Cantidad y calidad del tiempo

En tiempos de covid, ¿qué hacer con el tiempo libre? ¿Cómo enfrentar el inevitable aburrimiento? ¿Cómo sobrellevan estas circunstancias los distintos sectores etarios y sociales? A estas preguntas busca contestar en el siguiente texto la especialista Ángeles Durán.

 

MARÍA ÁNGELES DURÁN*

 


 

Siete semanas en busca del aburrimiento

 

La invitación de Otros Diálogos para colaborar en un monográfico sobre el aburrimiento y el uso del tiempo me llegó después de ocho meses semiconfinada, viviendo y analizando los efectos socioeconómicos de la covid. El cambio de foco fue una oferta de aire fresco que acepté gustosamente. La dificultad radicaba en conectar un sentimiento difuso (el aburrimiento), un fenómeno del que no se conoce el final (la pandemia) y unos cambios de conducta (el uso del tiempo) sobre los que apenas existen datos.

Tras siete semanas dándole vueltas y ya al borde del plazo de entrega, acumulé materiales de una treintena de archivos. Sobre la pandemia hay sobrada información, aunque principalmente sanitaria y administrativa. La covid es circunstancia, coyuntura; llega, se extiende, alcanza máximos sucesivos, se estabiliza, decrece y vuelve a surgir. Las situaciones que propicia el aburrimiento evolucionan con la cronología de la enfermedad. ¿Nos referimos al inicio, al punto álgido, a las mesetas intermedias? ¿A la primera ola, a la segunda o quién sabe si a la tercera? La primera transcurrió en plazos quinquenales, la segunda arranca con seis meses.

Sobre el aburrimiento han escrito desde hace siglos filósofos y literatos, y más recientemente los psicólogos.1 Es concepto de contornos imprecisos y uso más impreciso todavía. Aunque predomine su consideración como sentimiento, se le nombra también como estado de ánimo y sensación. No faltan quienes destacan su cara positiva, como fermento de creatividad e innovación (cita obligada del Decamerón y los Cuentos de Canterbury, de Newton y Leibnitz), pero en general tiene mala fama. Se asocia con ociosidad y sentimientos negativos. Sus causas se atribuyen a tres factores: a) bajos niveles de estimulación, b) situaciones percibidas como monótonas, c) presiones contra la libertad de pensamiento o de acción.2

Durante la pandemia se reduce la estimulación por el cierre de gran parte de los contactos con el exterior, pero no siempre se traduce en aburrimiento. En el imaginario del confinamiento sin estímulos, el tiempo que antes era fragmentado y discontinuo fluye ahora sin interrupciones: las noches se enlazan con el día porque no hace falta despertar a hora fija, no aguardan reuniones ni citas. Sin horario ni calendario, los domingos son iguales a los lunes. Sin embargo, esta imagen es más una fantasía que un retrato: aplica a pocos. Los estímulos perdidos se han sustituido por otros y, sobre todo, la pérdida no se acompaña de un estado de ánimo tibio, emocionalmente plano, desprovisto de interés por lo circundante y poco combativo.

Las argucias para evitar la monotonía son múltiples; gimnasia compartida, cocina gourmet, aprendizaje de nuevas habilidades, conciertos desde los balcones, pasatiempos, mayor uso de medios de comunicación y de redes virtuales. La televisión, poderoso agente social, amplía la programación y absorbe el tiempo excedente de espectadores de todas las edades.

Para que las presiones contra la libertad de acción o de pensamiento devengan en aburrimiento hacen falta condiciones poco frecuentes. Hay que aceptarlas como un mal menor temporal, con una impotencia tranquila, justificativa y relativamente dócil; de lo contrario se transforman en rebeldía y conflicto. Germinan en desavenencias familiares y en las caceroladas, pintadas, pancartas, quema de contenedores y cortes de tráfico que se han producido en casi todos los países como manifestaciones antigubernamentales.

Sobre el uso del tiempo en el periodo pandémico hay poca información estadística. Fue Szalai quien en 1965 midió por primera vez de modo sistemático, en un estudio internacional, el tiempo dedicado a una serie de actividades. Las encuestas de uso del tiempo se extendieron en Latinoamérica a partir de 1995, recomendadas por la Plataforma de Acción de la Conferencia de Naciones Unidas sobre la Mujer, a fin de conocer la actividad social y económica, remunerada y no remunerada. Las que siguen la metodología Eurostat, también llamadas de presupuestos temporales, se orientan más a conocer la cantidad y distribución del tiempo que su calidad; no describen los sentimientos que acompañan a cada tipo de actividad a lo largo del día. Es en encuestas pequeñas, de carácter no periódico, donde puede encontrarse más información sobre los estados de ánimo asociados con el uso del tiempo. El estudio “Bored in the USA. Experience Sampling and Boredom in Everyday Life”, basado en más de un millón de informes sobre el estado emocional durante lapsos de tiempo de 30 minutos, concluyó que 2.8% de los informes reportaban aburrimiento y 63% de los participantes reportaron aburrimiento al menos una vez durante los 10 días que duró el muestreo. Desafortunadamente, no hay ninguna encuesta similar para constatar los cambios durante la pandemia.

