Cartografía de un paseo literario

El paseo, novela del suizo Robert Walser, es, como apunta Johanna Malcher en este texto, un “elogio del ocio”, la historia de una caminata fantástica que en estos tiempos oscuros puede mostrarnos un camino hacia una mayor libertad, aun en el encierro.

 

JOHANNA MALCHER*

 


 

“De Robert Walser pueden leerse muchas cosas, pero sobre él, nada de nada”.1 Así expresó su resignación Walter Benjamin en un ensayo de 1929, en el que buscaba acercarse a este enorme y, según Stefan Zweig, “nunca suficientemente admirado” escritor suizo.2 En su época, Walser (1878-1956) —quien pasó los últimos veintisiete años de su vida en una clínica psiquiátrica sin escribir palabra alguna, para luego salir una Navidad a dar un paseo en solitario por la nieve y morir de un infarto— fue considerado un personaje más bien opaco. Sólo gracias al arduo trabajo de Carl Seelig y, más tarde, de la Fundación Robert Walser, fue que la obra de este autor no se perdió y ha sido redescubierta por una creciente cantidad de lectores y académicos. Hoy podemos constatar que pueden leerse muchas cosas sobre Robert Walser, pero seguimos sin abarcarlo del todo.

Su aclamado relato El paseo (1917) se considera una obra emblemática de la literatura flâneur. Ciertamente, ya en las primeras líneas nos encontramos con un personaje que decide dejar el trabajo de lado y salir a caminar:

Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo, me planté el sombrero en la cabeza, abandoné el cuarto de los escritos o de los espíritus, y bajé la escalera para salir a buen paso a la calle.3

Con estas palabras introductorias, el personaje principal de El paseo deja atrás “toda la tristeza, todo el dolor y todos los graves pensamientos” que lo atormentan y se dirige hacia el mundo exterior para caminar en su interior. Durante su trayecto nos comparte lo que observa y reflexiona. No obstante, no se trata del típico flâneur esbozado por Benjamin o Charles Baudelaire, pues las expectativas trazadas en las primeras líneas de la narración se ven defraudadas desde el primer párrafo. Al bajar las escaleras de su edificio, el personaje se cruza con “una mujer que parecía española, peruana o criolla”. El público lector, que tal vez conoce el poema À une passante de Baudelaire, espera ansioso este encuentro sutil entre el flâneur y la mujer, una promesa expresada no con palabras, sino a través de miradas, abriendo espacios en la imaginación e invadiéndonos de una nostalgia profunda hacia aquello que nunca fue ni será. Pero ¿qué es lo que hace nuestro caminante? Tomando muy en serio su propósito de salir a la calle, se prohíbe “del modo más estricto detenerme aunque no sean más que dos segundos con esta brasileña o lo que fuere; porque no puedo desperdiciar ni espacio ni tiempo”.

Aunque el “estado de ánimo romántico-extravagante” que describe a continuación nos deba causar cierta sospecha sobre la credibilidad del narrador, tal vez se pueda argumentar que este comportamiento se explica a través de aquel concepto que define al flâneur como alguien que observa lo que está a su alrededor y nunca forma parte de ello. Se mueve en la ciudad, eternamente deseoso por ver, negándose a estar solo mientras busca la soledad en la multitud.4 Benjamin cita a Baudelaire, quien describe el flâneur como “un príncipe que disfruta por doquier de su incógnito”.5 Al mismo tiempo, esa presencia anónima, que pasa desapercibida entre las masas, le permite observar a la gente y asumir el papel del detective, lo que finalmente “legitima su paseo ocioso”.6

 El paseo, sin embargo, nos pinta otro escenario. En primer lugar, la ciudad que se habita y camina parece ser más bien pequeña. El narrador distingue y describe a cada una de las personas y los comercios que observa hasta llegar a las vías del tren, la frontera con el mundo de la naturaleza, que cruza para luego adentrarse en el bosque. Pronto, además, nos damos cuenta de que la caminata no surge de una noción de ocio y que el personaje no salió de su habitación para vagabundear sin rumbo. De hecho, aprovecha su paseo para atender una serie de pendientes y lleva en su bolsillo una “cortés y estimulante invitación de la señora Aebi […] para tomar una modesta comida”. No obstante, es evidente que las prioridades se han invertido: el acto de caminar y todo lo que sucede al caminante mientras recorre el paisaje es de principal importancia, desplazando los quehaceres a un segundo plano.

