Canción para arrullar, tocando, a niños muertos

 

PURA LÓPEZ COLOMÉ*

 


 

Sólo a los moradores del limbo

se les entona una canción de cuna

perfectamente afinada

pues carece de cura su dolencia:

el anonimato (inocente).

Qué dulzura la suya,

qué transparencia

sin costuras,

inconsútil.

Les toco la piel

con la piel

de mi instrumento.

Todo les duele.

Los voy sobando con la voz.

Calcárea (aguda). Tibia (grave).

Calcárea (tipluda). Tibia (aterciopelada).

Chillona, sentenciosa, calcárea, tibia,

como debe ser la eternidad,

un espacio duradero

donde floten las criaturas.

Sea pues su cuna el aire,

respiración de un canto

entre el averno y el nirvana.

 

[En una película reciente, protagoniza la acción un niño muerto, recién parido, recién inventado así, tal cual, por un director que quiere que pensemos en un neonato que perdió la vida antes de salir del útero. Sin que la madre lo supiera, el velorio se había extendido —a manera de sábana santa— a lo largo de nueve meses. El efecto cinematográfico resulta aterrador, porque parece una momiecilla, una muñeca de trapo talqueada, que con suma destreza han envuelto en unos paños —pañales como los de antes, delgadísimos, de manta de cielo— unas actrices disfrazadas de enfermeras. Cualquiera diría que han empacado a la perfección un par de kilos de tortillas, o un tamal oaxaqueño… Ellas lo han tocado directamente, sí, se han quitado los guantes para llevar a cabo esta tarea. ¿Qué se sentirá poner los dedos encima de un pequeñito que ya venía muerto, que hasta cierto punto había seguido creciendo, desarrollándose, no en vida, sino en muerte? Nada. De tanto trabajar en contacto con cuerpos inertes, se va perdiendo la sensibilidad, me contó una vez un voluntario. Pero, en un principio, algo se siente… antes del entumecimiento].

 

Con la epidermis

instrumental

grito Silvia

dando nombre, bautizando

con música de Schubert.

Silvo, canto, toco, acaricio.

An Sylvia.

Paso las huellas de aire

sobre una fontanela.

No hay agua,

mas logro que vibre

su capa externa,

a punto de desmoronarse.

 

[En El final de los días, una persona descrita como “la hija” da a luz a una ídem que muere. Se encierra en su silencio. También se envuelve en manta de cielo. Sólo que por decisión personal. No deja que la toque nadie. Su esposo es un don NADIE. Se le acerca, comprensivo y conmovido, doliente también, en un intento fallido. El rechazo incide en el cosmos].

 

Pienso en la bóveda de la Capilla Sixtina.

En el hombre voluptuoso

que espera,

según mi personalísima versión

vuelta aquí versículo 0.0,

que Dios Padre

lo toque con el índice

y le infunda ¿qué?

¿Belleza significativa?

¿Belleza poética

con la punta flamígera

de su mano derecha?

 

[En Camino al Calvario, Tolstoi cuenta que Dasha pare a su hijo varón con la ilusión de que todo ha salido bien. Ella y su marido, Ivan Ilych, se quedan dormidos. Al despertar hallan al niño muerto. Ella se da cuenta al tocarlo: está frío… está frío… es lo único que logra articular. Desahoga su dolor en Ivan Ilych, culpándolo por haberse quedado dormido a su lado y no haber despertado a tiempo, quizás, de salvar al bebé. Lo odia por no haber habitado ese quizás. Y el suyo, ¿existe? NO ME TOQUES, grita, como si la cercanía, la proximidad le hiciera daño. Lo hace añicos].

 

¿Quién toca

la unidad

de un ser

roto en pedazos?

¿Quién toca

a un ente completo

que suelta el vapor

de su divinidad?

Divinos somos divididos

o conservando integridad.

¿Quién toca a quién?

Noli me tangere,

le dice el Salvador a la Salvada.

Noli me tangere, reza por escrito

el collar de la gacela

(Ana la llaman),

propiedad del rey

(Octavo en la cuenta),

propiedad de la corona.

Un mero objeto intocable

se pasea por los jardines

de palacio. Trota.

Provoca, busca desobedecer

y que alguien, a su vez, desobedezca.

Tocar significa poseer.

 

Sólo Adán en la Sixtina

es nadie, es libre.

Ana, en cambio,

está encerrada en su hortus clausus,

encerrada a piedra y lodo

en esqueleto, músculos,

patas, cornamenta, hocico,

la (cierva) sierva del acervo.

 

El resurrecto ha vuelto

del reino de la muerte,

le pertenece.

María Magdalena lo ignora.

Él quiere evitar su decepción

cuando toque la orla

de aquel manto de humo.

Su efimeralidad.

Sólo ese primer hombre

pintado

permanece poseso

de sí mismo. Intacto.

 

[La Salomé de Lucas Cranach el Viejo, tocada con sombrero negro de fieltro con ala de armiño, europeamente blanca, dominante como ella sola, muestra la cabeza del Bautista en una charola de plata. Cabeza cercenada con los ganglios a ras del cuello, sanguinolentos, si bien no chorrean. En el marco de la misma impecabilidad, San Juan luce unos rizos primorosos. Sobria, ecuánime, casi impávida, ella mira a quien capta su expresión, no al decapitado. Pero la delatan los deseos de tocar ese cabello apenas con la punta del pulgar. No hay Noli me tangere que valga].

 

El con/tacto

revive al cabello

que se alza apenas.

Lo cautiva.

Reaviva la flama infernal.

 


* PURA LÓPEZ COLOMÉ

Es poeta y traductora.