Confinamiento y aburrición en el capitalismo

¿Cómo entender el hastío exacerbado que surge del confinamiento por la pandemia de covid? Araceli Damián ofrece un análisis del aburrimiento desde una perspectiva psicológica, junto con posibles maneras de transformarlo en algo positivo.

 

ARACELI DAMIÁN*

 


 

La pandemia provocada por la covid nos obliga a revisar de nuevo el tema del aburrimiento. Las medidas de prevención obligan al encierro de amplios sectores de la sociedad y limitan la convivencia social y la realización de actividades colectivas, particularmente en los ámbitos educativos, culturales y sociales, mientras que, en el laboral, un número importante de actividades se lleva a cabo desde casa. Los sentimientos de hastío derivados del encierro han provocado que un sinnúmero de personas prefiera arriesgar su salud e, incluso, su vida para retomar actividades que se asocian con el consumo, la diversión y el entretenimiento.

En lo que respecta a los factores que explican el aburrimiento en la sociedad capitalista, llevamos casi dos siglos hablando de lo que experimenta la fuerza de trabajo al padecer jornadas laborales que le producen, además de fatiga, aburrimiento, en tanto que la mayoría de los trabajadores desempeña labores monótonas en las que no puede desarrollar sus propias capacidades, ya que están sujetos a ritmos de máquinas o procesos impuestos y parcializados, poco creativos.

Por otra parte, es innegable la manera en la que la educación, más que formar ciudadanos autónomos, creativos y con capacidades críticas, ha servido para garantizar una fuerza de trabajo obediente y nacionalista, con habilidades que puedan ser explotadas por el capital. De esta forma, la infancia queda sometida a un proceso de aprendizaje estandarizado, poco crítico, basado en un cúmulo limitado de materias, con contenidos muchas veces vacuos que inhiben la curiosidad y el gusto por aprender, y que no da suficiente peso a las artes ni a las humanidades.

En lo que respecta a la vida de las mujeres y los sentimientos de aburrimiento, es destacable que por siglos la sociedad ha obligado a una buena parte de ellas a mantenerse en completa reclusión, confinadas en el hogar, con poco contacto social y con acceso desigual a la educación, al trabajo o a la vida social y comunitaria. Todo ello se ha visto como una condición “normal” para garantizar el “buen funcionamiento” de la familia y, por ende, el funcionamiento social. El aburrimiento y la frustración de las mujeres en tales situaciones fueron, por lo tanto, socialmente ignorados y menospreciados.

Diversos autores han estudiado el aburrimiento, particularmente desde la filosofía, la economía y la psicología. Se le asocia en ocasiones a las características en las que se desarrollan las actividades productivas, domésticas, de cuidado y de ocio; no obstante, se ha señalado también la alienación como una de las causas de tales sentimientos. En lo que respecta a los trabajadores, se ha enfatizado que muchas veces las operaciones que realizan son simples y monótonas, y que, aun cuando algunos empleos sí requieran actividades complejas y delicadas, el aburrimiento sigue presente. La parcialización de las tareas, la pérdida del control del proceso productivo, desmenuzado en un sinfín de tareas, desde su concepción hasta la realización, así como la alienación del trabajo, explican en buena medida el aburrimiento que se experimenta en el capitalismo.

En términos históricos, el mundo del trabajo se modificó radicalmente al pasar del modo de producción feudal al capitalista. Por un lado, tuvo que obligarse a la fuerza de trabajo a realizar sus labores en el encierro de las fábricas, cuando previamente las ejecutaban en la libertad del campo o en pequeños talleres artesanales. El control que los trabajadores ejercían sobre su tiempo estaba más asociado a los ciclos naturales (particularmente de acuerdo con las épocas de siembra o cosecha) o con hábitos y costumbres que permitían pasar de manera fácil y flexible de tareas productivas al ocio. Así, quienes laboraban en pequeños talleres podían interrumpir su producción para realizar actividades diversas con la familia, por ejemplo, y regresar más tarde a terminar su trabajo. La producción en talleres podía esperar al día siguiente. En cambio, la de las máquinas no puede aplazarse, puesto que éstas nunca se apagan. De igual forma, el desarrollo de la ideología puritana eliminó una infinidad de fiestas religiosas en las que se prohibía el trabajo: así se quitaron como días de descanso al menos cuarenta del total que gozaban los trabajadores antes de la Revolución francesa.

A la par de estas transformaciones, se ampliaron y desarrollaron las actividades que proporcionan diversión y “fuga”, las cuales idealmente permiten que el trabajador descanse y que, al tener distracciones poco demandantes, pueda volver al trabajo disciplinado y cronometrado al inicio de cada semana laboral. En estas actividades puede incluso desahogar toda su furia acumulada por el sentimiento de alienación y desgaste. Los carnavales, las fiestas familiares y espirituales (Año Nuevo, Navidad, etc.), así como las competencias deportivas le otorgan al trabajador el placer de hacer actividades distintas a las laborales y le permiten sentir que son propiamente suyas, no alienadas. De esta manera, durante el siglo xx, se pasó de satanizar el tiempo libre a considerarlo necesario para el adecuado funcionamiento del capital.