Dos encuestas realizadas en Chile recientemente concluyen que los estudiantes universitarios han padecido aburrimiento durante la pandemia, además de cansancio y sentimiento de responsabilidad; el problema de las respuestas múltiples es que no separan lo esencial de lo accesorio. La internacional Time Use Week se iniciará próximamente y permitirá conocer el uso del tiempo bajo la pandemia. No obstante, hay que reconocer que todavía no existen buenos instrumentos de observación extensiva sobre el aburrimiento.

En revancha, el tesauro custodia una información riquísima. El creador colectivo que genera el lenguaje lleva miles de años elaborando palabras para nombrarlo. Lo recogieron nuestros ancestros en lenguas precursoras de las actuales y son muchos los giros, sinónimos y antónimos que evidencian sus matices y el modo en el que se acomoda al paso de los siglos. La Real Academia de la Lengua Española lo define como “cansancio del ánimo originado por falta de estímulo o distracción, o por molestia reiterada”. Por su etimología comparte raíz con el horror; son dos extremos de un mismo eje, que se aplica tanto a personas como a situaciones. Se usa más el sustantivo aburrimiento y el reflexivo aburrirse que el transitivo aburrir. Incluso existen escalas, como la Boredom Susceptibility Scale, que mide la propensión a aburrirse, pero no la propensión a aburrir a los demás.

El aburrimiento admite gradaciones: desde ligero hasta mortal. Para identificar la capacidad de transmitirlo hasta a los inmunes, decimos que “aburre a las ovejas”. Los ingleses no se quedan atrás; pueden aburrirse hasta quedar rígidos, llorar, perder las medias y los calzones o, más rudo aún, “bore the arse off”.

A falta de datos obtenidos por encuesta, quedan otras vías de estudio, como su reflejo en los medios de comunicación o la observación cualificada de los profesionales. Todos los medios (prensa, radio, reportajes de televisión, incluso series rodadas expresamente durante y sobre la pandemia) se han decantado contra el aburrimiento, proponiendo medidas para contrarrestarlo. Así lo he constatado en España y Estados Unidos, y probablemente sucede en todo el mundo. Algunos blogs y redes sociales han propuesto métodos escasamente ortodoxos contra el aburrimiento (pornografía, alcohol, drogas, etc.). El problema metodológico es que si aquí recojo los más llamativos y disonantes, les regalo una visibilidad que en términos de representatividad no merecen.

La observación cualificada es el ojo clínico bien entrenado del que se supone que gozan los científicos sociales. Una expresión algo anticuada diría investigar a ojo de buen cubero. Analizar el uso aburrido del tiempo durante la pandemia careciendo de fuentes ad hoc es un riesgo, pero menor que dejar de hacerlo.

 

El aburrimiento escondía otro nombre

 

Durante los meses de covid se ha repetido machaconamente que existen dos pandemias paralelas, la del virus y la del aburrimiento. Ambas se perciben como un mal que acecha, contagioso y difícil de erradicar; contra las dos se han diseñado campañas terapéuticas de éxito incierto. La covid no se distribuye por igual en todos los territorios y grupos sociales, ni siquiera entre los barrios de una misma ciudad. Tampoco se repele con los mismos medios ni tiene las mismas consecuencias. El aburrimiento, igual que el virus, se expande heterogéneamente.

En el campo, las ocupaciones agrarias se han mantenido y el impacto no se aprecia tanto como en las ciudades.

Los niños se han adaptado a la pandemia mejor de lo previsto. La disciplina se ha relajado, usan más las tablets y se aburren menos si tienen hermanos con los que jugar. Claro que no a todos los niños les afecta igual la pandemia: en algunos barrios muy marginales (en Madrid, La Cañada Real) tienen frío en casa; la mayoría ha dejado de ir al colegio, se alumbra malamente y hace los deberes escolares con el teléfono móvil. Eso no es aburrimiento: tiene otro nombre.

