
01 Abr Bestiario onírico (fragmentos)
ADRIÁN FUENTES FIERRO*
Oblifante
Con soberbia camina por la selva el Oblifante. Su gigantesco cuerpo blanco se bambolea contrastante entre los árboles. Orgulloso, llega al valle de los elefantes y los observa. Sus ojos despreocupados se detienen en cada uno de sus tristes rostros consternados. Esas pobres criaturas atormentadas sufren la condena de la memoria. Nada olvidan y ésa es la maldición más estremecedora. El Oblifante se ríe mirando escurrir las lágrimas de los resecos ojos de los demás gigantes. Él no sufre. Él no lleva en la mente el nubarrón gris de los recuerdos dolorosos; su mente está blanca todo el tiempo y es la alegría más grande que cualquier criatura podría tener. Decide ir a casa. Tiene ya la suficiente felicidad.
Con pesadumbre avanza por la selva el Oblifante. Su albo cuerpo enorme tiembla y sacude las hojas de las plantas. Desasosegado, entra a su hogar, una cueva en la montaña, y se detiene. No sabe ya que él es un Oblifante. Quizá sea una Araña escultora o un Mirlo anhelante; pero él no lo sabe. No sabe que una cueva no es hogar para un Oblifante. Nada sabe. Se siente inmensamente desangelado. Triste. No recuerda nada y el olvido es la condena más perturbadora. El Oblifante se estremece mientras las lágrimas resbalan de sus ojos vacíos. Sufre mucho. Su mente no tiene un solo atisbo de nube de conciencia; está blanca de olvido todo el tiempo y ésa es la tragedia más grande que cualquier ser podría padecer. Decide ir al valle. Se encuentra ya demasiado lleno de pesar.
Cordero somnífero
Si existe en el reino zoonírico un ser que pueda definirse en una sola palabra como singular, ése es el Cordero somnífero. Descubierto, descrito y aprovechado en la mayor parte de la historia humana por la cultura anglosajona, este noble bovino habita única y exclusivamente en el reino de los sueños y la imaginación.
Inusuales entre todos los corderos, los miembros de la especie somnífera son los únicos en su tipo capaces de dar saltos poderosos, acto de habilidad que realizan por encima de bardas imaginarias, invocados fantasiosamente por los insomnes con el único fin de ser enumerados por ellos, en pos de, uno a uno a uno a uno, adormilarlos y sumirlos en los lares oníricos. Ya sea obligatoria o voluntariamente, los Corderos somníferos sacrifican su propio sueño para conciliar el ajeno. Son absolutamente incapaces de dormir. Existen sin descanso sólo para servir al hombre.
La única excepción a la que tiene acceso todo cordero que sueñe con la libertad es dar en su labor de arrullo el salto extraonírico, un impulso tan poderoso que traspone a la criatura no sólo al otro lado de la barda, sino de los límites mismos del sueño, expidiéndola hacia nuestra realidad.
Nadie sabe a ciencia cierta lo que los corderos libres hacen después de salir del mundo imaginario, pero muchos afirman que aprovechan su reducido tamaño para enterrarse bajo los campos de cultivo, donde pueden al fin dormir y descansar. Todos aquellos que defienden esta teoría piensan que una prueba innegable de ella es la existencia de la planta del algodón, que de la lana del cordero obtiene sus suaves características; y las flores de amapola, que de su capacidad somnífera adquieren sus soporíferos efectos.
Araña escultora
Alguien ha muerto de amor. Una trémula mosca visita la descomposición de su cadáver y come de él. Una araña joven, recién salida de su huevecillo, se alimenta por primera vez en su vida precisamente de esa mosca. La araña, entonces, se vuelve escultora.
A partir de ese instante, el arácnido vivirá al fondo de algún rincón, al acecho de personas incautas. Al haber escogido entre toda la humanidad a su víctima ideal, tejerá con su telaraña una escultura antropomorfa, una figura que en todo asimile el amor ideal de la víctima y de la cual, evidentemente, quedará perdidamente enamorada.
El amor, insana maldición, estado de indolencia, será aprovechado por la depredadora que trepará al corazón del hechizado, clavará los colmillos en su pecho y se alimentará de todo ese sentimiento que siente por su escultura.
Cuando consuma todo el amor del cuerpo, lo abandonará como una inútil cáscara insensible; a continuación, sin dejar de pensar en la muerte, comenzará una triste y desenfrenada danza que durará hasta el final de sus días.
Leóculo solitario
Es un felino más grande que cualquier león, más feroz que todos los tigres juntos, más veloz que guepardo alguno, más elegante que los caracales más distinguidos, más narcisista que el más orgulloso de los gatos y mucho más hermoso que cualquier otro félido.
