América Latina en el imaginario social mexicano

Con una invitación a pensar en el perfil latinoamericanista de nuestro país —y con detalladas estadísticas en la mano—, la autora de este ensayo busca capturar la mirada con la que los mexicanos volteamos a ver a nuestros vecinos del Sur, así como la que tenemos de nosotros mismos, pertenecientes o no a América Latina.

 

GUADALUPE GONZÁLEZ GONZÁLEZ*

 


 

En 1965, Daniel Cosío Villegas1 señalaba que la relación de México con América Latina se ha fincado, sobre todo, en cuestiones simbólicas, sentimentales y de prestigio, más que en intereses materiales, económicos o estratégicos, por lo que su dinámica rara vez puede explicarse en clave de realpolitik internacional. Han trascurrido más de cinco décadas y el argumento del peso simbólico de América Latina en el imaginario político nacional no ha perdido vigencia. Para botón de muestra, basta mencionar la reciente y álgida polémica suscitada por la decisión del gobierno de Andrés Manuel López Obrador de otorgar asilo a Evo Morales2 y de denunciar ante la oea un golpe de estado en Bolivia, en contraste con la política de no intervención y neutralidad formal adoptada frente a la crisis política en Venezuela, con el argumento de ofrecer buenos oficios para un diálogo entre las partes. La reacción en medios y redes sociales fue más extendida que la que se dio meses atrás, cuando la administración de Donald Trump anunció la imposición de aranceles al acero y al aluminio mexicanos por razones de seguridad nacional.

A diferencia de los años sesenta, de Guerra Fría, economía cerrada y hegemonía priista, el actual contexto de multipolaridad, globalización y pluralidad política ha llevado a que el panorama de símbolos, identidades, principios, valores e ideologías detrás del debate nacional sobre temas latinoamericanos sea más complejo, diverso y, sobre todo, más visible para la opinión pública. Al discurso oficial tradicional de la cultura común, la historia compartida, la unidad regional de una “patria grande” imaginada para enfrentar la intervención de las grandes potencias y la condición de dependencia económica, se han sumado narrativas emergentes sobre la importancia de América Latina para México en torno a nuevos temas de derechos humanos, democracia, libertades individuales, derechos de minorías, derechos reproductivos, violencia de género, medio ambiente y combate a la corrupción.

Además, los vínculos con la región han ganado densidad material en términos de intereses económicos por el legado de acuerdos comerciales, inversiones de empresas mexicanas y compromisos asumidos en esquemas de regionalismo abierto —como la Alianza del Pacífico (ap)— que dejó como resultado el período de diplomacia comercial activa. Las amenazas proteccionistas por parte de Estados Unidos y el intrincado proceso de negociación y ratificación del Tratado México, Estados Unidos y Canadá (t-mec) han obligado a México a buscar fuentes alternativas de suministro de productos agrícolas y mercados en Sudamérica. Algo similar ocurre en los ámbitos de seguridad nacional, interna y transfronteriza. Los problemas de seguridad y humanitarios asociados a la migración, el refugio, el crimen organizado, la administración de fronteras, los desastres naturales, el deterioro ambiental, la inestabilidad política y la erosión democrática en América Latina se han vuelto tan apremiantes como ostensibles para gran parte de la población. En cierta forma, las vicisitudes latinoamericanas trasminan los muros de la casa mexicana, afectando no sólo sus espacios simbólicos, sino, cada vez más, sus intereses.

Al igual que siempre, en México los acontecimientos en América Latina suelen leerse en clave de política interna más que de política exterior y “mirando de reojo a Estados Unidos”. El ánimo social de desencanto con la globalización y la democracia liberal es un eco que resuena en los dos extremos de América Latina, creando fuertes vasos comunicantes entre la política mexicana y la latinoamericana. La diferencia está, quizá, en que en las últimas dos décadas los tiempos políticos mexicanos han estado bastante desfasados de la mayoría de los países latinoamericanos. No es un desfase nuevo, pero sí contrastante con los años noventa. Mientras que la primera alternancia política en México, la del año 2000, marcaba el inicio de dos sexenios panistas a la derecha del espectro ideológico nacional, en América del Sur ocurría la “marea rosa”, con la llegada al poder de diversos partidos y movimientos de izquierda; años más tarde, las derechas variopintas regresaban al poder en Argentina, Brasil, Chile, Colombia y Uruguay, en tanto que, en México, un nuevo partido de izquierda lograba un amplio triunfo electoral, poniendo fin al periodo de gobiernos divididos iniciado desde 1997. Esta falta de sincronización, junto con la fragmentación del panorama político latinoamericano, le complica a México la tarea diplomática de concertar posiciones y tender puentes, principalmente con Brasil, el otro posible eje de articulación regional.

