La tercera y definitiva

En esta radiografía, Lorenzo Meyer recorre, de manera panorámica, los momentos más importantes de la carrera política de Andrés Manuel López Obrador, y los rasgos que lo han ido definiendo hasta hoy: sus principios, sus aciertos y errores en las elecciones, sus proyectos, además de una breve respuesta a la crítica recurrente que lo sitúa como un candidato populista.

 

– LORENZO MEYER*

 


 

En 2018, Andrés Manuel López Obrador (amlo, Macuspana, 1953) se presenta por tercera vez, y quizá última, como el candidato presidencial de la oposición de izquierda. Esta persistencia tiene como antecedente inmediato las tres candidaturas previas del ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas. Uniendo esas dos figuras —Cárdenas y amlo— y sus “insurgencias electorales”, se tiene una cadena ininterrumpida a lo largo de tres decenios de intentos sexenales fallidos de la izquierda por lograr llegar a Los Pinos. Es probable que en elecciones limpias y en condiciones de equidad, esa meta ya se hubiera alcanzado, pero, obviamente, no fue el caso.

Mientras que, en esos 30 años, en otros países latinoamericanos, diferentes tipos de izquierda llegaron al poder —y se fueron— como resultado de los procesos electorales —destacan los casos de Chile y Venezuela en el 2000, Brasil en 2003, Uruguay en 2005—, México fue llevado por sus élites por otro camino. El pri se mantuvo hasta que su desgaste llegó al punto de no tener más opción que entregar el poder a otra derecha, la panista, al inicio de este siglo, para luego, en un vuelco con pocos precedentes internacionales, recuperarlo en 2012 y mantenerlo hasta la fecha.

Aunque hasta ahora con éxitos parciales, ese empeño de la izquierda por alcanzar el poder presidencial mediante la vía electoral ya ha dejado su marca en la naturaleza de la vida política de México. Los esfuerzos de una amalgama de corrientes de la oposición de centro-izquierda, aglutinadas en partidos (prd y Morena) y movimientos (desde el 68 estudiantil, pasando por el ezln, hasta los movimientos por los desaparecidos y las víctimas de la violencia, como el mpjd), han tenido consecuencias duraderas y el sistema político mexicano ha sido obligado a transformarse. De ser un sistema autoritario, es decir, de un pluralismo claramente restringido por la fuerza de un presidencialismo con poderes metaconstitucionales,1 ha pasado a ser un sistema con pluralidad de partidos, competitivo, pero sin llegar a ser efectivamente democrático, pues mantiene muchas de las características de su pasado. Como sea, el resultado ha sido la azarosa construcción de un híbrido cada vez más disfuncional e insatisfactorio.2

En ese entorno de presión por el cambio y de una feroz resistencia al mismo por los intereses creados —políticos, económicos, culturales—, es donde se encuentra una buena parte de la explicación del fenómeno amlo y del lopezobradorismo. Éste es producto y generador de una corriente de izquierda electoral que tomó el relevo del liderazgo cuando el de Cuauhtémoc se agotó al despuntar el siglo actual.

Antes de seguir adelante, conviene aclarar lo que en este ensayo se entiende y califica como la izquierda mexicana contemporánea. Para 1988, cuando el ingeniero Cárdenas encabezó una corriente disidente dentro del partido del gobierno, el pri —el partido de Estado que gobernaba desde 1929—, y que por ello fue expulsada del mismo, la vía armada y revolucionaria de corte marxista para tomar el poder y acabar con el modo capitalista de producción ya había perdido impulso. Y continuaría perdiéndolo en los años por venir. El último intento de la izquierda revolucionaria por asaltar el poder vía una insurrección armada fue el breve levantamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional en 1994, justo cuando la urss ya había desaparecido, el Muro de Berlín ya había sido derribado y la Cuba socialista se encontraba a la defensiva. El neozapatismo fracasó en su intento inicial, pero no depuso las armas, optó por mantener una autonomía en su zona de influencia y constituirse en un foco de resistencia indígena pacífica. Por su parte, las coaliciones encabezadas primero por Cárdenas y luego por amlo, aunque incorporaron a antiguos miembros del Partido Comunista y de otros movimientos radicales, nunca consideraron la vía armada para llegar al poder ni, menos, sustituir el modo de producción capitalista por alguna variedad de socialismo. Su objetivo, en términos generales, fue y es mucho más modesto, un reformismo que ligue la acción del gobierno con las mayorías que se encuentran en el fondo de la pirámide social.

