Clima y preocupación ambiental en perspectiva histórica

¿Qué puede enseñarnos la historia del clima para comprender la crisis ambiental por la que atravesamos? Los autores del siguiente ensayo ven necesario incorporar la perspectiva histórica a la discusión que plantea tal pregunta a fin de entender la milenaria y compleja relación entre la naturaleza y la especie humana.

 

SERGIO EDUARDO CARRERA QUEZADA / LUIS ALBERTO ARRIOJA DÍAZ VIRUELL*

  

Lo primero que nos llega a la mente cuando pensamos en la naturaleza son imágenes en las que predomina una comunión entre animales y plantas, paisajes que nos parecen idílicos y que nos gustaría que permanecieran intactos. Imaginamos bosques con robles robustos, playas con arena blanca y aguas cristalinas, ríos caudalosos y cascadas profusas, sonidos de aves y primates propios de selvas tropicales, grupos de osos polares que transitan por glaciares, así como piaras de cebras que son perseguidas por manadas de felinos en las llanuras. Es de advertir que, en estas representaciones idealizadas, el ser humano casi no aparece y, cuando lo hace, se muestra como un simple espectador.

En las relaciones entre sociedad y naturaleza, existe un dilema con el primer componente, pues —en un instinto innato de supervivencia— el humano ha emprendido distintas prácticas para beneficiarse de los recursos o de los servicios que el segundo componente provee. Bajo esta idea de la apropiación, la naturaleza se concibe de forma ambivalente: por un lado, se entiende como una fuente de alimentos y materias primas para el desarrollo de los grupos humanos; por otro, se percibe como víctima del esquilmo y el saqueo de manera desmesurada, en especial por la sociedad industrial contemporánea: la sobrexplotación practicada por la especie humana en los últimos 150 años ha provocado que algunos recursos naturales estén al límite de su agotamiento e, incluso, de su extinción. Esto ha despertado la preocupación de la comunidad científica y ha encendido las alarmas en las entidades gubernamentales y en la sociedad en su conjunto.

Otra idea generalizada que existe sobre la naturaleza, que funge como el eje de nuestra reflexión, tiene que ver con ciertos fenómenos que se manifiestan en formas amenazantes o intimidantes para los grupos humanos. El agua, la tierra, el aire y el fuego son elementos básicos del entorno físico que posibilitan la vida en este planeta y que ejercen potentes efectos en las comunidades bióticas. Son las principales fuentes del flujo de la energía que producen eventos de carácter natural en los procesos y ciclos ecológicos. Sin embargo, estos fenómenos pueden llegar a ser extremos y a vulnerar las condiciones de vida de los individuos. Prueba de ello son las inundaciones, los temblores, los incendios, las erupciones volcánicas, los ciclones, los huracanes y otros sucesos que han acompañado la existencia humana desde hace milenios. A la luz de lo anterior, conviene preguntarnos si la naturaleza y sus fenómenos se han percibido siempre de la misma manera en la que lo hacemos hoy en día. ¿Qué puede enseñarnos la historia del clima para la comprensión de la crisis ambiental por la que hoy atravesamos?

En estas breves líneas enfocaremos nuestra atención en la evolución histórica del clima; las relaciones entre clima, naturaleza y sociedades, y los lazos entre las estructuras socioeconómicas y la configuración de los desastres. Conviene subrayar que el clima es un elemento que históricamente ha alterado el entorno físico y humano, con incidencia en la cubierta vegetal y en las comunidades animales, y con impacto en la supervivencia de los grupos humanos, debido a numerosos eventos extremos, como sequías, heladas, olas de calor, plagas, brotes epidémicos, epizootias, etcétera.

