Transitando hacia el envejecimiento demográfico

¿Nos estamos volviendo un país de viejos? ¿El terror malthusiano ha pasado de moda? La población de México aumentará, sin duda, pero la vejez es un reto económico, social y cultural cuya emergencia no debe tomarnos desprevenidos.

 

– FRANCISCO ALBA –

 


 

Tríptico de naturaleza abstracta (detalle) / Jean Eddy Rémy

Podría parecer insólito preocuparse del envejecimiento demográfico cuando hace escasamente medio siglo la gran preocupación era cómo enfrentar el elevado crecimiento de la población y la muy joven estructura por edad de ella. Sin embargo, el panorama demográfico se ha alterado sensiblemente con gran rapidez y en la actualidad la preocupación parece ser otra: el vertiginoso envejecimiento de la población.  Los años 1960 fueron de toma de conciencia de importantes implicaciones económicas y sociales acerca del dinamismo demográfico que había experimentado el país desde hacía tres o cuatro décadas. Entre 1930 y 1970, la tasa de crecimiento de la población habría sido cercana a 3%, casi el triple de la experimentada durante el siglo xix e inicios del xx. Ese aumento del crecimiento poblacional se debió, en buena medida, a la implementación de políticas de salud y a la expansión de infraestructura y servicios sanitarios, lo que afectó muy favorablemente la supervivencia de los infantes y las madres. Como consecuencia, se rejuveneció la estructura etaria, pasando de alrededor de 39% en 1930 a 46.5% en 1970.

Aunque México había sido capaz de darle un acomodo relativamente aceptable a la población de acuerdo con los estándares de la época, alrededor de 1970 se extendió la apreciación de que se estaban agotando los mecanismos en los que el país se había apoyado para lograr un acomodo de bajo costo para su creciente población y de que ese rápido crecimiento estaba consumiendo los avances del desarrollo. Descansando en apreciaciones similares, en 1974 entró en vigor una nueva Ley General de Población, que se alejaba del espíritu poblacionista de leyes anteriores y se orientaba hacia una desaceleración del crecimiento demográfico. Esta ley pudo haber servido de catarsis para la realización de cambios que ya se estaban gestando en el interior de la sociedad mexicana. El hecho es que de los tradicionales 6 a 7 hijos en promedio por mujer, la fecundidad mexicana ha experimentado, desde fines del siglo xx, una drástica caída a valores sólo ligeramente superiores a 2.1 hijos por mujer, que equivalen al reemplazo generacional.

Producto de esta caída del nivel de la fecundidad mexicana, el crecimiento de la población comenzó también a desacelerarse con rapidez; entre 1970 y 2010, el crecimiento demográfico fue de 2%. Sin embargo, la desaceleración del crecimiento demográfico no ha sido tan pronunciada como la caída de la fecundidad debido al fenómeno de la inercia demográfica —la capacidad de las poblaciones de seguir creciendo más allá del periodo en que la tasa de fecundidad llega al nivel de reemplazo debido al desplazamiento poblacional a lo largo de la estructura por edades—. En consecuencia, la población total del país se duplicó y más en ese lapso de 40 años, pasando de 51 millones en 1970 a 114 en 2010, cifra que debe incrementarse en más de 10 millones por los mexicanos que residen en el exterior, sobre todo en Estados Unidos.

Aunque existe incertidumbre sobre el comportamiento futuro de la población mexicana, las grandes líneas de éste están dadas. Todo hace suponer que continuará el descenso de la mortalidad, extendiendo la supervivencia de la población envejecida — en la actualidad, la esperanza de vida de la población es de 75 años, aproximadamente el doble de su nivel en 1930—. Es muy probable que la tasa global de fecundidad caiga por debajo de 2.1 hijos por mujer. Sin embargo, dada la inercia demográfica, la población total continuaría aumentando hasta alcanzar más de 150 millones de habitantes en 2050. La tradicional emigración de mexicanos podría perder intensidad y, en cambio, incrementarse el retorno, voluntario e involuntario, de mexicanos y mexicano-estadounidenses, así como ganar intensidad la inmigración al país, sobre todo de centroamericanos. Tanto emigración como retorno e inmigración cuentan en la ecuación demográfica. Una evolución de la que puede estarse seguro es el continuo desplazamiento hacia el envejecimiento de la estructura por edad de la población, hecho históricamente excepcional. Así, el grupo joven —menos de 15 años— terminaría incorporando en 2050 a alrededor de 21% de la población total, frente a casi 30% en 2010; en cambio, el grupo envejecido —65 años y más—, de representar 6% de la población en 2010, pasaría a 16% en 2050.

