
01 Ene Cruce de calores: un vistazo a la narrativa veracruzana
Herederos de una destacada tradición que se remonta al siglo pasado, los escritores veracruzanos de nuestra época heredaron también la encomienda de cambiar la percepción que se tiene de la provincia. Luis Román ofrece un panorama de la narrativa jarocha actual y explica las razones por las que se encuentra atravesada por la violencia.
LUIS ROMÁN NIETO*
Veracruz es urbe, puerta, puerto y puente de México desde el siglo xvi, pero bajo el mundo superficial de postal turística, se halla un Veracruz denso, kitsch, surrealista y barroco. En la literatura, incluso desde la perspectiva exótica y esotérica, se presenta ante el mundo como un lugar regido por la violencia.
Fernanda Melchor, una de las escritoras sobresalientes de nuestra época, fue la encargada de consolidar esa visión descarnada de una región avasallante. Veracruz es, entonces, un monstruo de vileza para los marginados y, al mismo tiempo, un paraíso de bohemia fecunda. La crítica y los lectores la han calificado como una escritora chingona, que ha escogido narrar las historias de la periferia y de la precariedad, en lugar de los tópicos intelectuales o cosmopolitas que caracterizan a sus colegas de generación: los nacidos en los ochenta. Esta situación, sin embargo, no la ha exentado de la polémica en los ciberespacios.
Establecer la narrativa de Melchor como lo más representativo de la región sería lo idóneo si consideramos el auge mediático y la larga lista de distinciones que acreditan su obra. Temporada de huracanes, por ejemplo, fue la novela del año 2017 en Iberoamérica, de acuerdo con The New York Times; fue también finalista del Premio Booker Internacional y ganadora del Premio Anna Seghers en Alemania en 2019. Es precisamente esta novela la que cristaliza todo el cosmos jarocho de lo que se escribe y se ha escrito en los últimos tiempos en Veracruz.
Hay que destacar que, si bien no son influencias directas, Fernanda Melchor es heredera de una tradición de escritores veracruzanos destacados desde el siglo pasado: María Enriqueta Camarillo (nominada al Nobel), el poeta Jorge Cuesta, el novelista Jorge López Páez, los escritores Sergio Galindo (fundador de la editorial universitaria) y Juan Vicente Melo, así como los dramaturgos Emilio Carballido y Hugo Argüelles y el Premio Cervantes Sergio Pitol. Todos ellos presentan historias que, de una u otra forma, transcurren en algún rincón de Veracruz: desde fiestas de feligreses en el Santuario, los duelos en la Huasteca, las huidas a la capital neblinosa, hasta un carnaval en Viena.
En sus libros, Melchor ya no exhibe el lugar caribeño del que anteriormente se tenía consciencia. Tampoco es un Veracruz histórico, la significativa provincia que se aprecia en algunas novelas de Luis Arturo Ramos (Éste era un gato, 1988) o el costumbrismo del pasado expuesto en la obra de Sergio Galindo (Otilia Rauda, 1986). No es el puerto playero y carnavalesco de México. El sitio descrito es de un calor asfixiante, una ciudad que ya no le ofrece nada a sus lugareños. El crimen, en el contexto real, impuso una nueva jurisdicción. Fue en 2006, año del calderonato, cuando el cartel del Golfo entró al estado. La violencia fulminó todo a su paso y dio a luz un sitio salvaje, una suerte de macabro jardín del edén; tópico que empezó a manifestarse como elemento sustancial en la narrativa de Melchor.
En Aquí no es Miami (2013), la alusión al puerto jarocho, bajo viñetas descarnadas, es evidente. En Falsa liebre (2013), a pesar de nombrar sitios concretos como la feria de Carrizales o el famoso antro Capezzio, el narrador siempre se refiere a su entorno como “el trópico”. En Temporada de huracanes (2017), la historia se desarrolla en una ranchería remota de la zona cañera, alejada del océano. En Páradais (2021), la novela más reciente de la autora, la trama sucede en la convergencia de dos mundos radicales del clasismo mexicano: el más opulento de los residenciales en la riviera veracruzana con vista al mar y el más pequeño de los pueblos al otro lado del río Jamapa.
Estas mismas características las comparte con el escritor veracruzano y también periodista Luis Enrique Rodríguez Villalvazo (1975), quien manifiesta una obsesión por la violencia, los marginados y la cultura del narcotráfico, presentes en su libro de cuentos Un día común y en su ensayo Caligrafía de la violencia. Villalvazo y Melchor, con un lenguaje sin miramientos, desarrollan un espejo de su día a día a través de escenas de miseria. El crimen en todos los estratos. Un testimonio del cinismo por la barbarie y de su ya aceptada naturalidad.
El calor, la ilusión, el desencanto y el rescate de la memoria también se manifiestan en el trabajo literario de otras escritoras veracruzanas en funcionamiento, como la poeta y ensayista Ester Hernández Palacios (1952), autora de México 2010, diario de una madre mutilada; Celia del Palacio Montiel (1960), con sus biografías noveladas sobre Leona Vicario y Lupe Vélez; Norma Lazo (1966), autora de El dolor es un triángulo equilátero y Medidas extremas. También se expresan en el trabajo de escritoras más cercanas a la generación de Melchor: Itzel Guevara del Ángel (1976), Domingo de summertime y Morderse las uñas; y Magali Velasco (1975), Vientos machos y Necronarrativas en México.
