Ciudad, medio ambiente y covid: contradicciones ontológicas

Con la pandemia de covid, el ser humano como sujeto-colectivo y la ciudad como espacio público de esa colectividad se vieron cuestionados ante el imperativo del sano confinamiento en estrechos espacios privados. Estas paradojas y su relación con el medio ambiente motivan aquí la reflexión de Sergio Puente.

 

SERGIO PUENTE*

 


 

No obstante el desarrollo científico y tecnológico que ha caracterizado los últimos dos siglos, la actual pandemia de covid puso en evidencia la alta vulnerabilidad a la que está expuesta la humanidad ante inusitados eventos bioquímicos cuya causalidad todavía es incierta. Si bien se conoce que el primer país en el que se manifestó el virus fue China, aún se desconoce con certeza su origen. Se especula que pudo haber sido por manipulación genética en un laboratorio de la ciudad de Wuhan o por venta de animales en uno de sus mercados. De haber sido lo primero, estaríamos en el campo de la incertidumbre y del riesgo, consustancial al desarrollo científico y tecnológico.

La elevada transmisibilidad y letalidad del virus sorprendió paulatinamente a todos los países, que comenzaron a reaccionar y a tomar medidas preventivas de diferentes maneras, aún insuficientes para controlar la pandemia después de transcurrido más de un año. Ante la ausencia de un tratamiento médico específico y, menos todavía en su inicio, del desarrollo de una vacuna eficaz, la medida más eficiente para reducir la velocidad de su transmisión, si no la única, y que sigue siendo vigente, fue, paradójicamente, guardar una sana distancia y quedarse en casa, lo que potencialmente niega la razón de ser de la ciudad, espacio en donde se ha registrado el mayor número de casos de covid, en función de su concentración y densidad. El confinamiento se ha impuesto de manera diferenciada, y en ocasiones reiterada, por los países que lo han adoptado, de acuerdo con la intensidad de la pandemia, la percepción del riesgo de cada gobierno y las implicaciones socioeconómicas que podrían presentarse.

Cabe destacar que los adelantos científicos y tecnológicos aludidos fueron un factor decisivo en el desarrollo de la economía global igualmente registrado, que a su vez implicó un equiparable desarrollo urbano del planeta. Este último fue de tal magnitud que actualmente la mayor parte de la población mundial es urbana, vive en ciudades, en diferentes rangos de magnitud. De manera interdependiente, estos procesos tuvieron como condición la relativización de la dimensión (barrera) espacio-temporal de la interacción humana, expresada y cristalizada en el locus “ciudad”, cuya principal característica ontológica es estar juntos, hacer sinergias. Precisamente, lo contrario de lo propuesto como principal medida preventiva de la transmisión del virus.

Es importante precisar que la dimensión espacio-tiempo es una condición ontológica del ser, de su reproducción, en todos los estratos categoriales del mundo real (materia inerte, vida orgánica, vida psíquica y vida histórico-colectiva) (Hartmann, 1986). Tal como pertinentemente lo precisa Heidegger:

Ni el espacio es en el sujeto, ni el mundo es en el espacio. El espacio es, antes bien, “en” el mundo, en tanto que el “ser en el mundo”, constitutivo del “ser ahí”, ha abierto un espacio. El espacio no se encuentra en el sujeto, ni éste contempla el mundo “como si” fuese en un espacio, sino que el “sujeto” ontológicamente bien comprendido, el “ser ahí”, es espacial. Y por ser el “ser ahí” espacial del modo descrito, es por lo que se manifiesta el espacio como un a priori. (Heidegger, 2018: 127)

En consonancia con lo planteado por Heidegger, consideramos que el “ser ahí” del sujeto en el tiempo y en el espacio constituye el sujeto colectivo, cuyo “ser ahí” se condensa histórica y espacialmente en el “ser ahí colectivo-ciudad”, que lo obliga a constituirse bajo el principio de la armonía y respeto a la alteridad: ideológica, cultural, étnica, económica, etc., como “sujeto colectivo-ciudadano”, cuyo referente de identidad y cohesión es precisamente el espacio público, esencia ontológica de la ciudad y de la construcción de ciudadanía: todos iguales, pero en total respeto a las diferencias.

Por ello, la invasión y apropiación del espacio público, su privatización y monopolización de facto, constituye la negación misma del concepto de ciudad como expresión de ser un espacio de nadie y no un espacio de todos. Sin embargo, paradójicamente la lógica del sistema económico vigente, que norma la reproducción social y producción del espacio, produce polarizaciones sociales y espaciales que obligan a ciertos sectores de la población, por falta de recursos, a invadir y apropiarse del espacio público para garantizar su supervivencia, realizando actividades propias de la economía informal, mismas que contradicen el derecho de acceso y disfrute al espacio público, convirtiéndose en ocasiones en un espacio de riesgo e inseguridad, propicio a la delincuencia, y, en la actual coyuntura, paradójicamente, en un espacio de riesgo de la transmisión del virus. Ambas situaciones potencialmente niegan la razón de ser de la ciudad: el estar juntos, el construir el “sujeto colectivo-ciudadano”, la ciudadanía.

