Manuscrito de Tlatelolco (2 de octubre de 1968)

 

–JOSÉ EMILIO PACHECO*

 


 

Introducción

Desde sus inicios como escritor, José Emilio Pacheco se acogió a la figura tutelar de Jorge Luis Borges, cuya influencia fue determinante en su primera etapa, según se aprecia en su cuento “La noche del inmortal” (1958), que abre con este epígrafe del argentino: “Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras”. En “El inmortal”, el texto de Borges, la frase se adjudica a Joseph Cartaphilus, en cuyo manuscrito estaría basado este relato; la cita aparece al final de la posdata del supuesto editor y traductor del manuscrito, como tácita defensa contra los ficticios lectores que notan en el documento de Carthapilus numerosas “intrusiones o hurtos” de otros autores; antes, el editor ha mostrado la presencia de esa práctica en escritores tan disímiles como Ben Jonson y Eliot, por ejemplo, quienes construyeron parte de su obra usando las palabras de otros. Así, “El inmortal” abrió a Pacheco, entonces un joven de menos de veinte años, una posibilidad muy productiva para su posterior obra: la idea de que la literatura puede construirse conscientemente usando las palabras de otros.

Pacheco elaboró algunos de sus textos narrativos y poéticos a partir de esa concepción. Este ejercicio preside el díptico poético que aquí se transcribe, donde frases entresacadas de textos de Ángel María Garibay, Miguel León-Portilla y Elena Poniatowska sirven para forjar nuevos poemas. La última escritora alude de manera explícita a los acontecimientos históricos de 1968 en México. Pese a la distancia de los cantares prehispánicos respecto de ese referente histórico, Pacheco les construye un nuevo contexto de recepción, con lo cual propone enlazar ambos tiempos históricos (no mediante el artificio de un anacronismo, sino con base en una confluencia espacial).

Ni Garibay, ni León-Portilla, ni Poniatowska son propietarios individuales de las palabras que están en sus textos. Al igual que hicieron ellos con otros, Pacheco asume el derecho de tomar palabras suyas para ofrecerlas al lector con una sintaxis poética diferente, que les imprime un nuevo significado. De este modo, él busca que todos nosotros cumplamos el objetivo del arte literario: concebir como nuestras, en todos los sentidos posibles, las palabras de un texto; si se logra una reacción estética, qué importa quién pronunció por vez primera las palabras que la provocan.

 

–RAFAEL OLEA FRANCO**

 


 

Manuscrito de Tlatelolco

(2 de octubre de 1968)

 

1. Lectura de los “cantares mexicanos”1

 

Cuando todos se hallaban reunidos

los hombres en armas de guerra cerraron

las entradas, salidas y pasos.

Se alzaron los gritos.

Fue escuchado el estruendo de muerte.

Manchó el aire el olor de la sangre.

 

La vergüenza y el miedo cubrieron todo.

Nuestra suerte fue amarga y lamentable.

Se ensañó con nosotros la desgracia.

 

Golpeamos los muros de adobe.

Es toda nuestra herencia una red de agujeros.

 

 

2. Las voces de Tlatelolco2

(2 de octubre de 1978: diez años después)

 

Eran las seis y diez. Un helicóptero

sobrevoló la plaza.

Sentí miedo.

 

Cuatro bengalas verdes.

 

Los soldados

cerraron las salidas.

 

Vestidos de civil, los integrantes

del Batallón Olimpia

—mano cubierta por un guante blanco—

iniciaron el fuego.

 

En todas direcciones

se abrió fuego a mansalva.

 

Desde las azoteas

dispararon los hombres de guante blanco.

Disparó también el helicóptero.

 

Se veían las rayas grises.

 

Como pinzas

se desplegaron los soldados.

Se inició el pánico.

 

La multitud corrió hacia las salidas

y encontró bayonetas.

En realidad no había salidas:

la plaza entera se volvió una trampa.

 

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

Aquí, aquí Batallón Olimpia.

 

Las descargas se hicieron aun más intensas.

Sesenta y dos minutos duró el fuego.

 

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

 

Los tanques arrojaron sus proyectiles.

Comenzó a arder el edificio Chihuahua.

 

Los cristales volaron hechos añicos.

De las ruinas saltaban piedras.

 

Los gritos, los aullidos, las plegarias

bajo el continuo estruendo de las armas.

 

Con los dedos pegados a los gatillos

le disparan a todo lo que se mueva.

Y muchas balas dan en el blanco.

 

—Quédate quieto, quédate quieto:

si nos movemos nos disparan.

 

—¿Por qué no mc contestas?

¿Estás muerto?

 

—Voy a morir, voy a morir.

Me duele.

Me está saliendo mucha sangre.

Aquél también se está desangrando.

 

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

 

—Aquí, aquí Batallón Olimpia.

 

—Hay muchos muertos.

Hay muchos muertos.

 

—Asesinos, cobardes, asesinos.

 

—Son cuerpos, señor, son cuerpos.

 

Los iban amontonando bajo la lluvia.

Los muertos bocarriba junto a la iglesia.

Les dispararon por la espalda.

 

Las mujeres cosidas por las balas,

niños con la cabeza destrozada,

transeúntes acribillados.

 

Muchachas y muchachos por todas partes.

Los zapatos llenos de sangre.

Los zapatos sin nadie llenos de sangre.

Y todo Tlatelolco respira sangre.

 

—Vi en la pared la sangre.

 

—Aquí, aquí batallón Olimpia.

 

—¿Quién, quién ordenó todo esto?

 

—Nuestros hijos están arriba.

Nuestros hijos, queremos verlos.

 

—Hemos visto cómo asesinan.

Mire la sangre.

Mire nuestra sangre.

 

En la escalera del edificio Chihuahua

sollozaban dos niños

junto al cadáver de su madre.

 

—Un daño irreparable e incalculable.

 

Una mancha de sangre en la pared,

una mancha de sangre escurría sangre.

 

Lejos de Tlatelolco todo era

de una tranquilidad horrible, insultante.

 

—¿Qué va a pasar ahora,

qué va a pasar?

 

 


* José Emilio Pacheco (1939-2014), poeta, cuentista, novelista, ensayista, traductor, fue además el primer secretario de redacción de Diálogos. Agradecemos el permiso de Cristina Pacheco para reproducir aquí el “Manuscrito de Tlatelolco”, que tomamos de la tercera edición de la poesía completa de Pacheco, preparada por Ana Clavel: Tarde o temprano (Poemas 1958-2000), 3ª ed., revisada, corregida y aumentada, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, pp. 67-71.

1 Con los textos traducidos de náhuatl por Ángel María Garibay y Miguel León-Portilla en Visión de los vencidos (1959).

2 Con los textos reunidos por Elena Poniatowska en La noche de Tlatelolco (1971).

 


** RAFAEL OLEA FRANCO
Es profesor-investigador del Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios de El Colegio de México.