Arte, desacralización y censura a propósito de la serie Originalmentefalso de Gabriel de la Mora

Motivado por la exposición Originalmentefalso, del artista plástico Gabriel de la Mora, el curador Héctor Palhares encuentra ocasión propicia para reflexionar acerca de las fronteras entre la obra original y la falsa, la crítica y la censura, al tiempo que propone repensar el papel del espectador de la obra de arte.

 

HÉCTOR PALHARES MEZA*

 


 

El arte del siglo xx ha intentado provocar, transgredir, sobrepasar los límites, cuestionar hasta dónde se puede llegar y lo vemos como un valor positivo, pero también hay una reacción en contra”, apunta el antropólogo Roger Sansi. Pensarnos como sociedad crítica y acuciosa sobre el universo artístico contemporáneo es, en efecto, un fenómeno relativamente moderno.

En la historia estética de Occidente, desde la Antigüedad grecolatina, los patrocinios para la creación de obras arquitectónicas, pictóricas o escultóricas devinieron de razones de Estado, fundamentalmente para la exaltación de figuras civiles o religiosas. Aquel cariz de creación amparada por lineamientos estatales dejó un legado que no habría de variar hasta bien entrado el siglo xix.

En el Medioevo, siguiendo este canon, las grandes obras artísticas —sobre todo religiosas— tuvieron el sesgo de una clientela ávida de ganar favores para la vida ultraterrena. De ahí que abadías, templos y catedrales del románico y del gótico alberguen espléndidos tesoros encargados para “conseguir un fragmento de Paraíso”. Representaciones sacras, pasajes marianos y cristológicos, hagiografías y lecciones catequéticas fueron portavoces de un buen número de signos y símbolos que permearon la mentalidad de la feligresía medieval.

En el tránsito hacia el Humanismo, con el auge de los nuevos Estados modernos y el mecenazgo de reyes y nobles, las directrices estéticas continuarían, por mucho, bajo el auspicio y reglamentación de la clientela. Se trataba, entonces, del contexto en el que se acuñaron las firmas, nombres y escuelas en los talleres de los Grandes Maestros Europeos.

Fueron los siglos del Barroco y el Neoclasicismo, con el ímpetu de una burguesía coleccionista y creadora de gabinetes de arte, los que normarían el gran escenario de las obras “por encargo”.

El Romanticismo, en su exaltación de la libertad individual creativa, privilegió el concepto de “autoría” por sobre todas las cosas. La experiencia estética subvirtió el ámbito colectivo al poder de la inspiración y voluntad artística absoluta, como la refiere el historiador y crítico de arte alemán Wilhelm Worringer. Fue, pues, el mundo decimonónico el que conquistó los ideales de las revoluciones burguesas que, traducidos al escenario de las artes, ponderaron el carácter de la obra como una creación única, original, irrepetible y que, algunas décadas más tarde, se vio a merced de la naciente crítica y de la labor mediática del mercado.

Ante la irrupción de los Impresionistas, un nuevo lenguaje estético ocuparía el centro de atención de la crítica de arte. Obras señeras de luz, color puro e imágenes difuminadas consiguieron rápidamente atraer el interés de marchantes, escritores y periodistas —muchos de ellos sus grandes detractores, como el célebre Louis Leroy de Le Charivari—, quienes con sus escritos dirigieron la mirada de una sociedad en la antesala del cambio de siglo hacia la Modernidad.

Las Vanguardias históricas, desde hace poco más de una centuria, han transitado entre un arte intelectual, contestatario, analítico y reflexivo, y el coleccionismo, ávido de grandes nombres, obras y firmas consagrados. Tópicos como originalidad, censura, conceptualización y desacralización del arte son menester de los grandes estetas y teóricos que inundan con reflexiones y postulados la historiografía del arte contemporáneo bajo las máximas y valores, al decir de Umberto Eco, de la obra abierta.

Es el caso de la exposición Originalmentefalso —correspondiente a la serie homónima de 2010 del artista mexicano Gabriel de la Mora, que inauguró el pasado mes de febrero en cuatro salas del Museo Nacional de Arte, del inbal—, sugerente invitación a repensarnos desde la perspectiva contemporánea. En diálogo con piezas emblemáticas del acervo del museo, sus “falsos intervenidos” abordan el universo de lo comercial, la ley de oferta y demanda, los postulados de la gran crítica y el fascinante ejercicio que hace De la Mora al proveer de “originalidad” a las piezas falsificadas, por medio de una propositiva intervención química y física, que reelabora con éxito el discurso de lo originalmente falso.