Si bien la planeación y la política urbanas tienen como principal objetivo evitar estas contradicciones sociales, las inconsistencias conceptuales de los planes de desarrollo urbano (del diseño, eficiente e incluyente, de usos del suelo de la estructura urbana), su deficiente implementación o la discrecionalidad y opacidad de la gestión urbana lo impiden.

La sinergia social, ontológica, condición obligada de convergencia espacio-temporal, de los procesos señalados tiene su expresión en diferentes escalas espaciales propias de las actividades de la reproducción social: productivas, comerciales, educativas, culturales, recreativas, de gobierno, ideológicas, etc. Es la razón de ser de la ciudad: convergencia socio-espacial sedimentada en la dimensión temporal (histórica) de estos procesos y condensación espacial de la memoria del ser, de su identidad y capital cultural. La unidad espacial más significativa podría ser la fábrica: unidad productiva de concurrencia espacio-temporal de los factores de la producción (mano de obra, materias primas, energía, etc.), propios de los ciclos de reproducción económica, principalmente del sector industrial. Precisamente, el desarrollo económico aludido tuvo como condición esta convergencia de factores y uno de los más importantes fue, sin duda, la demanda de la fuerza de trabajo requerida, que implicó una acelerada dinámica demográfica de migración, campo-ciudad, intranacional e internacional, aún vigente.

Como he señalado anteriormente, desde un análisis ontológico, podríamos hipostasiar, sin ser reduccionistas, que todo el desarrollo científico y tecnológico registrado ha estado orientado a relativizar la barrera tiempo-espacio. Y ello ha sido factible principalmente por el desarrollo tecnológico del transporte, en sus diferentes modalidades, que ha permitido intensificar y generalizar la movilidad de personas, bienes y servicios en todo el mundo. Cabe precisar que existe una dinámica espacial inversa en los diferentes momentos del ciclo económico (producción, distribución, intercambio y consumo). Si bien el momento de producción de mercancías requiere la convergencia de factores en el espacio en diferentes escalas (región, ciudad, fábrica), el momento del consumo (indispensable para la conclusión y renovación del ciclo productivo), por lo contrario, antitética y centrífugamente exige relativizarlo, ampliarlo en el ámbito mundial, a través del intercambio comercial global, propio de la generación de un mayor número de mercados. Y, paradójicamente, son las condiciones estructurales de la actual economía global, resultante del imperativo de la optimización de la tasa de ganancia, las que, sin negar su determinismo espacial, en el momento de producción se fragmentan espacialmente en el ámbito planetario en la figura de la división internacional del trabajo, normada por la especialización y las ventajas comparativas de los diferentes países, pero siempre concretándose en las unidades espaciales de referencia (ciudad-fábrica) de los países seleccionados para invertir. Esto en mucho explica la formación de tratados de libre comercio.

Paradójicamente, la condición ontológica de minimizar la barrera tiempo-espacio cristalizada en la ciudad se ve cuestionada por el imperativo económico que actualmente norma la lógica de la producción social del espacio urbano, de la ciudad, de maximización de la tasa de ganancia y de atribución de valor al espacio, expresado en la formación de la renta del suelo (absoluta, diferencial, etc.), propia de las diferentes funciones de la estructura urbana. Las disfuncionalidades socio-espaciales que genera el valor diferencial del suelo, normado principalmente por un gradiente centro-periferia, potencialmente y de facto contradicen la condición ontológica de la ciudad (de proximidad y no-movilidad). Estas disfuncionalidades cristalizan en el espacio las enormes desigualdades socioeconómicas que imposibilitan la proximidad y accesibilidad de la población de bajos ingresos a centros urbanos, de equipamientos y servicios: de educación, salud, culturales, etc. Y se expresan en el excesivo tiempo invertido en obligados desplazamientos para satisfacer las necesidades de reproducción de la población, principalmente de residencia-trabajo, que en ocasiones implican más de dos horas diarias (y que podrían destinarse a otro tipo de actividades) no obstante las diferentes modalidades de transporte colectivo: metro, metrobús, vialidades preferenciales, etc., para compensar las opciones tradicionales de autobuses, microbuses y automóviles. En la actual coyuntura de la pandemia, ante la imposibilidad de ciertos sectores de la población de quedarse en casa, viéndose obligados a salir para garantizar su reproducción cotidiana, por pertenecer al aproximadamente 50% de la población que trabaja en la economía informal y se encuentra en umbrales de pobreza, el transporte público se convierte en una importante fuente de transmisión del virus.