La celeridad del cambio demográfico contemporáneo es sorprendente comparada con la lentitud secular y milenaria de dicho cambio. Su aceleración se debe a que el país recorre su transición demográfica, fenómeno único e irrepetible por el que han transitado las poblaciones humanas a partir de fines del siglo xviii y que marca un antes y un después de esta transición, que deja un legado de poblaciones cuantiosas y un futuro de poblaciones envejecidas, casi estacionarias, con crecimiento prácticamente nulo. La transición demográfica mexicana se está adentrando a gran velocidad en sus fases finales, desplazándose la población hacia su envejecimiento.

México recorrería su transición demográfica en poco más de un siglo. En el lapso de unas pocas generaciones, el país se habrá transformado de manera radical. Demográficamente, el México de mediados del siglo xxi no será, en absoluto, el de la primera parte del siglo xx. La esperanza de vida se habrá duplicado y más; asimismo, la fecundidad se habrá reducido a un tercio; la población se habrá multiplicado por nueve, de 17 millones de habitantes en 1930 a más de 150 en 2050; el país de niños y jóvenes se habrá vuelto un país de adultos y viejos; el tamaño de la población en edades potencialmente productivas —15 a 64 años— se habrá decuplicado entre 1930 y 2050, cuando se aproximaría a 95 millones, y el de la población envejecida se habrá multiplicado por casi 50 veces, al pasar de medio millón a más de 24 millones. Cabe recordar que los volúmenes anteriores no incluyen la población mexicana que podría encontrarse fuera del territorio.

En el lapso de esta transición demográfica, el país también ha cambiado de manera profunda, económica y socialmente, no tanto cultural ni políticamente. Nuestra economía se ha vuelto la décima quinta del mundo y México es un país industrializado, manufacturero y de servicios. Sin embargo, mucha de esa grandeza ha sido “más de lo mismo”; no ha habido una transformación a fondo del bienestar de grandes segmentos de la población; la desigualdad y los desequilibrios se encuentran por doquier, social y regionalmente; continúan existiendo “dos Méxicos, muchos Méxicos”.

El reto de transformar la población, la economía y la sociedad mexicanas es ingente de cara a una población envejecida en el futuro. El país debe prepararse para enfrentar ese escenario, expandiendo las prestaciones y los cuidados en materia de salud, ingresos y pensiones, en un contexto en el que la relación de adultos a envejecidos desciende de más de 10 a poco menos de 4 entre 2010 y 2050. Respecto de las pensiones, en particular, será muy oneroso el costo fiscal de las mismas. Sin embargo, tal vez paradójicamente y desde la óptica de la economía del envejecimiento, una de las mejores formas de prepararnos para ese futuro es atender a los otros dos grandes grupos de población: el de la menor de 15 años y el de la de 64 y más. Este agrupamiento es el tradicionalmente utilizado y es meramente indicativo. En la actualidad, tendría más sentido hacer el corte en 20 y 69 años, ya que el periodo educativo-formativo se ha ampliado y el fin de la actividad económica podría posponerse por algunos años.

Los infantes y jóvenes requieren toda la atención e inversión que en ellos pueda depositarse. Contrariamente a la población envejecida, que consume más que produce y que al paso de los años ya no producirá, el consumo de la población joven es una inversión que daría rendimientos en el porvenir, ya que son los futuros adultos productivos. Las circunstancias demográficas de la población joven son particularmente favorables para invertir en la misma, dada la previsible estabilidad de sus números hacia el futuro, otorgándole salud y una educación de calidad. Si ello fuera así, una generación más sana y más educada estará sustituyendo a otra menos sana y menos capacitada; de esta manera, se transformará la composición de la población.

En la actualidad, el país está pasando por un periodo único, irrepetible, con una elevada proporción de su población en las edades adultas. En 2010, 64 % de la población se encontraba en ese grupo; 66% lo estará hacia 2030 —en este año habría dos personas en edades potencialmente productivas por una en edades en principio improductivas— y 63% en 2050. Esta condición contrasta con lo acontecido con anterioridad; en 1970 se experimentó al máximo la situación opuesta, cuando aproximadamente había una persona productiva por una improductiva. Esta circunstancia de la concentración de la población en las edades adultas es conocida como bono demográfico o dividendos demográficos, circunstancia particularmente propicia para crear riqueza y acumular capital, en tanto que una mayor proporción del producto se encuentra liberada para ser invertida productivamente, en lugar de ser consumida por los jóvenes y los envejecidos.

Sin embargo, la circunstancia del bono demográfico encierra una mera potencialidad cuya materialización requiere que la población adulta esté sana, se encuentre ocupada y esté capacitada. La circunstancia del bono demográfico representa una ventana de oportunidades que pueden ser aprovechadas o desperdiciadas. El aprovechamiento de esas oportunidades requiere de dos condiciones; una se refiere a la adecuación de las características mismas de la población adulta; la otra, a que el entorno institucional y las políticas económicas y sociales del país sean los adecuados.

