
01 Jul Alfonso Reyes 1939
Alfonso Reyes cumplió 50 años en 1939. Pasó ese año terrible —el de la derrota de la República española y el comienzo de la Segunda Guerra Mundial— solventando los encargos que le hacía el presidente Lázaro Cárdenas, dando inicio a los trabajos de La Casa de España en México (que se convertiría en El Colegio de México), echando los cimientos de su anhelada Capilla Alfonsina, además de escribir ensayos, poemas, diarios y cartas. En el siguiente texto, Adolfo Castañón reseña estas actividades y a continuación —en dos contribuciones que publicamos por separado— edita, anota y comenta las cartas enviadas y recibidas en 1939, y compila los poemas que Reyes escribió ese año.
ADOLFO CASTAÑÓN*
I
Alfonso Reyes volvió a México el 9 de febrero de 1939. El 1 de enero de ese año se había despertado en Río de Janeiro con “la amargura de estar lejos de todo lo que de veras es mío y con un porvenir indeciso, y ante el momento del mundo que no me entusiasma venir”. La víspera, el 31 de diciembre de 1938, había escrito que ése era el “Día último de un año funesto para toda la humanidad, en que la barbarie y la violencia han hecho grandes progresos, al punto de asquearnos de nuestra especie”. 1939 fue para Reyes un año de transición. Llegó a México el 9 de febrero, cuando se cumplían veintiséis años justos de la muerte de su padre, el general Bernardo Reyes. El 22 de febrero, a las tres y media de la tarde, muere en Coillure, Francia, Antonio Machado; Reyes sólo lo sabrá tiempo después. En mayo cumpliría 50 años de edad. El 16 de marzo de 1939, el presidente Lázaro Cárdenas lo “manda citar para la 1 pm y decir que me ha nombrado para el Patronato de la Casa de España”. El presidente lo hace esperar media hora y se retira de urgencia. Al día siguiente, por fin, el presidente “me recibe muy bien, me agradece mi trabajo en el Sur y mi negativa a irme a Austin y me ofrece en firme la Presidencia de la Casa de España, en respetables condiciones”. Luego, el secretario de Educación, Vázquez Vela, “hecho una miel […] me ofrece cuanto quiera para que la Casa de España prospere”. Si el año de 1939 estará marcado por los afanes y por el trabajo para darle forma y realidad administrativa a La Casa de España, también estará teñido de tristeza, desánimo y melancolía. El 26 de marzo de 1939 pone “las primeras líneas que escribo en mi casa, hecha con el esfuerzo de toda mi vida, para dar asilo conveniente a mis libros”. Las preocupaciones de ese Alfonso Reyes que en 1939 está a punto de cumplir los cincuenta y ya entra, a partir del 17 de mayo, en su segundo medio siglo, se distribuyen tensamente entre problemas de salud —próstata, tensiones y desequilibrios nerviosos—, encrucijadas y asperezas en la familia, atenciones a los amigos y conocidos españoles —Enrique Díez-Canedo, Adolfo Salazar, José Moreno Villa, María Zambrano, León Felipe, José Bergamín, Juan José Domenchina, entre otros—, cuidados de la encomienda presidencial para sacar adelante La Casa de España en México, la desesperación de dar vueltas y vueltas y de perder el tiempo, de ver que lo dejan plantado los políticos, empezando por el presidente de la República, y de sentir que los trámites avanzan muy lentamente. A ese ramillete espinoso debe añadirse el haz de algunas publicaciones que lo alegran y entretienen: la primera serie de los Capítulos de literatura española, publicada por La Casa de España, el ensayo sobre Goethe y el dibujo que publicará en Romance. Hay otras publicaciones que lo desazonan y aun enojan, como “El llanto de España” o “Pasado inmediato”, editado el primero por la revista Futuro y el segundo por la revista Sur, que desde Argentina dirige su amiga Victoria Ocampo. En casa, lo irritan los ruidos de los obreros que instalan los muebles; en las calles, las protestas contra los españoles…
II