La propuesta de la izquierda electoral no es dar forma a una economía estatista y centralmente planificada, sino apenas emplear los instrumentos ya existentes en el aparato de gobierno para encausar la energía de la economía de mercado —un mercado que nunca ha sido “libre” como asume la teoría clásica, sino influido desde siempre por los intereses del capital— y globalizada a fin de moderar sus excesos, así como distribuir de manera menos inequitativa las cargas y, sobre todo, los beneficios del proceso productivo. Se trata, básicamente, de modificar una distribución del ingreso que actualmente permite y fomenta que 1% de la población reciba 22% del ingreso total,3 mientras que esa base de la pirámide social —43.6% de la población, para ser más exactos— se mantiene dentro de la clasificación de pobres.4

En este 2018, la candidatura presidencial de amlo la apoya una coalición difícil de imaginar hace escasamente un sexenio. Se trata de un agrupamiento abiertamente de conveniencia, con pocas afinidades ideológicas, construido para competir electoralmente en un escenario donde los dados están cargados en su contra. El núcleo fuerte de la coalición es el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), creado a iniciativa de amlo y que apenas en 2014 logró su registro. A Morena se le han adosado dos partidos minoritarios: el Partido del Trabajo (pt), en teoría de izquierda, y otro también de reciente creación: el Partido Encuentro Social (pes), una agrupación conservadora que nació como partido local en 2006, con gran influencia de cristianos evangélicos y que sostiene la centralidad de los valores de la familia tradicional en la vida nacional. A inicios de 2018, en la intensión de voto por partidos, a Morena se le atribuía 36%, al pt 4% y al pes apenas 2%.5 En términos de votos, la derecha de ese agrupamiento de izquierda no cuenta mucho, pero, por lo cerrado de la competencia, para Morena sus dos aliados tienen un valor relativo mucho mayor que ese puñado de puntos porcentuales.

Para mejor entender la razón y la naturaleza de la coalición “Juntos Haremos Historia” y, sobre todo, del liderazgo carismático de amlo, es necesario hacer referencia al contexto electoral y, también, a la biografía política del líder tabasqueño, que en lo fundamental contrasta, y mucho, con la de todos sus adversarios.

En relación con el contexto electoral, está la dura experiencia de las candidaturas fallidas de amlo, dos en su natal Tabasco y otro par en el ámbito nacional. Hasta ahora, la única de sus contiendas que ha sido exitosa fue la que tuvo para llegar a ser jefe de Gobierno de la Ciudad de México, una entidad cuyo control hacía poco que el prd, entonces el partido de amlo, le había arrancado al pri. En todas las otras, las candidaturas fallidas, amlo debió de enfrentar, desde la oposición, las ventajas legales e ilegales que en la práctica política mexicana le dan para mantenerse en el poder a quien tiene el manejo del aparato gubernamental.

La biografía del personaje es el otro elemento indispensable para entender a amlo y su movimiento político, del que Morena es hoy parte central, pero no única. El Tabasco en donde nació amlo en una familia de pequeños comerciantes hace casi 65 años conservaba mucho de su histórico aislamiento relativo respecto del resto del país y, además, un fuerte dominio del pri, herencia del reformismo autoritario impuesto en ese estado por Tomás Garrido Canabal en los años de 1920 y parte de los 1930, y bien ilustrado por un visitante inglés: Graham Green, en The power and the glory (1940). En ese Tabasco, la única política activa se hacía exclusivamente dentro del partido del gobierno. Esa lucha interna podía llegar a ser muy dura, como lo mostró el choque entre otro gobernador tabasqueño reformista, Carlos Madrazo Becerra, y Gustavo Díaz Ordaz en los 1960. Para el momento en que amlo ingresó a la política activa de su estado, a los 23 años, fue natural que lo hiciera dentro del pri, aunque ya no fue tan natural que lo hiciera de la mano de un gran poeta: Carlos Pellicer, cuando éste fue electo, sin oposición, a senador en 1976. A poco, amlo pasó a desempeñarse como responsable de las actividades del Instituto Nacional Indigenista para la zona maya chontal de Tabasco. Ahí, viviendo en el “México profundo”, amlo pasó cinco años como organizador de 84 comunidades marginales. Cuando fue designado presidente del pri tabasqueño, se propuso trasladar su experiencia chontal creando y activando comités seccionales priistas en todo el estado para dar voz a las demandas de las comunidades, pero fracasó. Se topó con los intereses de los presidentes municipales: el pri era su instrumento y no iban a permitir que se convirtiera en un vehículo para presionarlos desde las bases. El mismo gobernador que había puesto al joven amlo al frente del partido de Estado —su antiguo profesor en la Facultad de Ciencias Políticas de la unam, Enrique González Pedrero— lo removió de la dirección del partido mediante un ascenso: lo hizo oficial mayor. En esa coyuntura, amlo tomó una decisión que marcaría toda su carrera posterior: decidió no ocupar la Oficialía Mayor —puesto bien remunerado y sólida base para una carrera priista normal—, renunció y, sin más, salió de Tabasco. Se exilió en la Ciudad de México, donde elaboró su primer libro sobre la naturaleza del juarismo en Tabasco y que le sirvió para escribir la tesis de licenciatura que había dejado pendiente: “Proceso de formación del Estado nacional en México: 1824-1867”.6