Mientras que el flâneur simboliza un contrapunto para la desolación que llega a experimentar el hombre en las grandes ciudades modernas, el caminante de Walser no busca perderse entre las masas para encontrar lo extraordinario o bello en un entorno urbano y decadente. Pasea por la ciudad sólo para llegar al bosque donde finalmente encuentra la soledad y calma anhelada, no en la multitud, sino en la naturaleza. Al final de la narración, sin embargo, el personaje se retira del constante presente del que estaba disfrutando para comenzar una reflexión sobre su pasado, las posibilidades perdidas, las puertas cerradas y la dulce mirada de aquella muchacha “de juvenil frescura” cuyos ojos no volverá a contemplar. La experiencia romántica de la Waldeinsamkeit7 se transforma en una sensación de nostalgia, melancolía y tristeza: la puesta de sol de una tarde hermosa como metáfora del ocaso de la vida.

Pero ¿acaso el relato no parte de esta misma sensación? Recordemos que la decisión inicial de salir del cuarto de los escritos para emprender un paseo se origina precisamente en la soledad y tristeza que experimenta el personaje. Lo que lleva a preguntarse: ¿cómo saber si realmente salió de su casa? ¿No se trata de una ficción dentro de la ficción?

Desde el principio, el narrador no parece del todo confiable. Es sobre todo la naturaleza fantástica de sus encuentros lo que pone en tela de juicio la veracidad de sus dichos. Entra a una librería, pero sólo para “dejar tranquilamente donde estaba el libro que había tenido la más absoluta difusión, porque había que haberlo leído a toda costa”; va con el sastre a decirle con toda franqueza que no le gustó su trabajo y no piensa pagar por el traje que ya había encargado; se dirige a la caja del banco para enterarse de que ha recibido un pago inesperado; ve a una mujer sentada en una banca y se atreve a hablarle; se cruza en el camino con un gigante; la señora que le ha invitado a comer, repentinamente, se convierte en una bruja de cuento de hadas e intenta obligarlo a comer hasta explotar en mil pedazos; con un discurso apasionado en el que justifica su pasión por el paseo matutino en horario laboral como una acción necesaria para su trabajo intelectual, logra convencer al funcionario de Hacienda de que examine nuevamente su solicitud de pagar menos impuestos. En este tono sigue la lista de sucesos inverosímiles que asemeja una enumeración de anhelos, pretensiones, sueños o esperanzas. ¿Quién no quisiera experimentar algo similar una hermosa mañana en que se decide recorrer la ciudad y sus alrededores? Pero, para decirlo con las palabras del “escritor e inventor de estas líneas”: “todo esto puede suceder, y creo que de hecho ha sucedido”.

Asimismo, llaman la atención el lenguaje aparatoso y el tono poco natural en el que se reproducen las conversaciones que se entablan con los diferentes personajes. Según Benjamin, en los textos de Walser “nos encontramos un asilvestramiento del lenguaje que en apariencia carece de intención pero que resulta fascinante”.8 Se refiere a la abrumadora verbosidad con la que el entusiasmado narrador se comunica y pone entre la espada y la pared tanto al interlocutor ficticio como al lector. Benjamin argumenta que esto se debe a la Sprachscham del propio autor, una especie de vergüenza lingüística que lo invade:

El pudor de los campesinos al hablar […] es propio de Walser. En cuanto toma la pluma, se desespera. Todo le parece estar perdido, y se desata un torrente de palabras en el que cada frase tiene solamente la tarea de hacer que se olvide la anterior.9

Esta Sprachscham (término que incluso puede traducirse como “timidez”) debe entenderse como la reacción de un hombre frente a un mundo que lo ha orillado a vivir en el margen de una sociedad a la que no pertenece y en la que no encaja del todo, un hecho que además lo lleva a emplear recursos retóricos como la ironía, el humor y la crítica sutil. La labia que ostenta Walser en sus textos escritos después de abandonar Berlín, por ende, puede interpretarse como un intento de superar esta sensación de vergüenza, extrañeza o exclusión, aunado con cierto orgullo que siente por su trabajo como escritor.10 Como Christian Morgenstern apuntó en su diario en 1906, su estilo se define por “el desacato de lo que quiero llamar lo burgués en el interior del hombre contemporáneo y el entender el mundo como un milagro perpetuo”.11 Impresionado por la sensación que le dejó la lectura del trabajo del joven Walser, agrega:

Se convertirá en uno de los más importantes incitadores a la libertad, a la soberanía no del individuo mismo sino de lo espiritual en cada individuo, la única posibilidad de alcanzar la libertad absoluta.

