Alfonso Reyes y sus amigos cubanos

En la prolífica obra de Alfonso Reyes, el género epistolar tiene un lugar principal, por lo que ha sido compilado y publicado abundantemente. Hay, sin embargo, una excepción: su correspondencia con los principales intelectuales cubanos de la primera mitad del siglo xx, inédita en su mayoría, lo que constituye el tema que Rafael Rojas desarrolla en el siguiente ensayo.

 

RAFAEL ROJAS*

 


 

El martes 9 de diciembre de 1958, Alfonso Reyes anotó en su diario: “Molestias, enfermedades. Teté Casuso y los desterrados cubanos. Latas, latas, latas”. Se refería a la detención de Teresa Casuso Morín, actriz, diplomática y escritora, esposa de Pablo de la Torriente Brau, el socialista cubano que murió combatiendo en la Guerra Civil española. Casuso había luchado contra la dictadura de Gerardo Machado en Cuba y luego fue cercana a los gobiernos del Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), entre 1944 y 1952. La escritora contó su historia de amor con Torriente Brau en la novela Los ausentes (1944), publicada en México por la editorial Revolución. El segundo de aquellos gobiernos “auténticos”, el de Carlos Prío Socarrás, nombró a Casuso agregada comercial y cultural en México. Tras el golpe de Estado de Fulgencio Batista contra Prío en 1952, la escritora fue cesada como diplomática cubana.

Casuso comenzó a frecuentar a Alfonso Reyes en la Capilla Alfonsina de la colonia Condesa por aquellos años. Le llevó su comedia Utopía y su novela ¡Bienvenida la vida!, y en una de las visitas olvidó unos guantes, que Reyes guardó con cuidado. En noviembre de 1958, la escritora fue detenida por la Dirección Federal de Seguridad en su casa de Las Lomas de Chapultepec, junto con los revolucionarios Pedro Miret y Enio Leyva, que ayudaban desde México a la revolución de Fidel Castro. ¿Hizo alguna gestión Reyes para que liberaran a su amiga? Tal vez. El caso es que, una vez libre, en enero del 59, la escritora ocupó la embajada cubana en México a nombre de la Revolución. Reyes apuntó el 2 de enero en su diario: “Mejor noche (no perfecta aún). Teléfono. Teté Casuso, al frente de la embajada de Cuba, triunfante de Batista”.

Casuso fue una de las tantas amistades cubanas de Alfonso Reyes que entre los años 40 y 50 lo mantuvieron al tanto de los asuntos culturales y políticos de la isla. La Capilla Alfonsina guarda la correspondencia con aquellos amigos cubanos. Una parte, sólo una parte de ese epistolario, ha sido editada en los libros Cartas desde La Habana (unam, 1989), compilado por Alejandro González Acosta, y Los amigos cubanos de Alfonso Reyes (George Washington University, 1986), editado por José Ángel Bufill. Otros autores, como Luis Ángel Argüelles y Juanita Conejero, han dado a conocer algunas cartas que Reyes cruzó con el escritor comunista Juan Marinello o han comentado la correspondencia ya publicada. Sin embargo, la mayor parte de aquel epistolario permanece inédita.

Los libros citados reúnen la correspondencia entre Reyes y Max Henríquez Ureña, José Antonio Ramos, Mariano Brull, José María Chacón y Calvo, Félix Lizaso, Jorge Mañach, Juan Marinello, Medardo Vitier, Alfonso Hernández Catá, Raúl Roa, José Antonio Portuondo y Roberto Fernández Retamar, entre otros. No incluyen esas ediciones su rico epistolario con Fernando Ortiz, el gran antropólogo cubano, uno de sus primeros amigos en la isla, ni las pocas cartas que intercambió con el poeta José Lezama Lima. También se carteó Reyes con José Rodríguez Feo, coeditor junto con Lezama de la revista Orígenes y luego director de la revista Ciclón, y con Cintio Vitier, quien lo invitó a colaborar en la Nueva Revista Cubana, que editó la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación tras el triunfo revolucionario de enero del 59.

