Cómo mueren las democracias. Conversación con Steven Levitsky*

Una revisión del estado de la democracia en el mundo, con especial atención en Estados Unidos (incluido un panorama histórico de la construcción de la democracia en este país) y en México (con su transición del autoritarismo pleno al autoritarismo competitivo, y de ahí a la democracia en construcción actual), es el resultado de la breve pero inteligente entrevista entre Steven Levitsky y Humberto Beck que aquí se reproduce.

 


 

HUMBERTO BECK**

 

Humberto Beck: ¿Cuál es tu balance general sobre la situación de la democracia internacionalmente? Para algunos, hay una nueva ola de democratización; para otros, hay más bien una ola de retroceso y de autoritarismo. Desde tu trabajo acerca de las democratizaciones, ¿cuál es tu perspectiva?

Steven Levitsky: Hasta ahora, ninguna de las dos. El nivel de democracia en el mundo, desde alrededor del año 2000, ha sido más o menos estable. Aunque hay razones para preocuparse: las condiciones internacionales en los últimos veinte años han cambiado para peor. Las crisis de los poderes occidentales —como Europa y Estados Unidos—, el nuevo nacionalismo y el hecho de que el gobierno estadounidense ya no promueve la democracia y de que, obviamente, Estados Unidos ya no es un modelo de democracia para nadie generan condiciones que son menos favorables para la democracia de las que había, digamos, en los años noventa. Sin embargo, todavía no veo evidencia empírica de una recesión democrática. Hoy el número de democracias plenas en el mundo es más o menos igual que hace quince años, ha permanecido estable.

 

¿Cuáles serían los casos más preocupantes que podrían dar material para pensar en una posible recesión?

Ha habido algunos casos muy notorios de colapso en los últimos diez o quince años: Venezuela, Tailandia, Hungría… Este último es un caso que preocupa mucho porque fue una democracia sólida, establecida en un país más o menos rico con una buena economía, pero también ha caído. Mas los casos que veo con más preocupación, pues serían una muy mala señal, son los de India, Brasil y Sudáfrica: tres países de medio ingreso, muy grandes y muy influyentes, y que han mostrado señales preocupantes. La democracia todavía sobrevive en Brasil, en India, pero hay razones para preocuparse. Si muere en esos países, me preocuparía mucho más de lo que estoy ahora.

 

Uno de los principales argumentos de tu libro Cómo mueren las democracias es que, a diferencia de la mayor parte del siglo xx, en el siglo xxi las democracias ya no mueren repentinamente, a causa de un golpe militar o de una revolución, sino de manera gradual, erosionándose en pasos apenas visibles. ¿Cuáles serían estos pasos apenas visibles?

Son pasos llevados a cabo por gobiernos elegidos, muchas veces nombrados de manera democrática. El primero casi siempre es capturar, controlar, el Poder Judicial, es decir, las law enforcement agencies, las agencias de investigación y las cortes, porque eso permite al gobierno un mayor espacio de impunidad para abusar del poder y no ser investigado o juzgado por otra parte del Estado. Esta captura judicial también le da un instrumento muy poderoso para investigar y castigar a críticos y rivales. Antes, los regímenes autoritarios simplemente exiliaban, encarcelaban o hasta mataban opositores, como en los gobiernos de Pinochet o Videla. Pero en la situación actual, en la que sucede este nuevo tipo de erosión lenta, que mantiene la Constitución, las elecciones y el Congreso, los gobiernos necesitan un modo legal para debilitar, hostigar y acabar con la oposición. Entonces el control de las fuerzas de la ley es clave, y por eso es casi siempre el primer movimiento de un gobierno autoritario elegido. Trump lo ha intentado en Estados Unidos, no con demasiado éxito, pero lo ha intentado.

 

Otro de los argumentos de tu libro es la afirmación de que, más allá de los elementos constitucionales explícitos, de las “reglas escritas” de las democracias, hay otro aspecto fundamental, el constituido por ese mundo complementario de las “reglas no escritas” y de las costumbres políticas democráticas. ¿Cómo se aplica este aspecto de tu análisis al caso estadounidense actual y a la presidencia de Donald Trump?

