03 Abr Margarita Zavala: la cruzada de la independencia
En este texto, Consuelo Sáizar refrenda y analiza los motivos por los que su voto presidencial será para Margarita Zavala, decisión que hizo pública desde finales de noviembre de 2016, cuando la hoy candidata independiente anunció sus aspiraciones presidenciales.
–CONSUELO SÁIZAR*–
Lo único realmente nuevo que podría intentarse para salvar la humanidad en el siglo xxi es que las mujeres asuman el manejo del mundo. No creo que un sexo sea superior o inferior al otro. Creo que son distintos, con distancias biológicas insalvables, pero la hegemonía masculina ha malbaratado una oportunidad de diez mil años.
Gabriel García Márquez1
Escribo estas líneas cuando el índice de feminicidios en el país ha crecido 90 por ciento en los últimos dos años;2 cuando todavía resuena el discurso de Oprah Winfrey afirmando que “se acabó el tiempo de los hombres poderosos”; recordando los pasos y las proclamas de Washington en aquel enero de 2017, llamando a defender los derechos de las mujeres, la igualdad de los derechos de las personas lgbt, las políticas contra el cambio climático, la solidaridad con los refugiados, y expresándose también contra la persecución y discriminación de los inmigrantes, contra la discriminación racial y la violencia policial. Cierro los ojos y veo las cruces rosas que recuerdan a las muertas de Juárez, a todos aquellos que han perdido la vida buscando la esperanza en tierra ajena, a los niños migrantes cuyos recuerdos alientan sus pasos en la arena, y refrendo la certeza de la necesidad de una mujer en la presidencia del país.
La única mujer en la boleta de 2018 para la elección presidencial mexicana es Margarita Zavala, cuya historia personal es una cartografía de la memoria del México reciente. A Margarita nada de la historia moderna de nuestro país le es ajeno. Nada del oficio político le es desconocido. Es difícil encontrar un rincón del país que no haya visitado o voces que no haya escuchado. Gracias a esto, Margarita ha podido desarrollar las mejores maneras de enfrentar los desafíos del país.
Conozco a la mayoría de las mujeres protagonistas o testigos de la transición política del cambio de siglo mexicano, todas llenas de talentos, virtudes y características propias, admirables y únicas, pero no conozco a nadie como Margarita, que haya expresado su vocación política con esta claridad: “festejé mis 18 años porque ya podía votar, mis 21 porque ya podía ser diputada, mis 30 porque podía ser senadora y mis 35 porque podía ser presidenta de la República”.3
Añado: Margarita eligió desde muy joven militar en el Partido Acción Nacional (pan) por los principios éticos y políticos que este instituto político postulaba y por su papel desempeñado en la construcción democrática del país, un partido de oposición que no tenía —en ese momento, cuando ella tomó la decisión de afiliarse— la menor posibilidad de llegar al poder. Lo hizo a los 16 años, antes de tener su credencial para votar, que obtuvo a los 18. Bajo la luz de los mismos principios, y teniendo el ejemplo de sus padres (ambos abogados), estudió Derecho. Al terminar la carrera empezó a dar clases, Introducción al Derecho, en una preparatoria del sur de la Ciudad de México, actividad que ha ejercido ininterrumpidamente desde 1983. En 1995 asistió a Beijing a la Cuarta Conferencia Mundial de Naciones Unidas sobre la Mujer, como premio a un ensayo que escribió con seudónimo; fue, pues, parte de la delegación mexicana en un evento de enorme trascendencia mundial. Testificó las proclamas que allí se emitieron por la igualdad de género, los derechos y el empoderamiento de todas las mujeres. Tomó nota.