Dentro del epistolario publicado destacan por su interés las cartas que intercambiaron Reyes y Mañach en el verano de 1954, a propósito de un artículo del segundo en Diario de la Marina, en el que el autor de Indagación del choteo rendía homenaje al mexicano. Allí Mañach intentaba defender a Reyes de algunas críticas que le reprochaban tres “despegos”: con respecto a México, a “Nuestra América” y a “la hora política que vivimos y padecemos”. Reyes agradecía el gesto de Mañach, pero pensaba que aquellos reparos se habían “desvanecido” o “rectificado” desde su regreso a México en 1939 y la difusión de ensayos como Visión de Anahuac (1917), Pasado inmediato (1942) y Última Tule (1942).

Para conjurar el desencuentro, Mañach reprodujo la carta de Reyes en Diario de la Marina, el 8 de septiembre de 1954, pero cometió el error de caracterizar el distanciamiento del mexicano de la política afirmando que el escritor “por una u otras razones nunca había sido peleador”. La frase provocó una apasionada respuesta de Reyes, en la que, luego de recordar que era hijo de Bernardo Reyes y que durante dos décadas había formado parte del Servicio Exterior Mexicano, lo que le impedía tomar posiciones partidarias en la política interna, decía: “¿Que yo no he sido peleador? ¿Y no he combatido contra el Ángel del Mal, combate más duro que el de Jacob? ¿Y no he tenido que vencerme a mí mismo, que no es el menor de los encuentros? Me arranqué el aguijón para sólo consagrarme a criar miel, en la intención al menos. ¡Ojalá que mi miel no haya resultado insípida o amarga!”.

Buena parte del epistolario de Reyes con intelectuales cubanos, en los años 40 y 50, estuvo relacionada con el Doctorado Honoris Causa que le concedió la Universidad de La Habana y que se le entregó tardíamente, a fines de 1955, ya que el escritor mexicano no pudo viajar a la isla a recibirlo. La ceremonia tuvo lugar en la Capilla Alfonsina el sábado 26 de noviembre de aquel año, con la presencia de Brull y su hija, Raúl Roa y su hijo, el historiador Calixto Masó y los filósofos Luis A. Baralt y Roberto Agramonte. Roa, quien por entonces residía en México y dirigía la revista Humanismo, fundada por el intelectual aprista peruano Mario Puga y donde publicaba Reyes desde 1952, también se carteó con el mexicano en aquellos años.

Al regresar a Cuba a fines de 1955, Roa publicó en Bohemia un artículo en honor a Alfonso Reyes titulado “Altitud y actitud de Alfonso Reyes”, que provocó un equívoco. Inicialmente Reyes pensó que el artículo podría incluirse en la antología Páginas sobre Alfonso Reyes, que preparaba la Universidad de Nuevo León por los cincuenta años de carrera del escritor mexicano. Mientras Roa escribía agradeciéndole el ofrecimiento, Reyes mandaba un mensaje explicándole que la edición de la antología había concluido y que no era posible agregar su texto. Las cartas se cruzaron, pero, a cambio de la negativa a incorporar el texto del cubano en el libro de Monterrey, Reyes ofreció a Roa un par de artículos para la revista Bohemia, que, como se desprende de la correspondencia, no fueron publicados por el director de la publicación, Miguel Ángel de Quevedo.

