Cómo epidemias y pandemias han trastocado la vida de las sociedades humanas

El presente texto brinda una breve reflexión histórica acerca de las situaciones de desasosiego que han enfrentado los individuos y las comunidades ante la enfermedad, la muerte y las medidas gubernamentales ejecutadas para mitigar los contagios.

 

AMÉRICA MOLINA DEL VILLAR* 

 


 

El éxito y la sobrevivencia de algunos seres vivos en su historia natural evolutiva (virus, bacterias y otros microorganismos) se traducen en el quebranto de unos y en la muerte de otros, en el caso de los humanos, quienes son víctimas de enfermedades que pueden disminuir su capacidad para reaccionar y ocasionarles la muerte. De ahí que las epidemias sean un sinónimo de “el miedo a morir”. Además, en estas coyunturas críticas pueden visualizarse otros comportamientos sociales: estigmatización, rechazo e incredulidad. Albert Camus, en su espléndida obra La peste, relata de manera literaria las reacciones y los sentimientos humanos ante el pavor a los contagios de la peste padecida en Orán en la década de 1940. A través de sus personajes, el autor narra sentimientos de rechazo, incredulidad, irritabilidad y egoísmo, así como manifestaciones solidarias y de heroísmo. En los momentos críticos provocados por epidemias, un caleidoscopio de sentimientos y reacciones sociales son visibles. Estas respuestas se suscitan, en gran medida, por el miedo a morir, las medidas sanitarias para controlar los contagios, el encierro y la incertidumbre. La vida cotidiana de los individuos se altera cuando irrumpe una epidemia.

Marcos Cueto menciona, en su reciente libro Salud en emergencia. Historia de las batallas contra las epidemias y la covid-19, que toda epidemia es como una obra de teatro con tres grandes actos: el primero es la negación, cuando la gente se resiste a reconocer el problema y reacciona de manera despavorida; el segundo acto consiste en buscar un significado y una explicación; el tercero es la solución, no siempre definitiva, pero que puede generar una sensación de alivio.

Jean Delumeau, en El miedo en Occidente, fijó una tipología de comportamientos colectivos: asombro inicial, negación de la realidad, estoicismo, heroísmo y búsqueda de culpables. En la década de 1980, con la irrupción del sida, brotaron reacciones de pavor, estigmatización y rechazo a los homosexuales. Durante la pandemia de covid también visualizamos este tipo de manifestaciones. Cuando apareció el brote en diciembre de 2019 en Wuhan, China, el presidente estadounidense Donald Trump empezó a culpabilizar al país asiático por supuestas conspiraciones y acciones premeditadas. Otros gobernantes minimizaron el impacto de la pandemia. Después de largos meses de confinamientos estrictos, hubo protestas sociales en Bélgica, Estados Unidos y Países Bajos por estas medidas y contra el uso de las mascarillas. Las acciones llegaron hasta el extremo de la violencia física de policías contra jóvenes por no portar las mascarillas, por ejemplo, en República del Congo, en el estado mexicano de Jalisco y en diversas ciudades de Estados Unidos.

Existen comportamientos y respuestas que se han mantenido constantes. Por ejemplo, la peste bubónica del siglo xiv causó la muerte de 24 millones de personas, situación que llevó a que tres de cada diez europeos murieran. La comunidad ilustrada atribuyó el origen de la enfermedad a la corrupción del aire, a los eclipses y a la conjunción de planetas, así como a emanaciones pútridas. También se buscaron culpables, quienes, se decía, deliberadamente difundían los contagios. De igual manera, se adjudicó su origen a la ira de Dios por los pecados de la población. En consecuencia, para aplacar la furia divina había que hacer ayuno, misas, procesiones y penitencias. Los médicos consideraban el origen del mal el aire corrompido, por lo que implementaron medidas de purificación del ambiente por medio de azufre, cal y vinagre. Si las epidemias eran un castigo, había que buscar chivos expiatorios. Los sembradores de la peste se buscaron en extranjeros, judíos, viajeros, leprosos y sectores marginales de la población.