La contradicción de la condición ontológica de proximidad, de no-movilidad, propia de la ciudad, que implica el transporte, tiene externalidades ambientales negativas concomitantes, expresadas en la contaminación atmosférica que genera, con graves consecuencias diferenciales en el deterioro de la salud de la población. Precisemos: si bien la actividad industrial constituye una fuente importante de contaminación ambiental, son principalmente las fuentes móviles (automóviles y autobuses) las generadoras de los gases de efecto invernadero. En ocasiones, los niveles son de tal magnitud que la única medida eficiente para reducirlos es la prohibición temporal de circulación de los vehículos contaminantes, la política del programa “hoy no circula”, con todas las implicaciones y afectaciones que tiene en los procesos de reproducción social, producto precisamente de la ausencia de una eficiente política de desarrollo urbano, normada por un principio de proximidad y accesibilidad (espacio-temporal) a todos los satisfactores propios a la reproducción social, en coherencia con las premisas ontológicas de la ciudad.

Relevante es el determinismo de la dimensión espacio-temporal aun en el ámbito de la gestión integral de riesgo de desastres, cuyo principal supuesto es que los desastres no son naturales sino socialmente construidos, ya que no existe riesgo de desastres, sino que hay una exposición (espacio-temporal) a una amenaza (natural o antrópica). Si este supuesto angular es consistente, paradójicamente el mayor riesgo al que está expuesta la población urbana sería a la inseguridad y violencia del espacio público, cuando la ciudad no cumple su función de cohesión social, y no necesariamente a otro tipo de amenaza, sea natural (sismos, inundaciones, etc.) o antrópica (contaminación, incendios, etc.).

La condición ontológica tiempo-espacio es igualmente aplicable a otras dimensiones. En la medicina, cuyo principal objetivo es el bienestar del ser, finalmente se expresa y sintetiza en la temporalidad del indicador demográfico de esperanza de vida, en su prolongación; prueba de ello es el hecho de que en los dos últimos siglos ésta casi se ha duplicado, de manera diferente y progresiva.

En la actualidad, la relativización científica y tecnológica de la barrera tiempo-espacio encuentra su versión más acabada en la cibernética, en el incremento de la velocidad de la transmisión de la información, en el desarrollo de la industria digital, del internet y de la telefonía celular: potencialmente, podemos estar en todas partes en el mismo momento. Sus implicaciones son preocupantes porque en ocasiones se niega la comunicación de proximidad física con el otro, lo que da como resultado una involución y alineación del sujeto, con probables implicaciones autísticas, tal como irónica y elocuentemente lo planteó Virilio cuando le preguntaron:

— ¿Por qué dice que el culto a la velocidad conduce a la inercia y al encierro?

— Porque es el fin de la geografía. Después de miles de años de sedentarismo, la identidad le deja el lugar a la trazabilidad, a eso que llamo la trayectografía; debido a la cibernética, a los celulares, estamos en casa en todas partes y en ninguna parte. Esto nos lleva a una crisis de reduccionismo, de un mundo muy pequeño, con el riesgo de un encarcelamiento psicológico. El mundo se convierte en una ciudad y la ciudad en un barrio. Ésta es la razón por la cual se ha creado un sexto continente, el espacio cibernético que uno encuentra en las pantallas y en las redes. Para mí, constituye una señal de pánico.  Funciona como una colonia virtual, una vida de sustitución. (Virilio, 2011: 47; traducción mía)

Finalmente, y con base en lo anteriormente expuesto, cabe precisar que, durante la pandemia, la industria de la comunicación e información ha permitido parcialmente hacer efectiva la consigna preventiva de quedarse en casa y de guardar la sana distancia, realizando actividades laborales y educativas desde la casa e impidiendo paralizar la actividad de ciertos sectores económicos y la transmisión del virus. Sin embargo, como lo hemos precisado, no deja de negar la condición ontológica propia de la ciudad, del “ser ahí colectivo”, del estar juntos, cuya necesidad se expresa en el reclamo social de salir de casa, de estar con el otro. Esperemos que la actual coyuntura nos deje enseñanzas y nos haga tomar conciencia de que somos un sujeto colectivo, de que la ciudad es nuestra casa, y que repensemos el mundo en el que vivimos, más armónico con la naturaleza, de la cual dependemos y en el que, ontológicamente, somos una especie más, muy vulnerable, como lo ha puesto en evidencia la pandemia de covid.◊

 


Bibliografía

 

Hartmann. N., Ontología, México, Fondo de Cultura Económica, 1986.

Heidegger M., El ser y el tiempo, México, Fondo de Cultura Económica, 2018.

Virilio P., Sciences et Avenir, núm. 767, 2011.

 


* Es profesor-investigador del Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales en El Colegio de México. Es doctor en Organización del territorio y análisis regional por la Universidad de París I, Sorbona, y por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París. Sus líneas de investigación son: gestión integral de riesgos de desastres y vulnerabilidad urbana, planeación y política urbanas, y medio ambiente y calidad de vida.