Varias semanas pasan sin que Reyes cobre un centavo y sin que le confirmen su nombramiento como presidente de La Casa de España: “Todos los días con jaqueca y duros accesos de melancolía”, asienta el 10 de abril. Lo asfixia la intuición de que “al construir mi casa no he hecho más que construir los muros de mi prisión”, escribe el día anterior, el 9. Por fin, el 13 de abril, el presidente firma el acuerdo por el cual se le nombra presidente de La Casa de España en México, luego de casi un mes de transcurrida la entrevista con él. Esos pendientes administrativos se alternan con algunos otros editoriales, como la corrección del libro Orientaciones, que es simultáneo a la “instalación de la Casa de España en México”. Los accesos de depresión no lo dejan: “Deseo sincero de morir. Todo desambientado porque Manuela ya se cansó, es toda malhumor […] triste, triste, de hecho sin voluntad de escribir ya nada” (viernes 28 de abril, 1939). Por si todo esto fuera poco, se anuncia el regreso de su hermano Rodolfo, precedido de un artículo profranquista. A esa tensión se añade el luto por el fallecimiento del hijo de Enrique González Rojo. Lo consuela un momento el reencuentro con Waldo Frank. Reyes no lo dice con todas sus letras, pero, a unos meses de su llegada, su presencia en la ciudad se vuelve una visita ineludible —como sucederá con Goethe al final de sus días— e, indirectamente, un factor de poder y —hay que decirlo— un polo de atracción para la envidia. Las fatigas de la propia casa y de La Casa de España lo abruman, pero Reyes aprovecha las visitas de los extranjeros para, con esos amigos, “desahogarnos sobre los horrores de la vida mexicana” (24 de marzo). Esos desahogos no impiden que Reyes diga que sigue “muy enfermo y muy triste” (24 de mayo de 1939). Lo distraen las visitas de los extranjeros que le piden consejo; por ejemplo, el francés Étiemble, sobre Rimbaud en América. Por esos días escribe el artículo “Góngora, Einstein y los chinos”. Esta página, que será publicada por Reyes en El Nacional, dirigido por Raúl Noriega Ondovilla, abre una ventana para asomarse a lo que Reyes traía en la cabeza en esos días y ver hasta qué punto estaba familiarizado con la historia de la civilización y los modos y modales de la filosofía de su tiempo. Ese pequeño ensayo es una lección del pensamiento libre y desatado, de ese pensamiento liberal en el sentido más poderoso de la palabra. Reyes lo mismo trataba en un artículo del eventual daltonismo del hombre que de la geometría singular de los chinos a partir de unos versos de Góngora.
III
No es extraño que, en medio de estas sombras, Reyes les abra la puerta a las luces que irradian desde los puertos del pasado a través de amistades como la viuda del cabo Muñoz, cuya conversación despertó en él el poema “Yerbas del Tarahumara”, o a esos ayudantes del general Reyes que lo auxilian a situarse mejor en el mapa de los propios recuerdos.
IV
A medida que pasan los días, arrecian los ataques y envidias, intrigas y enredos contra La Casa de España en México. Todo eso desgasta a Reyes en lo público y en lo íntimo. Tiene que arremangarse la camisa para arrostrar la organización de las conferencias de los españoles y esto lo lleva a tener y a sostener “tratos con media ciudad” (20 de junio). No todo son espinas. El 20 de junio: “Mauricio Magdaleno en El Universal hace de mí ardiente defensa”. El diario de Reyes permite asomarse a su día a día: por temporadas largas va al cine casi a diario, escribe en las madrugadas (“entre las 4 y las 6 1/2 o a la una de la mañana”) los textos de las conferencias “Presagio de América” y “Discurso por el centenario de Alarcón”, además de copiar capítulos para Los siete sobre Deva. Esos bálsamos no son suficientes: “Ya no me cabe tanto dolor en el alma” (3 de julio de 1939). “Todos los días tengo un rato de soledad, melancolía y desaliento […] Yo, solo entre mis libros, en un país que ya no los ama, en una época y en una humanidad dadas a la violencia y a la negación del espíritu” (2 de julio).
