¿El viejo ese que te dijo refinada y humorística?

Mariana: Es un venerable anciano. Príncipe del Derecho Romano.

Lic. Ontiveros: Pues no te hizo ningún servicio. ¿Estás enamorada de un actor? Porque eso no importa, sucede y se queda en la imaginación. Y si se te hace, te arrepientes enseguida.

Mariana: No es eso. Lo que quiero es escribir teatro, no subiré al foro ni enamorarme de los actores.

Lic. Ontiveros: ¡Qué! ¿Cómo quién? Eso no es trabajo de mujeres.

Mariana: La jurisprudencia tampoco. Como Sor Juana Inés de la Cruz.

Lic. Ontiveros: Pero ella vivía en un convento.

Mariana: Eso no es requisito. Y se paseaba mucho y conocía muy bien el mundo.

Lic. Ontiveros: Sus obras eran cultas.

Mariana: Pero chistosas. ¿Por qué cree usted que mis obras van a ser incultas? ¿Por qué piensa usted lo peor de mí? ¿Nada más le faltó o no le faltó sospechar que estoy embarazada? ¿Le parece justo y decente tratar de educarme como hombre y luego recriminarme por defectos que no tengo, pero que usted supone porque soy mujer? Le advierto que soy inteligente, por si no se ha fijado, y culta, a pesar de haber pasado tres años en esa facultad de personas mediocres, groseras y malintencionadas. Y después de haber estudiado en ese sumidero, ya podría ir hasta a un foro sin que me pase algo. Pero no es mi intención. Quiero ser escritora y maestra de teatro, para que lo sepa. ¡Y no quiero casarme! Para que también lo sepa. Estoy enseñada a despreciar la vida doméstica, por usted, como si al salir de la facultad de leyes fuera a graduarme de hombre. ¡Como si los hombres que he visto me hubieran hecho deseable su condición!

Lic. Ontiveros: Bueno, ya te vi en tu esplendor. Tienes carácter.

Mariana: Sí, señor.

Lic. Ontiveros: Bueno, haz lo que te dé la gana.

Mariana: Eso pienso hacer. Muchas gracias de cualquier manera.

 


 

Obras teatrales tomadas del libro La Nueva Calle de la Gran Ocasión, de Luisa Josefina Hernández (Sogem Digital, 2021). Otros Diálogos agradece muy cumplidamente a la autora, a Lorenzo Rossi y a la Sociedad General de Escritores de México la generosa cesión de los textos para su publicación en la revista.

 


 

* Es dramaturga mexicana, novelista, ensayista y traductora. Profesora emérita de la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Ha recibido numerosos reconocimientos, entre los que se cuentan, en 1955, la beca de la Fundación Rockefeller; en 1982, por su obra Apocalipsis cum figuris, el Premio Xavier Villaurrutia, y en 2002, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura. Se han puesto en escena sus obras Agonía, Los sordomudos, La corona del ángel, Arpas blancas… conejos dorados, La paz ficticia, El orden de los factores, En una noche como ésta, Habrá poesía y Las bodas, entre otras.