 

Un laboratorio a media calle

 

Dentro de la nutrida correspondencia inédita de Reyes con sus amigos cubanos ocupan un lugar central las cartas con el antropólogo Fernando Ortiz, con quien se carteaba desde 1911, cuando el cubano le agradece el envío de Cuestiones estéticas, publicado ese mismo año, donde encontró “observaciones críticas deliciosas”. En los años 30, el epistolario entre Ortiz y Reyes se vuelve más íntimo: en agosto de 1935 el cubano envía al mexicano ejemplares de la Revista Bimestre Cubana, editada por la Sociedad Económica de Amigos del País —ambas, la institución y la revista, eran “de lo poco que va quedando en nuestra catástrofe”, en alusión al primer régimen de Fulgencio Batista—, y le pide con insistencia un ejemplar de las revista Libra o Monterrey, donde aparecieron los “geniales escritos” de Reyes sobre las jitanjáforas.

Reyes era entonces embajador de México en Brasil y Ortiz pensó que el mexicano podía ayudarlo con bibliografía relacionada con el estudio de la “poesía mulata”. En esos años, el antropólogo acababa de publicar De la música afrocubana (1934) y trabajaba en La clave xilofónica de la música cubana (1935) y en Contraste económico del tabaco y el azúcar (1936), punto de partida de su gran ensayo de 1940: Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. El estudio de la literatura afroamericana formaba parte de los intereses permanentes de Ortiz y un tema que atraía a Reyes más de lo que se supone. En 1936, el cubano vuelve a escribir al mexicano, agradeciéndole el envío de sus poemas “Golfo de México”, donde “saboreó unas sandunguerías referentes al ñáñigo”, y “Yerbas del Tarahumara”, que encontró útil para una “disquisición sobre la lírica mulata”. Se refería Ortiz a los estudios “La poesía mulata” y “Los últimos versos mulatos”, que aparecieron en la Revista Bimestre Cubana entre 1934 y 1935.

En cuanto Reyes regresó a México, después de veinticinco años de exilio y diplomacia, escribió a Ortiz, en 1939, como presidente de La Casa de España, “para cuanto pueda ofrecérsele, y singularmente para todo aquello que se relacione con los intelectuales y catedráticos españoles que residen ahora en nuestros respectivos países”. Ortiz, que había sido fundador y presidente de las instituciones Hispanocubana e Hispanoamericana de Cultura, en La Habana, tenía contactos con los intelectuales del exilio republicano español en la isla, que fueron de utilidad para Reyes. Dato curioso: Reyes escribía a Ortiz en aquellos años a la dirección de la Revista Bimestre Cubana, en Galiano 66, en La Habana, pero Ortiz, que sabía que el mexicano ya estaba instalado en la Ciudad de México, siguió enviando dicha revista a la embajada de México en Brasil hasta 1942.

Durante los años 40 la correspondencia entre Reyes y Ortiz no se interrumpió. Sin embargo, todo lo relacionado con la edición de El huracán, su mitología y sus símbolos por el Fondo de Cultura Económica, en 1947, fue manejado directamente por Daniel Cosío Villegas, quien había escrito al cubano para invitarlo a presentar un manuscrito en la colección Tierra Firme. Por un estudio de Luis Ángel Argüelles sabemos que Ortiz no sólo envió el manuscrito de El huracán, sino que propuso una versión más compacta del Contrapunteo, que llevaría por título El tabaco y su transculturación, que nunca mandó a Cosío Villegas ni a Arnaldo Orfila, quien lo reemplazó en la dirección del Fondo en 1948.También propuso Ortiz a Cosío un curioso libro de Domingo Villamil, titulado Tomás de Aquino y Carlos Marx, donde se exploraban unos hipotéticos orígenes tomistas del marxismo.

El intercambio intelectual entre Reyes y Ortiz se intensifica en la última década de vida del mexicano. En julio de 1950, Reyes escribe a Ortiz agradeciéndole la dedicatoria de “La tragedia de los ñáñigos” en Cuadernos Americanos:

Me hace usted un verdadero honor asociando el recuerdo de mi amistad a sus excelentes y autorizadas investigaciones. Usted es uno de los hombres más estimables de nuestras tierras, tanto por su inteligencia y su ciencia como por su nervio moral. Lo tengo a usted entre mis afectos y admiraciones más sólidos. Lo he leído con fascinación y deleite, complaciéndome en ver que, a cada encrucijada del camino, me encontraba yo con la Grecia de mis amores. Siempre me he esforzado en mi cátedra y en los nuevos estudios que preparo por rectificar ese humanismo de agua de azúcar, que pretende darnos una Grecia llovida del cielo, sin raíces etnológicas con el antiguo Egeo y, en general, con todo el pensar primitivo.

