China y la covid

Como en los tiempos triunfales del maoísmo, la funcionalidad y eficiencia del régimen chino se probaron como exitosas frente a la pandemia, pues lograron su rápido control, pero también el de su población y su territorio, incluida la excolonia británica Hong Kong.

 

MARUSIA MUSACCHIO*

 


 

Para el Partido Comunista Chino (PCCh), el SARS-CoV-2, más que un virus devastador, fue una inyección de esteroides. El inicio de la pandemia en Wuhan mostró el lado vulnerable de un régimen que necesita legitimarse ante su población por medio del ejercicio eficaz del poder. Sin embargo, el liderazgo chino aprendió rápidamente de los errores de Wuhan y los transformó en nuevas formas de control sobre la sociedad. La oleada de medidas impulsadas desde Beijing no solamente salvó vidas, sino que también instauró un nuevo tejido de supervisión estatal que echó mano de las redes civiles y las empresas privadas —particularmente las grandes plataformas tecnológicas— para controlar cada movimiento de la población. A cambio de esto, Xi Jinping ofreció un régimen altamente funcional y eficiente.

La estrategia china también tuvo efectos en el ajedrez mundial. Ante la esclerosis estadounidense y la sinrazón de las políticas sanitarias de Donald Trump, la política sanitaria en China se dictó como si se tratara de una estrategia militar. Quizá aún más importante para los intereses chinos fue que Xi Jinping utilizó la pandemia para desactivar el conflicto político de Hong Kong y proyectarse como un polo de poder indiscutible en el plano internacional. Control, eficacia y eficiencia fueron los estandartes utilizados por Xi.

Los resultados fueron apabullantes. Se calcula que las políticas chinas salvaron a 3 millones de personas de fallecer en la pandemia y permitieron que 1 300 millones de chinos continuaran sin mayores restricciones su vida, mientras el resto del planeta vivía los horrores de la covid. Así, Beijing es hoy el amo supremo de lo que sucede en el territorio chino y parece ya ser un adversario formidable para Washington. Pero, como a continuación veremos, estas victorias recrudecieron los lados más autoritarios del sistema y asfixiaron cualquier resquicio de disenso. El precio del triunfo fue la sumisión social.

 

La lucha contra la covid

 

En mayo de 2020, durante el Congreso Nacional del Pueblo, el presidente Xi Jinping declaró la victoria china sobre el coronavirus. La ocasión era simbólica: Xi no les estaba hablando simplemente a los miembros del Partido Comunista, sino que le anunciaba a la nación completa el éxito de sus políticas. Lo curioso es que apenas cuatro meses antes, debido al mal manejo de la pandemia en Wuhan, China vivió la peor crisis política desde las protestas de Tiananmen de 1989. ¿Cómo fue que Xi pudo cambiar la narrativa de un posible fracaso a la de una total victoria?

La respuesta se encuentra en la capacidad del Partido de desarrollar anticuerpos ante los tropiezos de las primeras semanas. La estrategia de Beijing tomó la forma de una campaña militar más que de una maniobra política. Todo inició a finales de diciembre de 2019 cuando se reportaron los primeros casos de covid en la ciudad de Wuhan, la capital de la provincia de Hubei. El inicio de la pandemia coincidió con las vacaciones de Año Nuevo chino y con la reunión estatal y local del Partido Comunista Chino. El alcalde de Wuhan, Zhou Xianwang, estaba al tanto de que en varios hospitales de la ciudad había enfermos de una neumonía atípica. Zhou decidió no hacer pública la amenaza para que la noticia no interfiriera con la reunión local del PCCh. Esta omisión fue la encargada de que cada enfermo, en promedio, le transmitiera el virus a 3.8 personas más. Con las estaciones de trenes y los aeropuertos llenos por el Año Nuevo y un número reproductivo tan alto, el virus comenzó a esparcirse con una velocidad aterradora.

Fue en estas semanas cuando el Partido dejó de tener una narrativa monolítica de lo que estaba sucediendo. Blogueros, periodistas y, sobre todo, el oftalmólogo Li Wenliang rompieron el velo de silencio para hacer público el peligro que asechaba a esta urbe de 8.4 millones de personas. En tan sólo diez días, del 25 de enero al 5 de febrero, los hospitales se saturaron y el número de muertos pasó de 34 a 565. La tragedia adquirió una cara humana el 6 de enero, cuando Li Wenliang, el primero en divulgar el peligro del coronavirus en un chat con sus colegas, falleció víctima de la covid. Una vez más, las autoridades trataron de ocultar la muerte de Li. Dieron a conocer la noticia un día y medio después, a las 3 de la mañana, mientras el país dormía.