En el caso estadounidense, este problema empezó antes de Trump. En el libro prestamos atención a la figura de Trump, pero también creo que el problema va más allá de él, pues empezó antes de su llegada al poder y no creo que se acabe con su salida. Los norteamericanos tenemos mucha confianza en nuestra Constitución, pero una cosa que me quedó clarísima al investigar y escribir este libro es que ella por sí sola nunca es suficiente para proteger la democracia. En Estados Unidos hay ciertas normas que ayudan a sostener la democracia y que no nacieron con la Constitución, sino a finales del siglo xix. Es un caso contrario al de México. Aquí se sabe que, junto con la Constitución revolucionaria de 1917, había un montón de reglas no escritas, informales, que sostenían al régimen y que no tenían mucho que ver con lo que estaba escrito en la Constitución. Éstas eran normas informales que sostenían un régimen autoritario. En contraste, en Estados Unidos las normas informales ayudaban a sostener un régimen democrático.

En el libro nos enfocamos en dos en particular: una muy básica, que llamamos tolerancia mutua, y que consiste en siempre reconocer la legitimidad de los rivales, en no tratarlos como enemigos o como amenaza existencial. La segunda es lo que en inglés llamamos forebearance o “autocontención”, que consiste en no utilizar un derecho legal, es decir, subutilizar el poder institucional. No solemos pensar mucho en el papel de la autocontención en la política, pero es un asunto clave, sobre todo porque en América Latina (y ahora cada vez más en Estados Unidos) existe una práctica bastante común, lo que en el libro llamamos constitutional hardball o “dureza constitucional”, que sucede cuando se pierde la autocontención, sobre todo en un contexto de polarización política, y se usa la letra de la ley para minar su espíritu, utilizando las instituciones como armas. Este uso de la letra de la ley para minar el espíritu de la ley puede debilitar, poner en crisis y hasta matar una democracia.

 

Una llamativa tesis de tu libro es que a lo largo de la historia estadounidense ha habido una interacción entre el funcionamiento de la democracia y la exclusión racial. ¿Cuál es el estado actual de esta interacción?

Los estadounidenses no solemos reconocerlo, pero sufrimos un colapso democrático a mediados del siglo xix con la Guerra Civil. Después de la guerra, ganó el norte y vino el periodo llamado la Reconstrucción, que intentó imponer la equidad racial ante la ley mediante, entre otras cosas, la extensión del sufragio universal masculino a los negros en el sur. Esto generó una crisis tremenda en el sur porque los blancos y el Partido Demócrata sureños vivieron todo eso como una amenaza existencial y lo rechazaron. Como resultado, hubo mucha inestabilidad y mucha “dureza constitucional” en las décadas de 1860 y 1870. El sistema político norteamericano entonces era un régimen muy inestable, muy polarizado. Ese problema se resolvió con una concesión por parte del Partido Republicano, que en ese momento era el que estaba a favor de los derechos civiles. Este partido, gobernante, abandonó el proyecto de la Reconstrucción y sus esfuerzos para imponer la equidad racial en el sufragio a fin de que hubiera paz entre los dos partidos. Con ese abandono de la Reconstrucción viene la exclusión de los negros de la política en el sur. Así surgió casi un siglo de autoritarismo sureño, el cual en parte se parece al de México a mediados del siglo xx, con un partido casi único. Aunque en muchos de los estados del sur los negros eran casi la mayoría del electorado, estuvieron excluidos de la política hasta la década de 1960.