A estas alturas del siglo xxi, y en medio de la cuarta revolución tecnológica que permite a los ciudadanos de a pie —en tiempo real— estar al tanto de lo que ocurre, lo que se piensa y lo que se consume en otras latitudes, cabe preguntarse si, efectivamente, la caracterización simbólica de Cosío Villegas sobre la mirada mexicana de América Latina y la narrativa latinoamericanista de las élites gubernamentales y económicas permean en el imaginario colectivo a nivel social. ¿Cuáles son las percepciones de los mexicanos sobre América Latina? ¿Qué importancia le asignan a la región? ¿Cuánto aprecio tienen por los países latinoamericanos en comparación con los de otras regiones? ¿Los ven como amigos, socios, competidores o amenazas? ¿Se muestran solidarios o indiferentes frente a los problemas de sus vecinos del Sur? ¿Creen que México debe aspirar a ser líder regional? Los estudios de cultura política y opinión pública, en particular la Encuesta Mundial de Valores3 y la México, las Américas y el Mundo,4 arrojan cierta luz sobre estas cuestiones.

 

El mapa cambiante de las identidades: de latinoamericanos a cosmopolitas

 

Una disonancia cognitiva recurrente entre mexicanos y sudamericanos, sobre todo a raíz del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (tlcan), es la que se da cuando se pregunta acerca de la ubicación y la identidad regional de México. Por lo general, la respuesta sudamericana es que México es un país de América del Norte, en tanto que la respuesta mexicana es que su país es tan o incluso más latinoamericano que otros. Lo anterior pone en evidencia que las “etiquetas geográficas” son más que eso: no sólo revelan visiones políticas incrustadas en ellas sino también fenómenos identitarios ligados a un sentido de pertenencia, de distinción social, de empatía o de exclusión social. Vayamos a los datos para indagar cuánto se identifican los mexicanos con los dos espacios geográficos en los que se ubica su país, América del Norte y América Latina. Uno de los hallazgos más consistentes de la serie de tiempo de la encuesta México, las Américas y el Mundo es la inexistencia de una identidad propiamente norteamericana en la sociedad mexicana. De 2006 a 2018, el porcentaje de personas que se identifican como norteamericanos se ha mantenido relativamente estable en un rango muy minoritario de entre 8% en 2012 y su nivel más bajo de 4% en la última edición, de 2018-2019.

Sin embargo, tampoco se observa una identificación social con Centroamérica, el otro espacio geográfico inmediato al sur con el que México, además de frontera, comparte lengua, historia, población indígena, recursos naturales, flujos turísticos, rutas comerciales y migratorias. En los últimos 12 años, el promedio de quienes dicen sentirse centroamericanos es tan sólo de 6%. Así pues, los mexicanos no son norteamericanos a pesar de la densificación de los vínculos económicos, migratorios y transfronterizos, incluso tras cinco lustros desde la institucionalización de la asociación comercial con su vecino del norte; tampoco son centroamericanos, no obstante la cercanía cultural, la serie de programas de cooperación para el desarrollo con la región o los flujos cada vez más visibles de inmigrantes y transmigrantes que provienen de sus vecinos del Sur. Los mexicanos se consideran, ante todo, latinoamericanos, independientemente de su estrato socioeconómico, nivel educativo y lugar de residencia. La “patria grande” imaginada sí existe a nivel social.

En lo que va de este siglo, la identidad latinoamericana ha tenido una presencia predominante y mayoritaria entre la población, aunque hoy se encuentra en fase menguante. En promedio, de 2006 a 2018, la mitad de los mexicanos (50%) se identifican primordialmente como latinoamericanos. Si bien se observa una trayectoria descendente, hay ciertas variaciones a lo largo del periodo. El porcentaje de mexicanos que se asumen latinoamericanos pasó de 62% en 2006 a 44% en 2012, pero se recuperó al subir a 52% en 2014, para volver a caer, a 36%, en 2018, su nivel histórico más bajo. La identidad latinoamericana ha venido perdiendo peso y está siendo desplazada, gradualmente, por lo que llamamos la identidad cosmopolita, esto es, por una marea de personas que se consideran ciudadanos del mundo antes que parte de alguna región geográfica allende las fronteras nacionales. Por primera ocasión desde que inició la medición de esta variable en 2006, el porcentaje de personas que tienen una identidad cosmopolita alcanzó 45%, un nivel casi 10 puntos por encima del porcentaje de quienes se identifican primordialmente como latinoamericanos. Lo notable es que el avance del cosmopolitismo se ha dado a lo largo y ancho del país. Es poco lo que se sabe acerca de los factores que mueven cambios de identidad y, sobre todo, su grado de compatibilidad. En cualquier escenario, es una pregunta abierta para investigaciones futuras.