A mediados de la década de 1980 ya había leído con atención crítica a Lech Walesa y conversado largo con Salvador Nava; del primero, le impactan sus conceptos sobre el sindicalismo y “lo que significa una natural asociación para la defensa de intereses comunes”;4 del segundo, el amor por México y su empecinada lucha cívica.5 De los dos, la dimensión de la resistencia civil. El sismo de 1985 refrendó el compromiso social y político de Margarita; más tarde, contendió para ser líder de las juventudes panistas antes de contraer matrimonio con un (entonces) joven abogado y político que alcanzaría la presidencia del pan y de la República, y quien se convirtió en el padre de sus tres hijos. En las dos últimas décadas del siglo xx acompañó a Luis H. Álvarez y a Manuel J. Clouthier —ahora míticas figuras de la oposición— en sus huelgas de hambre y en resistencias civiles históricas; festejó los triunfos del Partido Acción Nacional como propios, porque participaba en la vida cotidiana de su partido, en innumerables mítines a lo largo de todo el país; en julio del año 2000, acudió gozosa al Ángel de la Independencia para celebrar el inicio de una nueva era política. Durante la etapa de transición trabajó en diseñar nuevas instituciones dirigidas especialmente a las mujeres y se desempeñó como titular del Departamento Jurídico de su entonces partido; fue asambleísta en la Ciudad de México y diputada federal. Es en esa década cuando empezó a hacer política de lleno, con un sello propio, con base en su carisma, talento, pasión, honestidad, preparación, en su austeridad.
A inicios de 2013, concluida la gestión presidencial de Felipe Calderón, partió a Boston: su marido realizó allá una estancia académica y los hijos prosiguieron su educación; ella decidió entonces asumir a plenitud su vocación y retomar su carrera política, pospuesta durante ese sexenio. “La hora de Margarita” había llegado. Precisamente, así tituló la periodista y dramaturga Sabina Berman la entrevista publicada en octubre de 2015, en donde, entre otras cosas, Margarita afirmó convencida: “cuando una mujer toma una decisión (como la de luchar por la presidencia), pueden ganar también los hombres, porque es una expresión de cambio”.6 Empezaba la construcción de un proyecto personal: con un discurso propio, marcando diferencias con los dos sexenios panistas, modelando el destino del México que proponía gobernar, como bien lo vio la prensa.7
A lo largo de dos años fue líder de las encuestas de su partido en la intención de voto para la presidencia. No fue suficiente para que la dirigencia la reconociera: ya había un candidato autodesignado. Para preservar su liderazgo ético, sabiéndose dueña de un considerable capital político, con la capacidad y la experiencia suficiente para armar un proyecto indispensable en la arena pública, renunció a una militancia de 33 años y convocó a los ciudadanos para que le dieran su apoyo en un tortuoso proceso de recabar firmas diseñado por los partidos políticos y la autoridad electoral, bajo una novedosa figura en la escena electoral mexicana, y que resultó ideal para resaltar sus convicciones democráticas: candidata independiente. “Me pongo en manos de los ciudadanos”, dijo el 12 de octubre de 2017, al registrarse ante el Instituto Nacional Electoral. Y emprendió una nueva gira por toda la República para recabar las firmas que la llevarán a la boleta.
El antropólogo Claude “Levi-Strauss se opuso a la propuesta de ingreso de Marguerite Yourcenar a la Academia Francesa, diciendo: ‘No se cambian las reglas de nuestra tribu’”.8 A pesar de él, y de los que pensaban como él, Yourcenar fue la primera mujer en ocupar un lugar en ese recinto, hasta entonces, absolutamente masculino. Lo logró con el apoyo del resto de los miembros, repito, hombres todos, que no tuvieron ningún reparo en reconocer sus méritos. A pesar de los obstáculos, de las objeciones, de las críticas abiertas y soterradas, de regatearle méritos a su formación y talento, el nombre, el proyecto y lo que representa, Margarita Zavala está en la boleta para ser elegida presidenta de México en 2018.
