Salutación

A la muerte de su amigo Ramón Xirau, Eduardo Lizalde (1929) ocupa su lugar como el decano de nuestros poetas. Esta salutación, literaria y fraterna, no podía faltar en este primer número de la revista Otros Diálogos.

 

– EDUARDO LIZALDE –

 


 

Sol quemado / Jean-Claude Garoute

Publicado originalmente en Presencia de Ramón Xirau, México, Coordinación de Difusión Cultural. Dirección de Literatura-unam (Textos de Humanidades), 1986, pp. 53-56.

 

Conocí a Ramón Xirau en 1948 o 1949. A este género, más bien terrorífico, de contabilidad conducen los aniversarios y homenajes que nos alegramos de celebrar y rendir cuando son para amigos y maestros queridos y eminentes. Pero ya lo decía el mismo Ramón en el primer libro suyo que me dedicó (Duración y existencia, su tesis doctoral para obtener el grado correspondiente en la carrera de filosofía; una edición hecha en 1947, cuando su autor cumplía 23 años de edad): “Al decir de Unamuno, ‘las matemáticas son la única ciencia perfecta en cuanto suman, restan, multiplican y dividen número, pero no cosas reales y de bulto… ¿Quién es capaz de extraer la raíz cúbica de este fresno?’. No se pueden dar fórmulas para la vida. La existencia no se presta a encajonamientos”, comentaba Xirau.

Así es. ¿Cómo podríamos sumar, tantos amigos y de tantos años, todo lo que la inteligencia, la bonhomía, el ingenio sin alardes, los escritos esclarecedores, la admirable poesía y el talento que Ramón Xirau nos ha dado?

El segundo libro de Ramón que tuve en la mano (aparte de su plaqueta con 10 Poemas catalanes), fue una bella edición de Tezontle, Sentido de la presencia (1953), en el que, con su misma precoz pericia para el manejo de la prosa y del material filosófico, desarrollaba y exponía el tratamiento de los mismos enigmas que han distraído su mano durante todos estos años, desde aquellas especulaciones bergsonianas hasta los brillantes ensayos recientes sobre las crisis de la filosofía occidental o los aún más recientes ensayos sobre Hegel. Presencia y vida, estar, no ser, vida y amor. Presencia. (Debo anotar, por cierto, volviendo al tema de esa tesis doctoral de 1947 que se encuentra allí —como en todas las tesis—, una preciosa errata de imprenta, que seguramente Xirau detectó alguna vez: cuando se habla, entre las grandes falacias de la inteligencia, de la gran falacia de la Nada, el texto dice: “el problema de la Nada”, que entre paréntesis podría operar, para distintas actividades humanas, como otra de las grandes falacias de la historia).

Pocos años mayor que yo, y que los de mi generación, en esos años iniciales de la década de los 50, Ramón Xirau, que ya había sido elogiado y calificado por sus maestros (como Antonio Machado elogió a su padre Joaquín Xirau en los años 20), era de algún modo nuestro joven oráculo. A él se acudía para confirmar el sentido de algún proceloso párrafo de Kant, oscuro para nosotros aun en las ediciones castellanas de Sopena, o para discutir por sport, y en busca de información adicional, algún agnóstico planteamiento o una parábola de David Hume para poner en duda el principio de causalidad. Más tarde, y alentado por su juventud, irresponsablemente como de costumbre, yo me atrevía con Ramón (que andaba en materia de cultura general varios codos arriba de mi cabeza) a entablar discusiones de carácter estético, económico, social o filosófico, que de modo igualmente irresponsable no hubiera osado plantearle por ejemplo a don José Gaos, entonces nuestro preceptor en el seminario de El ser y el Tiempo. De todos modos, como lo decía yo en un librito relativamente reciente, éramos muy jóvenes Ramón y yo, nuestros amigos Enrique González Rojo, Jomí García Ascot, el más joven aún Marco Antonio Montes de Oca, que dedicábamos buena parte del tiempo intelectual a la más sana y ociosa dialéctica, o teníamos humor para esconder a Xirau en la habitación contigua, en tanto configurábamos alguna parodia de poemas de Lorca, Gerardo Diego o Prados, para después someter a Ramón al riesgo de distinguir los poemas auténticos y las viles falsificaciones del caso. Ya estos juegos —lo dicen bien los números terribles de la cronología anotada al principio de estas líneas—, daban idea de la juventud en que todos, felizmente, nos hallábamos.

No intento, ni puedo, hacer con estas palabras más que una salutación. Pero debo decir que me siento siempre en deuda con Ramón, como con otros escritores amigos (con Rubén Bonifaz, aquí presente, a quien también celebramos hace unas semanas), porque Ramón Xirau se ocupa, con energía constante, de leer y comentar todos los materiales literarios que de sus amigos llegan a la mesa, pese a la enorme tarea académica y la vasta redacción de textos didácticos, el arduo tiempo de estudio y de escritura al que lo obligan su vocación de escritor y de maestro.

Sólo quiero decir, para terminar, unas palabras, que se quedarán siempre cortas en estas circunstancias, sobre su admirable labor poética. Su aparente, original terquedad catalana, lo llevó desde muy joven a la decisión de no escribir nunca poemas en lengua castellana, y eso ha hecho que los lectores mexicanos, y los de lengua española en general, cuenten muy pocos en las filas de los lectores de Xirau. Pero no hay tal obcecación catalana o chauvinista en Xirau, cuando se niega a escribir poemas en otra lengua que no sea el catalán: es simple, lícito, exigente sentido del rigor, que ante una lengua, un medio, un pasto cultivado para ciertos propósitos de la expresión tiene un poeta. Lo mismo han hecho en Cataluña otros poetas grandes de su lengua (contemporáneos suyos como Gabriel Ferrater, pongamos por caso, que es allá un contemporáneo —muerto hace unos años— de Xirau). Vale la pena insistir —ya que su homenaje está en marcha a partir de este 20 de enero en que Ramón cumple 60 años— en la necesidad de editar sus poemas, los traduzca él o no. Y leo, para terminar, un fragmento de ese extraordinario poema que nos concedió a José de la Colina y a mí, hace algo más de un año, el privilegio de editar un suplemento literario. L’Anyellı (El Cordero):

 

Ya hemos vivido y muerto tantas y tantas cosas.

Flores, remos, párpados, rosas, tierra dura,

caballos, luz, castelleras,

encordamiento de luces gloriosas,

verdes encendidas, vivas

            horas de alondras

y de flores muy rojas en el verdor del campo.

 

Los lirios, la retama, las moreras,

los granados rojos, todos ojos.

¡Tantas y tantas cosas!

Los bueyes hacen lentos caminos en el polvo

los bueyes hacen leves caminos en el mar

estela-estrella

todo es Ahora.

 

Pero ¿el Cordero? Lo dice la memoria

espumeantemente

                       blancas muy blancas

crecen las puras hojas de la vida

y lentamente bajan, voluntades del mar

los grandes ríos, las voces de los ríos y el gozo

a pesar del desconsuelo, desamor, desamado.

 

Los ríos de alegría cavan la luz del cielo,

las espumas nos hablan de tu Rostro,

a florazul, Novalis muerto cantan

las últimas voces azules

azules florazul.

Cavaluz, cavemos ya la luz

Cordero, te veremos

ahora que las esferas viran, ahora que giran

los astros y las hojas

de la vida Vida.

 

20 de enero de 1984