La peste generó un escenario apocalíptico que sumergía a amplios sectores sociales en una profunda incertidumbre. En una situación de muertes colectivas, el embate de epidemias originó un traumatismo psicológico y escenas de pánico. El temor ancestral y actual de la sociedad se remonta a esos años; entonces se trató de buscar una solución mediante misas, novenarios y procesiones a diversos santos: San Roque, San Sebastián y San Nicolás Tolentino. Estas imágenes figuraron en exvotos y pinturas de muchas iglesias y parroquias. El miedo por estas calamidades propiciaba un aumento del espíritu religioso de las personas y una multiplicación de actos de piedad masivos. El caudal en donaciones testamentarias destinado a la Iglesia aumentó ante el temor de la muerte sorpresiva y del destino del alma del difunto, el infierno o el purgatorio. La filantropía y la labor hospitalaria también florecieron en estos momentos. En los hospitales se abrían salas especiales para los “apestados”, o bien se establecían lazaretos en las afueras de las ciudades. No obstante, los hospitales también originaron reacciones de rechazo a ser recluidos en ellos, como veremos más adelante.

En México también se presentaban estas manifestaciones de miedo y fervor religioso cuando acontecía una epidemia. El arribo de nuevas enfermedades infecciosas con la Conquista y la colonización provocó una de las mayores catástrofes demográficas del mundo, equivalente a la de la peste negra. La dramática caída de la población indígena en el primer siglo después de la Conquista fue a consecuencia de la viruela, el sarampión, la gripe, el matlazahuatl (tifo o peste) y el vómito prieto (fiebre amarilla). Ya con el establecimiento del sistema colonial, por el miedo a los contagios y por las exigencias del gobierno los indios huían de sus pueblos cuando acontecían epidemias y crisis agrícolas. Si bien la ley condonaba los impuestos de manera temporal, no dejó de haber abusos por parte de alcaldes que exigían a toda costa el pago de los tributos y otras obvenciones comunales. Las ciudades, donde estaban los hospitales y depósitos de granos, ofrecían una protección temporal. En las urbes se llevaron a cabo multitudinarias procesiones, misas y plegarias a la virgen de los Remedios, de Zapopan, de Guadalupe, de Izamal y a San Nicolás Tolentino. Fue muy importante la labor hospitalaria a cargo de órdenes religiosas y de la Iglesia, cuya misión se rigió bajo preceptos caritativos y cristianos hacia los más pobres y desvalidos.

La Ilustración tuvo una gran influencia en el tratamiento de las enfermedades infecciosas mediante políticas urbanas: limitar las multitudinarias manifestaciones religiosas y los entierros a las afueras de las ciudades, establecer lazaretos, limpiar el aire con azufre y vinagre. El impacto más importante fue la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna en 1804, primer ejemplo de una campaña global de inoculación. La empresa fue organizada y financiada por la Corona española y materializó los hallazgos del médico inglés Edward Jenner, quien en 1796 introdujo a un niño la linfa extraída de las vesículas del dedo de una ordeñadora. Así, se inoculó la viruela humana y la enfermedad no evolucionó. Este conjunto de reacciones sociales se mantuvo con mayor o menor grado en el transcurso del tiempo. La secularización y el avance del conocimiento científico y médico desde fines del siglo xviii dejaron en un segundo plano las explicaciones mágicas y religiosas cuando aparecían brotes epidémicos. La higiene personal, de las habitaciones y calles comenzó a cobrar mayor relieve.

La humanidad volvió a estar a prueba en 1833, cuando el cólera se propagó por el planeta. Esta enfermedad se diseminó rápidamente a través de las movilizaciones militares, los avances en los medios de transporte (barcos y ferrocarriles) y el incremento del comercio. En 1817, el cólera saldría de su hábitat natural, en el río Ganges. Entre 1832 y 1833, la vibrio cholerae se diseminó en Inglaterra y de ahí, por su carácter de nueva potencia económica, brincó el Atlántico. Nuestro país se contagió en el verano de 1833, pese a que se habían implementado cuarentenas y cercos en los puertos del norte y del golfo de México.