La estrategia, sin embargo, no dio resultado. En apenas un par de horas, el hashtag #LiWenliangMuere tuvo más de 650 millones de visitas y la furia de la población era latente en los mensajes que pedían libertad de prensa y que acusaban al gobierno de encubrir lo que ya para entonces era una epidemia rabiosa. Lo inimaginable se le presentó a los dirigentes en Beijing: si no frenaban la epidemia, su liderazgo iba a perecer con ella.

Ante la magnitud de la tragedia, el régimen desplegó una avalancha de medidas. Se creó un cordón sanitario en Wuhan, donde 10 millones de personas quedaron encerradas. En el resto del país, 700 millones de chinos eran confinados a sus casas. Además, se cerraron todas las industrias no indispensables, al tiempo que se aumentó la producción de suministros médicos. Llegaron recursos a Wuhan: médicos del ejército, mascarillas, respiradores, cubrebocas y, en un lapso de 10 días, se construyeron dos hospitales. La tecnocracia china se movilizó para utilizar el poder de las paraestatales y echar mano de las reservas millonarias del tesoro. La medicina dio resultado: para ese momento, una persona, en promedio, sólo era capaz de contagiar a 1.26 seres humanos más.

A la par, los gigantes tecnológicos Tencent, dueños de WeChat y Alibaba, desarrollaron una aplicación, Código de Salud, para seguir el movimiento de todos los ciudadanos y evaluar el riesgo de cada chino de entrar en contacto con algún portador del virus. Incluso se reactivó una de las estructuras de control más draconianas del maoísmo: los sistemas de vigilancia vecinales. Sin embargo, como desde los años noventa el sector inmobiliario había sido privatizado, el Partido tuvo que emitir una directriz, el 28 de enero, para que las redes de condóminos se coordinaran con las autoridades a fin de medir la temperatura y supervisar la entrada y salida de los residentes de cada edificio. Con la ayuda de las empresas privadas y de estas redes cívicas, el Estado regresó, pues, al ámbito de la vida privada de los chinos. El resultado fue la contención del virus: la siguiente batalla fue el control sobre el relato de la tragedia.

Para recuperar el monopolio de la narrativa, desaparecieron algunos periodistas, se cerró el yugo en las redes sociales y los medios tradicionales comenzaron a repetir el mensaje que Xi Jinping dijera el 23 de febrero, durante una conferencia telefónica para los miembros del Partido y el ejército: “La eficacia del trabajo para controlar y prevenir (la pandemia) ha demostrado, una vez más, la ventaja del liderazgo del Partido Comunista Chino y del socialismo con características chinas”.

La batalla en contra de la covid nunca fue un asunto exclusivamente de política sanitaria. El adn del Partido Comunista siempre se sostuvo con un cálculo político más intrincado donde cualquier problema era una oportunidad para adquirir mayor control sobre las distintas esferas públicas y demostrar la superioridad del sistema chino sobre otras formas de gobierno. En este caso, sin embargo, los tentáculos del Partido entraron hasta la esfera privada.

 

Hong Kong y la covid

 

En 1997, Gran Bretaña le cedió la soberanía de Hong Kong a China. Todo suponía que bajo el esquema de “un país, dos sistemas”, la excolonia británica mantendría su economía y estructura administrativa durante 50 años. Pero ésas sólo fueron intenciones loables; el ascenso de Xi Jinping, en 2012, cambió el futuro de Hong Kong. Desde su llegada, su gobierno intentó en múltiples ocasiones acallar el disenso y cambiar el sistema de elección para representantes del Legislativo de la isla. El reto más complejo se dio en marzo de 2019, cuando la jefa del Ejecutivo de Hong Kong, Carrie Lam, presentó una iniciativa de ley que le daba al gobierno chino la prerrogativa de arrestar y extraditar a China a cualquier persona buscada por el régimen de Beijing, incluidos nacionales de terceros países que estuvieran de paso por el aeropuerto de Hong Kong. Ante la amenaza que esto podía significar para el estatus de centro financiero de la isla, amplios sectores de la sociedad hongkonesa se movilizaron para echar abajo la nueva ley.

La fuerza del movimiento fue tal que, el 16 de junio, el gobierno tuvo que recular y suspender temporalmente la discusión sobre el cambio a la ley. Sin embargo, el gesto del Ejecutivo no encontró eco en una sociedad que había presenciado cómo la policía golpeaba a los manifestantes y les disparaba gases lacrimógenos. Los manifestantes publicaron un pliego petitorio que iba más allá del tibio ofrecimiento de Lam: (1) la eliminación permanente de la ley de extradición de la agenda legislativa, (2) la retractación por parte del Ejecutivo de caracterizar la movilización como “disturbios”, (3) la liberación y la exoneración de los manifestantes arrestados, (4) el establecimiento de una comisión independiente que indagara el comportamiento de las fuerzas policiacas y (5) la renuncia de Carrie Lam.