Para los adolescentes, no salir significa un pesado lastre. Hiperconectados, puentean el mundo a través del chat y de los amigos. Es el suyo, cuando lo hay, un aburrimiento terco y reivindicativo para negociar la autoridad paterno-filial que la pandemia ha exasperado.

Millones de asalariados y autónomos han perdido sus empleos. El aluvión de tiempo disponible favorece el aburrimiento, pero faltan palabras para distinguir el aburrimiento corto en plazo, al que se ve término, del aburrimiento forzado y tenso de quien ignora cuándo podrá recuperar su vida normal.

Para una minoría, el confinamiento resulta una bendición; ahorran tiempos de transporte y las ayudas del Estado compensan su pérdida de ingresos. Antes de la pandemia sólo 5% de la población activa teletrabajaba en España de modo regular, modalidad que requiere una separación de espacios y tiempos difícil de lograr. Durante el primer confinamiento subió hasta 34%. La carga de ansiedad ante la improvisación, la penuria de las infraestructuras y la carencia de apoyo técnico inmediato han creado situaciones de estrés que no pueden asimilarse al aburrimiento.

Quien lleva la peor parte de la crisis del coronavirus son las mujeres. Las funciones que antes compartían con las instituciones retornaron al hogar, donde consumen ingentes cantidades de tiempo. Los empleos de contacto directo con el usuario (sanidad, educación, pequeño comercio, hostelería) obligan a un esfuerzo adicional de autoprotección. Si tienen hijos, ancianos o enfermos bajo su responsabilidad, mentarles el aburrimiento parece una broma. ¡Qué más quisieran! Ya antes la mayoría acumulaba largas jornadas y la pandemia lo ha exacerbado.

En los hogares que sufrían tensiones previas, la pandemia no ha propiciado el aburrimiento. Como indicador, las llamadas en abril al teléfono de ayuda para violencia dentro del hogar aumentaron 60% respecto al mismo periodo del año anterior.

La pandemia dificulta pasear por el parque, hacer compras y gestiones en el barrio, ayudar a los hijos cuidando a los nietos. Cerraron las puertas los centros que ocupaban de modo barato el tiempo libre de los jubilados y les ofrecían diversidad de actividades (casinos, asociaciones, clubes culturales, parroquiales, deportivos). Sin embargo, resulta excesivo decir que los viejos se aburren; son generaciones habituadas a vivir con menos recursos externos que las actuales.

En las residencias geriátricas, muy azotadas por la pandemia, se han prohibido las visitas para prevenir el contagio. En confinamiento extremo, los ancianos tienen tiempo de sobra, pero es dudoso que el aburrimiento sea el sentimiento dominante. Bajo su barniz se esconden la ansiedad, la tristeza y el miedo.

Llega la hora de cerrar estas páginas: se agotan los plazos y el cupo de palabras. Quise buscar el aburrimiento de la gente y no lo he encontrado. Demasiados muertos, demasiada ruina, demasiada incertidumbre para que prevalezca una condición de ánimo tan apática e indiferente.◊

 


1 Véase Ros Velasco.

2 Véase Chin, Markey et al.

 


Referencias 

Chin, A, A. Markey, S. Bhargava, K.S. Kassam y G. Loewenstein, “Bored in the USA. Experience Sampling and Boredom in Everyday Life”, Emotion, marzo de 2017, vol. 17, núm. 2, pp. 359-368.

Cushman, G., A.J. Veal y J. Zuzanek, “Leisure participation and time use surveys: an overview”, en G. Cushman, A.J. Veal y J. Zuzanek (eds.), Free Time and Leisure Participation: International Perspectives, Wallingford, Reino Unido, CABI Publishing, 2005, pp. 1-16.

Durán, M.A., y J. Rogero, La investigación sobre el uso del tiempo, Madrid, Centro de Investigaciones Sociológicas (Cuadernos metodológicos), 2009.

Ros Velasco, J., “Boredom: a comprehensive study of the state of affairs”, Thémata. Revista de Filosofía, 2017, núm. 56, pp. 171-198.

Vodanovich, S.J., y J.D. Watt, “Self-Report Measures of Boredom: An Updated Review of the Literature”, The Journal of Psychology, 2016, vol. 150, núm. 2, pp. 196-228.

Time Use Week, 7a. ed., 23-27 de noviembre de 2020.

 


 * MARÍA ÁNGELES DURÁN

Es doctora en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente desarrolla su actividad, ad honorem, en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España. Ha publicado más de doscientas obras sobre trabajo no remunerado, uso del tiempo, salud, mujer, desigualdad y urbanismo.