Barco ebrio

 

ARTHUR RIMBAUD* / TRADUCCIÓN DE JOSÉ LUIS RIVAS**

 


 

Al tiempo que bajaba por Ríos impasibles,

sentí que no me guiaban ya mis remolcadores:

aullantes Pieles rojas, tomándolos por dianas,

los clavaron desnudos en postes de colores.

 

Cualquier tripulación ya me era indiferente:

portador de algodón inglés, trigo de Flandes…

Muerta la algarabía a la vez que mis hombres,

los Ríos me dejaron bajar a mi capricho.

 

Entre los chapoteos de la mar encrespada,

yo, el invierno pasado, más sordo que el cerebro

de los niños, ¡bogaba! Penislas a la vela

nunca experimentaron barullos más triunfales.

 

La borrasca bendijo mis desvelos marítimos.

Más ligero que un corcho, bailé sobre las olas

(trajineras eternas de víctimas, las llaman),

¡sin añorar los ojos de farolas idiotas!

 

Más dulce que manzanas agrillas para un niño,

agua verde filtró mi cascarón de abeto

y me lavó las manchas de tintorros y vómitos,

dispersando el timón y el áncora de brazos.

 

Y desde entonces me bañé en el Poema

de la Mar, infundida de astros y lactescente,

tragando un azul verde por donde baja a veces,

cuerpo extasiado y lívido, un muerto pensativo;

 

donde, tiñendo súbitos azules, desvaríos

y lentos ritmos bajo la rutilante luz,

más fuertes que el alcohol, y aun más que nuestras liras,

¡fermentan los lunares amargos del amor!

 

Sé de cielos por rayos reventados, y de trombas,

reflujos y corrientes; sé también del ocaso,

de Albas exaltadas cual pueblo de palomas;

¡he visto a veces eso que cree ver el hombre!

 

Vi el sol poniente, sucio de místicas crueldades,

infundiendo de luz los coágulos violeta,

y lejos, cual actrices de dramas antiquísimos,

olas que iban rodando espasmos de postigo.

 

Soñé en la verde noche con nieves deslumbradas,

beso que lento sube al ojo de la mar,

con la circulación de savias inauditas

y el azul despertar de fósforos que cantan.

 

¡Seguí durante meses, cual a histéricas piaras,

embates de mareas contra los arrecifes,

sin soñar que los pies de luz de las Marías

puedan rendir el morro de asmáticos océanos!

 

¡Créanme, he tocado increíbles Floridas,

que mezclan a las flores ojos fieros con piel

de hombre! ¡Con arcoíris, bajo el confín marino,

tensados como bridas para glaucos rebaños!

 

¡He visto fermentar vastas marismas, nasas

donde en medio de juncos se pudre un Leviatán!

¡Desplomes de las aguas en medio de bonanzas,

distancias que se abisman como las cataratas!

 

¡Soles de plata, heleros, olas de nácar, cielos

de brasa! Horrendos pecios al fondo de las simas,

donde enormes serpientes, comidas por las chinches,

¡caen con negro aroma desde torcidos árboles!

 

A los niños quisiera mostrar esas doradas

de azules olas, peces de oro que entonan salmos.

—La espuma en flor meció mis salidas de rada,

y vientos inefables me prestaron sus alas.

 

A veces, mártir harto de polos y de zonas,

la mar cuyo sollozo dulce era mi vaivén,

me subía sus flores con brunas y amarillas

ventosas: cual mujer, yo de hinojos quedaba.

 

Península que mece en sus riberas guano

y querellas de aves chillonas de ojos áureos,

yo navegaba mientras, por mis frágiles zunchos,

ahogados con sueño bajaban reculando.

 

Así, barco perdido bajo greñas de ancones,

por la tromba lanzado hacia el éter sin aves,

yo, a quien ni acorazados ni veleros del Hansa

le habrían puesto a salvo el casco ebrio de agua;

 

libre, humeando, a lomo de brumazón violeta,

yo, que horadaba el cielo rojizo cual un muro

que encerrara, jalea dulce para el poeta,

los líquenes solares y las flemas de azur;

 

que corría empañado de lúnulas eléctricas,

tabla loca, escoltada por negros hipocampos,

cuando los julios tiran, a puro garrotazo,

cielos ultramarinos en embudos ardientes;

 

que temblaba al oír, gimiendo a muchas leguas,

los Béhémots en celo y los gruesos Maëlstroms,

hilandero perpetuo de quietudes azules,

¡yo añoro la Europa de antiguos parapetos!

 

¡He visto siderales archipiélagos, islas

cuyo cielo en delirio se abre al bogavante!

—¿Son noches abisales en que exiliado duermes,

oh tú, Vigor futuro, millón de aves de oro?

 

Cierto: ¡cuánto lloré! Las albas son muy tristes.

Toda luna es terrible, y todo sol, amargo.

Me hinchó el agrio amor de embriagantes torpores:

¡ay, que estalle mi quilla! ¡Y en la mar yo me hunda!

 

Si algún agua de Europa quiero, es la de la charca

negra y fría en que en tardes henchidas de fragancias

un niño acuclillado, hondo en tristezas, suelta

una barquita, frágil mariposa de mayo.

 

No puedo, oh marejada, sumido en tu indolencia,

escoltar ya la estela del barco algodonero,

ni cruzar entre orgullos de banderas y grímpolas,

ni flotar… ¡a los hórridos ojos de los pontones!

 


* ARTHUR RIMBAUD (1854-1891)

Fue uno de los poetas más influyentes del simbolismo francés.

** JOSÉ LUIS RIVAS

Es poeta y traductor.