La exclusión de los negros y una comunidad política limitada a los blancos fue el costo de la convivencia entre los dos partidos. Fue a raíz de esta situación que los partidos aprendieron a convivir; surgieron entonces las normas y prácticas de la tolerancia mutua y la forebearance, y la democracia funcionó bien. Pero no era una democracia plena. La llamamos “democracia”, pero en realidad Estados Unidos sólo alcanzó la democracia plena hasta la auténtica extensión del sufragio en 1965. Ahí llega la democracia, pero también empieza la polarización que nos sigue afectando hasta ahora. En otras palabras, la transición a una democracia multiétnica generó la polarización debido a la reacción de los blancos cristianos, que son cada vez una porción menor de la sociedad. Ese grupo, que hace cincuenta años constituía una mayoría aplastante y dominante en términos de todas las jerarquías sociales, políticas, económicas y culturales, ahora está perdiendo esa mayoría y ese estatus dominante. Nuestra hipótesis es que la reacción de ese grupo frente a su declive en una democracia multiétnica es lo que está generando la polarización que está amenazando la propia democracia.

 

Tu libro concluye con una pregunta interesante: ¿cómo puede Estados Unidos resolver ese problema que podría llamarse el de la “cuadratura del círculo democrático”: la consolidación de un régimen político que sea a la vez completamente democrático y auténticamente diverso, dado que la historia ha tendido a mostrar más bien la existencia de una asociación entre democracia y homogeneidad, ya sea cultural, étnica o religiosa? ¿Cuál sería la perspectiva actual para esa construcción de una democracia diversa?

El terremoto que estamos viviendo hoy en día es justamente la reacción a eso. Tenemos una clara mayoría, que no es abrumadora, pero sí incluye a cincuenta y tantos por ciento de la población, que se muestra lista, preparada para vivir en esta nueva democracia más diversa. Pero también tenemos cuarenta y tantos por ciento de la población que quiere volver al siglo xx, a los años cincuenta, a una comunidad política y social blanca y cristiana: ése es el significado del “Make America Great Again”. Este segundo grupo se ha radicalizado y, dado que está concentrado geográficamente en estados con poca población, tiene una ventaja, porque, lamentablemente, nuestras instituciones, como el Colegio Electoral y el Senado, al beneficiar a los estados menos poblados, también lo favorecen. La principal pelea política hoy en día en Estados Unidos es ésa: si vamos a poder consolidar una democracia multiétnica o no.

 

Me gustaría pasar a otro aspecto de tu obra. Hace algunos años acuñaste el concepto de “autoritarismo competitivo” para referirte a esos regímenes híbridos que no son completamente autoritarios, pero tampoco enteramente democráticos. En esa categoría clasificaste a varios regímenes políticos latinoamericanos antes de las transiciones de los años ochenta y noventa. Después de treinta o cuarenta años de esas transiciones, y desde tu perspectiva de análisis de las transiciones democráticas y de los autoritarismos competitivos, ¿cuál es tu balance de la evolución política de la región?

En América Latina hubo una tremenda ola de democratización que empezó alrededor de 1980 y, en consecuencia, en los años ochenta y noventa atestiguamos avances nunca antes vistos en la región. Pero más o menos desde el año 2005 estamos en un momento de estabilidad. Por un lado, hay algunos países donde la democracia ha muerto en la última década. Venezuela y Nicaragua son los casos más claros. Por otro, hay países que son más democráticos ahora que hace diez años: Colombia, Perú y algunos otros que han mejorado algo. Así, en términos netos, no ha habido un gran cambio. Todos los regímenes autoritarios competitivos de los años noventa, como México, Perú y República Dominicana, terminaron democratizándose, aunque no todos permanentemente, como es el caso de Nicaragua, que ha caído de nuevo en el autoritarismo.

Más recientemente, sin embargo, han surgido nuevos regímenes autoritarios competitivos. El más conocido es Venezuela, pero mencionaría también a Ecuador con Rafael Correa y a Bolivia con Evo Morales. Hay una cierta relación entre el éxito del populismo y una caída en el autoritarismo competitivo. Cuando ganan los populistas (los outsiders con un discurso fuertemente populista), muchas veces se genera una crisis institucional que termina en un cierto grado de autoritarismo competitivo. De nuevo, los casos más claros en los últimos años son Venezuela, Ecuador y Bolivia. No son necesariamente regímenes estables: lo de Correa no duró mucho y creo que Ecuador ha vuelto a ser mínimamente democrático. Bolivia está en transición y no sabemos a dónde va, pero obviamente ha caído el régimen del mas [Movimiento al Socialismo].