Es un ser que vive en la más absoluta de las soledades y que dedica su vida a buscar alguna criatura que le haga compañía. Al encontrarla, inicia con ella los mejores momentos de su vida y todas las alegrías de su existencia las pasa al lado de ese ser. Sin embargo, de pronto sufre apetitos insaciables e inmensos como su mismo sentimiento de soledad, al grado de verse obligado a devorar a sus contertulios. Como recuerdo, deja los ojos de sus víctimas intactos y vuelve a emprender su inagotable búsqueda.
Se cree que almacena una colección inmensa de miradas en su guarida y que, cuando más sólo y arrepentido se encuentra, toma asiento frente a su colección para imaginarse nuevamente acompañado.
Mariposa dragón
¿Te ha pasado que despiertas de una terrible pesadilla y, estremecido, no encuentras lógica alguna de por qué eso tan absurdo que soñaste te ha aterrorizado tanto? ¡Cuidado! Has eclosionado una Mariposa dragón.
En sus alas lleva los colores del fuego, cual si estuviesen envueltas en llamas ardientes. Al centro de estas volátiles extremidades, tiene el diseño de unos furiosos ojos de lagarto.
Justo después de nacer, dedica su vida a aterrorizar a niños ilusos durante las noches, formando con su sombra siluetas de monstruosas criaturas en las superficies de sus habitaciones.
Si una Mariposa dragón horrorizó las horas de oscuridad de tu infancia, tendrás con ella un vínculo irrompible que te seguirá hasta la tumba y, al morir, tu volador verdugo entrará en tu sepultura y se posará en tu rostro encarnándose en tu mente a través de una infinita pesadilla.
Caballos terra-vento de la imaginación
En los desolados lugares en los que alguna vez existió el corazón de un bosque, se puede encontrar al Caballo terra, un equino hecho de lodo y hierba cuyas extremidades permanecen vitaliciamente hincadas al suelo a través de largas raíces que parecerían llegar al núcleo mismo de la Tierra. Este peculiar animal herbario pasa la eternidad imaginándose a sí mismo como un corcel constituido por completo de aire, que ejecuta una carrera perpetua en medio de inacabables boscajes frondosos: el Caballo vento, que galopa sin descanso dedicado a la fantasía de pensarse como un corcel de tierra y planta que está infinitamente plantado en el desértico piso por medio de enormes raíces que llegan al corazón del planeta.
Tiburón zafiro
A plomo cae el sol sobre el desierto mar, bañándolo de trémulas luces infinitas. Aterradas, las aguas palidecen ante un intenso azul, una helada flecha de ágata que las agita. Nunca se detiene; a través de su viaje, sus ojos de hielo desalmado se encuentran con alguna víctima perfecta y, abriendo las mandíbulas en toda su terrible inmensidad, de un solo mordisco destaza un lobo marino o un ballenato distraído.
La sangre, entonces, envuelve el profundo azul de su zafiro impenetrable, inunda las infinitas filas de sus dientes, afiladas ágatas, y cubre al escualo todo que se apresura para aprovechar hasta el último segundo que de calidez le resta al líquido rojizo.
El tiburón azul está condenado a pasar toda su vida acompañado por el frío absoluto. Temido y evitado por el mar completo, es incapaz de calentar por medio alguno su duro cuerpo de zafiro. Por sus venas corre la más helada de las sangres y sus ojos vacíos son un reflejo fiel de su interior. Nadie se acerca a él por propia voluntad; nadie le brinda un poco de cálida unión y compañía; no hay en su cuerpo rémoras siquiera que se atrevan a buscar alimentos en su piel. Los dientes agudísimos del Tiburón zafiro no se hunden en sus víctimas para comer, sino para obtener al menos un segundo del calor de la sangre con que pueda cubrir, breve manta de rojo, el criogénico azul de la criatura.
El monstruo tiene un hambre de calor permanentemente insatisfecha; todo rayo de sol resulta insuficiente; sólo la sangre se la amaina, al menos un minúsculo fragmento de segundo.
Erizo de Eros
Es imposible acariciar directamente la cálida piel del Erizo de Eros. Sus finas púas son tan agudas que todo aquel que intentara siquiera acercar su mano recibiría, ipso facto, el golpe de decenas de ardientes aguijones de cuyas puntas brota un irresistible veneno glandular creado naturalmente a base de ácidos, feromona y testosterona.
Sólo un instante el mamífero esconde en su cuerpo las púas y deja ver la rosada tersura de su sensible superficie. Al lecho de las personas se filtra con sigilo desde los cálidos rincones de las habitaciones en las que se aloja y de sus poros despide un aroma exquisito e indetectable. Entonces del que duerme surge un sueño rosado; un sueño de ardor y sal y piel y fuego y rojo y agua y sangre y dulce y frío y estremecimiento.