En esa carta de 1950 se plasmaba el eje de la complicidad entre Ortiz y Reyes: el estudio de la antigüedad clásica y de la cultura afroamericana suponía una parecida refutación al humanismo postétnico, es decir, a un pensar por fuera de las razas, que a ambos parecía peligroso. Poco después de aquella carta, Ortiz viajó a México y visitó la Capilla Alfonsina. A su regreso a La Habana, el 6 octubre de 1950, escribió de vuelta a Reyes: “recordamos, lo recordaremos siempre, aquellas horas hace pocos días pasadas en su cueva. Usted, rodeado de tantas redomas con sus familiares dentro, nos encantaba con sus conjuros y sus mitos”. Y agregaba: “Pero, ¡tentaciones de los demonios! De esos mismos demonios que Ud. aviva con el deleitoso aroma de su azufrado palique y hacen que a uno se le suban los humillos infernales y caiga en el pecado de vanidad”. Con ese preámbulo, Ortiz pedía a Reyes que prologara su libro Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba (1951).

El prólogo de Reyes reiteraba aquella idea de la profunda afinidad entre las culturas griega y afroantillana. El valor de la obra de Ortiz, según Reyes, era que, en contra de una visión basada en la “curiosidad de aquellos que tienen ojos para lo pintoresco y lo exótico”, “ahondaba en el sentido” de la cultura afrocubana, en el “efecto de sus impactos étnicos” y “aquilataba el valor de este testimonio vivo que estaba ahí, a las puertas del laboratorio, o mejor, en un vasto laboratorio a media calle”. También hablaba Reyes de una correspondencia entre la obra antropológica de Ortiz y el desarrollo de la poesía negrista en Cuba (Nicolás Guillén, Regino Pedroso, Emilio Ballagas…) y aprovechaba, a través de una cita de Juan Valera, para emparentar las tesis orticianas con la teoría de la “raza cósmica” de José Vasconcelos, lo que no debió agradar a Ortiz, quien rechazaba la panmixia vasconcelista.

Después del prólogo del mexicano vendrían otras colaboraciones entre ambos amigos: Ortiz publicó en El libro jubilar de Alfonso Reyes (unam, 1956) su ensayo “La secta conga de los matiabos en Cuba” y Reyes envió para el segundo tomo de la Miscelánea de estudios dedicados a Fernando Ortiz (La Habana, 1956) su opúsculo “La danza griega”. No sólo eso: en sus Estudios helénicos, Reyes usó el concepto de “transculturación” de Ortiz para referirse a una “colonización de abajo a arriba o a la inversa”, relacionada con las inmigraciones aqueas y otros fenómenos de la historia cultural de Grecia. El intercambio de publicaciones entre Reyes y Ortiz llegó a ser tan fluido a mediados de los 50 que el cubano se quejó cariñosamente en carta del 27 de mayo de 1957: “me tiene Ud. abrumado. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… ¡qué se yo cuántos!: opúsculos, folletos, libros me ha enviado Ud. Todos de genio y apetitosos”.