No obstante, el aburrimiento persiste aun entre los trabajadores con amplia disponibilidad de tiempo libre. Conviene recordar aquí que uno de los ideales de la clase trabajadora que luchó por la reducción de la jornada laboral, particularmente en los siglos xix y xx, era disponer de tiempo libre para que los trabajadores mejoraran su educación, desarrollaran su intelecto y consolidaran su organización sindical. En contraste, las clases dominantes demonizaron la disponibilidad de tiempo libre, pues consideraban pecaminosos los hábitos en los que la clase obrera lo consumía. Una vez que gozaron de mayor aceptación y legitimidad, las actividades asociadas al tiempo libre fueron capturadas por la industria del entretenimiento y del consumo.

Los grandes monopolios de la cultura han controlado una buena parte de lo que se desarrolla en el tiempo libre: ofrecen “productos culturales” despersonalizados, anestésicos, hipnotizadores, particularmente en la televisión. Tales empresas logran penetrar diariamente a instituciones como la familia e ideologizan a las clases trabajadoras. La ampliación del acceso a las redes sociales, el uso de internet y otras tecnologías de comunicación han diversificado la oferta de productos a los que las masas pueden acceder y, aunque existe mayor libertad y amplitud de opciones para la elección de los productos culturales de consumo, ello no evita que se manifiesten sentimientos de hastío.

Como ha planteado Gianni Toti, la respuesta más fácil sobre qué hacer con el tiempo libre, visto como espacio de aburrimiento, es “matarlo”. Las personas pasan horas mirando historias ajenas en las series televisivas y en las redes sociales, viendo fotografías, lanzando consignas y peleándose en Twitter, sin que ello permita superar el aburrimiento, consumiendo su propio tiempo de vida. La principal característica de la mayoría de las actividades que llenan el tiempo libre es que son pasivas: las personas ejercitan poco su razonamiento y generalmente tampoco se desarrolla la creatividad. Esta pasividad domina cada día más las actividades de los niños, a quienes se les van creando hábitos de consumo pasivo de entretenimiento.

Otra forma de “matar” el tiempo es “aprovecharlo”, es decir, realizar actividades con la intención de alcanzar algo: una promoción en el empleo, alguna recompensa o, incluso, la posibilidad de optar por otro mejor pagado. Así se “llena” el tiempo con cursos para mejorar aptitudes, con algún hobby o yendo al cine, a los museos, haciendo viajes. No obstante, más que un sentimiento de plenitud, a menudo se vuelve más importante cuántas veces se ha realizado alguna actividad que el hecho de gozarla.

De esta forma, cuando “matamos” el tiempo o intentamos “aprovechar” el que tenemos de “sobra”, en general no logramos experimentar una satisfacción plena. El psicólogo húngaro-estadounidense Mihaly Csikszentmihalyi ha realizado diversos estudios en los que reflexiona sobre las dificultades que enfrentan las personas para experimentar lo que ha denominado “fluir” o “flujo” (flow), es decir, la realización de actividades autotélicas (de las voces griegas auto, que significa en sí mismo, y telos, finalidad), es decir, actividades que son un fin en sí mismas, que se realizan sin esperar algún beneficio futuro, sino que simplemente se hacen porque son gratificantes. Vale la pena señalar las raíces de este planteamiento, puesto que se asemejan a la definición de ocio de Aristóteles, quien consideró que se trata de actividades “distintas al trabajo”, siendo el ocio un estado del ser en el que la actividad se lleva a cabo por su propio propósito o fin. Aristóteles consideraba la filosofía, la contemplación y la música como las actividades de ocio por excelencia.

Para ilustrar lo que significa una actividad autotélica, Csikszentmihalyi nos habla de las diferencias en lo que puede experimentarse cuando se enseña a los niños con el objetivo de que sean “buenos ciudadanos” frente a cuando se hace porque se disfruta interactuar con ellos. En la segunda situación, la persona pone atención a la actividad en sí misma, mientras que en la primera el foco se pone en las consecuencias de lo que se enseña.

Ahora bien, como plantea el autor, ninguna actividad es totalmente autotélica ni exotélica (actividades realizadas por razones externas únicamente); no obstante, en ocasiones, cuando iniciamos una por razones enteramente exotélicas (por ejemplo, un cirujano que estudia para salvar vidas y ganar dinero), una vez que domina la práctica de la cirugía, se puede lograr que la experiencia se vuelva autotélica.

Por su parte, Toti analizó también el aburrimiento de la fuerza de trabajo. Planteó que, para superar la alienación, tanto en el tiempo libre como en el del trabajo, se requiere modificar las relaciones sociales de producción, y supuso que esto se lograría en el socialismo. Como sabemos, en el socialismo que históricamente ha sido el más relevante, a saber, el de la Unión Soviética bajo Stalin y los experimentos derivados de ella (Cuba, China, etc.), la fuerza de trabajo no dejó de experimentar estos sentimientos de vacío. Sin embargo, es relevante rescatar el planteamiento del autor en el sentido de la necesidad de unificar el tiempo libre y el de trabajo, lo que representaría una síntesis humana superior, para el desarrollo integral de los individuos.

