El diario como metáfora

La publicación del tercer tomo de Los diarios de Emilio Renzi, Un día en la vida, cierra uno de los ciclos autobiográficos más esperados y probablemente más memorables de la literatura hispanoamericana contemporánea.

 

–ROBERTO BOLAÑOS GODOY*

 


 

Ricardo Piglia,
Los diarios de Emilio Renzi.
Años de formación, México,
Anagrama, 2015, 360 p.;
Los años felices, México,
Anagrama, 2016,
424 p.; Un día en la vida, México,
Anagrama, 2017, 296 p.

 

La publicación del tercer tomo de Los diarios de Emilio Renzi, Un día en la vida, cierra uno de los ciclos autobiográficos más esperados y probablemente más memorables de la literatura hispanoamericana contemporánea. No es poco lo que su autor, Ricardo Piglia (Adrogué, 1940 -Buenos Aires, 2017), hizo por la novela y el cuento en lengua española: con Respiración artificial (1980) dotó al relato de un poderoso componente ensayístico y lo volvió un dispositivo de reflexión para cifrar la historia política y literaria de una nación en una estructura narrativa brillante. Combinó la ficción distópica y el relato policial en ese bello homenaje oblicuo a Macedonio Fernández que es La ciudad ausente (1992). En Plata quemada (1997) exploró las posibilidades de la no ficción para narrar un asalto millonario espectacular y fallido en el Río de la Plata. Luego vino Blanco nocturno (2010), una suerte de Crónica de una muerte anunciada, más policial que periodística, que le valió el Premio Rómulo Gallegos; y El camino de Ida (2013), extraordinario relato de orden nostálgico, erótico e intelectual, que desmonta de forma muy hábil las convenciones del género policiaco mediante la presentación de una serie de asesinatos contra profesores universitarios en Estados Unidos.

A esta sucesión de formidables aportaciones narrativas deben sumarse sus libros de relatos, como La invasión (1967), Nombre falso (1975) o Prisión perpetua (1988), así como los de ensayos: Crítica y ficción (1986), Formas breves (1999) o El último lector. La bibliografía de Piglia no concluye ahí; quien decida aventurarse en su universo personal tendrá que afrontar, tarde o temprano, las más de mil páginas que conforman el proyecto más ambicioso de su autor: Los diarios de Emilio Renzi.

La publicación del último tomo no podría ser, asimismo, más oportuna y entrañable. Apenas unos meses después del fallecimiento de Piglia, Anagrama ha permitido que los lectores podamos formular un juicio, cuando menos provisional, sobre el lugar de los diarios en la obra de Piglia. ¿Estamos ante su obra mayor? Sabemos con certeza de la estima personal que el propio autor tenía por sus cuadernos (así lo consigna en los diarios), razón por la cual no escatimó en esfuerzo y voluntad para que su tratamiento editorial expresara el nivel de depuración y el alcance narrativo que quería conseguir. Si los diarios de Piglia no pueden leerse como una gran novela de formación, son al menos la prolongada radiografía vivencial de uno de los escritores clave de los últimos años.

El primer volumen, Años de formación, abarcó diez años, de 1957 a 1967.  Ya desde la prosa adolescente de Piglia, el diario se funda no sólo como autobiografía meramente intelectual. Convive en sus páginas, de forma poliédrica, la dimensión familiar, la política, la literaria, la sentimental y la existencial. Esa vocación múltiple le permite desplegar un fresco amplio, bastante representativo, creo, sobre la compleja presencia del peronismo en la vida política de los argentinos, pero también sobre las primeras lecturas (Faulkner, Hemingway y Pavese sin duda son figuras tutelares en esta etapa temprana), sobre los primeros amores (intensos y dramáticos como lo son siempre para un adolescente con la sensibilidad de un artista en formación) y sobre los inicios profesionales de un escritor que busca ganarse la vida impartiendo clases, mientras busca el tiempo suficiente para escribir en medio de enormes problemas económicos. Los diarios comienzan como confesión en tiempo real y como vehículo para la catarsis. Muy pronto, sin embargo, no serán muy diferentes del estilo que caracteriza a sus novelas (unidades ensayísticas articuladas de forma narrativa), por lo que puede intuirse que sí hay una poética compartida, lentamente fraguada y desarrollada con la mesura y contención que exige el registro diario. Lentamente, éste se transforma en un proyecto literario autoconsciente. Cuando menos, conforme las páginas se acumulan, Piglia hace explícito que se trata de un diario literario en la tradición de la gran escritura diarística hispanoamericana, en la que se encuentran nombres como Alfonso Reyes, Julio Ramón Ribeyro, Alejandra Pizarnik, María Luisa Puga y Salvador Elizondo.

