¿Cómo perciben la política y su sociedad los niños mexicanos?

 

SOLEDAD LOAEZA*

 


 

La socialización política de los niños en México.
Julia Isabel Flores y María Fernanda Somuano.
México, El Colegio de México-Instituto de Investigaciones Jurídicas/unam,
2022, 348 pp.

 

Este libro es una obra notable, el producto maduro del trabajo de dos politólogas que representan a una nueva generación de especialistas. Su investigación se centra en las actitudes, los valores y los símbolos de la política respecto a los niños en México en 2018. Es una aportación bienvenida a la comprensión de un proceso central para el funcionamiento de todo sistema político: las condiciones de integración de los niños al medio social en el que se desarrollarán y ejercerán sus derechos políticos y en el que aprenderán a lidiar con temas fundamentales, como el significado y los límites del poder político, de la libertad y de la autoridad.

La cultura política, que es el gran tema al que se acoge este libro, despertó el interés de los especialistas en los años sesenta, cuando se estudiaban la modernización y el cambio de valores y actitudes que demandaba el éxito de ese proceso. Sin embargo, fue decayendo tal interés básicamente por el abuso que sufrió la noción de cultura política, pues no fueron pocos los trabajos que la convirtieron en una suerte de cajón de sastre en el que cabía cualquier cosa, desde el comportamiento electoral hasta la danza folclórica.

No es el caso de este libro, que con toda seriedad delimita el concepto y lo instrumentaliza con habilidad; por consiguiente, la obra es un paso muy importante hacia una mejor comprensión de los cambios que ocurrieron en México en el último tercio del siglo xx. Además, remedia, en cierta forma, la pérdida de interés de la que fue objeto, y que causó, a mi manera de ver, el descuido o la poca atención que dirigimos a los cambios que se produjeron en el sistema de símbolos, valores y creencias de la sociedad mexicana en relación con el poder político en los años previos a la transición. El desconocimiento de estos cambios les resta inteligibilidad a las transformaciones que experimentó el sistema político durante el último medio siglo.

La obra de Julia Flores y Fernanda Somuano aporta al conocimiento de estos cambios, mirados y medidos desde la perspectiva de las actitudes y la comprensión de los niños mexicanos, así como de los agentes —personas o instituciones— que intervienen en su socialización, esto es, el proceso mediante el cual el niño adquiere los valores y las creencias con las que se relaciona con el mundo de la política y desarrolla las actitudes que adopta frente al poder y a la autoridad.

Las autoras llevaron a cabo su investigación con base en una encuesta nacional en la que participaron más de mil niños de entre 11 y 16 años que asistían a escuelas públicas. Analizaron los datos obtenidos con una metodología que se apoya en un riguroso examen estadístico que permite identificar variables dependientes y patrones recurrentes, así como establecer comparaciones iluminadoras. Es de hacer notar la metodología utilizada que, no obstante su gran importancia en la ciencia política contemporánea, no ha logrado abrirse paso en la academia mexicana, pese a que la investigación cuantitativa se basa en datos objetivos que prometen resultados precisos y, algunos piensan, tienen una capacidad predictiva superior a la que ofrecen otros enfoques.

El análisis político en México está dominado por explicaciones históricas o sociológicas, pero ese predominio no es empobrecedor, ni mucho menos. Tampoco debe traducirse en una cerrazón frente a enfoques diferentes, que pueden ser innovadores y audaces. Es, por consiguiente, de aplaudir el análisis que han hecho Julia Flores y Fernanda Somuano, fundado en ejercicios empíricos que miden fenómenos sociales y políticos con apoyo de la estadística.

El llamado que ahora hago se corresponde con la necesidad que tenemos en México de investigaciones que nos revelen el perfil, la composición, el mundo de ideas y actitudes de la sociedad mexicana, porque hay mucho por hacer para conocer lo que es, o cómo es realmente, la sociedad mexicana. Nosotros, como investigadores, y el gobierno, como responsable del bienestar de los mexicanos, estamos obligados a conocer la realidad, en lugar de dejarnos llevar por el prejuicio y el lugar común, por los mitos que construyeron ideólogos muertos hace más de cien años, diseñados a partir de una sociedad que no existe desde hace décadas. Por ejemplo, ¿cuán válido es El laberinto de la soledad para explicar al mexicano del año 2022 como si fuera el de 1950? Los estudios cualitativos se prestan a la improvisación, y la cultura política, en particular, es un concepto frágil al que se le atribuyen significados diversos que lo oscurecen. Pero, más allá de que hagan un análisis político equivocado, lo peor que puede ocurrir es que sean la base de decisiones de gobierno que resultan costosísimas. Temo que en la academia y en las oficinas de gobierno sigamos siendo impermeables a la experiencia y tomemos decisiones con base en premisas falsas. Creo que estudios como éste que ahora comento pueden ayudarnos a tener una idea más precisa de quiénes somos y en qué dirección queremos caminar.

