La ciudad, nuestra habitación

Al perder la “escala humana”, las ciudades se volvieron inhabitables. Guiadas por la economía capitalista, nos han privado de nuestra antigua habitación; es decir, nos han despojado no sólo del espacio que habitamos sino del acto mismo de habitarlo. Araceli Damián propone recuperar el espacio y el acto de la habitación humana (común, comunal, comunitaria) y diseñar ciudades que respeten la ecología y que alienten la plena realización de sus habitantes.

 

–ARACELI DAMIÁN*

 


 

Desde los griegos, se ha debatido cuál es la función de la ciudad y cómo debe ser diseñada. Casi siempre se mira a ésta en cuanto a su función social, es decir, como espacio de poder en el que distintos grupos sociales se manifiestan simbólicamente (monumentos, edificios de gobierno, colonias lujosas, barrios pobres, etc.), pero en el plano de su diseño se considera que ésta debe proveer espacios para vivienda, trabajo, administración, educación, recreación y, en general, para satisfacer las necesidades sociales.

Las ciudades del siglo xxi son el resultado de la acumulación histórica de cambios en la configuración social y económica de nuestras sociedades. En el siglo xix, las ciudades crecieron aceleradamente como resultado de la industrialización, cuya organización estuvo supeditada, por un lado, a las necesidades de la producción en las fábricas y, por otro, a lo que Bertrand Russell (1935) denominó el individualismo democrático, representado por grandes asentamientos con pequeñas casas, las cuales constituían una manifestación de la separación social, de la concreción del ideal capitalista en torno a la construcción de una población individualista, carente de comunalidad.

Durante el siglo xx, el espacio urbano sufrió grandes transformaciones como resultado de la “desindustrialización”; ciudades enteras o grandes zonas dentro de éstas se volvieron obsoletas, perdieron su función social, al tiempo que otras, con vocación ligada a actividades de terciarización o al desarrollo tecnológico, tuvieron un nuevo auge y expansión. Sin embargo, más que satisfacer las necesidades de las personas, la transformación de las ciudades estuvo ligada a los requerimientos impuestos por la actividad económica.

En algún momento las ciudades fueron símbolo de modernidad, progreso, oportunidades de empleo, trabajo e, incluso, de movilidad social; sin embargo, en la actualidad, más que producir bienestar, generan una sensación de “malestar”, provocado por los altos índices de contaminación y deterioro del medio ambiente, deficientes sistemas de transporte, altos niveles de aglomeración, insuficiencia de espacios recreativos, falta de centros educativos y una constante disminución de las condiciones de empleo para grandes sectores sociales.

En este trabajo discuto la necesidad de transformar la función de la ciudad para que pueda convertirse en un espacio donde los individuos puedan satisfacer sus necesidades, desarrollen sus potencialidades y capacidades humanas, y alcancen la felicidad, o lo que Julio Boltvinik llama “florecimiento humano”.

 

La ciudad, la habitación del ser humano

 

Para reflexionar sobre la necesidad de transformar la función social de la ciudad, retomo a Henri Lefebvre, quien consideraba a la Tierra como el hogar del hombre1 (en adelante el ser humano). Basándose en la discusión filosófica del término habitación, que no sólo se refiere a la casa o a la vivienda, sino que tiene un sentido amplio que incluye a la ciudad, nos dice que ésta ha dejado de tomar en cuenta al ser humano y a su corazón. Sustentado en Martin Heidegger, Lefebvre define la habitación como “una de las fuerzas más poderosas que integran el pensamiento del ser humano, sus recuerdos y sueños […] Mantiene a éste a salvo de las tormentas terrenales y celestiales […] [y] es cuerpo y alma del hombre”. Para Lefevbre, el concepto de habitación está desapareciendo, debido a que no tenemos la habilidad ni las capacidades para construir una habitación que nos brinde tales atributos. Por lo demás, considera que la desaparición de este tipo de habitación se revela en este mundo devastado por la tecnología, cuya destrucción nos lleva hacia otro mundo, que no podemos aún imaginar. Por otra parte, advierte: una habitación construida con base en los dictados económicos está tan lejos de ser un hogar para el ser humano como lo está de la poesía el lenguaje de las máquinas.