Los datos que transmiten los medios de comunicación a la sociedad se desprenden, en gran parte, de una plataforma donde las autoridades gubernamentales y las organizaciones ambientalistas debaten acerca del denominado cambio climático. No es casual que la mayoría de las publicaciones propaguen la idea de que el cambio climático por el que atraviesa el planeta es un problema reciente. Para las autoridades gubernamentales, esta situación tiene sus orígenes en los insuficientes marcos legales coadyuvantes en la preservación del entorno natural, así como en la inoperancia de ciertas disciplinas para revertir los daños ambientales. Desde las organizaciones civiles y ambientalistas, los trastornos que sufre la sociedad por incidencia de los fenómenos naturales se explican por las conductas depredadoras y extractivas, por el hecho de que no existan regulaciones efectivas que detengan la sobreexplotación y de que prevalezca la desnaturalización en el conocimiento científico. Sin embargo, entre la comunidad de científicos que estudian el fenómeno ambiental predomina el consenso de que gran parte del discurso que circula como información pública sobre las amenazas naturales tiene una mínima correlación entre el conocimiento histórico del clima y la problemática actual.

Desde hace varias décadas, los especialistas han afirmado que el clima es un elemento fundamental para comprender el medioambiente y la historia de la especie humana. Negar sus relaciones, como insisten algunos líderes políticos, significa darle valor a planteamientos que pretenden silenciar una historia de millones de años. En una entrevista con Le Nouvel Observateur, Emmanuel Le Roy Ladurie afirmó que cualquier comentario acerca del cambio climático debe estar fundamentado, de manera crítica, en la larga historia del clima y en sus estrechos vínculos con las sociedades.

Los estudios de las relaciones entre la historia humana y el clima han sido abordados para la Pequeña Edad del Hielo (peh), periodo comprendido entre los años 1300 y 1870 de nuestra era, durante el cual el planeta experimentó un conjunto de eventos meteorológicos, geológicos y sísmicos severos que condicionaron el comportamiento atmosférico y marcaron el devenir de la humanidad. Situaciones semejantes ocurrieron en el periodo 1880-2000, cuando se manifestaron inviernos crudos, veranos tórridos, sequías prolongadas, erupciones volcánicas, ciclones y huracanes, terremotos, tsunamis y olas de calor que causaron la muerte de millones de personas en todo el mundo. En este sentido, la historiografía especializada ha definido —en términos generales— la peh como un periodo glaciar en el cual la temperatura del planeta sufrió un descenso de entre 1.5 y 2 grados Celsius. Este cambio térmico global provocó el crecimiento de los glaciares, mientras que en otros espacios se experimentaron primaveras y veranos gélidos. No obstante, los estudios climatológicos e históricos más recientes han planteado que durante la peh también se presentaron oscilaciones y variaciones térmicas repentinas.

En la cronología climática se han podido reconocer tres oscilaciones en la etapa final de la peh. La primera se conoce como Mínimo de Maunder, la cual sucedió entre 1675 y 1715 aproximadamente. Ésta se caracterizó por el descenso drástico de temperaturas, la reducción de luminosidad solar, la prolongación de climas invernales, la pérdida de cosechas y afectaciones a la ganadería en Europa central y occidental, la presencia de corrientes eólicas en el Pacífico meridional y sequías prolongadas en el hemisferio norte de América.

A la segunda oscilación se le ha llamado Oscilación Dalton y se presentó entre 1790 y 1850; se distinguió por provocar sequías estivales, olas de calor y fríos recurrentes. Al igual que en el siglo xvii, durante ésta hubo una intensa actividad volcánica que liberó numerosos aerosoles hacia la atmósfera, lo cual causó la obstrucción de la luminosidad solar, la circulación de estratos nubosos y el flujo de las corrientes eólicas. Dentro del listado de los volcanes activos en los siglos xviii y xix sobresalen el Laki en Islandia y el Tambora en Indonesia, cuyas violentas erupciones sucedieron en 1783 y 1815, respectivamente.