El agente etiológico de la enfermedad es una bacteria, vibrio cholerae, que se transmite vía fecal-oral, a través de agua contaminada con restos de excrementos y, en ocasiones, por la ingesta de alimentos contaminados. ¿Qué enseñanzas dejó el paso devastador de la pandemia en el mundo? La enfermedad generó un debate en torno a la eficacia de las cuarentenas para frenar los contagios, controversia persistente hasta nuestros días por su impacto en la economía. Las cuarentenas y los cordones sanitarios fueron medidas insuficientes para contener la vibrio cholerae. Los desechos fecales se arrojaban a las calles y los sistemas de agua potable de las ciudades estaban contaminados. Todas estas medidas de cierres y cuarentenas se enfrentaron a la oposición de comerciantes. Las presiones escalaron a tal nivel que las Juntas Sanitarias llegaron a reformar los reglamentos para acortar el tiempo de espera de mercancías sospechosas. Los galenos se enfocaron en llamar la atención hacia medidas preventivas, como el saneamiento urbano y el auxilio a los enfermos. Y, de manera similar a todo brote epidémico, se empezó a buscar un culpable. Debido a las deplorables condiciones sanitarias (falta de drenaje, agua potable y hacinamiento), los barrios más populosos de villas y ciudades reportaron un gran número de enfermos y muertos por cólera. Así, comenzaron a proliferar prejuicios contra los pobres, a quienes se debía aislar por considerarlos una fuente de peligro social. En 1849-1850, 1854-1856, 1865, 1884-1885, 1890-1891 y 1911, el cólera volvió a propagarse por el mundo.

A partir de la década de 1880, la humanidad cosechó una serie de triunfos espectaculares al conseguir aislar y estudiar los gérmenes de diversas enfermedades infecciosas. Otro gran logro fue el mejor control de las infecciones, ya fuera a través de drogas o al idear inyecciones de inmunización, al introducir nuevas prácticas sanitarias y alterar las antiguas formas de encuentro de los seres humanos con insectos, roedores u otros posibles huéspedes de la enfermedad en cuestión. Los descubrimientos de Snow, Koch y Pasteur con respecto al conocimiento de los microorganismos influyeron de manera determinante en el tratamiento de pandemias y epidemias.

Las enfermedades comenzaron a asociarse a aspectos económicos y sociales. El tifo era el padecimiento más relacionado con la pobreza y las guerras. Esta situación se vivió durante la Primera Guerra Mundial y la Revolución mexicana. El agente etiológico era una rickettsia y el medio de transmisión, el piojo del cuerpo humano y las pulgas de las ratas. La sustitución masiva de las prendas de lana por las de algodón a mediados del siglo xix en los países industrializados influyó en una reducción de la enfermedad. El algodón podía ser hervido y la ebullición exterminaba los piojos transportadores de la enfermedad. Así, se aprecia cómo ciertos pequeños progresos higiénicos, así como cambios en prácticas cotidianas y en el consumo de algunos productos influyeron positivamente en el control de los contagios.

El tifo también fue una enfermedad que se prestó a generar ideas de estigmatización y rechazo hacia pobres, presidiarios y vagos. Las campañas contra su erradicación tuvieron tintes muy estrictos: campañas enérgicas de baño obligatorio con sosa, limpieza con kerosenol, rapado de cabello y constante cambio de ropa. La estigmatización de conductas y comportamientos por parte de médicos y autoridades no deja de llamar la atención. Ciertos sectores sociales marginales fueron considerados como personas sin educación ni moral ni “cultura”, por lo que se requería de medidas enérgicas para bañarlos y “despiojarlos”. La política sanitaria para combatir estas epidemias tuvo tintes militares y de control social. En un entorno de guerra civil, como el padecido en México durante 1915, a los pobres, presidiarios y personas recluidas en los hospicios se les trasladó de manera forzosa a los hospitales. Varios enfermos se negaron a ser recluidos en los carros amarillos destinados a “tifosos”. La política generalizada de aislamiento y reclusión estuvo dirigida a sectores vulnerables: pobres, vagabundos, viejos y presos.