La cercanía entre ambos escritores volvió a evidenciarse en junio de 1954 cuando circuló en la prensa mexicana que Juan Marinello, el importante intelectual comunista cubano, había sido encarcelado, y Reyes escribió a Ortiz indagando por la suerte de su amigo. Reyes, que por aquellos años se movía en una red intelectual opuesta a la de los comunistas cubanos y mexicanos, la del Congreso para la Libertad de la Cultura, apelaba a Ortiz como “notario de honor” para informarse correctamente sobre la situación de Marinello, en caso de que “empiecen a reclutar firmas para manifiestos que generalmente están muy mal redactados y lo llevan a uno a donde no quiere”. En rápida respuesta a su amigo mexicano, Fernando Ortiz restó importancia al incidente del régimen de Batista con Marinello: “las autoridades han retirado los pasaportes a numerosas personas…, hasta que renueven su vigencia previa su presentación en el Ministerio de Estado”. Ortiz esperaba que todo “quede resuelto en breves días”.

La carta gana interés si se recuerda que Reyes y Marinello se veían con frecuencia, cada vez que el crítico comunista viajaba a México, y se carteaban desde los años 30. Justo en 1955, Marinello colaboró en un homenaje a Reyes que publicó el periódico El Nacional de México, y que el mexicano agradeció con estas palabras: “tu artículo me ha hecho temblar. Gracias con toda mi cabeza y con todo mi corazón”. Marinello aprovechó su respuesta a Reyes para hacer al mexicano un reproche parecido al de Mañach, pero con menos tacto: “Quisiera —mi sinceridad me impulsa a decírtelo— verte más militante en ciertas grandes cuestiones de nuestro tiempo: la causa de la paz, por ejemplo”. A lo que Reyes respondió con elegancia y firmeza: “¿La paz? En Tentativas y orientaciones hay una página mía llamada ‘Doctrina de la paz’, a la que permanezco fiel. Data de 1938…, antes de que muchos amigos nuestros se preocuparan por este problema. Lo único que sucede es que no soy político, no creo en congresos y manifiestos…, prefiero navegar por mi cuenta y sólo firmar lo que yo escribo”.

Con aquella carta, Reyes remitió a Marinello, “en términos estrictamente confidenciales”, las dos cartas que el año anterior había enviado a Jorge Mañach, a raíz de los artículos de este último en Diario de la Marina. En el trasfondo de aquellas polémicas en torno a Reyes, en el campo intelectual cubano, se ubicaba la colaboración del mexicano con la revista Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura y la ofensiva diplomática de los partidos comunistas a favor del Consejo Mundial de la Paz. Otra prueba de la pluralidad con que Reyes manejaba sus relaciones con los intelectuales latinoamericanos fue que, aunque mantuvo sus colaboraciones en Cuadernos hasta el mismo año de su muerte, en 1959, preservó su amistad con Diego Rivera y otros comunistas mexicanos. Reyes y Marinello coincidieron en el homenaje a Diego Rivera por sus 70 años, en 1956, y todavía en 1958 el mexicano recomendaba a Arnaldo Orfila la publicación del ensayo José Martí, escritor americano (1958) en el Fondo de Cultura Económica.

 

La radical simpatía

 

Las relaciones de Alfonso Reyes con los escritores cubanos de mediados del siglo xx son un buen reflejo de la diversidad del campo intelectual de la isla. Reyes era amigo de escritores comunistas como Nicolás Guillén, Juan Marinello y José Antonio Portuondo, pero también de escritores liberales como Jorge Mañach, Félix Lizaso y Fernando Ortiz. El grupo de poetas católicos nucleado en torno a José Lezama Lima en revistas como Nadie Parecía (1943) y Orígenes (1944-1956) también formó parte de los contactos del mexicano. En septiembre de 1943, Lezama escribió a Reyes: “Muy estimado maestro: Me place extraordinariamente que haya Ud. recibido con agrado la inserción de una bella estrofa suya en la primera página de Nadie Parecía. Recordamos todos los cubanos la riqueza de implicaciones contenidas en un poema suyo que ha captado la luz y la plástica del Trópico”.

