De cuelgues y descuelgues

 

ULISES MARTÍNEZ FLORES*

 


 

Cerró los ojos y contó hasta tres antes de patear el banco. El apretón en el pescuezo hizo que los abriera nuevamente y su vista se detuvo en el cartel que frente a él se extendía para cubrir de techo a piso toda la pared. Después, su cuerpo empezó a girar lentamente y su vista inició un inconsciente inventario: el sofá, los sillones, la televisión, la puerta que llevaba hacia el comedor, la mesita del teléfono y los carteles sobre las paredes.

Al finalizar el giro y comenzar otro en sentido opuesto, Marilyn Monroe no supo si ocupar sus manos en detener el vuelo de su vestido o en cubrirse los ojos para no ofenderlos con la imagen del cuerpo colgado de Roberto.

El asiento circular del banco todavía se bamboleaba en el piso; arrastraba con él sus patas, como una macabra pirinola que rítmicamente bailaba al compás decreciente del corazón del colgado.

Toma uno, deja todo; toma todo, deja dos, pensó Roberto, tratando de adivinar el giro en el que se detendría su cuerpo. Instintivamente, buscó recuperar el punto de sostén que el banco le ofrecía segundos antes. Cuatro, cinco, seis centímetros era la distancia que separaba los dedos de sus pies del objetivo que nunca alcanzaría.

¡Estírate! ¡Alcánzalo!, le pareció escuchar que Marilyn gritaba desde la pared, donde ahora ella también estiraba sus famosas piernas para alcanzar la fresca superficie de una alberca.

¡Inalcanzable! ¡Inalcanzable!, observó angustiado Roberto. Sus dos semestres de estudiante de medicina eran suficientes para saber lo que le sobraba de vida en esas circunstancias. ¿Uno o dos minutos antes de desmayarse? ¿Diez o quince más antes de que la falta de oxígeno en su cerebro resultara mortal?

Roberto llenó su vista con el intenso rojo que rodeaba y resaltaba el cuerpo desnudo de Marilyn en la pared; escuchó entonces el grito de arrepentimiento que estalló en su cabeza. Su voz, ajena, apenas un sordo gemido, ordenó a su mano que se moviera y tratara de recorrer los 50 centímetros que la separaban de la cuerda y a Roberto del regreso. Muy tarde; los brazos y las piernas empezaban a no ser, a no estar, a separar su existencia de la del cerebro; más que nunca, pretendían ser alas, tentáculos rebeldes, sublevados.

Roberto concentró su lánguida atención en el dolor de su cuello llagado. Después, un mareo lo condujo hacia la oscuridad. El fin se acercaba; el vacío de la nada que tantas veces había imaginado lo inundaba, lo tranquilizaba, lo revivía en la muerte.

¡Chirrrrr!, gimió la viga con agudo llanto, dolida por el peso que soportaba y por la hiriente cuerda que agrietó su vientre hasta partirla.

Un fuerte golpe cimbró el piso. Desde la pared, Marilyn observaba sonriente y lanzó el beso más caliente de su vida. Sí, aunque débilmente, Roberto respiraba.◊

 


 

* Es editor en la Dirección de Publicaciones de El Colegio de México; es corrector de la revista Otros Diálogos desde su fundación. El próximo año cumple medio siglo de editar libros, revistas y periódicos por doquier. Su profesión de editor la ha compartido con la de periodista, colaborando —sobre todo, mas no solamente— en medios de comunicación de organizaciones de izquierda mexicanas, latinoamericanas y europeas.