V
“Nada me divierte de mi vacío y de mi nada”. “Todo lo que hago me parece un modo de estorbar lo que anhelaría”. “Ni siquiera tengo aquí amigos verdaderos con quienes hablar de cosas del espíritu” (2 de julio). “Realmente no veo el objeto de esta vida postiza” (3 de julio). “Otro día más de sufrimiento moral y mala salud” (10 de julio). En medio de ese oscuro panorama, recibe un alentador telegrama en el que “el Presidente me pide no admitir más gente en la Casa de España” (13 de julio de 1939). Alentador, pues así Reyes podrá decir que obedece instrucciones superiores al negar el ingreso de nuevos miembros. Después de todo, el experimento de La Casa de España no se concibe en términos de una institución de caridad y de beneficencia, sino de excelencia intelectual y aun de aristocracia intelectual. A Reyes le va quedando claro que existe un sistema de vasos comunicantes entre lo público y lo privado, lo literario y lo social. Sabe que no puede negarse a las visitas, pues o bien tienen que ver con los asuntos pendientes o futuros de La Casa de España en México —por ejemplo, los del historiador Ramón Iglesia— o bien con los de sus intereses y afinidades (los escritos sobre Juan Ruiz de Alarcón, la edición, transcripción, revisión y corrección de sus propios escritos y libros en proceso), los asuntos familiares, o bien los ecos y saudades de sus largos años en el Sur, que tienen que traducirse en visitas, por ejemplo de Pedro Vargas, de la esposa del agregado militar Muñoz, que fue su agregado en Buenos Aires, o de la escritora Susana Larguia. A esa tupida red humana habría que añadir la llegada de “abundantísima correspondencia” (24 de julio).
VI
No me ha sido posible concentrar aquí las referencias puntuales a la correspondencia, pero pueden enumerarse algunas personas previsibles: Pedro Henríquez Ureña, Victoria Ocampo, Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, José María Chacón y Calvo, René Étiemble, entre otros, para no hablar de los recados y papeles refundidos por los españoles trasterrados que se agolpan para ingresar o para confirmar su estancia en la apretada Casa de España.
VII
Empiezan las ideas y venidas a Cuernavaca, donde la vida social no es menos activa. En el Diario se menciona a León Felipe y a Bertha Gamboa, a Octavio G. Barreda, a Agustín Loera y al político Gonzalo N. Santos. Entre las visitas de los jóvenes, en ese año destaca la asidua de Octavio Paz, que tiene entonces la mitad de los años de Reyes, es decir 24 o 25, contra 50.
VIII
El viernes 18 de agosto apunta: “De mañana, me llamó el Presidente Cárdenas. Le informé sobre la Casa de España y aprobó todo. Después me pidió que de aquí al miércoles le redacte la parte de su Informe Presidencial sobre el petróleo, verdadero honor”. Cárdenas lo autoriza a revisar “documentos secretos en su despacho y su carta al Presidente Roosevelt”. Ese mismo día, hacia las 11 de la noche, consigna: “tengo ya hecho mi primer borrador”. El sábado por la tarde hace ver a Eduardo Suárez el texto, quien le confirma “que he entendido bien la cuestión del petróleo”; el martes 22, el presidente le envía más documentos y el miércoles entrega en persona a Cárdenas el documento, que es aprobado, aunque le proporciona nuevos datos inéditos. Los incorpora y, al día siguiente, un ayudante militar del presidente recoge la versión final. Quién le habría dicho a Reyes que el año anterior, 1938, pasado en Brasil tratando de vender petróleo mexicano a los brasileños, sería una suerte de práctica o antesala para la redacción de este documento en el que el presidente Cárdenas razonó en público la expropiación petrolera.
Este episodio plantea para el estudioso la pregunta de cómo situar en términos editoriales este encargo, en qué lugar debería incorporarse, si es que debiera hacerse así. Por otro lado, estaría la cuestión de comparar el discurso oficial pronunciado por Lázaro Cárdenas con el borrador del texto que entregó Reyes, para saber si hay algunas diferencias o modificaciones.
En cualquier caso, le queda claro a Reyes que su figura está lejos de haber pasado inadvertida al presidente, y esto lo alivia seguramente en relación con las gestiones de La Casa de España. También le hace ver hasta qué punto es una pieza clave en la política mexicana conducida por Cárdenas.