Hace más de cien años, la humanidad sufrió los estragos de la pandemia de influenza que recorrió pueblos, ciudades, países y continentes, y que tuvo como escenario la Primera Guerra Mundial. La llegada simultánea de este padecimiento a multitud de puertos alrededor del mundo provocó miedo, consternación y miles de muertos. La enfermedad ya era conocida en Europa y Asia, pero en 1918 se acumularon los decesos por la Gran Guerra con soldados muertos en trincheras y campamentos de Francia, pero no sólo por las balas, sino afectados notablemente por la influenza. La pandemia se originó en el Fuerte Riley, en Kansas, en marzo de 1918, cuando varios soldados comenzaron a registrar neumonías atípicas. La prensa estadounidense guardó hermetismo y fueron periódicos españoles los que empezaron a publicar noticias de la enfermedad, en plena Feria de San Isidro, en tanto los diarios de Estados Unidos culparon de su origen a las trincheras alemanas. El virus se diseminó con gran velocidad desde este país hacia Europa por vía marítima, pasando primero por Francia y después al resto del continente. En el otoño de 1918, la pandemia retornó a América con gran virulencia, y cobró la vida de mujeres y hombres jóvenes de entre 20 y 40 años. Se calcula que murieron alrededor de 40 millones de personas en el mundo a causa de la mal llamada “gripe española”.

El impacto de esta pandemia dejó varios testimonios en la prensa, fotografías de campamentos llenos de enfermos y famosas imágenes de personas con mascarillas. Hubo dudas y cuestionamientos sobre si se trataba de un nuevo virus, el cual fue descubierto hasta 1933 con el microscopio electrónico. Se pensaba que era la gripe estacional. Ante la incertidumbre y el fin de la guerra, Filadelfia no suspendió un gran desfile militar para conmemorar a las fuerzas aliadas, pese a la evidencia palpable de contagios en varias ciudades estadounidenses. Cabe decir que, después del evento masivo, los contagios no se detuvieron. En Estados Unidos murieron cerca de 600 mil personas. En nuestro país, los cierres con la frontera norte fueron parciales y la pandemia penetró por los estados fronterizos, lo cual se sumó a la de por sí crítica situación del país a consecuencia de la guerra civil y de las epidemias de tifo y viruela. El uso de mascarillas, las cuarentenas, la suspensión de espectáculos masivos y el envío de brigadas sanitarias con remedios paliativos fueron algunas de las medidas adoptadas para frenar los contagios. En México, es posible que hayan muerto cerca de 300 mil personas. El colofón fue que esta pandemia, pese a sus terribles estragos, fue olvidada por los historiadores. La improvisación, incertidumbre, miedo, rechazo, desconocimiento e incredulidad llegan a nuestros días con nuevas pandemias.

Para terminar con este texto, debemos considerar otra dimensión. Las acciones humanas están cambiando el hábitat de los animales silvestres mediante la caza, la captura y el tráfico de especies. Estos hechos implican contacto e intercambio de virus de otras especies con los humanos a través de secreciones respiratorias, heces, orina y sangre. Christine Johnson, investigadora del Instituto One Health de la Escuela Veterinaria de la Universidad de California Davis, advierte de la amenaza de nuevas pandemias de origen zoonótico, debido en gran medida a la destrucción de hábitats y a la pérdida de la biodiversidad. Vivimos un mundo más interconectado, pues en unas horas o días los virus pueden viajar en aviones y traspasar fronteras. Requerimos de una comunidad más amable con los ecosistemas y con los animales. En cuanto a las acciones de los gobiernos ricos y de los gobernantes, se necesita una mayor empatía con los más pobres y marginados, cuyas vulnerabilidades acumuladas padecen con crudeza el impacto de las pandemias. Es deseable que la covid deje una lección. Esta pandemia puso al descubierto las enormes desigualdades sociales y nuestra fragilidad a causa de políticas relativamente recientes, como el desmantelamiento de los servicios de salud pública.◊

 


 

Referencias bibliográficas

 

Camus, Albert, La peste, Barcelona, Edhasa, 2011.

Cueto, Marcos, Salud en emergencia. Historia de las batallas contra las epidemias y la COVID-19, Perú, Taurus, 2022.

Delumeau, Jean, El miedo en Occidente, México, Taurus, 2005.

 


 

* Es profesora-investigadora en el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social. Es licenciada en Etnohistoria por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y doctora en Historia por El Colegio de México. Es coautora de los libros de El Colegio de México: Los miedos en la historia, La historia se escribe caminando. Homenaje a Bernardo García Martínez y México, 1808-1821. Las ideas y los hombres. Ha publicado, entre otros libros, Guerra, tifo y cerco sanitario en la ciudad de México, 1911-1917 y El miedo a morir. Endemias, epidemias y pandemias en México. Análisis de larga duración.