Es el momento en el que los poros del erizo absorben esos sueños, con los que llena todas sus ponzoñosas glándulas. Recarga de veneno sus espinas, vuelve a su escondite sin ser nunca percibido y deja tras de sí sólo rumor de sueños.
Cuentan que una vez el erizo fue sorprendido por alguien que despertó con el más ligero de los roces de su piel. Dicen que, tras un breve segundo de sorpresa, la mano de quien dormía se posó sobre su lomo recorriéndolo todo, llenándole el cuerpo de pasión hirviente. Cuentan también que los dos suelen encontrarse algunas veces por las tardes, antes de la caída el alba, y que cuando estos momentos se suscitan, se tiñen de rosa los mantos celestiales.
Hortensial granate
Una sola vez en la historia del mundo, la Muerte ha soñado mientras dormía y en ese mágico sueño sanguinario vio su origen la Hortensia de Burdeos. El verdor de esta planta contrasta con el rojo de sus pequeñas flores, que forman decenas de redondos racimos a lo largo de sus arbustos como brillantes gotitas de sangre fresca, como salpicaduras de crimen.
Durante el día, el Sol brilla sobre la sangre florida y baña con su alusión de muerte el ojo de los paseantes; sin embargo, es por las noches cuando los pétalos adquieren tal resplandor y tono líquido bajo la luz lunar que pareciera que el arbusto ha sido cómplice o testigo de una muerte violenta. Mientras ello sucede, entre este sanguinolento rocío de flores, suele escucharse una melancólica tonada que penetra con incertidumbre triste el ánimo de los oyentes. Es el canto del Hortensial granate.
Este pequeño insecto, pariente del grillo y la cigarra, puesto que de ellas se alimenta, comparte el color de las flores en las que habita. A lo largo de toda la noche, cual flor número ciento uno, como gota enésima de sangre, el Hortensial granate se desplaza entre sus inmóviles pétalos hermanos y comienza a entonar su son de muerte.
No hay hembra, y no sólo hortensial, que se resista al lamento de las cuerdas de sus patas y, entre las sombras, criaturas, bestias y mujeres de todas las especies se reúnen a su alrededor a escuchar el canto de la muerte. Ellas se han reunido porque la muerte es mucha… La detienen con su unión mientras lo oyen… Es el Hortensial quien las convoca… Juntas evitan a la muerte, al menos durante esa noche…
Salamandra de aoz
La Realidad duerme y de sus sueños salta a la existencia la Salamandra de aoz. Con lagartija agilidad, nada en un mar de infinitas posibilidades, contoneando la cola y empujando sus patitas para poder impulsarse.
Vive entre las aguas de lo existente mientras su esencia madura y adquiere dirección. Llegado el momento indicado, su apariencia líquida de geco indefinido se modifica y pluraliza hasta alcanzar la forma de cualquier realidad.
Dadas sus cualidades de materia primigenia, en la antigüedad el hallazgo de esta criatura significó durante mucho tiempo la prueba fehaciente de la existencia de Dios. Hoy en día, sin embargo, la ciencia la observa como el eslabón perdido entre el átomo originario y la creación del universo. Lo cierto es que la salamandra, sin caer en ningún problema de precisión, es en parte una y otra cosa a la vez.
Reconocida a sí misma como pieza de la existencia toda, sabe del peligro que conlleva negar cada elemento de su conformación, rechaza cualquier idea de verdad y se sumerge en el basto abanico que ofrece asimilar todas las posibles realidades.
Se sabe flor y voz y mal y bien y grifo y perro y mil y hombre y cero y estatua y uno y piedra y feminidad y fuego, idea, fe, escepticismo, sueño, Tiempo, miedo, pasión, medusa, agua, cielo, muerte, sangre, espina, rosa, fruto, lodo, alebrije, beso, mariposa, país, mirada, planeta, tristeza, odio, Luna, envidia, amor, concepto, hambre, fuerza, oscuridad y deseo y luz y rostro y carne y piel y todo. Todo lo que es y lo que no, lo que existe y lo verdadero y lo inexistente y lo real y lo posible y lo probable y lo imposible y lo realista y lo improbable y lo fantástico y lo irreal y surrealista, fuimos alguna vez Salamandras de aoz y lo que está por ser se encuentra allí, nadando en la existencia, esperando ser materia o idea o energía o emoción. Todo lo que es fue antes salamandra y sigue siendo: tú o tu mano o tus ojos o esa energía que habita en tu cabeza y que se electrifica al leer este texto que sostienes ante ti y que trata sobre ella y sobre cómo fuiste ella antes de ser y de estar leyendo ahora sobre ella.◊
* ADRIÁN FUENTES FIERRO
Es un joven escritor mexicano recién egresado de la licenciatura en Creación Literaria en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Ha publicado en las antologías poéticas El Camaleón Dormido, Voz de Tezontle y El Anáhuac, entre otras. Se especializa en literatura infantil.