La Revista Mexicana de Literatura (1955-1965): la modernización de la escritura

Ricardo Pozas Horcasitas dedicó un capítulo de su libro Los límites del presidencialismo en las sociedades complejas: México en los años sesenta a “La Revista Mexicana de Literatura: territorio de la nueva élite intelectual”. El presente texto toma como base ese capítulo para mostrarnos la importancia de dicha revista como expresión de los cambios que ocurrían en el México de los años 60.

 

–RICARDO POZAS HORCASITAS*

 


 

El cambio es el fenómeno por medio del cual
el futuro invade nuestras vidas.
Alvin Toffler

 

Una nueva élite intelectual aparece en México en el decenio que va de mediados de 1950 a mediados de 1960, compuesta por jóvenes cuya edad oscilaba entre los 25 y 35 años y que, por lo tanto, habían nacido y crecido durante el periodo de la institucionalización de la Revolución Mexicana (1928-1956). Estos jóvenes crearon su propio territorio intelectual, la Revista Mexicana de Literatura (1955-1965), frente a un horizonte cultural dominado por el nacionalismo revolucionario. Los organizadores de la Revista, que aparecen como responsables, fueron Carlos Fuentes, que tenía 27 años, y Emmanuel Carballo, de 26. Los jóvenes escritores que formaron su núcleo promotor eran novelistas, poetas y ensayistas. La revista —afirma Carlos Aguinaga— se propuso ser un medio de difusión cultural abierto a manifestaciones literarias internacionales, como una forma de contrarrestar la entonces creciente tendencia de la cultura mexicana hacia el nacionalismo. La publicación había tomado el ideal universalista de Alfonso Reyes, sin dejar de lado la influencia cosmopolita de Octavio Paz. Se estimula la experimentación así como la polémica con el nacionalismo y el realismo socialista. Esta publicación se había propuesto contrarrestar la creciente tendencia de la cultura mexicana hacia el nacionalismo imperante en ese momento. Y su posición política era: ni capitalismo ni estalinismo.

La Revista Mexicana de Literatura buscó abrir el cerco tendido sobre la cultura mexicana por el nacionalismo duro, consolidado por la revolución agraria de principios del siglo xx. Esta revista es la expresión de un proceso de cambio en la organización y estructura social que transforma de manera radical las identidades colectivas, los valores y las representaciones sobre la política, los derechos colectivos e individuales y la moral pública. No era la primera vez en el siglo xx que los creadores enfrentaban el nacionalismo cerrado; lo habían hecho ya, en una batalla por lo universal y desde la vanguardia, los miembros de la generación de los Contemporáneos (1928-1931).

La Revista Mexicana de Literatura recorre los años de 1955 a 1965. Esta década se encuentra en el centro de los intensos años de la transformación de la sociedad mexicana dada por el cambio de un mundo agrario a uno que tendía hacia lo urbano, producto de un rápido crecimiento de la población. Se vive un acelerado proceso de migración hacia las ciudades, sustentado en un crecimiento económico producido por la sustitución de importaciones y la ampliación del mercado interno, con un Estado fuerte e interventor en la economía, un partido hegemónico corporativo y un proyecto cultural nacionalista. En 1951 se inaugura la Ciudad Universitaria, campus de la Universidad Nacional Autónoma de México, convertida en la más importante institución pública de educación superior, investigación y difusión científica y cultural en el país. En ella estudiaron varios de los jóvenes que después participaron en la Revista.

El crecimiento demográfico y urbano se expresó sobre todo en la zona metropolitana de la ciudad de México, la que tuvo el mayor incremento del país, al pasar de tres millones de habitantes en 1950 a nueve millones en 1970. Así, ésta se convierte en el principal polo de atracción económico y cultural para los jóvenes de las ciudades pequeñas e intermedias que se sentían ahogados por el peso de los valores tradicionales católicos y la falta de instituciones culturales y de educación superior, de cines, teatros, editoriales, librerías y galerías de arte y, en esos años, por la ausencia de los llamados cafés cantantes, en donde se escuchaba rock, o de sitios en donde pudiera oírse jazz. Parte importante de los jóvenes que crearon la Revista había emigrado de ciudades medias. Provenientes de Guadalajara llegaron Juan Rulfo, Emmanuel Carballo, Antonio Alatorre, Juan José Arreola; de Guanajuato, Jorge Ibargüengoitia; de Comitán, Chiapas, Rosario Castellanos; de Mérida, Yucatán, Juan García Ponce; Elena Garro, de Puebla, y Bonifaz Nuño, de Córdova, Veracruz.