 

Quisiera terminar la conversación haciéndote una pregunta sobre México. Clasificaste el régimen mexicano de antes de los noventa como un régimen autoritario competitivo. ¿Por qué era un régimen autoritario competitivo y cómo fue que dejó de serlo?

México fue un régimen de autoritarismo completo, pleno, durante gran parte del régimen del pri. Si no hay un mínimo de incertidumbre sobre los resultados electorales o sobre el juego político, no hay autoritarismo competitivo: hay autoritarismo, punto. Hasta 1982, en México no había esa incertidumbre. Ni siquiera hubo oposición en las elecciones de 1976. Pero, a raíz del terremoto del 85, de la crisis de la nacionalización de los bancos, de la crisis de la deuda, de la crisis económica y del surgimiento o resurgimiento del pan, sobre todo en el norte, el régimen comienza a ser mínimamente competitivo a lo largo de los años ochenta. Entonces, para 1988, cuando sucede el gran fraude electoral, México ya es un régimen autoritario competitivo. Seguirá siéndolo hasta el pacto de 1996 y las elecciones de 1997, que considero plenamente democráticas. Entonces, durante ese periodo, de 1982 o 1983 hasta 1996 o 1997, México es claramente autoritario competitivo.

¿Cómo dejó de serlo? Hay dos o tres causas principales. Primero está la modernización. La sociedad mexicana, entre los años cuarenta y los años ochenta, cambia de una manera dramática: hay una tremenda urbanización y el crecimiento de la clase media da a luz una nueva sociedad civil, sobre todo en el norte, una sociedad civil que es independiente del pri y que cambia el equilibrio del poder. En segundo lugar está la crisis económica. Hay mucha evidencia de que los regímenes autoritarios sobreviven más cuando está creciendo la economía, y México, entre los cuarenta y los setenta, es un buen ejemplo de eso. Sin embargo, la economía empieza a ir mal a partir de 1982. Las crisis económicas debilitaron el régimen, sobre todo con la crisis de 1994.

Adicionalmente, también hay que poner énfasis en la relación con Estados Unidos, sobre todo en los noventa. En esos años, cuando los poderes occidentales dominaban el mundo económica, militar e ideológicamente, el costo de romper con las reglas democráticas para los países que tenían vínculos fuertes con el Occidente, como los de Europa central, Europa oriental, Centroamérica, México, el costo de robar una elección, de dar un golpe de Estado, de matar opositores, de cometer violaciones serias a los derechos humanos, etc., era muy alto. Por esos años, México estaba apostando todo por el tlcan, por una integración con Estados Unidos. En este último país, ese tema estaba en el Congreso y las campañas políticas y los medios estaban prestando atención a México. Además, Salinas, su gobierno y toda la élite tecnocrática del pri de los años ochenta y noventa, educada en Estados Unidos, con amigos y con muchos vínculos en ese país, se pusieron muy sensibles. No es que fueran demócratas, pero sabían que no podían tomar medidas abiertamente autoritarias como antes. Entonces tuvieron que dejar que ciertas instituciones funcionaran, por ejemplo, creando más credibilidad en términos electorales. Así construyeron un sistema electoral realmente creíble en los noventa y no pudieron matar ni a los zapatistas ni a los movimientos sociales del Distrito Federal, sino que tuvieron que dejar crecer a la sociedad civil y, al final de cuentas, acabaron con el pri.◊

 


* STEVEN LEVITSKY

Es profesor titular en la Universidad de Harvard. Se especializa en América Latina, particularmente en Perú y Argentina. Es coautor del libro Cómo mueren las democracias (Barcelona, Ariel, 2018). El video de la entrevista está disponible en https://www.youtube.com/watch?v=whkANh8QZhI&feature=youtu.be.

** HUMBERTO BECK

Es profesor-investigador en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México.