 

La ubicación axiológica latinoamericana de México

 

En un artículo seminal publicado en 2018,5 Ronald Inglehart y Marita Carballo abordaron la pregunta de la existencia de Latinoamérica como un área cultural con características propias que la distingan de otras regiones culturales del mundo. Aunque la idea de la existencia de áreas culturales coherentes y significativas es materia de fuertes controversias académicas, los datos de la Encuesta Mundial de Valores, sobre los que basan su análisis, permiten comparar los países latinoamericanos con los de otras regiones de manera rigurosa y sistemática. Establecen dos dimensiones principales de comparación, en donde agrupan más de 20 variables relacionadas con valores básicos, en una amplia gama de ámbitos, desde la vida privada, el comportamiento sexual y la religión hasta la convivencia social, la economía y la política. Una dimensión se refiere a valores tradicionales versus seculares-racionales (i.e. religiosidad versus secularidad) y, la segunda, a valores de supervivencia versus de autoexpresión (i.e. bienestar material versus calidad de vida).

La motivación para traer a estos autores a cuento es que ofrecen algunas pistas sobre el lugar en el que se ubica México en términos de la estructura de valores dominantes en su sociedad: cerca o lejos de América Latina y/o de América del Norte. De acuerdo con los hallazgos de Inglehart y Carballo, la mayoría de las sociedades latinoamericanas, junto con Portugal y España, se ubican en puntos cercanos y comparten valores semejantes que los diferencian claramente de otras regiones culturales, como la Europa protestante y el Asia confuciana. Además, la cercanía axiológica entre estos países se ha mantenido desde 1981, aun cuando ha habido significativas transformaciones económicas, sociales y políticas en la mayoría de ellos. El punto por resaltar es que las siete ediciones del mapa mundial de valores ubican a México en el centro de los países latinoamericanos y relativamente distante de sus socios norteamericanos: Estados Unidos y Canadá. Pasemos ahora a revisar cuestiones más cercanas a las percepciones sociales mexicanas sobre América Latina y los temas de la agenda de política exterior hacia la región.

 

Un vecindario en problemas, pero amigable

 

La gran mayoría de la población mexicana —64%— considera que la situación en América Latina ha empeorado en los últimos 10 años y sólo 21% cree que ha mejorado. Esta visión mayoritariamente pesimista del panorama regional comenzó a observarse a partir de 2014 y contrasta fuertemente con el ánimo optimista que todavía prevalecía en 2008, año en el que estalla la mayor crisis financiera mundial desde 1929. En ese entonces, 42% de los entrevistados consideraban que América Latina se encontraba mejor que una década atrás, en tanto que 33% opinaba que la situación había empeorado y 19%, que no había cambiado. Cuando se compara el pesimismo social prevaleciente sobre América Latina con lo que se piensa acerca de la situación mundial en su conjunto, se observa que el nivel de preocupación aumenta 12 puntos porcentuales. El 77% de la población cree que el mundo está peor que hace 10 años y sólo 15% considera que está mejor. Otro punto a resaltar es que las trayectorias de la percepción sobre América Latina y sobre el mundo son divergentes. El pesimismo respecto al mundo ha sido consistentemente mayoritario y en ascenso desde 2008, en tanto que, en el caso de América Latina, la percepción dio un giro en los últimos cuatro años, del optimismo al pesimismo. En suma, el vecindario anda mal, pero no tan mal como la aldea global.