La ebriedad del flâneur que menciona Benjamin se revela de igual modo en los textos de Walser, sólo que aquí no se debe a los estímulos externos con los que se encuentra: al querer demostrar su grandilocuencia, tanto el autor como su personaje se embriagan con sus propias palabras.

En este sentido, Benjamin dio una acertada definición del estilo de Walser cuando señaló que “se corona báquicamente con guirnaldas lingüísticas que hacen que se tropiece”.12 El personaje, en efecto, desata un torrente de palabras que, al secarse, dejan una sensación de abrumadora futilidad. Interactúa, pero no comunica; no se trata de diálogos, sino de monólogos.

Y ésta no es la única similitud que tiene el relato con una obra de teatro. El narrador toma el papel del presentador cuando introduce escenas y personajes. Al estilo de un guion teatral, agrega acotaciones o incita al público a aplaudir lo que sucede en el escenario:

Por eso renuncia justa y razonablemente a entrar a la quinta y casa de recreo y se aparta de allí. Sin duda todas las personas serias que esto lean tributarán aplauso a su hermosa decisión y su buena voluntad. ¿No tenía yo ocasión hace una hora de anunciar a una joven cantante? Ahora aparece.

Y en una ventana de un piso bajo.

Las introducciones largas a cada episodio y el hecho de que en ocho diferentes ocasiones se dirige directamente al lector / espectador para disculparse aparatosamente demuestran, en apariencia, la seriedad del narrador. Esto se observa, por ejemplo, en el inicio de este párrafo:

¿Tendrán la bondad de permitirme ahora, muy estimados señores, benefactores y lectores, aceptando con benevolencia este estilo quizá un tanto demasiado solemne y arrogante que llame como merecen su atención sobre dos personas, figuras o personajes especialmente importantes, en primer término o mejor en primer lugar sobre una supuesta exactriz y en segundo lugar sobre la más joven presunta futura cantante?

Lo que a primera vista parece una muestra de buena voluntad no sólo es un guiño irónico hacia el espectador, sino una burla y exageración consciente para convertir la lectura en una experiencia demasiado ceremoniosa, incluso de fastidio para el público.

La en sí excelente traducción de Carlos Fortea, desgraciadamente, omite varias referencias directas al mundo escénico que Walser esparce en el texto y que (de eso estoy segura) en absoluto “carece[n] de intención”.13 Tampoco es coincidencia que el elenco del Turmtheater en Regensburg haya elegido precisamente este relato para leerlo por fragmentos y publicar esas lecturas en sus redes sociales durante el primer lockdown en Alemania.

En 1896, después de varios intentos fallidos de consolidar su carrera de actor en los teatros de Berlín, Walser regresó a su tierra natal. Caminando. Como respuesta tardía, entre 1916 y 1917 escribió esta obra de teatro en movimiento. Una obra, cabe señalar, con un solo personaje principal que convierte a los espectadores en cómplices de sus observaciones y reflexiones y al resto de los personajes en actores pasivos y secundarios de esta gran puesta en escena unipersonal, en la que se desatan todas las palabras nunca pronunciadas para idear encuentros anhelados y añorar aquellos que no existieron. El personaje experimenta un abanico de emociones y, de un momento a otro, pasa de la euforia universal a la tristeza profunda que lo invade y obliga a cuestionarlo todo.

A mí me parece un reflejo fiel de eso que hemos vivido durante este 2020. Un microorganismo tiene al planeta en vilo y le ha arrebatado la vida a casi un millón y medio de personas. La crisis sanitaria modificó nuestra cotidianidad, a veces causando pérdidas de ingresos; otras, una sobrecarga de trabajo; y ambas situaciones se agravan por la falta de contacto social y la reducción en ofertas culturales y pasatiempos.

