A cien años de la estridencia: el Café de Nadie de Ramón Alva de la Canal

Ramón Alva de la Canal (Ciudad de México, 1892-1985)
El Café de Nadie, ca. 1930, óleo y collage sobre tela
inbal / Museo Nacional de Arte, acervo constitutivo, 1982

 

El emblemático Café de Nadie y la pintura homónima de Alva de la Canal que lo recrea son ocasión propicia para rememorar el centenario del surgimiento del movimiento estridentista en México y sus vientos de ruptura e innovación.

 

HÉCTOR PALHARES MEZA*

 


 

Es un Café sombrío, huraño, sincero, en el que hay un consuetudinario ruido de crepúsculo o de alba. De nadie. Por eso Ortega lo ha llamado así. No soporta cierta clase de parroquianos, ni de patrones ni de meseros. Es un Café que se está renovando siempre, sin perder su estructura ni su psicología. No es de nadie. Nadie lo atiende, Nadie lo administra. Ningún mesero molesta a los parroquianos, ni les sirve… Por esta peculiaridad somos los únicos que se encuentran bien en su sopor y en su desatención. Somos los únicos parroquianos del Café. Los únicos que no tergiversan su espíritu. Hemos ido evolucionando hasta llegar a ser nadie. Para que sea nuestro y exclusivo.
Arqueles Vela, Historia del Café de Nadie (1924)

 

No deja de ser significativo, más que por la coyuntura de centenarios, repensar desde la perspectiva histórica y artística contemporánea al grupo de escritores, poetas, pintores y escultores que, amparados por los chisporroteos de café y el humo de cigarrillo, dieron la pauta para el nacimiento, en el diciembre de 1921, de nuestra vanguardia estridentista.

Era el México de los años veinte del siglo pasado que, bajo la tutela caudillista del presidente Álvaro Obregón y el liderazgo intelectual de José Vasconcelos, buscaba la institucionalización de su gesta revolucionaria a través del establecimiento de icónicas dependencias —como la recién inaugurada Secretaría de Educación Pública— que habrían de configurar el rostro moderno del país.

El escenario cultural de la época se encontró inmerso en un nutrido grupo de frentes abiertos que, bajo consignas disímbolas de justicia social, mirada politizada y nacionalismo vs. internacionalismo, apostaron por la ponderación de “lo mexicano” en las corrientes literarias, plásticas, musicales y poéticas. La llamada Escuela Mexicana de Pintura, con un derrotero enérgico de reivindicación de ideales obreros y campesinos, se miró de frente a otros asuntos, de índole más cosmopolita, como la apuesta de los Contemporáneos y la savia universalista que nutrió el “grupo sin grupo” de Salvador Novo, Xavier Villaurrutia, Carlos Pellicer, Gilberto Owen, José Gorostiza y muchos creadores de igual talla.

El año que celebraba la fundación de la sep y la gestión de Vasconcelos, gran promotor de los temas mexicanistas en la pintura mural y de caballete, también vio nacer un contingente de escritores y artistas que se reunía en un viejo café de la colonia Roma, otrora barrio aristocrático porfiriano y paradigma de la modernidad progresista del régimen de Díaz.

Con ecos del futurismo italiano, pero anclados en un presentismo posrevolucionario, Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Arqueles Vela, Ramón Alva de la Canal, a quienes se sumarían Germán Cueto, Leopoldo Méndez, Jean Charlot y otros miembros, abordaron la temática proletaria y campesina con el sesgo de una nueva realidad urbana que se enmarcaba en la convulsa década de los veinte, donde la fábrica, el automóvil, las comunicaciones y la transformación de la vida cotidiana fueron algunos de los tópicos exaltados, tanto en imagen como en palabra, por las nuevas voces de la estridencia. Escribió Maples Arce en “Saudade” de sus Poemas interdictos (1927):

En el jardín interdicto
—azoro unánime—
el auditorio congelado de la luna.
Su recuerdo es sólo una resonancia
entre la arquitectura del insomnio.
¡Dios mío,
tengo las manos llenas de sangre!
Y los aviones,
pájaros de estos climas estéticos,
no escribirán su nombre
en el agua del cielo.