Al alejarse en 1983 del gobierno de Tabasco, amlo, hasta entonces un joven cuadro priista, empezó también a hacerlo del pri. Y ese alejamiento tuvo lugar justo cuando el modelo económico vigente en México desde la Segunda Guerra Mundial estaba entrando en su crisis terminal, lo que afectaría el corazón mismo del sistema político clásico priista. En esas circunstancias, resultó natural que amlo se sintiera atraído y se uniera a la disidencia priista que encabezó Cuauhtémoc Cárdenas en 1987 y que desembocaría, entre otras cosas, en la candidatura presidencial del hijo del general Cárdenas, en el fraude electoral de 1988, en la formación del prd y en la candidatura de amlo, ya como perredista, a la gubernatura de su estado. Ahí, en Tabasco, amlo experimentó las dificultades enormes de desafiar a su antiguo partido, los efectos del fraude electoral y las posibilidades de articular una respuesta efectiva. Esa respuesta fue la de movilizar a los descontentos, pero evitando su reacción violenta. Por eso, en noviembre de 1991 organizó e inició el “Éxodo por la Democracia”, una larga marcha de Tabasco a la Ciudad de México que culminó con una manifestación multitudinaria en el Zócalo capitalino. Finalmente, el pri se quedó con la gubernatura, pero no con la legitimidad. Ése fue el arranque del liderazgo nacional del líder opositor tabasqueño, que en 1994 volvió a empeñarse en la misma lucha, volvió a toparse con el mismo muro infranqueable y a organizar la protesta teniendo como base 250 mil documentos que demostraban que el pri había sobrepasado 40 veces el límite del gasto de campaña. De nuevo perdió la gubernatura, pero reafirmó su posición de líder opositor nacional y muy fogueado.

En 1997, y tras una reforma electoral, la Ciudad de México, un centro de disidencia política de tiempo atrás, le dio el triunfo a Cuauhtémoc Cárdenas como jefe de Gobierno. En el 2000 fue el sitio adecuado para que amlo se probara, otra vez, como candidato contra el pri y también contra el pan, pero en una cancha electoral con el piso más parejo que en Tabasco. Su triunfo entonces fue por mayoría relativa —37.7%—, pero adecuado para poder gobernar. La capital fue el complejo entorno donde el líder tabasqueño ejerció por primera vez la responsabilidad de administrar el poder. Al dejar el cargo, su desempeño tuvo una aprobación de 86%.7 Fue desde esa plataforma capitalina, dentro de un prd siempre dividido, que el tabasqueño disputó con éxito a Cárdenas la candidatura presidencial para enfrentar la pretensión del pan de seguir controlando la Presidencia. Como en Tabasco, amlo recorrió todo el país, todos los municipios, agitando, movilizando desde la base y presentando su plataforma, su “Proyecto de Nación”.

Conviene detenerse en ese proyecto que, en su esencia, es el mismo que volvió a presentar en 2012 y en este 2018. Desde la óptica de sus críticos, que fundamentalmente lo juzgan desde la perspectiva del neoliberalismo, amlo y su programa son la encarnación del populismo. Y el calificativo de populismo —un término que, como casi todos en ciencias sociales, nunca queda bien definido— lo lanzan cargándolo de significados negativos: demagógico, irresponsable, paternalista, estatista, clientelar, corrupto, xenófobo y muchos más. Sin embargo, el mismo concepto puede definirse de otra manera; por ejemplo, en 2016 lo hizo el expresidente norteamericano, Barack Obama, frente a Enrique Peña Nieto: populismo es empeñarse en la justicia.8