La desaparición de esta forma de habitación se debe a que su construcción está basada en el pensamiento económico que domina a nuestra sociedad, en el que sólo se considera cuán “fácil” es construir “viviendas de interés social”, por ejemplo, modeladas y conceptualizadas de manera que permitan una rápida aplicación, a bajo costo (de tiempo, espacio, dinero y pensamiento), pero en las que es poco probable que sus residentes se sientan satisfechos, y menos aún que la vida que lleven ahí valga la pena de ser vivida. Un claro ejemplo de ello son las viviendas construidas durante los gobiernos de Vicente Fox y Felipe Calderón en la periferia de las ciudades, alejadas de los servicios básicos y del transporte, y actualmente abandonadas.

Está claro que las formas de habitación han cambiado con la sociedad, con el modo de producción, y que no hay determinantes rígidos para ésta; igualmente, que, aunque una forma concreta pueda ser preferible a otra, el ser humano debe ser capaz de afirmarse como un todo, desde el punto de vista de sus atributos antropológicos; es decir, debe lograr ser todo aquello que es en cuanto ser humano que se provee de alimento y de vestido, en cuanto productor, creador y pensador, lo cual requiere que tenga un sentido de pertenencia y el derecho de amar, soñar e imaginar. Si bien tiene capacidades o cualidades distintas, estamos hablando del mismo ser humano cuyas actividades se afectan unas a otras y determinan el sentido de la habitación.

En un sentido similar al de György Márkus, Lefebvre advierte que, mientras que la noción de globalidad y totalidad es cierta, la del ser humano total y su interacción en esta totalidad se ha fragmentado en la praxis, por lo que el ser humano interactúa con sistemas parciales de aquellos objetos, actos y símbolos que él mismo ha creado en cuanto ser social. La habitación se expresa, así, objetivamente, en ensambles de la creación, los productos y las cosas, que se conforman en sistemas parciales y toman la forma de una casa, una ciudad o zona urbana, los que en su conjunto pueden representar una totalidad, pero que el ser humano vive parcializadamente.

 

La pérdida del sentido de apropiación en la ciudad

 

De acuerdo con Lefebvre, en tiempos pasados (la Antigüedad o la Edad Media) la ciudad brindaba una apropiación espontánea, limitada, pero concreta en tiempo y espacio, y “a escala humana”. Cuando las ciudades exceden su escala “original”, esta espontánea apropiación desaparece. La planeación capitalista de la ciudad nunca ha tenido éxito para penetrar el secreto de la apropiación cualitativa del tiempo y del espacio, o en reproducirla para ajustarse a los requerimientos cualitativos del excesivo crecimiento urbano. Las rentas del suelo, cada vez más elevadas, provocan que en la construcción de espacios, como bloques de oficinas y casas, predomine la búsqueda de ganancias muy elevadas, bajo los principios de racionalidad y eficiencia económica, sin procurar que prevalezcan los lazos de comunidad. Las viviendas se convierten en espacios de la vida familiar individualizada, donde las personas tratan de mantenerse sin enterarse de la existencia de los otros. La vida comunitaria está representada por la oficina, la fábrica o la mina, pero en estos espacios se cumple una función primordialmente económica, de suerte que las necesidades sociales no-económicas deben satisfacerse dentro de la familia, lo que produce enormes carencias por la separación entre vida comunal y familiar (Russell, 2007 [1935]: 30-31).

 

¿Cómo será la ciudad (habitación-hogar) del futuro?