Cambio, subversión, ruptura, innovación… eran las principales consignas de una generación de jóvenes cuyo pensamiento y acción —cabe señalar las referenciales publicaciones del grupo: Horizonte e Irradiador— se volcaron durante seis años en el andamiaje de una cultura hermanada con las vanguardias europeas y latinoamericanas. Apunta el investigador Rodolfo Mata: “En este movimiento de vanguardia hubo bastante observación del ambiente político-literario, utilización oportuna de medios propagandísticos y otros cálculos que involucraban una sensibilidad política”.

Para esta nueva orquesta de voces, la apropiación del espacio era algo emergente. No se trataba ya de academias, aulas institucionales o palestras, sino de resignificar latitudes para el encuentro libre e incluyente. Es ahí donde cobra estatura la presencia del Café de Nadie, otrora sito en la avenida Jalisco (hoy Álvaro Obregón) número 100 de la colonia Roma y que muchos años después se estableciera en la calle de San Luis Potosí del mismo barrio porfiriano. Aunque el grupo tuvo otras sedes de interacción y trabajo, como el departamento-taller de Germán Cueto o la Librería de César Cicerón, será este lugar el gran punto de partida de charlas, discusiones, manifiestos e, incluso, exposiciones, como la muy connotada Tarde estridentista del 12 de abril de 1924, que reunió grabados, pinturas, esculturas, fotografías, escritos y música de los agremiados y de sus simpatizantes. Germán List Arzubide define el primer encuentro con el Café de esta manera:

Iba [Maples Arce] por la Avenida Jalisco, cuando al pasar por una puerta sintió la soledad de un establecimiento que lo invitaba a pasar; penetró, saludó seguro de que no había ninguno que le respondiera y se sentó a la mesa; luego fue a la pieza siguiente donde una cafetera hervía el zumo de las noches sin rumbo y se sirvió una taza; regresó a su mesa y bebió en el tiempo su café. Al concluir, regresó la taza a su sitio, puso en el contador el precio que solicitaba la tarifa y se marchó. Había descubierto el Café de Nadie.

En El estridentismo. México, 1921-1927, Luis Mario Schneider menciona a los clientes asiduos del Café: Maples Arce, Arqueles Vela, Salvador Gallardo, Germán List Arzubide, Luis Marín Loya, Febronio Ortega —quien, por cierto, lo había rebautizado con el nombre “de Nadie”—, Miguel Aguillón Guzmán, Gastón Dinner, Francisco Orozco Muñoz, amén de los músicos Manuel M. Ponce y Silvestre Revueltas, y el grupo de pintores integrado por Diego Rivera, Leopoldo Méndez, Germán Cueto, Ramón Alva de la Canal, Jean Charlot y Fermín Revueltas.

En espejo con los ambientes culturales de la vanguardia europea, como el emblemático Café Voltaire de Zúrich que atestiguó el despertar de la sensibilidad dadá, el Café de Nadie reunía numerosas disciplinas del arte y el pensamiento con una meta en común: ponderar el espíritu crítico y moderno. Diría Maples Arce: “Esta gente está durmiendo, hay que despertarla de su sueño profundo, para lo cual es indispensable gritar, sacudirla y darle de palos si es necesario”.

Ramón Alva de la Canal, en una evocación del señero Café de Nadie, realizó hacia 1930 un óleo y collage en planos geométricos que integran a algunos de los miembros del movimiento estridentista. Obra heredera de la iconografía cubista y futurista, que resguarda la colección del Museo Nacional de Arte en la Ciudad de México, recrea la “seductora atmósfera” de café, alcohol y humo que esquematiza a los personajes inmersos en sendas reflexiones sobre arte y poesía.

En 1925, luego del cambio de residencia de Maples Arce a Xalapa, donde iniciaría una brillante carrera política y más tarde diplomática, el grupo bautizó la ciudad veracruzana como Estridentópolis, lo que dio lugar a importantes proyectos editoriales en los últimos años de vida del movimiento.

Aunque para 1927 sus agremiados siguieron caminos distintos, el legado estridentista continuaría durante varias décadas más, en forma y en fondo, en el arduo proyecto de construcción del México moderno.◊

 


 

* Es profesor universitario del Centro de Cultura Casa Lamm y curador en jefe del Museo Nacional de Arte, del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura. Entre sus principales trabajos de curaduría se encuentran: “Diego pintor. Frida modelo, calcas para un mural desaparecido”, en el Palacio de la Autonomía Universitaria; “El amor hasta la locura. Arrebatos eróticos y místicos”, en la colección del Museo Soumaya, y “Paisaje. Entorno y retorno”, en el Museo Oscar Niemeyer de Curitiba, Brasil.