De las nacidas en los setenta, Guevara del Ángel, narradora de cuento corto, se asemeja el dramatismo, la intimidad y la crudeza de la vida cotidiana. Un aspecto para destacar radica, precisamente, en lo no dicho en el relato. La autora permite a la historia contarse sin necesidad de ofrecer interrupciones, salvo la vivencia (el testimonio) de cada uno de sus personajes. Magali Velasco comparte con Melchor la fascinación y el modus operandi que se inclina hacia los temas que revelan la naturaleza oscura y degradada de los seres humanos —característica también presente en Norma Lazo—: los vicios, la perversidad, lo inquietante. Aparece otra erótica para las mujeres, a veces enfermiza o visceral, pero siempre subversiva: los seres dominantes. Velasco los maneja en el ámbito de lo fantástico y lo grotesco; incluso en sus análisis académicos, la autora se engolosina por la crueldad y los discursos que se forman a partir de ella.
Norma Lazo hilvana esa obsesión a través de la interiorización psicológica de sus personajes que, por lo regular, están siempre recluidos con sus demonios en el hogar. Y Melchor, aunque se caracteriza por lo terrenal de la violencia, enfoca su manía en los amores imposibles, presos de la desesperación. Convierte a sus víctimas en victimarios y traduce el prejuicio en el más atroz de los eventos. El incesto y la homosexualidad son parte de los detonantes, o cicatrices, latentes en sus novelas. Esta dupla temática fue expuesta de manera brutal y estremecedora en la pieza teatral de Hugo Argüelles Los gallos salvajes (1986).
Veracruz es el estado con más crímenes de odio registrados a la fecha. Después de los feminicidios, los asesinatos que se cometen en mayor medida son los de mujeres trans. Están también los delitos de homofobia descarriada que muchas veces terminan en la muerte de sus víctimas más jóvenes. Esta tríada de crímenes son la semilla que da origen al homicidio en Temporada de huracanes, y que es la base de toda la novela, escrita en el contexto de un país donde los periodistas son asesinados.
En la narrativa de Melchor hay un elemento masculino que predomina. Existe un conocimiento sobre los recovecos y martirios de la hombría. La esencia de sus relatos es agresiva, seca; aun cuando en la historia aparecen relaciones sentimentales, éstas involucran a dos hombres: sea una pareja de amigos, los hermanos-amantes, las pandillas-familia, el pequeño asesino o el amo que somete a su concubino. Su prosa está llena de situaciones de hartazgo, con el calor arrasador de la costa y las irrupciones del narcomundo en la vida cotidiana. Se manifiestan el temor, el chisme, el caló del habla jarocha y la evocación para trasladarse del presente a la niñez arrebatada o, en dado caso, a la adultez precoz, viajes que siempre ponen la identidad a prueba. A los caracteres de la obra melchoriana les es ridículo vivir con las viejas tradiciones en un lugar tan sacudido por la corrupción y la hambruna. El único escape lo encuentran en el placer efímero, la carne, la mota, la filosofía callejera. Los anhelos oscurecidos que llevan a cabo, en la desesperación, son consecuencia del cariño, el afecto y la familia que siempre les han sido negados.
En la actualidad, Fernanda Melchor podría ser la escritora emblemática del estado, sí; comparte intereses y cruces temáticos con sus predecesores y colegas, y la relevancia de su trabajo no deja duda. Pero, para ampliar la mirada y abarcar otros aspectos, la determinación de escribir acerca de otros temas y la búsqueda de incorporar nuevos registros se ve también en los autores más jóvenes, como Josué Sánchez (1989), cuyo libro No se trata del hambre (2019) tuvo repercusión en el extranjero. Otros autores nacidos en la década de los noventa persiguen la lectura de sus voces a través de creaciones que navegan entre la escritura y el producto manual, como la poesía que combina la técnica del bordado de Nicté Toxqui (1994), los dibujos pomposos del poeta Julio María (1990) o las traducciones y la prosa poética de Brianda Pineda Melgarejo (1991). Por su parte, los cuentistas Héctor Justino Hernández (1993) y Eduardo Cerdán (1995) abordan las corrientes del realismo, la fantasía, el horror y, por supuesto, como tópico veracruzano y de toda la literatura, la naturaleza mezquina de los seres humanos.
Hay un chiste negro que cuentan los habitantes de Veracruz. Un jefe de sicarios entrevistado por Óscar Balderas y Nathaniel Janowitz en 2012 dijo, a propósito de que el nombre de su estado se escribe con z, que es porque el destino dictó que un día el lugar sería dominado por un grupo con esa letra. Y en un momento de la historia mexicana, el mito se hizo realidad, pero mientras el crimen organizado se gestaba en todas las cloacas del mapa veracruzano, la creación literaria nunca se escondió en lo clandestino.◊
* Es licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas por la Universidad Veracruzana y profesor de Redacción en la Universidad Virtual del Estado de Guanajuato. Actualmente produce Preciosos bastardos: el podcast de escritura útil.