Desde otra perspectiva, el psicólogo Abraham Maslow identificó que el ser humano puede alcanzar lo que él denomina autorrealización, es decir, el estado que logran las personas cuando “hacen lo que pueden y deben hacer” una vez satisfechas las necesidades de mayor potencia, pero de menor jerarquía (biológicas, de seguridad y pertenencia, de afecto y amor, de estima y autoestima). Considera que, una vez satisfechas tales necesidades, aparece la de autorrealización, y es entonces cuando podemos esperar la mayor y más sana creatividad.

En su búsqueda de lo que constituye la vida buena, lo que hace que valga la pena vivir, y siguiendo a autores como Maslow, Julio Boltvinik propone denominar “florecimiento humano” a la necesidad que tienen las personas de llevar a cabo la actividad para la cual tienen vocación (o que más les satisface) y en la que ponen en práctica todas sus capacidades y potencialidades humanas: escribir poesía, pintar, investigar, crear, tocar instrumentos musicales, entre otras. Considera que, para que ello ocurra, la pobreza económica debe ser superada, pero que la alienación es el mayor obstáculo. Para Boltvinik, si lo único que posee la persona lo usa alguien más durante ocho o más horas diarias, ¿qué es la persona? Si, en ese uso que otro hace de sus capacidades humanas, la persona no se siente realizada, no siente sus fuerzas esenciales transformando el mundo y a la persona misma, si sólo siente cansancio y tedio, si siente el producto del trabajo como algo ajeno y es, en efecto, ajeno, ya que pertenece al patrón, ¿qué sentido tiene que la paga recibida sea suficiente para sobrevivir, si al día siguiente, y al año siguiente, será igual? Boltvinik considera que la esperanza de muchos seres humanos para lograr el florecimiento está fincada en el tiempo libre, aunque no desconoce que en éste puede darse la alienación.

Todos los autores señalan que, aun cuando no se cuente con las condiciones para alcanzar la autorrealización, el florecimiento humano, la unión del tiempo de vida y de trabajo o el flujo, existen algunos individuos que alcanzan esos estados del ser. El más optimista es Csikszentmihalyi, al plantear que, incluso en las actividades que aparentemente son monótonas y aburridas (ser un obrero que realiza una pequeña función en una banda transportadora para la producción en cadena, por ejemplo), algunas personas logran entrar en “flujo”. De esta forma, parecería que el autor considera que todos podemos aprender a entrar en “flujo”.

Me quiero referir ahora a Martin Seligman, que también ha realizado diversos análisis sobre el florecimiento, porque creo que es quien ofrece una aproximación más amplia sobre cuáles podrían ser las condiciones mediante las que los seres humanos pueden superar el tedio. Su planteamiento no se asocia con esta sensación, sino con el bienestar, pero es útil para entender los obstáculos que se enfrentan socialmente para lograr condiciones más favorables para el desarrollo de las capacidades humanas, aun en confinamiento. El autor identifica cinco elementos constitutivos del bienestar, a partir de los cuales las personas pueden experimentar el florecimiento: las emociones positivas (una vida placentera), el involucramiento (estar absorto en la tarea), el sentido (pertenecer y servir a algo que se cree que es más grande que uno mismo), el logro (aun cuando uno no llegue en primer lugar, alcanzar la meta puede ser una experiencia reconfortante) y las relaciones positivas.

El último elemento, las relaciones positivas, me lleva al punto final de la reflexión. ¿Cómo superar el aburrimiento en esta coyuntura, cuando debemos evitar la socialización? El ser humano es eminentemente un ser social. No puede haber una vida en verdad humana sin establecer relaciones con los demás, y es precisamente este componente, la falta de contacto social, lo que puede estar profundizando (o detonando) la sensación de aburrimiento.

En el pensamiento económico tradicional no importa si las necesidades humanas se satisfacen individual o colectivamente; sin embargo, como planteó en su momento Meghnad Desai, comer acompañado, disfrutar de la compañía de otros, puede ser más importante para algunos que el hecho mismo de comer.

Así, la necesidad de socializar, más que la disponibilidad de tiempo libre en exceso que tienen ahora por el confinamiento diversos sectores de la sociedad, profundiza la sensación de tedio. Esta situación parecería paradójica si consideramos que antes de la pandemia se insistía en la falta de tiempo para el ocio, en el desgaste que genera no sólo el trabajo remunerado y no remunerado, sino también los tiempos de traslado, particularmente los de ida y vuelta al trabajo y a la escuela. Pero ahora podemos constatar que el confinamiento y el aburrimiento revelan, en cierta medida, la falta de preparación social para el desarrollo de actividades propias del ocio que generen sensaciones de plenitud y de gozo.◊

 


* ARACELI DAMIÁN

Especialista en temas de pobreza, desigualdad y política social, es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México. A la fecha dirige el Consejo de Evaluación del Desarrollo Social de la Ciudad de México. Entre sus publicaciones destaca el libro El tiempo, la dimensión olvidada de los estudios de pobreza y bienestar.