La Revista Mexicana de Literatura es la expresión de ese tránsito renovador en la cultura y en el mundo intelectual, dado por la acelerada diferenciación de los géneros en la escritura. Un cambio que va desde la tradición literaria del ensayo social —en la que los poetas, los novelistas y los dramaturgos crearon textos sobre la vida pública y los eventos políticos, con toda la carga moral en la que el escritor sustenta el juicio ético de su ensayo, al proponer un deber ser para la sociedad y el hombre— hasta la interpretación construida por las ciencias sociales, que busca la objetividad y la distancia de los hechos, con métodos e instrumentos de verificación objetiva, y que, a diferencia del ensayo, mantiene una constante tensión con los juicios de valor presentes en las interpretaciones sobre el individuo, la sociedad y la política. La consolidación de las disciplinas sociales no excluyó al ensayo social, ni su legitimidad como género literario de la interpretación individual y colectiva. Más bien, muchos de los literatos se abrieron a las modernas interpretaciones de las disciplinas sociales.

La disposición de los artistas hacia las ciencias sociales se expresa por primera vez en México en la Revista Mexicana de Literatura, en la cual se elaboran encuestas abiertas a escritores prestigiados del momento, como las enquêtes realizadas por Le Figaro —publicación francesa muy leída por los jóvenes intelectuales— y de las cuales la Revista da cuenta. Los editores dedican números especiales o partes importantes de un número de la revista a problemas y análisis propios de las disciplinas sociales, como fue el caso del número dedicado a “Cultura y subdesarrollo” (rml, núm. 1-2, enero-febrero, 1963). En este sentido, la Revista es la primera publicación de literatura abierta a los cambios en la construcción del conocimiento y a las polémicas que en estos campos se efectuaban, a diferencia de las revistas puramente literarias.

En el país de la Revista Mexicana de Literatura (1955-1965), los intelectuales que ejercían los valores que daban sustento a los referentes simbólicos del nacionalismo duro y agresivo buscaban mantener la continuidad de su matriz interpretativa, apelando a los mitos patrios y a los iconos reiterados por los ritos que fundaban las identidades vigentes en las comunidades artísticas. Pero el contenido de la cultura nacionalista había perdido impulso creador y aceptación en una parte importante de la sociedad urbana, y para los nuevos artistas dejó de ser el principal referente estético y político de identidad social. Los valores y creencias nacionalistas, revitalizados por los proyectos culturales de los gobiernos de la Revolución Mexicana, se volvieron la modalidad nacional del conservadurismo artístico defendido por los intelectuales de Estado, que, para entonces, parecían viejos y fueron cuestionados e identificados con los intelectuales oficiales de otros gobiernos, en donde los nuevos creadores libraban batallas paralelas en contra del nacionalismo y el totalitarismo. Los intelectuales de la Revista se consideraron parte de la lucha por la libertad y la diversidad de las posiciones políticas y estéticas que se libraba en el mundo.

Para los jóvenes de la Revista Mexicana de Literatura, la Revolución Mexicana no sólo había muerto sino que había perdido su contenido popular. En 1958, a tres años de haber surgido la Revista, Carlos Fuentes publica La región más transparente, considerada en la época como la primera novela urbana moderna de México. Ahí afirma que “en el gobierno de Miguel Alemán (1946 a 1952)”, periodo de tiempo en el que se desa­rrolla la trama central de la novela, “la burguesía mexicana había llegado al poder” (p. 16).

En el ámbito intelectual mexicano, el límite de la credibilidad del nacionalismo cultural de Estado coincide con el final de la Revista Mexicana de Literatura. En 1965, el mundo intelectual latinoamericano mira cómo en México se ejerce la violencia de Estado en contra de la libertad de expresión y de imprenta —derechos consagrados en la Constitución mexicana— al reprimirse a Arnoldo Orfila Reynal, director de la editorial más importante del país, el Fondo de Cultura Económica, quien renunció por el revuelo causado debido a la publicación en español del libro Los hijos de Sánchez (primera y segunda ediciones en 1964), escrito por el antropólogo estadounidense Oscar Lewis (1914-1970) y publicado en inglés en 1961.

Los jóvenes escritores que formaron la Revista se ubican como parte de la llamada Generación de Medio Siglo. Este conjunto de creadores literarios comparte el espacio cultural con la llamada Generación de la Ruptura, grupo de artistas plásticos que promueve la diferenciación con el muralismo mexicano, modalidad dominante del arte pictórico nacionalista. De entre ellos, las figuras más destacadas fueron José Luis Cuevas, Pedro Coronel y Rufino Tamayo.

La Generación de Medio Siglo marca el final del predominio de dos corrientes literarias que se impusieron a partir de la tercera década del siglo xx en México. Estas corrientes se integraron con los escritores de la literatura de la Revolución Mexicana y lo mejor de la vanguardia representada por el grupo de Contemporáneos (1928-1931).

La Revista Mexicana de Literatura forma parte de la tradición de revistas literarias e intelectuales en México que, aunadas a los suplementos culturales de algunos diarios, fueron el espacio en el que intelectuales, creadores literarios y plásticos dieron a conocer su obra y sus propuestas.