Se refería Lezama al poema “Trópico”, que luego Reyes retituló “Golfo de México”, la misma composición que había deslumbrado a Fernando Ortiz desde los años 30. Aprovechaba Lezama, en aquella misma carta, para anunciar a Reyes que pronto aparecerían en la revista cubana inéditos de Juan Ramón Jiménez y Jorge Guillén. Y agregaba:

Sería para nosotros muy placentero poder contar con un trabajo suyo, ya que la revista muestra radical simpatía, es nuestro único radicalismo, por todas las formas del humanismo. ¿Puede existir otra actitud? Como no lo creemos, tiene para nosotros una significación especial la labor de todos los americanos que se han empeñado en que América concurra con total dignidad a esa gran tradición —y creación— humanista.

Reyes respondió a Lezama, escuetamente, en noviembre de 1943, con tres poemas, “para que publiquen el que mejor les parezca en Nadie Parecía: no pude escoger yo mismo, porque los tres me parecen algo malejos. Así vamos ahora y no podemos evitarlo”.

Lezama, sin embargo, decidió publicar los tres poemas. Así, además del epígrafe en el número sexto, de febrero de 1943, de Reyes se publicaron en Nadie Parecía los poemas “Pesadilla”, “Tentativa de lluvia” y “Muchacha con un loro en el hombro”. Fue aquel el inicio de una amistad que se prolongaría hasta bien entrada la década siguiente y que se hace visible, de manera indirecta, en la correspondencia de Reyes con José Rodríguez Feo, codirector de Orígenes. La primera carta de Rodríguez Feo a Reyes data de octubre de 1946 y en ella el crítico cubano agradecía a Reyes por sus atenciones durante una visita reciente a la Capilla, donde habían “platicado” sobre un número monográfico de Orígenes dedicado a México. En aquel número, el octavo de la primavera de 1947, el texto de Reyes “Un padrino poético”, en honor a Manuel José Othón, encabezaba el homenaje de la revista cubana a México.

Luego, en abril de 1952, Rodríguez Feo vuelve a escribir a Reyes, trasmitiéndole la preocupación suya y de Lezama por las “dolencias” del mexicano, y pidiéndole una nueva colaboración. Reyes se demoró en contestar y en agosto envió dos poemas a Rodríguez Feo. Sin embargo, aquellos poemas no llegaron a publicarse, ya que, en septiembre de 1952, Rodríguez Feo solicitó a Reyes otro texto para el homenaje a José Martí que Orígenes preparaba, con motivo del centenario del nacimiento del poeta y político cubano en 1953. En aquella carta de diciembre del 52, Rodríguez Feo agregaba: “mi compañero Lezama Lima lo saluda cordialmente y esperamos pronto, si viene usted a Cuba, poder estrecharle la mano y así personalmente decirle cuán agradecidos le estamos por sus bondades y muestras de amistad y confianza en nuestra modesta labor al frente de Orígenes”.

Reyes declinó la invitación a la semana, el 17 de septiembre de 1952: “Mil gracias, honradísimo, pero es imposible que escriba yo nada sobre Martí. Estoy muy atareado y no resisto un peso más. Mucho éxito en todos sentidos. Cordialmente suyo”. En octubre, Rodríguez Feo volvió a insistirle a Reyes: no pensaban él y Lezama en “una colección de ensayos martianos”, ya que la mayoría de las colaboraciones eran poemas. Ponía como ejemplo a María Rosa Lida, amiga de Reyes desde sus tiempos como embajador en Buenos Aires, quien había enviado su ensayo “Argenis o de la caducidad del arte” para el número en homenaje a Martí. Y agregaba Rodríguez Feo: “sinceramente no sabemos cómo este homenaje a Martí puede pretender ser algo continental sin su presencia”. En su respuesta del 4 de noviembre, Reyes propuso a Rodríguez Feo que se publicasen los poemas enviados en agosto en el monográfico sobre Martí: “Más no puedo: después que le escribí a usted, he caído en una fiebre paratífica, y apenas estoy en la dura convalecencia”.

