Tiempo de elecciones

 


 

Dedicar este tercer número de Otros Diálogos al tema de las elecciones era inevitable. Como ocurre cada año de comicios presidenciales, la esfera pública, ese lugar abstracto en el que se discute lo que entendemos como propio del interés general, se ve hipotecada por las elecciones. La tentación de declinar a formar parte de la feria de expresiones que suele acompañar el periodo preelectoral fue rápidamente conjurada, pues pareció injustificable clausurar la posibilidad de que desde Otros Diálogos se diera cuenta de lo que sucede este año y se expresaran razones para documentar las decisiones que el ciudadano habrá de tomar el 1 de julio.

Además de dos reseñas a libros de reciente aparición y de colaboraciones sobre temas tan diversos como polémicos (el movimiento “#MeToo” desde la masculinidad; una visita al lado oscuro, por electoral y poco conocido, de La sombra del Caudillo, y un refrescante asomo a la poesía japonesa), la sección “En Diálogo” de este número está dedicada principalmente a las elecciones. Las respuestas a la invitación que dirigimos a influyentes académicos e intelectuales para que expresaran las razones para votar por alguno de los candidatos a la Presidencia de la República están acompañadas por lúcidas explicaciones sobre temas imprescindibles en una reflexión seria sobre los comicios: la redistritación, la distribución territorial de las preferencias, el dilema entre votar o abstenerse; esta propuesta de lectura y diálogo se completa con la entrevista a un candidato independiente. Un expediente gráfico de eso que es el actual proceso electoral en la mente de cinco destacados caricaturistas políticos cierra la tercera edición de Otros Diálogos.

El ánimo por informar y dar elementos para el examen cuidadoso de las opciones que se presentan durante este momento de elección no está disociado de nuestras preocupaciones por el rumbo que la discusión pública tenida en los meses previos vaticina sobre este periodo de campañas.

El escándalo de la denominada Casa Blanca a finales de 2014 afectó considerablemente la valoración sobre el desempeño del gobierno electo en 2012 y modificó manifiestamente los referentes sobre eso que concierne al interés general y, en fin, sobre la discusión política. El proceso desencadenado por el cuestionamiento de la probidad de los gobernantes inició un desdibujamiento de las claves que solían organizar nuestra forma de ver la política. La disyuntiva entre liberales y conservadores, entre la prolongación del partido dominante y la alternancia del final del siglo xx, entre la izquierda y la derecha o, aun, esa que opone el conservadurismo al progresismo se ven desplazadas por una disyuntiva entre los presuntos ímprobos y los autoproclamados detentadores exclusivos de la decencia pública. Basar la elección de quien gobernará los próximos seis años en un atributo exclusivamente definido por la detentación monopólica de la probidad encapsula la discusión de otros temas que, junto con ése, merecen un lugar en el debate electoral de este año: cómo enfrentar la aterradora proliferación de la inseguridad, cómo frenar el lacerante aumento de la desigualdad y, en fin, cómo enfrentar las ineluctables dificultades en materia de pensiones, de acceso a salud y educación, y de deterioro del entorno natural.

Influida por los errores del gobierno en turno, la estructura de las preferencias electorales que reflejan las encuestas advierte que una victoria electoral cómoda es posible, pero la revista a los mensajes de los principales actores de la campaña vaticina que difícilmente estaremos frente a opciones intelectualmente claras y políticamente alternativas. La Política con mayúscula, como interrogación sobre la mejor manera, la más justa posible, de organizar el funcionamiento de la colectividad, estaría siendo desplazada por la política con minúscula, obsesionada en obtener y preservar el poder, y, con ello, ofuscada por el cortoplacismo. Si la campaña que inicia en estos días se limitará a la movilización de arsenales de sospechas sobre la veracidad de lo que afirman los adversarios, los ciudadanos tendremos escasas razones para elegir una u otra opción.

Acotar la discusión pública sobre las motivaciones para elegir gobernantes al tema de la detentación exclusiva de la probidad compromete la posibilidad de explicitar y examinar con atención y profundidad las representaciones sobre el futuro que plantea cada coalición y sus candidatos. Ventilar los objetivos de cada propuesta y los principios que organizarían la vida pública en el futuro próximo, independientemente del grupo o partido político, permitirá decantar eso que es común y, en un segundo momento, definir cómo alcanzar los objetivos sin comprometer los principios compartidos. Si bien la Presidencia de la República no tiene la centralidad que hacía a don Daniel Cosío Villegas ver en ella una de dos “piezas centrales” del sistema político mexicano, el de la elección presidencial sigue constituyendo un momento crucial en tanto ahí se decide quién será la cara visible del grupo gobernante, pero también porque deslinda cuáles serán los asuntos privilegiados en los próximos años.

Una campaña electoral limitada a las imputaciones cruzadas sobre la integridad conlleva el riesgo de circunscribir las razones para tomar una decisión a esas que se ubican en un horizonte temporal hacia el pasado, al tiempo que compromete la posibilidad de que los oferentes políticos puedan formular propuestas en un horizonte temporal hacia el futuro. La decisión estaría basada, independientemente de su viabilidad, en el ofrecimiento de rectitud pública, pero no en la capacidad para conducir con eficacia los destinos de una sociedad por los próximos seis años.

 

Vicente Ugalde