Volviendo al libro, su objetivo es medir el cambio de valores que podían haber experimentado los niños mexicanos en medio siglo, esto es, en el tiempo transcurrido desde el primer trabajo de este tipo, publicado por Rafael Segovia en 1974, La politización del niño mexicano, en el que se propuso estudiar la cultura política mexicana como producto del autoritarismo del sistema político. Entre sus hallazgos, destaca la total consistencia entre los valores y actitudes que, promovidos por la familia, la escuela y los maestros, adquirían y desarrollaban los niños y los que propagaban las autoridades políticas, con su discurso y su comportamiento.

A Flores y Somuano, en cambio, les interesa medir el cambio y cuánto abona, lo que llaman “construcción de ciudadanía”. Si bien utilizan este concepto, tengo la impresión de que el resultado de su trabajo de investigación habla de un fenómeno más amplio que el que interesó a Segovia, que se refiere a la socialización política, a la que ellas aluden. Sin embargo, su análisis me hizo pensar, más que en ciudadanía, en la noción de “cultura cívica” o “cultura de la participación” que propusieron Gabriel Almond y Sidney Verba en el libro clásico en la materia: The Civic Culture, publicado en 1959.

Pienso que el concepto de cultura de la participación ayuda a comprender un fenómeno más amplio que el que delimita la noción de socialización política, que se produjo en México en los años ochenta del siglo pasado. Me refiero a la proliferación de programas de radio y de televisión dedicados a la opinión del público, con relación a los más diversos temas: desde la política hasta la vida privada del vecino, desde el comportamiento de las estrellas de cine hasta la interpretación de la democracia. Según lo recuerdo, en esos años hubo algo así como una explosión de la participación colectiva e individual en los temas más diversos. Todo invitaba a la participación: desde la opinión que inspiraba Julio Iglesias hasta las largas filas de votantes en Nicaragua y El Salvador, y los medios promovieron actitudes positivas hacia la expresión pública de juicios de valor sin ninguna intención política; no obstante, de manera inevitable, el sentimiento de competencia que fomentó esa atmósfera se transfirió a la política con toda naturalidad.

Me parece a mí que la transición democrática de fines del siglo pasado se vio precedida por la transformación de actitudes y valores que nutrieron entre los mexicanos la seguridad de que podían expresar su opinión, que lo que decían podía ser escuchado por los demás y que podía tener un impacto sobre algunos de ellos o sobre el desenlace de una situación determinada.

Las autoras encuentran semejanzas entre los muchachos de 1969 que participaron en el estudio de Segovia y la generación del siglo xxi que ellas examinaron. Por ejemplo, que la familia sigue siendo el principal agente de socialización de los niños mexicanos, seguida muy de cerca por la escuela y la televisión. Esta conclusión parece obvia. Lo que es menos obvio es lo que afirma Segovia al respecto, pues, según él, los niños aceptan y absorben el autoritarismo político desde la infancia en el seno de una familia autoritaria que lo refleja. Pero toda familia es una estructura jerárquica y autoritaria, la primera que enfrenta el niño. Las hay en Argentina como en Ecuador y Brasil, en Francia como en México. Así que ésta no puede verse como una característica mexicana.

El uso del libro de Segovia como referente general de la investigación permite hasta cierto punto comparaciones entre el México de los años sesenta y el país que se formó a golpes de crisis financieras, de la derrota y escisión del pri, del surgimiento de partidos de oposición que ofrecieron alternativas de gobierno. Así puede rastrearse la formación del tripartidismo mexicano que gobernó México durante tres décadas. Sin embargo, las autoras dejaron que el modelo restringiera su creatividad; por ejemplo, formularon casi las mismas preguntas que hizo Segovia hace más de medio siglo. Al ceñirse tan estrechamente al modelo, las autoras introdujeron restricciones que limitaron la plena explotación de su material de investigación.

Flores y Somuano registran cambios muy significativos en las actitudes de los niños con relación a Estados Unidos y a su identidad nacional. Me parece que este hallazgo es crucial para imaginar cuál puede ser el desarrollo del país, o la fortaleza del nacionalismo que ha sido hasta ahora factor de homogeneización y vínculo en una sociedad fracturada y diversa. También la encuesta reveló que a los niños les preocupan temas nuevos, como la ecología o la situación de las mujeres en la sociedad. Me parece que cada uno de ellos abre el camino a nuevas investigaciones, y su relevancia para estos niños apunta a que no le temen al cambio. Desafortunadamente, la audacia ilustrada es un rasgo excepcional entre nosotros. Creo que esta apreciación es un argumento adicional para leer este libro que nos abre una perspectiva diferente para entender el cambio social ocurrido en México en el último medio siglo.

Este libro nos ayuda a pensar en la profundidad del cambio.◊

 


 

* Es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México. Es egresada de la licenciatura en Relaciones Internacionales de esa misma institución, con especialización en Relaciones Internacionales en el Geschwister Scholl Institut, de la Universidad Ludwig-Maximilian de Múnich, y del doctorado en Ciencia Política del Instituto de Estudios Políticos de París. Su más reciente publicación es A la sombra de la superpotencia. Tres presidentes mexicanos en la Guerra Fría, 1945-1958 (El Colegio de México, 2022). En 2023 coordinó, con Graciela Márquez, el libro Raymond Vernon en 1963. Los dilemas de entonces y de ahora del desarrollo mexicano (El Colegio de México).