En enero de 1953, Rodríguez Feo comentaba a Reyes que habían recibido en la redacción de Orígenes su volumen Obra poética, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1952, y que en el mismo aparecían los dos poemas enviados para el homenaje a Martí. El crítico cubano decía entonces que era imposible reproducir esos poemas y volvía a pedirle, por tercera vez, alguna colaboración para el homenaje a Martí. Reyes se disculpó con Rodríguez Feo argumentando que “contaba con que el número de Orígenes saliera antes del volumen de mi Obra poética”. Y agregaba: “Siento de veras no poder escribir directamente alguna cosa sobre Martí que valga la pena. Puesto que usted me permite asociarme en cualquier forma, allá van dos páginas inéditas de mi ‘Marginalia: Bombas de Ideas’”, que se incluyeron en el número 33 de 1953.

En la entrega siguiente al homenaje a José Martí, en Orígenes, apareció el texto “Crítica paralela” de Juan Ramón Jiménez, donde había alusiones adversas a Vicente Aleixandre y Jorge Guillén. Lezama había autorizado la publicación del texto sin consultar con José Rodríguez Feo. Éste, amigo cercano de Aleixandre y Guillén, decidió romper con Lezama e intentó continuar la edición de la revista por su cuenta. Lezama hizo lo mismo y a partir de 1954 comenzaron a aparecer dos Orígenes, uno dirigido por Rodríguez Feo y otro por Lezama. En mayo de 1954, Rodríguez Feo escribió a Reyes anunciándole que en su Orígenes se formaría un Comité de Colaboración integrado por Luis Cernuda, Vicente Aleixandre, Jorge Guillén, el “ensayista Alejo Carpentier, además de varios escritores cubanos”: “Quisiéramos que en él figurase un escritor de México y hemos pensado que nadie mejor que usted podría representar a la hermana república”.

Cinco días después Reyes respondía afirmativamente a Rodríguez Feo: “Con gusto le doy mi nombre para el comité de colaboración de la revista Orígenes: muy honrado”. Con aquella carta enviaba Reyes un “poema prosaico”, “Los caballos”, que Rodríguez Feo no alcanzó a publicar en Orígenes, pero que apareció en la revista Ciclón, el proyecto que junto a Virgilio Piñera impulsaría el crítico cubano entre 1955 y 1957. El nombre de Reyes, sin embargo, apareció en la lista del Comité de Colaboración de Orígenes en los dos números dirigidos por Rodríguez Feo en 1954. Al final, la lista de miembros de ese Comité resultó algo distinta de como la anunciara Rodríguez Feo a Reyes: no estaba Carpentier ni ningún otro escritor cubano, pero sí Cernuda, Aleixandre y Guillén, además de María Zambrano, Enrique Anderson Imbert, Jean Cassou y Harry Levin.

En la última página del segundo número de Orígenes dirigida por Rodríguez Feo en solitario, se insertó un anuncio de las colaboraciones próximas, donde figuraba Reyes con “Los caballos”, junto a Lionel Trilling con su ensayo “Arte y neurosis” y Dámaso Alonso con su poema “A un río le llamaban Carlos”. Todas esas colaboraciones pasaron de Orígenes a Ciclón, preservando aquella corriente de “radical simpatía” entre los escritores cubanos y Alfonso Reyes de que hablara Lezama. Prueba de esa profunda conexión fue que, en enero de 1961, a dos años de la muerte de Reyes, cuando el magazine Lunes de Revolución, que dirigía Guillermo Cabrera Infante, decidió rendir homenaje a José Martí, se reprodujo una breve prosa del escritor mexicano en la que se lee: “Martí es una de las naturalezas literarias más dotadas de América… Su arte es un arte de relámpago; cada relámpago esconde y revela inexplorados paisajes”.