Las políticas populistas surgieron en el siglo xix, pero el uso actual del concepto es del siglo xx. Partha Chatterjee, teniendo como ejemplo el caso de India, apunta que: “el populismo señala las inequidades en la riqueza, el ingreso y el poder que prevalecen en las democracias y exige, a favor del auténtico pueblo, atacar a aquellos enemigos del pueblo que gobiernan por la fuerza, la corrupción y la falsedad”.9 Desde luego, hay populismos de izquierda y de derecha, pero, en cualquier caso, se trata de una reacción a algo que de tiempo atrás ha afectado negativamente a grupos numerosos y con escaso poder. Es una reacción a políticas percibidas como propias de una economía de despojo y, por lo mismo, inmoral. En el caso mexicano, el populismo en el poder fue breve pero relativamente exitoso: el sexenio del general Lázaro Cárdenas (1934-1940). Fue entonces cuando desde la Presidencia se intentó revertir en México el despojo histórico de la tierra de las comunidades y pueblos, así como de los recursos naturales a la nación. Algo se logró, pero a partir del gobierno de Miguel Alemán (1946-1952) ese esfuerzo se revirtió hasta llegar al extremo actual.

El proyecto de nación de amlo, en sus diferentes versiones —cada candidatura presidencial obligó a la presentación de un proyecto específico10—, está sostenido sobre un diagnóstico del presente y una interpretación del pasado, en particular de la lucha y obra de tres presidentes que han servido de modelo para el proyecto del líder tabasqueño: Juárez, Madero y Cárdenas. Es sobre la interpretación de las políticas, metas y logros de esas tres figuras que está montado, directa o indirectamente, el discurso político y los libros de interpretación histórica de amlo.11  La idea central del proyecto de 2018 es la necesidad de una lucha a fondo, sin concesiones, contra una corrupción omnipresente.12 Revertir la creciente corrupción política y administrativa es una exigencia general, como lo demuestran las encuestas de opinión. Sin embargo, desmontar las redes de corrupción no es un fin sino el medio para lograr lo importante: hacer que el aparato de gobierno pueda ser usado a plenitud en el logro de fines sustantivos: llevar a cabo la multitud de acciones concretas que respondan a las demandas sociales de empleo, educación, seguridad y justicia (el Estado de Derecho) y, sobre todo, dar contenido al lema: “primero los pobres”. De llegar a la Presidencia el líder tabasqueño, la intervención e inversión gubernamentales deberán ser decisivas en modificar el entorno de los mexicanos pobres, con programas sociales que aseguren ingresos mínimos a las personas más vulnerables, educación gratuita y extensiva en todos los niveles para los jóvenes, becas a los estudiantes que lo requieran y, por otro lado, construcción de infraestructura —aeropuertos, ferrocarriles, refinerías, caminos, etcétera—.

Como en el caso del “Plan Sexenal” cardenista, los proyectos enumeran prioridades, pero no aclaran de dónde saldrán los recursos, ya que amlo ha insistido, quizá para no volver a movilizar en su contra a los sectores medios y altos, en que no habrá un aumento de impuestos. El supuesto de que el combate a la corrupción y el dispendio oficial hará más eficiente el gasto del gobierno no asegura contar con los recursos necesarios para el ambicioso proyecto enunciado en 2017. De triunfar, va a ser muy problemática la histórica penuria del fisco mexicano. Hoy, ese fisco apenas si recauda 17.4% del pib, lo que contrasta con el promedio latinoamericano, que es de 22.8%, de todas formas bajo comparado con, por ejemplo, el de la Europa occidental.13

De cara al 1 de julio, cuando tendrán lugar las elecciones, el problema inmediato de amlo y de Morena no es cómo cumplir lo prometido, sino cómo hacer frente a lo que impidió a la izquierda ganar en 2006: los dados cargados de la arena electoral. El candidato presidencial del pri ya ha anunciado que él y su partido tienen pensado ganar las elecciones de la misma manera que el pri lo hizo en el Estado de México.14 Y eso no debe de haber sorprendido a nadie, pero sí preocupado a muchos, especialmente a amlo, pues ese modelo de elección fue el propio de una elección de Estado, donde jugaron a favor del ganador recursos federales, recursos públicos y privados ilegales para la compra y coacción del voto, control de los medios de comunicación locales, una campaña de temor, control de los órganos electorales y algunas otras cosas más.15