IX
El mismo día en que Cárdenas lo recibe, por la tarde, se anuncia la celebración del pacto germano-soviético y un estremecimiento corre por Europa, por el mundo y por México: la alerta y “alarma de una guerra en Europa”. Días después, el 3 de septiembre, da inicio la guerra cuando —escribe Reyes— “Inglaterra y Francia declaran la guerra a Alemania por [la] invasión de Polonia”. Hay una correspondencia entre la crisis de la paz en el mundo y la crisis personal de Reyes, quien pasa jornadas de desolación y tristeza: “Nada me consuela. Mi melancolía se acrecienta. No tengo ánimos para escribir” (18 de septiembre); expresa: “mi inadaptación a este ambiente donde me siento lejos de toda la verdad del mundo, la atmósfera enojosa y difícil que se ha ido creando para mí, aun en lo que más de cerca me queda” (25 de septiembre) y “otro día, otro amanecer en este destierro, en esta soledad donde ni siquiera me dejan disfrutar de la soledad” (26 de septiembre). “¡Qué crisis tan estéril! ¡Qué etapa más cruel!”. Todo esto lo lleva a “anhelar como único lenitivo, el estar solo” (25 de septiembre).
X
Se va dando cuenta de que lo desgasta enormemente recibir gente y dar audiencias —como si fuese un monumento público—. El 16 de octubre cuenta hasta 24 visitas. Se da cuenta de que estas amabilidades lo desgastan y le impiden escribir. Por otro lado, se pregunta acerca del sentido que puede tener el afán, tal vez inútil, “de poner en valor mis notículas y de reorganizar lo que tengo publicado” (13 de octubre de 1939); probablemente evocó a su amigo Pedro Henríquez Ureña, quien durante años le insistió en la vanidad de este esfuerzo. Le llaman la atención las cortesías tan inexplicables como numerosas: “Está pareciéndome rara tanta cortesía”, que acaso tiene que ver con la consideración que Cárdenas les guarda a los españoles de La Casa de España.
XI
Esa consideración es paralela a lo que está en juego en lo profundo de la creación de La Casa de España y la conflictiva evolución de ésta, que llevará a la decisión de transformarla en la nueva institución —El Colegio de México—, cuyo nombre aparece por primera vez en el Diario cuando Reyes asienta, el viernes 27 de octubre: “Entregué a Villaseñor proyecto Colegio de México”. Podría decirse que ésta es la fecha de nacimiento de la institución. De todos modos, el parto es conflictivo. Un ejemplo son las discrepancias con Daniel Cosío Villegas acerca de las publicaciones de La Casa de España en México con el sello del Fondo de Cultura Económica. Esos conflictos deprimen a Reyes, como consigna el 31 de octubre de 1939. Sabe su valor y que su plano de fondo no se reduce ni puede reducirse a la circunstancia mexicana. Así se lo prueban los ejemplares que recibe desde Buenos Aires de su libro Vísperas de España, editado por Victoria Ocampo con el sello de la argentina Sur (16 de noviembre). Esa pluralidad de perspectivas es en cierto modo el escudo que defiende a un Alfonso Reyes que lo mismo se toma un café con Lázaro Cárdenas para hablar de la cuestión del petróleo en México que presenta al poeta español Pedro Salinas en la Facultad de Filosofía y Letras, sustituyendo de emergencia a Carlos Pellicer, o arma los preparativos con Tomás Navarro Tomás para la edición de la Nueva Revista de Filología Hispánica en México (26 de diciembre). El 30 de diciembre de 1939, luego de dormir antes del almuerzo y de hacer lo que se llama la “siesta del perro”, recibe una noticia: “al despertar se me avisó que el Presidente Cárdenas me da facultades absolutas y plenas sin consultarle más para todos mis planes de la Casa de España y que está aprobado el presupuesto de 350 mil pesos para 1940”. El 1 de enero de 1940, Reyes hace un balance del año que acaba de terminar: “Ayer acabó uno de los años más ásperos y fríos de mi vida”.
XII
En 1939 se publicó, con el sello de Loera y Chávez, Muerte sin fin de José Gorostiza. El poema que transformaría la poesía mexicana sería saludado por Jorge Cuesta en diciembre de ese año.◊
* ADOLFO CASTAÑÓN
Es narrador, ensayista y poeta. Es miembro de la Academia Mexicana de la Lengua. En 2018 recibió el Premio Internacional “Alfonso Reyes” que otorgan el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (inbal), la Sociedad Alfonsina Internacional y la Universidad Autónoma de Nuevo León.