Este nuevo mundo —en el que cruzar el umbral de la puerta ya implica un riesgo, donde al salir de casa aceptamos participar en este juego peligroso y corporal que es vivir una pandemia— ha desafiado en gran medida nuestra capacidad de vivir el ocio. El tiempo libre y el “no hacer nada” no se disfrutan desde el desempleo, el home office, el duelo, la soledad o el miedo.

Hace cien años, mientras la Primera Guerra Mundial devastaba grandes territorios de Europa, Walser escribía un relato sobre una caminata fantástica que puede leerse como un elogio del ocio —o como el impulso de entrar en acción para dejar atrás el encierro y salir al mundo. Se trata de una gran paradoja, un ocio fantaseado por un personaje que, frente a una hoja en blanco, comienza su trabajo de escritor y se inventa al caminante.

Hoy, mientras redacto estas líneas, espero los resultados de una prueba que definirá cuánto tiempo más estaré confinada a estas paredes que me rodean. El mundo se encogió. No obstante, confinados en nuestro propio cuarto de los escritos o de los espíritus, podemos tomar la decisión de plantarnos el sombrero en la cabeza, dejar atrás la tristeza, el dolor y los graves pensamientos para emprender un paseo literario. Así, tal vez, algún día alcanzaremos la libertad absoluta.◊

 


1 Benjamin, 2010: 331.

2 Carta a Carl Seelig del 11 de noviembre de 1937, recogida en Kerr, p. 139.

3 Todos los pasajes citados a continuación provienen de la edición de Siruela, en traducción de Carlos Fortea.

4 Cfr. Benjamin, 1972: 64 y 70.

5 Citado en Ibid.: 55.

6 Ibidem.

7 Waldeinsamkeit: el sentimiento de soledad y conexión con la naturaleza cuando se está a solas en el bosque. Tanto el mundo interior como el exterior se experimentan como puros e intactos. Concepto clave del Romanticismo alemán.

8 Benjamin, 2010: 332.

9 Ibidem.

10 Cfr. Jieping Fan, 87-97.

11 Morgenstern, pp. 113-116. La traducción es mía.

12 La traducción oficial reza: “Walser se corona báquicamente con guirnaldas lingüísticas que arruinan su estilo” (Benjamin, 2010: 333). Opino que “zu Fall bringen” debería traducirse de manera menos determinante.

13 “Abgang nehmen”, por ejemplo, se traduce como “se aparta de ahí”, cuando en realidad debería leerse “hizo mutis”, mientras una traducción más adecuada para “sie tritt jetzt auf” sería “ahora entra en escena”, en vez de “ahora aparece” (cfr. arriba).


 

Bibliografía

 

Benjamin, Walter, “Robert Walser”, Obras completas, libro II, vol. I., Rolf Tiedmann y Hermann Schewppenhäuser (eds.), Alfredo Brotons Muñoz (trad.), Madrid, Abada Editores, 2010, pp. 331-334.

———, Iluminaciones II: Baudelaire: un poeta en el esplendor del capitalismo, Jesús Aguirre (pról. y trad.), Madrid, Taurus, 1972.

Jieping Fan, “‘Ich schreibe es für die Katz‘. Zu den Korrelaten Sprachscham und Schriftstellerei bei Robert Walser“, Literaturstraße, vol. 10, 2009, pp. 87-97.

Kerr, Katharina (ed.), Über Robert Walser, vol. I. Frankfurt, Suhrkamp, 1978.

Morgenstern, Christian, Werke und Briefe, vol. V, Urachhaus Verlag, Stuttgart, 1987.

Walser, Robert, El paseo, Carlos Fortea (trad.), Madrid, Siruela, 1996.

 


* JOHANNA MALCHER

Es traductora. Estudió la maestría en Traducción Literaria en la Universidad Heinrich Heine en Düsseldorf. Ha realizado traducciones y revisiones del alemán, el inglés y el español para el Fondo de Cultura Económica, El Colegio de México, la unam y el Instituto Goethe, entre otros. Es miembro de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli) y colabora en la Cátedra Humboldt de El Colegio de México.