Otro ángulo de la visión mexicana de América Latina se relaciona con lo que el teórico constructivista de las relaciones internacionales, Alexander Wendt, llama la construcción identitaria de “el otro”, que condensa expectativas sobre su comportamiento ligadas a predisposiciones anímicas favorables o desfavorables. El argumento constructivista es que, en política internacional, los países distinguen a sus aliados de sus enemigos o adversarios y, también, a sus socios de sus competidores o rivales. Según los datos de 2018 de la encuesta México, las Américas y el Mundo, la opinión pública mexicana considera a los países de América Latina, ante todo, como naciones amigas y, en mucho menor medida, como posibles socios económicos, competidores geopolíticos o amenazas. La mayoría describe en términos de “amistad” la relación entre México y los países latinoamericanos sobre los que se preguntó, a saber: Brasil (59%), Guatemala (56%), Cuba (55%) y Venezuela (51%). La descripción de “socio” viene en segundo lugar para todos los casos latinoamericanos: Brasil (24%), Cuba (21%), Guatemala (19%) y Venezuela (16%). La percepción de rivalidad es francamente minoritaria (Brasil 3%, Cuba y Guatemala 6%, Venezuela 8%), al igual que la de amenaza (Brasil 5%, Cuba 6%, Guatemala 7% y Venezuela 12%).

En cambio, los mexicanos ven a Estados Unidos principalmente como socio (46%) antes que amigo (29%) y, en el caso de China, hay un empate entre la idea de socio y amigo (41%). Estas percepciones han variado muy poco a lo largo de los últimos 12 años, a pesar de los vaivenes ocurridos en la relación bilateral con los países mencionados, de los cambios de gobierno en México y América Latina, y de las profundas transformaciones en el contexto regional y mundial. En general, la región latinoamericana se percibe como un vecindario amigable sin rivalidades con México, aunque en muy pocos casos, como los de Estados Unidos y Venezuela, haya indicios de cierta preocupación o percepción de amenaza. Los presidentes Trump y Maduro son los líderes internacionales peor evaluados en México en la lista de 15 mandatarios que incluyó México, las Américas y el Mundo en 2018. Así pues, tal como dijera Cosío Villegas, las construcciones mexicanas de los “otros latinoamericanos” son bastante estables y arraigadas, con un marcado sesgo positivo en términos “sentimentales” o de simpatía, más que de interés o conveniencia. Contrario al canon latinoamericanista bolivariano tradicional, el latinoamericanismo mexicano contemporáneo no tiene un sesgo antiestadounidense, en la medida en que a Estados Unidos se le percibe en términos mayoritariamente positivos, primero, por razones de interés económico y, segundo, de amistad. No hay espacio para ahondar en esta cuestión. Baste señalar que el porcentaje de mexicanos que asocian el significado de ser auténticamente mexicano con la idea de oponerse a Estados Unidos es minoritario.

 

Ambivalencias del latinoamericano que llevamos dentro

 

La predisposición social positiva de México hacia América Latina ha quedado hasta aquí documentada en los datos, no siempre suficientes ni contundentes por fragmentarios, que ofrecen las encuestas. Tomando, pues, en consideración lo anterior, surge la pregunta de hasta qué punto la identificación y empatía con América Latina se traduce en prescripciones de política exterior en términos de atención prioritaria y papel activo en la región. De acuerdo con la misma encuesta, cuando se pregunta cuál es la región del mundo a la que México debe prestar mayor atención, la opción preferente es América Latina, con un promedio de 32% de menciones a lo largo de la última década, seguida de América del Norte, con un promedio de 27% en el mismo período. Claramente, la opinión pública en México considera que las prioridades regionales del país deben estar ancladas en el sur y el norte del continente americano.

La tormenta Trump parece estar teniendo ciertos efectos sobre las prioridades regionales de la política exterior mexicana desde la perspectiva de la opinión pública. En este sentido, cabe destacar el dato de que América del Norte ha registrado un fuerte desplome como prioridad regional, con una caída de 25% en 2016 a 15% en 2018. Lo anterior contrasta con la relativa estabilidad de la preferencia por América Latina en 30%; no obstante, ha habido un descenso gradual de la opción latinoamericana con respecto a 2008 (37%). Estos datos son consistentes con la predisposición identitaria y positiva analizada previamente. Esto es, las identidades y empatías de los mexicanos generalmente empatan con sus preferencias regionales en términos de prioridad, interés y atención.

Las ambivalencias del latinoamericanismo mexicano comienzan a aparecer cuando se pregunta acerca del rol que México debe jugar en la región. México, las Américas y el Mundo indaga sobre tres posibles roles regionales: ejercer el liderazgo, participar activamente en la región, pero sin liderazgo, y mantenerse alejado de los esfuerzos colectivos regionales. En promedio, de 2006 a 2018, una mayoría de 48% considera que México debe coordinarse con otros países latinoamericanos y participar activamente en la región sin pretender ser el líder, en tanto que uno de cada tres considera que México debería ejercer el papel de líder regional, y sólo un sector minoritario, 13%, se inclina a favor de mantenerse al margen. Así pues, no hay suficiente vigor ni voluntad en la opinión pública para que México ejerza un liderazgo en la región y, en este punto, hay una gran diferencia con respecto a Brasil, donde sí se observa una marcada vocación de líder a nivel social, que empata con los proyectos diplomáticos a nivel gubernamental. De hecho, si se analizan los datos de manera transversal en 2018, se observa una pérdida de 11 puntos porcentuales de intención de participación activa y coordinada sin liderazgo en la región respecto de 2006 (59%) y un alza de siete puntos de la preferencia por mantenerse alejado, la opción aislacionista más cercana a la famosa Doctrina Estrada de la no intervención.