Todavía en sus últimos años e, incluso, en los meses de convalecencia final, Alfonso Reyes se carteaba con sus amigos cubanos. Luego de un intento frustrado de lograr la publicación de su poemario Alabanzas, conversaciones (1955) en el Fondo de Cultura Económica, Roberto Fernández Retamar, “como peticionario casi profesional”, pidió a Reyes que le enviara un retrato suyo, para colgarlo en su despacho junto a otro de Miguel de Unamuno. Reyes le mandó un “retrato barbado” en febrero de 1957, y en julio de 1959, cuando el joven escritor cubano reemplazaba a Cintio Vitier en la dirección de Nueva Revista Cubana, le reiteraba a Reyes la invitación que había hecho el autor de Lo cubano en la poesía (1958) para que enviara algún texto a esa publicación. Fernández Retamar se despedía de Reyes así: “sus ojos me están mirando desde el retrato barbado que tengo frente a mí. Los míos lo miran a usted, siempre. Espero su respuesta”.

Vitier había enviado a Reyes el primer número de Nueva Revista Cubana a principios de 1959. Reyes respondió el 30 de marzo, agradeciendo la invitación: “Mis mejores votos para la Nueva Revista Cubana, que, llevando usted al timón, seguramente va encaminada a buen puerto. No le envío pronto colaboraciones, porque materialmente no puedo. Pero no olvidaré su invitación”. Cuando Vitier pasó a dirigir el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad Central de las Villas, en julio de 1959 —apenas seis meses después de ser nombrado al frente de la Nueva Revista Cubana—, volvió a escribir a Reyes pidiéndole una ficha biobibliográfica para una posible edición del escritor mexicano en esa importante colección universitaria. La respuesta a Vitier fue enviada el 15 de octubre de 1959, dos meses antes de la muerte de Reyes, en tercera persona:

Alfonso Reyes, ausente de la Ciudad de México, agradece a su distinguido amigo el Dr. Cintio Vitier su comunicación del 25 de septiembre último y, en tanto que regresa para satisfacer su amable petición sobre envío de publicaciones, se apresura a enviarle una nota biobibliográfica puesta al día, que acaso rebase un poco los límites de su pregunta, pero que espera pueda serle útil. Alfonso Reyes desea el mayor y merecido éxito a su fino amigo en el desempeño de sus funciones en la Universidad Central de Las Villas y queda siempre muy cordialmente suyo.◊

 


Fuentes

 

Argüelles, Luis Ángel, “Correspondencia mexicana de don Fernando Ortiz”, Revista de la Biblioteca Nacional José Martí, Co. 5, septiembre-diciembre, 1983.

Bufill, José Ángel, Los amigos cubanos de Alfonso Reyes, Washington, George Washington University, 1986.

Capilla Alfonsina. Colección Alfonso Reyes. Correspondencia con Fernando Ortiz, José Lezama Lima, José Rodríguez Feo y Cintio Vitier. Carpetas 1431, 1894, 2308 y 2673.

Conejero, Juanita, “El Honoris Causa para un gran amigo”, Cubarte. Portal de la Cultura Cubana, 27 de octubre de 2016.

González Acosta, Alejandro (ed.), Alfonso Reyes. Cartas desde La Habana, México, unam, 1989.

Pérez Valdés, Trinidad (ed.), Correspondencia de Fernando Ortiz. 1920-1929, t. I. Bregar por Cuba, La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 2013.

———, Correspondencia de Fernando Ortiz. 1930-1939, t. II. Salir al limpio, La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 2014.

———, Correspondencia de Fernando Ortiz. 1940-1949, t. III. Iluminar la fronda, La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 2015.

———, Correspondencia de Fernando Ortiz. 1950-1961, t. IV. Ciencia, conciencia y paciencia, La Habana, Fundación Fernando Ortiz, 2018.

 


* RAFAEL ROJAS

Es profesor e investigador de la División de Historia del Centro de Investigación y Docencia Económicas.