Celebremos el teatro en México

 

GUSTAVO H. LIZARRAGA MAQUEO*

 


 

Historia mínima del teatro en México.
Eduardo Contreras Soto.
Ciudad de México,
El Colegio de México, 2021,
236 pp.

 

 

 

 

 

Clasicismo. Sólo hay originalidad verdadera cuando se está dentro de una tradición.
Todo lo que no es tradición es plagio.
Eugenio d’Ors (“Primeros lemas”, XVII, Gnómica, 1941)

 

Eduardo Contreras Soto realiza una labor necesaria y sorprende gratamente al presentar El teatro en México dentro la colección “Historias Mínimas” de El Colegio de México. El libro, bien documentado, escrito con una prosa ágil y con una pasión por su objeto de estudio que se transmite a lo largo de sus 236 páginas, cuenta la historia del teatro en nuestro país desde la época colonial hasta el siglo xx y alcanza a rozar, de manera suave e inteligente, los primeros años del siglo xxi.

Una de las preguntas que guían el trabajo de Contreras Soto es: ¿a qué tradición pertenece el teatro en México? Ciertamente, somos herederos del Siglo de Oro español, pero venimos también de las diversas culturas indígenas. Nuestro legado peninsular está más a la luz; el otro, más a la sombra; somos ese juego de luz y sombra que existe tanto en la historia de México como en la del teatro. Dentro de esa sombra de sombras, las más visibles son las del teatro náhuatl y del maya, aunque hay otras culturas que están más en la penumbra y que por momentos se asoman a la luz.

Contreras Soto toma el resplandor del Siglo de Oro español y juega a entrar en conflicto con la estructura dramática propuesta por Lope, que es de tres actos (Dios Padre, Dios Hijo y Espíritu Santo). Así, el autor presenta su Historia mínima del teatro en México en cinco actos (cuatro puntos cardinales y el centro, o los cuatro elementos—tierra, agua, aire, fuego— y un ombligo, más acorde con las culturas indígenas). Añade, además, un pórtico y una loa, y juega con estos elementos, agregándoles los personajes de su estudio, a saber: la historia de los actores, de las compañías teatrales y de la actuación. Complementan el reparto los dramaturgos, los directores (o actores principales) y sus obras, así como la evolución de los espacios teatrales y la escenografía. Este dramatis personae recorre los cinco actos de la historia mínima y le otorga una visión panorámica. En el pórtico (a modo de programa de mano de la obra que presenciaremos) nos indica el rumbo que toma su libro y en la loa plantea las dificultades que enfrentó a lo largo de su estudio.

Contreras Soto abre el acto primero con un tratamiento del teatro colonial y de la evangelización llevada a cabo por los franciscanos, que utilizaron la lengua náhuatl para su propósito. Se aborda, asimismo, otra práctica del teatro, ésta por parte de la orden de los jesuitas, quienes se dedicaron a la educación de los peninsulares, los criollos y los mestizos de clases altas, a los cuales adoctrinaron para el mando mediante el uso del latín. En este apartado, el autor hace la distinción entre los ámbitos religiosos y profanos; habla del uso de la capilla abierta y de los corrales1 venidos desde la España peninsular a la Nueva España. También explica de manera excelente los modelos dramáticos renacentistas y el surgimiento de la pastorela endiablada, génesis de la pastorela actual.

En el acto segundo, el autor profundiza sobre el Siglo de Oro en su manifestación novohispana. Aunque la distinción entre los ámbitos religioso y profano parece forzada, resulta útil para entender la vida del teatro en la Colonia: lo cierto es que la Iglesia pretendía controlar la vida en todos sus aspectos. Se estudia en este apartado la presencia del corral y del teatro en la corte, así como del tránsito al coliseo. Un dato curioso es que se pagaban los boletos en dos partes: una destinada a los hospitales y otra, a los actores, debido a la asociación de conveniencia mutua entre compañías de teatro y hospitales administrados por órdenes religiosas que protegían las representaciones a cambio de un fondo para la salud. ¿Surgiría de ahí la asociación del moderno Instituto Mexicano del Seguro Social (imss) con los teatros? Quizá haya un poco del juego de luz y sombra sobre la teatralidad novohispana.

En el acto tercero se tratan las transformaciones habidas al término del Virreinato, con el final de la dinastía de los Habsburgo y el inicio de la de los Borbones, una sucesión que llevó consigo toda una serie de cambios políticos en Europa y las Américas, y que tendría una influencia decisiva en los movimientos de independencia. Contreras Soto analiza la continuidad de la profesión teatral, la incorporación de criollos y mestizos en sus filas, el desarrollo del coliseo y la influencia neoclásica en el modelo del Siglo de Oro. Por otro lado, el autor dedica el acto cuarto al tránsito del neoclásico al romanticismo, y de éste al realismo. Más puntualmente, aborda el periodo de la Guerra de Independencia y los cambios que conllevó en la concepción del actor, las compañías, las temporadas e, incluso, en los edificios, escenografías e iluminación. Aunque, en sentido estricto, el realismo es la culminación natural del romanticismo, da la impresión de que éste se extendió todavía más en el México independiente, quizá porque tiene una incidencia en la concepción de la nacionalidad, aunque la población indígena haya participado en mayor medida en los eventos de corte patronal, como las fiestas de las iglesias. Resulta curioso que, a pesar de encontrarnos en pleno México independiente, haya aumentado muy poco la participación de los actores mestizos, criollos y originarios en las compañías de teatro profesional.

Finalmente, el acto quinto abarca el periodo que se extiende desde el realismo hasta las formas escénicas modernas. En sentido estricto, el realismo llega a su culminación en la obra de Rodolfo Usigli, gran promotor de la dramaturgia nacional. En este acto se aborda, a su vez, la distinción entre el teatro comercial, el institucional, el regional y el independiente; la evolución del espacio escénico y los nuevos modelos dramáticos; el surgimiento del director, el escenógrafo y otras especialidades que aparecen en los siglos xx y xxi, y la profesionalización del teatro, junto con el surgimiento de las escuelas de arte teatral. La selección de dramaturgos, directores, actores y escenógrafos tratados es muy completa, aunque, como en todo trabajo de esta índole, puede ser perfectible.

A manera de epílogo, Contreras Soto examina el teatro de los primeros años del siglo xxi, y en su último apartado se tratan cuestiones sobre los avances tecnológicos y el lugar al que éstos pueden llevar al teatro. En nuestros días, en medio de una pandemia de escalas inusitadas, el teatro debe responder una serie de preguntas esenciales. ¿Cómo generar públicos? ¿Cómo financiar el teatro del siglo xxi? ¿Cómo estimular una conciencia de nuestra mexicanidad con el teatro o los teatros en México? Tal vez las respuestas estén relacionadas con las posibilidades que los teatros pueden ofrecer, aquello que los distingue de otras formas de entretenimiento dramático. Sin duda, el libro de Contreras Soto ayuda a esclarecer las especificidades de los teatros en México.

Seguramente la aparición del libro de Eduardo Contreras Soto es motivo de celebración, no sólo porque enriquece la colección “Historias Mínimas” de El Colegio de México, sino también porque la honra al realizar una loable introducción a la historia del teatro en México.◊

 


* Es profesor de la Escuela Nacional de Arte Teatral y de la licenciatura en Creación Literaria, área de Dramaturgia, en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Es director y dramaturgo.

 


1 En los siglos xvi y xvii se llamó corral, o corral de comedias, a un modelo de teatro fijo instalado a cielo abierto en los patios interiores que separaban los edificios vecinos en las principales ciudades españolas y de la América colonial.