Por otra parte, los mexicanos tienen una mejor opinión de los países que están fuera de la región que de sus “hermanos y amigos” latinoamericanos, con los que se identifican y a los que exigen prestar mayor atención. La misma encuesta mide la opinión general sobre una lista de 24 países en una escala de 0 a 100, donde 0 expresa una opinión muy desfavorable y 100, muy favorable. Ninguno de los 11 países latinoamericanos sobre los que se pregunta está entre los ocho mejor valorados, en su mayoría países desarrollados o grandes, como Canadá, China, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y Rusia. Brasil es el país de América Latina con la calificación más alta (54 puntos), seguido de Argentina y Chile con 52 puntos. El resto de los países latinoamericanos obtienen una puntuación por debajo de 50, que marca un nivel de opinión ni buena ni mala, empezando con Cuba y Colombia (48), Perú (46), Guatemala (44), El Salvador y Nicaragua (42), Honduras (40) y, en último lugar de toda la lista, Venezuela (39), después de Irán.

En general, los mexicanos tienen una opinión muy similar acerca de los países que pertenecen a una misma región geográfica en el mundo. Si se agrupan las valoraciones de países en distintas regiones y subregiones, se observan con más precisión las diferencias y las contradicciones en las actitudes hacia América Latina. La región con las valoraciones más altas es Europa (72.6), seguida de América del Norte (63.5), que se ha rezagado tras el arribo de la administración de Trump, Asia-Pacífico (55), América Latina (46) y, por último, Medio Oriente (42). También vale la pena destacar que hay diferencias marcadas de opinión entre distintas subregiones de América Latina. El Cono Sur tiene un promedio de puntuaciones de 52.6 más alto que las otras subregiones; en segunda posición aparece la Región Andina (44.3) y, en tercero, Centroamérica y el Caribe (43.2). Como en toda familia, hay simpatías y antipatías entre hermanos y el latinoamericanismo social mexicano también es selectivo y hace diferencias.

 

La lejanía respecto de Centroamérica

 

Varios datos de la encuesta son indicativos de cierta lejanía, indiferencia y, en ocasiones, desprecio social hacia Centroamérica que, hasta hace poco, se tradujo en cierta indisposición a cooperar en el desarrollo de la subregión. Cuando se pregunta a las personas qué tan buena o mala es su opinión sobre diversas nacionalidades de extranjeros que viven en México, consistentemente las actitudes hacia los centroamericanos son menos positivas que respecto a nacionales de otros países latinoamericanos y caribeños, europeos, norteamericanos y asiáticos, más distantes en términos geográficos y/o culturales. Así pues, aunque 71% de la población tiene una buena o muy buena opinión de los extranjeros residentes en México, el porcentaje de opiniones positivas va en descenso si se trata de estadounidenses (60%), españoles (58%), chinos (56%), cubanos (53%), argentinos (50%), venezolanos (47%), guatemaltecos (41%) y hondureños (34%), el único caso en el que las opiniones negativas son mayoritarias (43%). Es probable que la animadversión hacia los migrantes de origen centroamericano crezca con el fenómeno de las caravanas y el aumento de los tiempos de estadía en México de los transmigrantes hacia Estados Unidos a raíz del endurecimiento de los controles y las políticas de refugio en ese país. Otras encuestas ya muestran brotes de xenofobia y discriminación en varias partes del país.