La adecuación de las cualidades y características de la población adulta pasa por el mejoramiento, respecto de cohortes previas, en las dimensiones de salud, educación y capacitación, empleo y ocupación, además de la dimensión distributiva. Sobresale el mejoramiento en la dimensión educativa, dado que el nivel de formación tiene estrecha relación con los niveles de productividad de dicha población y de la economía —muchos de los países asiáticos han aprovechado de esta manera las oportunidades de sus dividendos demográficos—. Desde luego que se requiere que esta población esté activa económicamente y se encuentre ocupada; de poco sirve tener un elevado porcentaje de población en edades productivas si se encuentra fuera del mercado laboral, desocupada o subempleada. Al respecto, conviene observar el gran potencial productivo que existe si se incrementan sensiblemente los índices de participación económica de las mujeres, lo que equivale a contar con “un bono de género” al transformarse sensiblemente las características ocupacionales de las mujeres. La modificación de esta característica se hizo posible al liberarse la mujer de las cargas reproductivas, lo que sucede al reducirse los niveles de fecundidad. Por otra parte, el mejoramiento de las condiciones de salud de la población adulta es un requisito imprescindible para el desempeño de cualquier actividad, para que ésta pueda ser realizada con la energía adecuada y para llegar en forma a las edades envejecidas. Es indudable que la cultura del envejecimiento pasa por un renovado énfasis en la vida productiva. Finalmente, se resalta que sin una equidad básica se frena la cohesión social.

La adecuación del entorno institucional y de las políticas económicas y sociales se refiere a su conformación a los objetivos del proceso de desarrollo. Al respecto, existen controversias e infinidad de discusiones, mismas que no se van a sanjar en este espacio; se harán, no obstante, algunos comentarios. Lo primero que debe decirse es que la adecuación dependiente del tiempo y del espacio; es decir, depende, por un lado, del particular momento por el que países y poblaciones transitan y, por otro, de las peculiaridades propias de poblaciones y países: no suele haber recetas de carácter universal.

Refiriéndonos al caso mexicano, hay un prerrequisito que conviene recordar: el desarrollo necesita de paz social, estabilidad política y respeto al estado de derecho. En el momento actual, el país transita por una época de globalización económica, social, cultural y de ideas; por tiempos de visibilidad de los derechos humanos; por tiempos de difusión de los efectos de la evolución humana en el medio ambiente; por una época de rápido cambio tecnológico, con una auténtica nueva revolución tecnológica —la revolución digital e informática, la automatización y la robótica—. Ello implica una nueva visión sobre el futuro del trabajo, su flexibilización, su permanente actualización. México es un país de muy variadas pertenencias; geográficamente, está en América del Norte; culturalmente, es parte de América Latina; se encuentra en la frontera que tanto une como divide a ambas Américas; es heterogéneo y múltiple en las naciones que lo componen. En este tiempo y en las circunstancias mexicanas, lo adecuado para que el país se desarrolle es mantener la estabilidad macroeconómica, tener una economía abierta, integrarse regionalmente y buscar la sustentabilidad.

De un entorno institucional y de políticas adecuadas podrían obtenerse sinergias desarrollistas con políticas particulares y sectoriales encaminadas a modificar la composición de la población en sus múltiples dimensiones, propiciando la creación de empleos y que éstos sean de ascendente calidad. Con estas sinergias podrían aprovecharse las oportunidades macro y micro ofrecidas por la circunstancia transitoria de los dividendos demográficos, creando riqueza, acumulando capital y distribuyéndolos con equidad. Sólo de esta manera se estará en posición de atender los reclamos y las necesidades de una economía y sociedad envejecidas. Sólo así podría llegarse a ser un país próspero al tiempo que envejecido. Este uso político de los dividendos demográficos seguramente es una utopía, pero debemos ocuparnos en pensar el futuro para construirlo.◊

Fuentes: 1950-2000: México. Estimaciones y proyecciones de población 1950-2000, spp/Conapo/Celade; 1982, 2005: Estimaciones de población de México 1990-2010, Conapo, 2012; 2010-2050, Proyecciones de población de México 2010-2050, Conapo, 2015.

 

Fuentes: 1950-2000: México. Estimaciones y proyecciones de población 1950-2000, spp/Conapo/Celade; 1982, 2005: Estimaciones de población de México 1990-2010, Conapo, 2012; 2010-2050, Proyecciones de población de México 2010-2050, Conapo, 2015.