La tercera oscilación climática data de mediados del siglo xix y se prolonga hasta la actualidad. Se ha distinguido por un clima templado posglacial en casi todo el planeta, variabilidad climática en la que es posible reconocer la influencia tanto de las actividades humanas como de factores atmosféricos. Entre los principales elementos antrópicos destaca el comienzo de las actividades industriales a gran escala, el aumento progresivo de la población mundial y la explotación masiva de recursos naturales y materias primas para satisfacer la demanda comercial de los países que se constituyeron en potencias mundiales. Con respecto a los elementos atmosféricos, la climatología plantea un proceso natural e intrínseco en los componentes químicos y físicos de la atmósfera, lo que al mismo tiempo ha provocado una mayor presencia de eventos climáticos extremos en los litorales y en los espacios continentales.

La historia del clima pone de relieve que el planeta ha experimentado distintos periodos con variaciones y oscilaciones térmicas a lo largo del tiempo, tanto por condiciones naturales como por la incidencia de las acciones humanas. Así, los fenómenos naturales del pasado constituyen un referente útil para reflexionar en torno a nuestras relaciones con la naturaleza y, de forma específica, para pensar de manera crítica el denominado cambio climático.

En la actualidad, somos conscientes de que nuestras acciones, tanto individuales como colectivas, tienen un impacto directo en el clima y en el medioambiente, muchas veces de manera negativa. Como señaló Donald Worster, nos encontramos en la “era de la ecología”, en la que los científicos y la sociedad han puesto sobre la mesa un conjunto de preocupaciones legítimas que cuestionan nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza. Esta concientización se ha dado gracias a los cambios en los paradigmas de la ciencia que han apuntalado el desarrollo de la ecología y las demás disciplinas científicas, entre las que se encuentran la climatología, la glaciología, la dendrocronología, la historia ambiental y la historia del clima. Dentro de estos campos del conocimiento se busca formular planteamientos que contribuyan a superar las dicotomías en las relaciones entre la sociedad y la naturaleza mediante el uso de conceptos y herramientas de análisis que abonen a una comprensión holística de los elementos que configuran el medioambiente como una totalidad.

El conocimiento sobre los fenómenos naturales en el pasado nos ha servido para diseñar políticas de prevención a fin de evitar catástrofes y reducir los procesos de vulnerabilidad. Al mismo tiempo, se ha llamado la atención sobre la urgente necesidad de proteger y conservar la biodiversidad de los ecosistemas. En ese sentido, la sociedad ya no puede percibirse ajena a los procesos ecosistémicos ni actuar de forma aislada. Es preciso trabajar de manera coordinada entre la comunidad científica, las entidades gubernamentales, los sectores industriales, los productores de alimentos, los colectivos y la sociedad civil en su conjunto, con el objeto de emprender prácticas basadas en el manejo sostenible de los recursos y servicios ambientales, con acciones sostenibles que conserven el medioambiente y coadyuven a superar las brechas de desigualdad económica entre los grupos más vulnerables.◊

 


 

Referencias bibliográficas

 

Gruhier, Fabian, “Del clima y de los hombres. Entrevista con Emmanuel Le Roy Ladurie”, Istor, núm. 27, invierno, 2006, pp. 141-146.

Worster, Donald, “La era de la ecología”, en Donald Worster, Transformaciones de la tierra, Guillermo Castro Herrera (trad.), Montevideo, Coscoroba Ediciones (Biblioteca Latinoamericana en Ecología Política), 2008, pp. 9-18.

 


 

* Luis Alberto Arrioja Díaz Viruell es profesor-investigador en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de Michoacán y, actualmente, presidente de dicha institución. Sus temas de investigación son la historia del clima, los desastres y el mundo rural en México entre los siglos xviii y xix. Su obra más reciente, como autor y coeditor, es el volumen 1 de Estudios sobre historia y clima: Argentina, Colombia, Chile, España, Guatemala, México y Venezuela (2021).

Sergio Eduardo Carrera Quezada es profesor-investigador en el Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México, donde coordina el Seminario de Historia Ambiental. Sus temas de investigación son la historia de la propiedad, el estudio del paisaje y el análisis ambiental en México entre los siglos xvi y xix. Su publicación más reciente es Sementeras de papel. La regularización de la propiedad agraria en la Huasteca serrana, 1550-1720, coeditado en 2018 por El Colegio de México y el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (ciesas).