El gobierno de López Obrador inició su mandato con la promesa de mirar al Sur y, muy particularmente, hacia Centroamérica, con la idea de invertir recursos para el desarrollo en los países del llamado Triángulo del Norte para, así, atacar las causas estructurales que obligan a las personas a migrar. Una de sus primeras acciones diplomáticas fue enviar una misiva al presidente Trump para plantearle su colaboración, muestra de esta nueva manera de entender y atender el fenómeno migratorio. Posteriormente, se anunció el Plan de Desarrollo Integral El Salvador-Guatemala-Honduras en colaboración con organismos multilaterales como la cepal y, más tarde, se entregaron recursos financieros directos a estos tres países. ¿Cuál es la percepción de la sociedad mexicana respecto de la cooperación con Centroamérica y la migración? ¿Qué tan en sintonía están las políticas públicas propuestas en este ámbito por la actual administración con el ánimo social? Según datos de la misma encuesta, se ha registrado un cambio de opinión en sentido favorable con respecto a la cooperación con Centroamérica. Mientras que, en 2008, la oposición a la idea de destinar recursos económicos para el desarrollo de las economías centroamericanas era mayoritaria entre la población, con 51% en desacuerdo, en 2018 la distribución de opiniones se había revertido con una mayoría de 56% a favor frente a un porcentaje de oposición de 41%. Esta tendencia viene desde 2010 y se ha mantenido en ascenso desde entonces. Hay, pues, sincronización entre la política pública y las preferencias ciudadanas en lo que respecta a la cooperación con Centroamérica.

En relación con las preferencias de política pública sobre la migración indocumentada que cruza o se queda en México, los datos indican que mayorías amplias de la población están a favor de aumentar los controles fronterizos (70%) y las deportaciones (64%), aunque también favorecen en la misma proporción la idea de contar con programas de trabajo temporal (70%). En los últimos seis años, las dos primeras opciones de mayor control han ganado adeptos, en tanto que la tercera, en favor de regulaciones que abran espacios de trabajo, los ha perdido. De manera consistente con el endurecimiento de las posiciones sociales frente a la inmigración, el porcentaje de personas que estarían de acuerdo con permitir la entrada sin mayores restricciones a inmigrantes y transmigrantes cayó de 50% en 2012 a 34% en 2018. Uno de cada cinco estaría incluso de acuerdo con la construcción de un muro en la frontera sur para detener el flujo de migrantes. Es posible que esta tendencia esté ligada con la marcada erosión que ha sufrido la imagen de los centroamericanos en México desde 2014 en el contexto de una creciente visibilidad del fenómeno de la migración proveniente de los vecinos del Sur. En 2018, 60% de la población manifestó tener una impresión desfavorable de los migrantes centroamericanos en México, mientras que 38% expresaron una opinión favorable, lo que marca un cambio de opinión en sentido negativo con respecto a los seis años anteriores. Hay claros nubarrones en el horizonte social en lo que respecta al trato hacia los migrantes.

Cierro con una brevísima reflexión. Si bien hay pocas dudas respecto de la identidad, la pertenencia y la orientación latinoamericanas de la sociedad mexicana, sigue abierta la pregunta de cuál de todas las Américas Latinas reales, imaginadas y posibles es la que tiene en mente cuando vuelve la mirada al Sur. No hay información suficiente para plantear, sobre la base de los datos hasta aquí presentados, los contornos de una visión o posible estrategia integral desde México hacia la región. Lo que vemos son simpatías y predisposiciones positivas hacia América Latina, aunque selectivas, y cierta falta de voluntad para traducirlas en compromisos y acciones. Sirva este ensayo a modo de invitación para no dejar de pensar e investigar el perfil latinoamericanista del mexicano.◊

 


1 Daniel Cosío Villegas, “Vida azarosa de la Doctrina Estrada”, en Problemas de América, México, Clío/El Colegio Nacional, 1997, p. 343.

2 La decisión se tomó el 11 de noviembre de 2019 tras la renuncia forzada de Evo Morales a la presidencia de Bolivia en medio de movilizaciones sociales por denuncias de fraude electoral.

3 La Encuesta Mundial de Valores es un proyecto de investigación de una red global de politólogos y científicos sociales que explora el cambio de valores sociales en cerca de 100 países. Se levanta cada cinco años desde 1981 y puede consultarse en <http://www.worldvaluessurvey.org/wvs.jsp>.

4 La División de Estudios Internacionales del cide desarrolló un proyecto de investigación sobre opinión pública y política exterior en México y otros países de América Latina. Lleva a cabo sondeos bianuales a población general y a líderes desde 2004. Los datos e informes son públicos y pueden consultarse en <https://www.lasamericasyelmundo.cide.edu/>.

5 Ronald Inglehart y Marita Carballo, “¿Existe Latinoamérica? Un análisis global de diferencias transculturales”, Perfiles Latinoamericanos, vol. 16, núm. 3, enero-junio, 2008.

 


* GUADALUPE GONZÁLEZ GONZÁLEZ

Es profesora asociada en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México.