El gobierno accedió en septiembre únicamente al primer punto. La reacción no se hizo esperar. El descontento popular y los disturbios empeoraron. Dos personas fallecieron. Las universidades, más que casas de estudio, se convirtieron en campos de batalla. El conflicto se trasladó a las urnas en noviembre, cuando la coalición prodemocrática arrasó en las elecciones locales. De las 452 curules en disputa, la coalición ganó 388, es decir, triplicó su bancada respecto a la elección anterior, en la que tuvo 128 asientos. Después de un año de lucha, el año 2019 terminó en una victoria indiscutible para las fuerzas democráticas de la isla. No obstante, del otro lado de la frontera, la covid estaba por quitarle el oxígeno a la protesta social.

En enero de 2020, aparecieron los primeros casos de covid en la excolonia británica y, un mes después, los organizadores de las manifestaciones se vieron obligados a suspender sus actividades ante la primera oleada de contagios. En Beijing, un Xi Jinping engrandecido por el éxito de su estrategia contra la pandemia aprovechó el impasse provocado por la cuarentena para promulgar, en mayo, la Ley de Seguridad para Hong Kong. Este documento le daba al gobierno chino carta blanca para monitorear, perseguir y enjuiciar a cualquier persona. Palabras y términos como secesión, subversión, terrorismo y colusión con poderes extranjeros encapsulaban cualquier pretexto para irse en contra de las fuerzas opositoras.

Con la protesta social minimizada por la pandemia y el marco legal para castigar a sus contrincantes, el 1º de julio Carrie Lam utilizó por primera vez la Ley de Seguridad para arrestar a diez personas. Con ello, Beijing afianzó su poder sobre la isla. Este nuevo poderío encontraría su postal más simbólica seis meses después, durante la cascada de arrestos que se llevó a cabo el 6 de enero de 2021. Ese día, 54 activistas fueron detenidos de forma ordenada por la policía local, acusados de subversión. Las imágenes documentan a las fuerzas policiacas y a los líderes del movimiento prodemocrático con sus cubrebocas, lo que sugería que el verdadero culpable del desmantelamiento de la protesta no fue otro más que la covid.

En una ironía histórica, ese mismo día, del otro lado del Pacífico, se vivía justamente lo contrario. En Washington, la horda de seguidores de Donald Trump se aglutinaba sin cubrebocas para atacar el Capitolio y a las fuerzas de seguridad que lo defendían. Como si se tratara de una puerta giratoria, Estados Unidos se hundía en el caos del año anterior, mientras que China tenía la capacidad no sólo de imponer el control absoluto sobre sus fronteras, sino también sobre el territorio de Hong Kong. En tan sólo 24 horas, quedó claro cuál era el poder en declive y cuál el que mostraba franco asenso.

 

Conclusiones

 

La pandemia que inició en Wuhan en diciembre de 2019 aceleró y expandió el poderío del régimen chino. En el plano interno, el gobierno de Beijing se apoyó en las empresas privadas y las redes cívicas para examinar los movimientos de los ciudadanos chinos y poder anticipar en dónde podría surgir una nueva ola de contagios. Esta infraestructura no ha sido desmantelada, bajo el pretexto de que servirá para prevenir otras pandemias. Eso, no obstante, no será el único uso que se le dé a un sistema tan granular de monitoreo.

En el plano internacional, Xi Jinping aprovechó la crisis de salud pública para reforzar su control sobre Hong Kong y sus habitantes. Gracias a la cuarentena, pudo aplicar la Ley de Seguridad Interna y sofocar cualquier disenso. En ambos casos, tanto en las lecciones de Wuhan como en el control de la protesta de Hong Kong, todo parece indicar que el gobierno chino considera que la eficacia gubernamental es mejor que la libertad. Ahora queda por verse si, en la próxima crisis, la ciudadanía piensa igual.◊

 


 

* Es licenciada en Relaciones Internacionales por El Colegio de México y maestra en Estudios del Este Asiático por la Universidad de Harvard. Vivió ocho años en China, donde abrió una casa editorial. Colabora con frecuencia con entrevistas y artículos de análisis sobre China en medios informativos como Aristegui Noticias, cnn, Reforma, TV Azteca y Radio Centro, y en revistas como la Revista de la Universidad y Nexos.