01 Oct Canción para arrullar, tocando, a niños muertos
PURA LÓPEZ COLOMÉ*
Sólo a los moradores del limbo
se les entona una canción de cuna
perfectamente afinada
pues carece de cura su dolencia:
el anonimato (inocente).
Qué dulzura la suya,
qué transparencia
sin costuras,
inconsútil.
Les toco la piel
con la piel
de mi instrumento.
Todo les duele.
Los voy sobando con la voz.
Calcárea (aguda). Tibia (grave).
Calcárea (tipluda). Tibia (aterciopelada).
Chillona, sentenciosa, calcárea, tibia,
como debe ser la eternidad,
un espacio duradero
donde floten las criaturas.
Sea pues su cuna el aire,
respiración de un canto
entre el averno y el nirvana.
[En una película reciente, protagoniza la acción un niño muerto, recién parido, recién inventado así, tal cual, por un director que quiere que pensemos en un neonato que perdió la vida antes de salir del útero. Sin que la madre lo supiera, el velorio se había extendido —a manera de sábana santa— a lo largo de nueve meses. El efecto cinematográfico resulta aterrador, porque parece una momiecilla, una muñeca de trapo talqueada, que con suma destreza han envuelto en unos paños —pañales como los de antes, delgadísimos, de manta de cielo— unas actrices disfrazadas de enfermeras. Cualquiera diría que han empacado a la perfección un par de kilos de tortillas, o un tamal oaxaqueño… Ellas lo han tocado directamente, sí, se han quitado los guantes para llevar a cabo esta tarea. ¿Qué se sentirá poner los dedos encima de un pequeñito que ya venía muerto, que hasta cierto punto había seguido creciendo, desarrollándose, no en vida, sino en muerte? Nada. De tanto trabajar en contacto con cuerpos inertes, se va perdiendo la sensibilidad, me contó una vez un voluntario. Pero, en un principio, algo se siente… antes del entumecimiento].
Con la epidermis
instrumental
grito Silvia
dando nombre, bautizando
con música de Schubert.
Silvo, canto, toco, acaricio.
An Sylvia.
Paso las huellas de aire
sobre una fontanela.
No hay agua,
mas logro que vibre
su capa externa,
a punto de desmoronarse.
[En El final de los días, una persona descrita como “la hija” da a luz a una ídem que muere. Se encierra en su silencio. También se envuelve en manta de cielo. Sólo que por decisión personal. No deja que la toque nadie. Su esposo es un don NADIE. Se le acerca, comprensivo y conmovido, doliente también, en un intento fallido. El rechazo incide en el cosmos].
Pienso en la bóveda de la Capilla Sixtina.
En el hombre voluptuoso
que espera,
según mi personalísima versión
vuelta aquí versículo 0.0,
que Dios Padre
lo toque con el índice
y le infunda ¿qué?
¿Belleza significativa?
¿Belleza poética
con la punta flamígera
de su mano derecha?
[En Camino al Calvario, Tolstoi cuenta que Dasha pare a su hijo varón con la ilusión de que todo ha salido bien. Ella y su marido, Ivan Ilych, se quedan dormidos. Al despertar hallan al niño muerto. Ella se da cuenta al tocarlo: está frío… está frío… es lo único que logra articular. Desahoga su dolor en Ivan Ilych, culpándolo por haberse quedado dormido a su lado y no haber despertado a tiempo, quizás, de salvar al bebé. Lo odia por no haber habitado ese quizás. Y el suyo, ¿existe? NO ME TOQUES, grita, como si la cercanía, la proximidad le hiciera daño. Lo hace añicos].
¿Quién toca
la unidad
de un ser
roto en pedazos?
¿Quién toca
a un ente completo
que suelta el vapor
de su divinidad?
Divinos somos divididos
o conservando integridad.
¿Quién toca a quién?
Noli me tangere,
le dice el Salvador a la Salvada.
Noli me tangere, reza por escrito
el collar de la gacela
(Ana la llaman),
propiedad del rey
(Octavo en la cuenta),
propiedad de la corona.
Un mero objeto intocable
se pasea por los jardines
de palacio. Trota.
Provoca, busca desobedecer
y que alguien, a su vez, desobedezca.
Tocar significa poseer.
Sólo Adán en la Sixtina
es nadie, es libre.
Ana, en cambio,
está encerrada en su hortus clausus,
encerrada a piedra y lodo
en esqueleto, músculos,
patas, cornamenta, hocico,
la (cierva) sierva del acervo.
El resurrecto ha vuelto
del reino de la muerte,
le pertenece.
María Magdalena lo ignora.
Él quiere evitar su decepción
cuando toque la orla
de aquel manto de humo.
Su efimeralidad.
Sólo ese primer hombre
pintado
permanece poseso
de sí mismo. Intacto.
[La Salomé de Lucas Cranach el Viejo, tocada con sombrero negro de fieltro con ala de armiño, europeamente blanca, dominante como ella sola, muestra la cabeza del Bautista en una charola de plata. Cabeza cercenada con los ganglios a ras del cuello, sanguinolentos, si bien no chorrean. En el marco de la misma impecabilidad, San Juan luce unos rizos primorosos. Sobria, ecuánime, casi impávida, ella mira a quien capta su expresión, no al decapitado. Pero la delatan los deseos de tocar ese cabello apenas con la punta del pulgar. No hay Noli me tangere que valga].
El con/tacto
revive al cabello
que se alza apenas.
Lo cautiva.
Reaviva la flama infernal.
* PURA LÓPEZ COLOMÉ
Es poeta y traductora.