En las elecciones del 2006, pese a la propaganda basada en el temor llevada a cabo por el pan, a la intervención ilegal del presidente Vicente Fox a favor del candidato panista y al abierto apoyo, también ilegal, de organizaciones empresariales al final de la campaña, amlo perdió formalmente por apenas 0.62%, aunque la claridad de esa cifra aún está en duda.16 Como quiera que sea, en esa ocasión el tabasqueño rechazó la alianza con la cúpula del poderoso Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación por no querer aliados incómodos. Hoy, en el 2018, el candidato de Morena ha adoptado una posición muy distinta. Pareciera que esta vez, y para neutralizar los intentos del pri o del pan de replicar en el ámbito nacional el esquema aplicado en el Estado de México, amlo ha decidido, a regañadientes, oír lo que aconsejaba Maquiavelo hace casi cinco siglos y abrir las puertas de su coalición a figuras que nada tienen de izquierda y algunas de reputación dudosa, antiguos militantes del pri, prd y pan, empresarios, organizaciones de corte religioso como el pes y líderes sindicales alejados del pri pero sospechosos de corrupción. Eso ha tenido un costo para amlo al generar descontento en el interior de Morena y propiciar una dura crítica externa. Sin embargo, pareciera que, desde la perspectiva del candidato presidencial de Morena, esta negociación con personajes y grupos que antaño rehuyó es un precio menor a pagar a cambio de lograr que en esta coyuntura, realmente crítica, la alternancia sea también el inicio de una transición política en México, una transición que históricamente ya está muy retrasada y que le ha costado y sigue costando muy caro al país que, por ahora, simplemente ha perdido el rumbo.◊

 


1 El concepto de sistema autoritario que mejor concuerda con la realidad mexicana es el desarrollado como tipo ideal por Juan Linz en Totalitarian and authoritaria regimes (Boulder, Colorado, Lynne Rinner, 2000). Por lo que hace al concepto de poderes metaconstitucionales del presidente mexicano, éste se encuentra desarrollado por Jorge Carpizo en El presidencialismo mexicano (México, Siglo XXI, 1978). A ese concepto se le podría añadir otro no desarrollado en el libro: el de poderes anticonstitucionales.

2 En una encuesta nacional levantada en febrero de 2018, 79% de la muestra consideró que el país iba por “mal camino” (Reforma, 15/02/18).

3 Gerardo Esquivel, Desigualdad extrema en México, México, Oxfam México, 2015, p. 15.

4 Coneval, “Medición de la pobreza en México y las entidades federativas”, México, Coneval, 2017, p. 10.

5 Reforma, 15/02/18.

6 El libro en cuestión es Del esplendor a la sombra: la República restaurada, Tabasco, 1867-1876, Villahermosa, Universidad Juárez Autónoma de Tabasco, 1988.

7 Cifras de la encuestadora Parametría en 1985.

8 Disponible en <https://www.animalpolitico.com/2016/06/>, consultado el 19/02/18.

9 “Democracia, populismo y la administración política de la acumulación primitiva”, en Lucia Álvarez (coord.), Pueblo, ciudadanía y sociedad civil, México, Siglo XXI, 2017, p. 22.

10 Un proyecto alternativo de nación, México, Grijalbo, 2004; Nuevo proyecto de nación: por el renacimiento de México, México, Grijalbo, 2011; “Proyecto de nación 2018-2024”, disponible en <wwwproyecto18.mx>.

11 Véanse las referencias a Juárez, Madero y Cárdenas en el discurso de la investidura de amlo como candidato presidencial del 18 de febrero de 2018. Y de los libros sobre temas y personajes políticos de la autoría de amlo, consultar, además del ya citado Del esplendor a la sombra: la República restaurada, Tabasco, 1867-1876, Neoporfirismo: hoy como ayer, México, Grijalbo, 2014; Catarino Erasmo Garza Rodríguez ¿revolucionario o bandido?, México, Planeta, 2016.

12 Andrés Manuel López Obrador, 2018. La salida: decadencia y renacimiento de México, México, Planeta, 2017.

13 ocde et al., Estadísticas tributarias en América Latina y El Caribe, 1990-2015, ocde, 2017.

14 Reforma, 11/02/18.

15 Ver al respecto el libro de pronta aparición, editado por Bernardo Barranco Villafán, El infierno electoral: el fraude del Estado de México y las próximas elecciones de 2018.

16 Véase el estudio de José Antonio Crespo sobre los errores del conteo en 2016, en Hablan las actas: las debilidades de la autoridad electoral mexicana, México, Random House-Mondadori, 2008.

 


* LORENZO MEYER
Es Profesor Emérito de El Colegio de México, en donde fue profesor e investigador del Centro de Estudios Internacionales de 1970 a 2012.