
01 Jul Carlos Pellicer: música de aromas y colores
A 125 años del nacimiento del poeta Carlos Pellicer y cerca ya del medio siglo de su muerte, Eduardo Langagne hace un breve recorrido por la vida y la obra de este poeta profundamente tabasqueño, al tiempo que nacional, de nuestra América Latina y del mundo de habla hispana.
EDUARDO LANGAGNE*
Pellicer es el más joven de nuestros poetas nacidos en el xix. Los datos localizados y expuestos por Samuel Gordon en Carlos Pellicer: breve biografía literaria, de 1997, confirman el 16 de enero de 1897 como la fecha de su nacimiento, aunque el propio poeta la señalaba el 4 de noviembre de 1899, año registrado en la importante antología Poesía en movimiento y fecha que coincide con el decreto que convirtió, en 1826, a San Juan Bautista, hoy Villahermosa, en la capital de Tabasco.
Numerosas biobibliografías ofrecen como otras fechas de su llegada al mundo 1901 y 1904. Ambas concuerdan con los años del nacimiento de José Gorostiza, a quien Pellicer admiró, y de Salvador Novo, con quien tuvo una cercana amistad.
Yo acaricio el paisaje,
oh, adorada persona
que oíste mis poemas y que ahora
tu cabeza reclinas en mi brazo.
Su afinidad con los poetas de aquel grupo sin grupo, los Contemporáneos, lo hace ser considerado parte de él, en evidencia de su cualidad de imprescindible. Tres cuartas partes del siglo xx testimoniaron la activa presencia de este creador de excelencia en la escritura y en la vida artística de México y del continente. Carlos Pellicer es, quizá, nuestro primer poeta reconocidamente latinoamericano, en los diferentes registros, entornos geográficos e históricos del concepto.
Es en 1924 cuando, en el prólogo de Piedra de sacrificios, José Vasconcelos anota que Pellicer “pertenece a la nueva familia internacional que tiene por patria el Continente y por estirpe la gente toda de habla española”. El libro, con el subtítulo poema iberoamericano, suma las visiones del entonces muy joven poeta en su travesía por Sudamérica de 1918 a 1920, como representante de la Federación de Estudiantes de México. Pellicer conoció personalmente a varios de sus poetas favoritos: él mismo relató haber saludado a Santos Chocano, siendo niño, en la calle de Tacuba, en el centro de la Ciudad de México; durante su viaje a la Argentina se hizo amigo de Lugones, y en Chile, de Neruda. Ya Samuel Gordon refiere que fue en Colombia en 1919 cuando el poeta sintió encontrar su propia voz.
Su ulterior viaje a Brasil en 1922, hace cien años, le permitió respirar la atmósfera creativa y renovadora del modernismo brasileño, que había tenido una celebración especial al inicio de aquel año y que en todas sus fases posteriores se fue expresando de manera distinta al modernismo que para entonces prevalecía en nuestro idioma y que se desarrolló de manera singular.
El Atlántico, que no ha acabado
de llegar a Río de Janeiro,
le ha puesto al Brasil un collar encantado.
En aquel viaje hizo amistad con Roland de Carvalho, a quien le había correspondido presentar el provocador poema Os sapos de Manuel Bandeira en el teatro Municipal de São Paulo durante las actividades de la Semana de Arte Moderno en febrero de 1922.
Discípulo de Vasconcelos, amigo y colega, Pellicer tuvo una participación política que lo llevó a prisión en 1930. En uno de sus numerosos poemas memorables, Elegía apasionada, escrito a la muerte de Vasconcelos, ocurrida en 1959, unos meses antes de la de Alfonso Reyes, nos ofrece una visión entrañable y humana del José Vasconcelos con quien el poeta convivió en numerosos viajes por el mundo.
Yo estuve cerca de ese hombre
en la tierra y en el aire, en el fuego y en el agua,
yo presencié la grandeza y la miseria de sus elementos;
la fragilidad de su cuerpo
y la solidez de su alma
[…]
Una noche en Egipto, frente a la Esfinge,
misteriosamente derrotada,
me habló del desierto
como si él hubiera colaborado en hacerlo.
[…]
Dios mío, perdónalo.
Te pido también por los que murieron por su causa.
Te pido también por la hermosa mujer
que se suicidó por él una catedralicia mañana.
Su primer libro, Colores en el mar y otros poemas, está dedicado “A la memoria de mi amigo Ramón López Velarde, joven Poeta insigne muerto hace tres lunas en la Gracia de Cristo”. En junio de 1921 Pellicer tiene 24 años y ha estado cerca de los últimos momentos del jerezano.
El verso inicial de Colores en el mar, “En medio de la dicha de mi vida”, nos lleva a localizar con facilidad una de sus lecturas formativas en Dante. Durante todo el desarrollo de su obra se resalta la profunda religiosidad puesta al servicio del poema, como en San Juan y Santa Teresa, además de la referencia fundamental de los autores del Siglo de Oro. Pellicer se distingue en la amplia tradición de los poetas católicos de México. El conjunto de su obra permite detectar sus lecturas favoritas. Las manos llenas de color con las que el trópico proveyó a Pellicer proponen un arcoíris de recepción emotivo y gratificante. La honda lectura de Rubén Darío lo llevó también a la refulgencia de sus metáforas, a la exploración rítmica y a la búsqueda de la utopía llamada unidad latinoamericana. Podemos encontrar variados vínculos previos o posteriores con versos destacados de poetas del continente. El “Nocturno XI”, escrito en 1916, nos adelanta lo que leeremos pocos años más tarde en el Neruda de su libro inicial.