La ahora candidata ha bordado con filigrana una propuesta de gobierno que da preeminencia a las voces de los ciudadanos. Armó ese programa después de dialogar con académicos y especialistas, de escuchar a los líderes de todos los sectores, de recorrer infatigablemente el país afinando certezas y esculpiendo las herramientas imprescindibles para la gobernanza. Después, se dio a la tarea de procesar las ideas, de buscar los matices, de medir su capacidad de resistencia, de convocatoria, de movilización. Como fruto de todo lo anterior, ha publicado dos libros: en el primero detalla su trayectoria personal; en el segundo, su propuesta de gobierno para el país.9
Margarita llegará a la elección tras la proeza inédita de lograr un millón de firmas; lo ha logrado a pesar de una casi nula presencia en los medios masivos de comunicación (ya que, al no militar en un partido, no cuenta con spots pagados), sin presupuesto público y sin apoyos institucionales. Es un millón de firmas otorgadas por ciudadanos que ya no encontramos respuestas en los partidos tradicionales, que buscamos ampliar la esfera pública con una opción en la que nos incluyamos todos desde el respeto, el diálogo, la tolerancia, la honestidad, la transparencia, la rendición de cuentas, la eficacia; y con el compromiso de pugnar y gestionar igualdad de oportunidades para desarrollar y promover una economía en donde prevalezcan los talentos. Para mí, su propuesta de centro-derecha es indispensable en la arena política mexicana, cuyo espectro se ha diluido por la confusión ideológica, y de identidad, de los partidos políticos en esta contienda.
Es una candidata con un liderazgo incuestionable, con fronteras éticas bien establecidas; cuenta con el atributo invaluable de una honestidad sin objeciones, con un diagnóstico preciso de todos los estados y las regiones del país; con propuestas definidas, razonables, sólidas y viables para los temas a los que, ha dicho, dará prioridad: la educación, la economía, la seguridad, el Estado de derecho, los desafíos internacionales, la cultura, el sistema de salud; que abarca a los jóvenes y a las estudiantes, a los jubilados y a las mujeres empresarias, a los profesionistas y a los trabajadores independientes.
A pesar de las diferencias (no conozco a nadie que suscriba proyecto político alguno en su totalidad), encuentro en la propuesta de nación de Margarita Zavala los argumentos que me importan: la certeza del respeto a las diferencias y un compromiso al diálogo incluyente; su convicción de preservar intocado el Estado laico; su programa de una economía humanista, centrada en reducir las desigualdades, en dar mayor atención y facilidades para que las mujeres accedan a estímulos económicos inéditos, así como su plan de educación y de cultura, epicentros de su plan de nación. Me convence también el compromiso que ha expresado con el apoyo a la creación de una fiscalía autónoma, eficaz e independiente, y la certeza de que será implacable en el combate contra la corrupción sistémica. Es por estas razones, entre otras varias, que votaré por Margarita Zavala.
Siendo joven pergeñé tres ilusiones para el nuevo siglo: la alternancia democrática en el país, la legalización del matrimonio lésbico-gay y ver a una mujer en la presidencia de la República. He visto realizados ya dos propósitos; es tiempo de que el tercero se cumpla.
En noviembre de 2016, en la Feria del Libro de Guadalajara, en el umbral de la definición de sus aspiraciones, afirmé públicamente lo que hoy refrendo por escrito: soy Consuelo Sáizar y en 2018 votaré por Margarita Zavala para presidenta de la República.◊
1 Revista Time, octubre de 1992.
2 En 2015 se reportaron 389 crímenes de mujeres; en 2016, 580; en 2017, 617. Datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
3 Margarita Zavala, Mi historia, México, Grijalbo, 2016.
4 Idem.
5 Idem.
6 Sabina Berman, Vanity Fair, 28 de octubre de 2015.
7 Ciro Gómez Leyva, El Universal, 28 de octubre del 2015.
8 Celia Morós, Tiempo de feminismo, Editorial Destino.
9 Zavala, op. cit. Margarita Zavala, Es la hora de México, México, Grijalbo, 2017.