 

No hay propuesta fácil para construir una habitación o ciudad verdaderamente humana; y menos ahora que la humanidad enfrenta su posible destrucción por el calentamiento global, provocado por la irracional apropiación de la naturaleza. Ello nos obliga a replantear socialmente la forma en que se producen los satisfactores humanos, entre los que se incluyen la vivienda y todos los equipamientos urbanos. Por ejemplo, se hace cada vez más necesario sustituir las fuentes de energía tradicionales (como los combustibles fósiles: el petróleo y el carbón) por otras menos destructivas de la naturaleza (como las energías solar y eólica). Tampoco podemos seguir ignorando la necesidad de tomar medidas para frenar el incesante deterioro del entorno natural dentro y fuera de la ciudad.

Debemos considerar que continuará incrementándose la demanda de los servicios básicos para la sobrevivencia humana en las ciudades (agua, energía eléctrica, alimentos, etc.), pero la satisfacción de éstos debe procurar el menor daño posible al medio ambiente. Se requieren grandes inversiones para lograr esto. Por ejemplo, las nuevas áreas habitacionales necesitan ser diseñadas con sistemas de reutilización de las aguas jabonosas, captación de aguas pluviales y recarga de mantos acuíferos. Pero, dado que estas inversiones son caras individualmente, el Estado debe asumir la responsabilidad de su financiamiento. Para ello, debe realizarse una reforma tributaria progresiva que obligue a que los que ganan más aporten más a las finanzas públicas.

Por otra parte, no debemos dejar de considerar la relación campo-ciudad, dándole al campo un lugar preponderante, pues es el principal proveedor de alimento y satisfactores primarios. Su cuidado podrá permitir que la sociedad en su conjunto tenga viabilidad en un futuro.

Otro gran reto es reducir la desigualdad socio-económica para que toda la población pueda llevar una vida digna, aunque austera, rompiendo las cadenas del consumismo incesante y evitando el desperdicio.

En resumen, para devolverle su sentido original a la habitación, es necesario transformar el modo de producción, y el camino para ello no tiene que ser necesariamente violento. Una de las ideas que se discuten actualmente es la de otorgar un ingreso universal garantizado, algo propuesto por Bertrand Russell desde los años treinta, quien además planteaba reducir la jornada laboral (a cuatro horas) a fin de que las personas pudieran dedicar su tiempo a lo que consideraran valioso, desplegando así todas sus potencialidades y capacidades humanas. Con ello, idealmente, podríamos ser individuos más creativos, dedicados a solucionar los grandes problemas sociales, como el de diseñar una verdadera habitación a escala humana, en lugar de ser personas que pasamos la vida en trabajos aburridos, mal remunerados y preocupados por nuestra sobrevivencia diaria, sin la posibilidad de desarrollar propuestas alternativas.

Pero también es necesario transformar la enseñanza de la arquitectura y el urbanismo para que sus diseños se basen en principios filosóficos del ser y de la sociedad, y que la eficiencia se relacione con la armonía de la naturaleza, más que con la obtención de ganancias. En esa “nueva” arquitectura, lo bello y lo armónico deben ser elementos que contribuyan a que nos sintamos bien, pero, además, debe considerar la necesidad de recuperar la comunalidad, es decir, el vivir en comunidad, por lo que los espacios arquitectónicos y urbanos deben considerar la solución de necesidades como el cuidado y la alimentación, por ejemplo, de forma común y no individualizada.◊

 


 

Bibliografía

 

Elden, Stuart, Elizabeth Lebas y Eleonore Kofman (eds.), Key Writings, Nueva York/Londres, Continuum, 2003.

Markus, György, Marxismo y “antropología”, Barcelona, Grijalbo, 1973 (México, Grijalbo, 1985 [1971]).

Russell, Bertrand (2007 [1935]), In Praise of Idleness, Gran Bretaña, Routledge.

 


1 En lo que sigue tomo de manera libre pasajes de “The Country and the City”, en Stuart Elden et al., 2003.

 


* ARACELI DAMIÁN
Es profesora-investigadora en el Centro de Estudios Demográficos, Urbanos y Ambientales de El Colegio de México.