En un escenario intenso para el arte contemporáneo en México —con hechos recientes como la polémica obra de Fabián Cháirez, Emiliano. Zapata después de Zapata, expuesta en el Palacio de Bellas Artes o la instalación de Gabriel Rico hecha añicos en la edición de Zona Maco 2020—, esta muestra alcanza grandes aciertos al presentar a los distintos públicos un binomio conceptual que ocupa una parte medular del escenario artístico: ¿qué es original?, ¿cómo identificar un falso?, ¿el falso puede devenir en original?

Una obra falsificada de Leonora Carrington que llegó a una renombrada galería mexicana fue el punto de partida del sugerente trabajo de De la Mora. Convocada la artista para aclarar el asunto, ésta escribió en el reverso de la pieza: este cuadro es falso. la autora. lc, otorgándole de inmediato el estatuto de obra autógrafa.

De esta savia se nutre el trabajo de Gabriel de la Mora en la búsqueda exhaustiva de falsos en subastas, galerías, mercados y un sinfín de escenarios, con el propósito de hacerlos originales suyos mediante atractivos procesos de transformación. A veces, desprendiendo la capa pictórica de un falso Dr. Atl, Joaquín Clausell o Arnold Böcklin para hacer monocromos; otras, borrando apócrifos Frida Kahlo para obtener los residuos y enmarcarlos en contenedores de acrílico o, más aún, fraccionando en polípticos algunas piezas falsamente atribuidas a artistas consagrados como Ángel Zárraga y Rufino Tamayo.

Gabriel de la Mora es originario de la Ciudad de México, licenciado en Arquitectura por la Universidad Anáhuac del Norte y maestro en artes plásticas por el Pratt Institute de Nueva York; recientemente formó parte del proyecto de Zona Maco 2020 con obras realizadas con plumas de pavo, policromadas y dispuestas en planos geométricos, que lo activan como un artista de propuesta que, en una notable producción de más de una década, es ya referencia de desacralización y vuelta de tuerca a la censura.

A propósito de esta muestra, que concluye el próximo 24 de mayo, impera repensarnos como espectadores-receptores-críticos-consumidores de las propuestas artísticas en el solar del siglo xxi. Este escenario de reflexiones induce acaso a replantear las máximas del arte moderno: el valor del concepto, lo pertinente de la controversia, el fin del discurso canónico, la apuesta por el espejo que rige a nuestra contemporaneidad.

Los vasos comunicantes entre la galería, la casa de subastas, los pabellones expositivos y el desacralizado espacio museal permean, cada vez con mayor intensidad, el gusto estético de la colectividad. “Tener por tener, apreciar porque se debe apreciar, transgredir porque es el paradigma” son asuntos recurrentes que ocupan a las miradas expertas, y a las que no lo son tanto, para elucidar la sensibilidad de la llamada pos[hiper]modernidad.

El semiólogo italiano Omar Calabrese escribió en el ya lejano 1987: “El ‘neobarroco’ es simplemente un ‘aire del tiempo’ que invade muchos fenómenos culturales de hoy en todos los campos del saber, haciéndolos familiares los unos a los otros y que, al mismo tiempo, los diferencia de todos los otros fenómenos culturales de un pasado más o menos reciente”. Acaso sea esa nueva perspectiva, fractal y polivalente, la que deba determinar y transformar el rol de la crítica de arte, de la censura y de la valoración artística. En un tiempo en el que hay cabida permanente y necesaria para la inclusión, los temas de género, las minorías, la búsqueda implacable de justicia social y las controversias políticas de todo orden, es sin duda el momento adecuado para reordenar la mirada artística hacia el reino poderoso del ejercicio de la libertad.◊

 


* HÉCTOR PALHARES

Es profesor universitario del Tecnológico de Monterrey y del Centro de Cultura Casa Lamm; es también coordinador de Curaduría del Museo Nacional de Arte.