Con Los años felices, que van de 1968 a 1975, vienen los primeros logros concretos de Piglia/Renzi como escritor profesional: la redacción y publicación del libro de cuentos La invasión. Y no sólo eso. Vienen los premios, las colaboraciones, las traducciones, la edición de revistas, de antologías, los viajes al extranjero (cuyos detalles aquí no se consignan). Se nos muestra, además, el inicio y la continuidad de la camaradería y de las amistades entrañables: nombres reconocibles como Conti, Puig, Sarlo, Walsh, Álvarez, Viñas o García Canclini. Y la presencia de la situación sociopolítica no pierde relevancia; en este tomo puede leerse la reacción nacional ante nada menos que la muerte de Perón.

Ya para estas alturas de los cuadernos, el diario, o cuando menos su voz narrativa, se asume como una forma intermedia entre el relato y la escritura ensayística. Piglia no desdeña la categoría de no ficción en ningún momento y, de hecho, la cultiva para llevar en una dirección novedosa el arte narrativo que le interesa desarrollar, a contrapelo de las poéticas imperantes de su época. Una de las que más son motivo de combate es la estética borgesiana, afectada y epigonal, de la que no sólo decide tomar distancia sino enfrentar directamente. Borges es objeto de numerosas menciones elogiosas en los diarios, pero es claro que el autor busca diferenciarse de esa sombra omnipresente (lo ideal, creía Piglia, sería conseguir una síntesis dialéctica entre las dos grandes poéticas opuestas de Argentina: Borges y Artl).

Finalmente, Un día en la vida tiene un tono diferente, más oscuro, que se corresponde con los episodios sinestros con los que comienza el libro: la zozobra por el advenimiento de un nuevo golpe de Estado que cimbrará profundamente a la sociedad argentina, el terror ante la persecución y la desaparición de los amigos en medio de la dictadura de Videla. A esto se le agrega la voluntad por el suicidio y el posterior proceso de redacción de Respiración artificial que emerge como tabla de salvación para Emilio Renzi. La presencia del cine, de las drogas, del sexo, de la música, del amor y de la literatura. Los viajes se suceden cada vez con más frecuencia e interrumpen la redacción de los cuadernos, hasta el viaje hacia Estados Unidos, a Princenton (espacio y metáfora del exilio), para enseñar literatura, y el posterior regreso a Argentina, mucho tiempo después, y que se expone como anotaciones ya sin fecha, como recuerdos un tanto nebulosos con una tesitura testamentaria, de resignación, ante la enfermedad que asediará al autor hacia el final de su vida.

En la última parte de los cuadernos, “Días sin fecha”, se despliega un ejercicio de imaginación inusitado en el que los diarios son motivo de interés filológico, histórico y literario en un futuro postapocalíptico. Finalmente, estos diarios son obra de un escritor con formación de historiador, que no ignora la importancia de documentar el presente.

Conforme trascurre la lectura, sobre todo en este último volumen, se acentúa la sensación de que los cuadernos están cada vez más apresurados, que se omiten cada vez más detalles, que las elipsis son más constantes y que se prolongan por mucho más tiempo, lo cual juega en detrimento del volumen si se le comprara con el nivel de detalle de los anteriores. Digamos que el cuadro general que pudo haber aclarado las lagunas de la biografía conjetural de Renzi (que no puede reconstruirse del todo únicamente con las novelas) no se concreta. A pesar de ello, detrás de los diarios de Renzi hay una extraordinaria operación editorial que enriquece la literatura autobiográfica como género en nuestro idioma.

¿Ante una trilogía personal de esta naturaleza qué es exactamente lo que leemos? Aproximarse a estos diarios implica interrogar su poética. Piglia ha vuelto más compleja la noción convencional de diario literario al incorporar materiales diversos y articular una lógica novelística basada en fragmentos reflexivos y narrativos, a partir de la configuración de un personaje alter ego, estrategia que le permite tomar distancia de su propia vida escrita o transcrita para conformar un relato autobiográfico múltiple. Los diarios son un tratado estético sobre el cuento, la novela, el ensayo, el diario como género literario; es una autobiografía, es crónica política (Piglia vive de forma sucesiva los golpes de Estado y los consecuentes regímenes militares de 1955 con la Revolución Libertadora, la de 1962 que derrocó a Frondizi, la de 1966 de Onganía, la de 1976 con la Junta Militar). También es una extensa y pormenorizada crónica literaria de su tiempo. Y el trabajo de establecer una cartografía definitiva de su obra a partir de estos diarios será una empresa de mucho tiempo y requerirá del esfuerzo de lectores, críticos, editores, historiadores, biógrafos. Ricardo Piglia escribió sus diarios de 1957 a 2015. Casi medio siglo de escritura sostenida. Vocación u obstinación, o ambas. ¿Es el diario acaso una metáfora de la pasión por escribirlo todo?◊

 


* ROBERTO BOLAÑOS GODOY
 (Aguascalientes, 1989) es ensayista y crítico literario. Actualmente es becario de la Fundación para las Letras Mexicanas.