Esta noche mis versos serán tristes
Carlos Pellicer es un puente entre el modernismo y la contemporaneidad. Todas las voces, todos los ritmos, todos los colores están en su poesía. En uno de sus poemas aún jóvenes, “Ruidos de Díaz Mirón”, de 1921, ejercita el ritmo principalmente decasílabo de “Idilio”, expuesto también en Darío. Se ha documentado el apasionado deleite de Pellicer por ese poema del veracruzano, aparecido en Lascas. Para el lector de Pellicer que escribe estas líneas, el gusto especial de nuestro poeta por ese poema de Díaz Mirón permea en toda su obra, pues el inicio de una poética para el siglo xx está probablemente marcado con la publicación de Lascas en 1901, que establece un sendero novedoso. En Lascas encontramos una poesía a veces apegada a la narración, pero su expresión connotativa está ceñida meticulosamente a un trabajo de joyero, a una orfebrería que esculpe las palabras como pequeñas piedras preciosas que dejan esos restos; fragmentos que saltan de la piedra tallada: lascas. Salvador Díaz Mirón (1853-1928), a quien Pellicer conoció personalmente en La Habana hacia 1918, sabe que su libro será leído de manera excesivamente crítica por los enemigos (muchos, por cierto, a causa de su temperamento agresivo y desbordado). Busca —y logra— dulces matices en sus poemas amorosos y rudos gritos retadores que contrastan con su virtuosismo formal en los de otras temáticas. Con todo, el autor consigue que la estructura sonora se vincule estrechamente a la expresión poética. Pellicer aprovecha para su formidable potencial literario esta pasión leída en Díaz Mirón, para atenderla y transmitirla en su propia escritura.
Junto con un par de compañeros, en 1976 tuve la suerte de saludar de mano a Carlos Pellicer, aunque de manera breve y apresurada, ya que el poeta nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez nos llevó a la casa de don Carlos en Sierra Nevada 779, tras confundir, por mucho, el horario de la cita. El poeta ya se iba a cumplir puntualmente un compromiso cuando nosotros llegamos.
La poesía de Pellicer es un resorte insustituible que impulsa nuestra actualidad. En la época presente, de indispensable reflexión ecológica, tenemos en Pellicer a un poeta que reconoce el contacto con la naturaleza. “El trópico como triunfo de los sentidos”, según Carlos Monsiváis.
En los “Sonetos fraternales”, dedicados a Jaime Sabines, en dos de sus versos de mayor difusión, Pellicer canta:
Hermano sol, cuando te plazca vamos
a colocar la tarde donde quieras.
“Las colinas”, de 1925, es un poema que logra una excepcional estampa del paisaje expresada en la nitidez de la emoción visual. Reproduzco un fragmento:
comprar palabras nuevas
en las tiendas de colores con brisa
[…]
dibujar las colinas.
[…]
Son viajes a tres tintas
a flor y fruto de senderos
por donde pasa el arco iris
sin paraguas. El azul que da al cielo
por ese lado,
juega algunas veces a ser verde.
Este poeta de búsqueda musical extrema, de hallazgos consistentes, capaz de imaginar y hacer sonatas y sinfonías con lo melódico, rítmico y armónico de nuestro idioma, tuvo, en su momento, la generosa recepción de Silvestre Revueltas, que escribió en 1939 una obra para conjunto instrumental y narrador con tres sonetos de Hora de junio.
Pellicer es un poeta que puede leerse siempre con frescura. Eslabón de las diversas generaciones, se fortalece a medida que el tiempo pasa; un creador comprometido con la vida social y política de México, que significa compromiso con la sociedad de su tiempo. Es un poeta profundamente tabasqueño, reconocido en su terruño por su cercana pasión con su tierra o, como habría dicho él mismo, con su agua. En esa evolución concéntrica es por naturaleza un poeta nacional; en el soporte de su lenguaje es un poeta de nuestra América Latina y del mundo de habla hispana. Pertenece a Pellicer uno de los más extensos y hermosos catálogos de imágenes de nuestra lengua.
Los hombres sudorosos beben agua en guanábanas.
Es la bolsa de semen de los trópicos
que huele azul en carnes madrugadas
Cerca ya del medio siglo de su desaparición física, ocurrida el 16 de febrero de 1977, esta poesía viva, presente, duradera, imprescindible, continúa marcándonos rutas fascinantes, accesos novedosos o renovados de las cualidades intrínsecas del poema. Entre sus últimos manuscritos, destaco el terceto final de un soneto datado en Lomas de Chapultepec, el 4 de octubre de 1976, a cuatro meses de su partida.
Todos los sueños estaban despiertos
y la vida con los ojos cerrados
y la muerte con los ojos abiertos
La poesía celebra un permanente homenaje a nuestro idioma y la de Carlos Pellicer funde como una sola cosa el color y la palabra, con sus aromas y su música.◊
* Es poeta y traductor. Maestro en Letras Latinoamericanas por la Universidad Nacional Autónoma de México, ha sido cofundador de las publicaciones y editoriales El Ciervo Herido, El Oso Hormiguero y Práctica de Vuelo, y ha colaborado en varias publicaciones, entre ellas Tierra Adentro, Excélsior, La Jornada Semanal, Plural y Memoranda. En 1980 ganó el Premio Casa de las Américas de Cuba, en poesía, por Donde habita el cangrejo; en 1994, el Premio de Poesía Aguascalientes y en 2016, el Premio Especial José Lezama Lima. Es, desde 2003, director general de la Fundación para las Letras Mexicanas. Su libro más reciente, Infinito día, apareció en 2021 en la Universidad Autónoma de Nuevo León.