La Revista tuvo seis épocas, marcadas por sus sucesivas direcciones en las que estuvieron Carlos Fuentes, Emmanuel Carballo, Tomás Segovia (quien fue el más constante, junto con Juan García Ponce) y Antonio Alatorre. En la composición de sus consejos de redacción, a partir de la segunda época, hubo siempre una mujer: Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Isabel Fraire o Emma Sperati, entre otras. Sus colaboradores mostraron la convicción de mantener en el México de los 60 un espacio cultural crítico, sosteniendo la periodicidad de la publicación. Entre 1955 y 1965 aparecieron 47 números.

La Revista sería en su tiempo el primer espacio importante abierto a las mujeres, tanto en su condición de miembros del consejo editorial ya mencionada como en la de colaboradoras. Muchas de las más importantes escritoras mexicanas iniciaron su carrera en esta revista. Ahí concurren lo mismo las dos Elenas: Poniatowska y Garro, que Rosario Castellanos, Guadalupe Amor —muy en la práctica de la liberación femenina—, Enriqueta Ochoa, Isabel Fraire, Inés Arredondo, Margit Frenk Alatorre y la pintora surrealista Leonora Carrington.

Junto a las escritoras mexicanas que lucharon por una nueva representación colectiva de lo femenino y por un papel de la mujer como intelectual y creadora que interpreta de forma diferente el mundo, participaron las otras, las de afuera, las que concurren con sus voces a decir lo diferente, tanto en sus colaboraciones en español como a través de traducciones. Los textos femeninos ayudaron a abrir el horizonte cultural de las lectoras y lectores mexicanos en un tiempo en el que la lucha por los derechos de las mujeres emergía como lo nuevo en el mundo. Ahí estuvieron la argentina Emma Susana Speratti, las españolas María Zambrano y Rosa Chacel, la inglesa Hilary Corke o la cubana Fina García Marruz. En total, 42 mujeres con 75 colaboraciones.

Las colaboradoras de la revista no sólo aportaron una nueva estética sino también una nueva ética, ejercida a través de la libertad en el ejercicio de la escritura. Las escritoras tuvieron como misión la lucha por el reconocimiento intelectual, como parte sustantiva de la igualdad social, en una década en la que se iniciaban las batallas de la Segunda Ola del Feminismo en el mundo (1960-1980). En las páginas de la revista, ellas dieron muestra de poseer una mirada diferente, en un México en el que perduraban instituciones sociales de corte patriarcal.

Una de las características de la élite intelectual consiste en que su producción pasa a formar parte del canon literario y académico de la cultura nacional. En algunos casos, estos textos adquieren resonancia internacional, condición que refuerza la posición de poder e influencia de los escritores. Frecuentemente sucede que, en los circuitos literarios y académicos internacionales, la voz de un escritor aparece representando la cultura específica de una sociedad nacional o regional, a través de un fenómeno de construcción simbólica. Este proceso simbólico, que fija la representación de una nación en una textualidad, subsume en los nombres de los autores y sus libros una sociedad, una temporalidad y una geografía, hasta constituirse en “los imprescindibles” de una cultura nacional. En el caso que nos ocupa, sus más importantes colaboradores muy pronto fueron traducidos al francés y al inglés.

Los imprescindibles de la cultura nacional otorgan nuevo peso y significado a la revista literaria, en la medida en que algunos de sus poemas o capítulos de libros aparecieron por primera vez publicados en sus páginas. Éste es el caso de la Revista Mexicana de Literatura, en la que aparecieron publicados por primera vez textos que se volvieron clásicos en la literatura mexicana.

Otra característica que define a una revista intelectual con prestigio nacional es su acreditación como interlocutor válido del gobierno en su política cultural.

El objetivo de abrirse al mundo se realizó también a través de las traducciones de textos que mostraban las nuevas tendencias en Europa, Estados Unidos y Asia. Fue así como se dieron a conocer la poesía francesa y la norteamericana, pero también las polémicas del marxismo.

Tres años después de cancelada la revista, en 1968, sus miembros, ya maduros como artistas e intelectuales, participaron en el movimiento estudiantil. Su presencia en él —junto con la de otros actores políticos nacionales— contribuyó a volver el movimiento estudiantil en un movimiento social que mostró el agotamiento de las instituciones consolidadas en la posguerra y de los recursos de acreditación social del régimen político heredado por la revolución al México de los años 60. Los intelectuales de la Generación de Medio Siglo acompañaron a sus alumnos y compañeros intelectuales en sus demandas de libertad y democracia, y los artistas plásticos pertenecientes a la Generación de Ruptura participaron en el movimiento construyendo el nuevo muralismo mexicano: el del “Mural efímero” pintado sobre las láminas que cubrían la dinamitada efigie de Miguel Alemán Valdés, mural efímero destruido con pintura gris que el ejército de ocupación sobrepuso al mural, que hoy permanece como recuerdo y símbolo de la libertad mutilada.◊

 


* RICARDO POZAS HORCASITAS
Es investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México (unam).