El delirio en la Casa Blanca

La toma de decisiones de uno de los mandatarios más poderosos del mundo nunca antes se había mostrado tan atrabiliaria. En este texto, el autor reconstruye algunas piezas del proyecto misógino-xenófobo más agresivo de la historia de Estados Unidos.

 

– JOSÉ LUIS VALDÉS UGALDE *

 


 

Retrato de Luis Cardoza y Aragón (detalle) / Rafael Coronel

I. Mancha expansiva de corrupción 

Hace más de un año que estoicamente hemos repasado y escrito sobre la presidencia de Trump. Se trata de un periodo en el que la mayoría ciudadana parece estar lamentando con vergüenza la presidencia de tan incómodo personaje (su índice de aceptación, el más bajo históricamente, no rebasa 34% desde el inicio de su gestión), por no mencionar las preocupaciones del resto de los habitantes y líderes de este planeta que, día a día, atestiguan cómo se rebaja la política de Estado a los peores niveles de estulticia y vulgaridad de la historia de la presidencia estadounidense. Al menos, por estas dos razones la gestión de Trump es un fracaso de alto riesgo. De hecho, ya se auguraba este desenlace por la mayoría de los observadores razonables desde que, como candidato, se convirtió en un vándalo político, como lo advirtió a tiempo Adam Haslett. Y es de alto riesgo debido a que, ante tanto fracaso, la desesperación que esto conlleve pueda llevarlo a tomar medidas desesperadas, como bombardear Corea del Norte o provocar aún más a Irán retirándose del acuerdo nuclear alcanzado entre este país y el G5+1.

Lo más reciente de la corrupción trumpista: Paul Manafort, exdirector de la campaña trumpista y amigo personal del presidente, ha sido acusado de lavar más de 75 millones de dólares como resultado de sus tratos con el gobierno de Victor Yanukovych, expresidente de Ucrania, protegido de Putin, sospechoso, además, de robar 12 mil millones de dólares del erario. Por órdenes del fiscal especial para el Rusiagate, Robert Mueller, Manafort está bajo el régimen de prisión domiciliaria, así como su socio Rick Gates. Se ha sabido que Manafort y sus socios no eran los únicos acusados. George Papadopolous, exasesor de política exterior, ha confesado haber mentido al fbi sobre sus contactos rusos y se encuentra ya como testigo protegido de este organismo. Se sabía que otros miembros de la campaña trumpista, J.D. Gordon y Carter Page, se reunieron con diplomáticos rusos coludidos contra Clinton; de hecho, Page renunció por esto a la campaña. Para rematar, se acaba de conocer que Jared Koshner, yerno y asesor especial de Trump, junto con el fallido consejero de Seguridad Nacional Michael Flynn, se reunieron con el embajador ruso en la Torre Trump, en diciembre de 2016. De nuevo, la trama trump-putinista persigue a la presidencia más groseramente corrupta, mentirosa y mediocre desde la de Nixon.

II. Los inicios de sadismo 

Desde que fue electo presidente Barack Obama, Trump le exigió públicamente su certificado de nacimiento. Quería que éste comprobara que era ciudadano estadounidense y que no había nacido en Kenia ni, posteriormente, había sido educado en Indonesia bajo la imposición de la fe musulmana, hecho que Obama presumiblemente ocultaba. Además, pidió que Obama presentara pruebas de que se había graduado como abogado de Harvard y que efectivamente se había convertido en el primer afroestadounidense en ser electo presidente de la Harvard Law Review, la revista de Derecho de esta universidad. De un solo tiro, el indeseable señor Trump cuestionaba que Obama fuera estadounidense, profesara el cristianismo (religión a la que Obama se adhiere) y, además, fuera intelectualmente apto para ser un digno abogado egresado de una prestigiosa universidad. Obama presentó su certificado de nacimiento y aun así Trump insistió en que éste podría ser apócrifo. Por cierto, el magnate insiste en mantener su exigencia a Obama, sólo en aras de evitar seguir cayendo en las encuestas. En dos palabras: sadismo puro.

Trump sembró las dudas sobre la nacionalidad de Obama y sobre otros temas que apuntaban a descalificarlo como presidente; con esto sentó las bases para el fortalecimiento del movimiento hiperconservador —reivindica la blanquitud como el origen y fin identitario en Estados Unidos—, los llamados birthers, que había renacido en 2008. Después nos enteramos, en el contexto de la campaña presidencial y asediado por los medios, que Trump declaró enfático: “Obama nació en Estados Unidos, punto”. Así, tiránicamente y sin mediar disculpa alguna. Es claro que su objetivo inmediato era ganar el voto negro y en otros sectores. Los legisladores del bloque afroestadounidense rechazaron frontalmente este peculiar mea culpa de Trump, lo calificaron de “fraude” y le exigieron disculpas públicas.

En 2016, Patricia J. Williams afirmaba: “lo que el candidato republicano quiere es una guerra cultural, no la presidencia”. Efectivamente, Trump ha hecho lo que está en los libros de texto de la Alt Right, a la que se ha asociado desde antes de ser presidente, la que, a su vez, está alineada con el supremacismo y el nacionalismo blancos, el antisemitismo (“no somos racistas, sólo odiamos a los judíos”), el populismo de derecha, el nativismo y el movimiento neorreaccionario. Todas estas corrientes del extremista nacionalismo blanco, incluido el Ku Klux Klan y su Grand Wizard, David Duke, antiguo candidato al Senado y quien ha apoyado a Trump sin que éste se haya deslindado de él, son antifeministas, antimulticulturalistas, antipluralistas, antimusulmanes, antinegros y antilatinos. No son demócratas y se inclinan hacia el totalitarismo. Son ellos los que están marcando la pauta de la narrativa trumpista y es a sus seguidores (hoy empoderados) a quien esta narrativa se dirige. Piensan que la gente blanca está genéticamente predispuesta a ser más moral e inteligente que la población negra; que algunas razas son inherentemente superiores a otras y se rechaza la idea de que las razas son básicamente equivalentes o intercambiables. Al proyecto misógino-xenófobo más agresivo de la historia de Estados Unidos y a la insularidad cultural se aúna la insularidad comercial y económica que Trump pregona a cada oportunidad. Se reivindican la idea de la “fortaleza estadounidense” y el derecho a la pertenencia cívico-social en función del derecho de raza. Por lo tanto, se niega la pertenencia a la nación en virtud de la condición de ajenidad de toda raza que no sea la blanca. Es así que Trump representa y predica el regreso al apartheid estadounidense que tanto dañó el tejido social. Más sadismo del trumpismo. 

III. La gallina de Stalin y el niño flojo

Qué mejor ejemplo que el siguiente. Dícese de Josef Stalin que en una de sus reuniones mandó pedir una gallina. En cuanto se la trajeron la tomó del cogote con una mano y con la otra empezó a desplumarla (no se sabe en qué lado quedó la mano encogida). La gallina, desesperada por el dolor, intentó liberarse sin éxito. Stalin la tenía fuertemente sujetada. Al final, la gallina quedó por completo desplumada. Después de esto, se dirigió a sus ayudantes y les dijo: “Ahora queden atentos a lo que va a suceder”. Stalin puso a la gallina en el piso y empezó a caminar, al tiempo que le arrojaba granos de trigo. La gallina, adolorida y sangrante a más no poder, perseguía a Stalin e intentaba repetidamente agarrar su pantalón, mientras éste continuaba tirándole el trigo.

El caso es que la gallina no paraba de perseguirlo. Ante la asombrada reacción de sus colaboradores, cuenta la anécdota, Stalin les dijo: “así de fácil se gobierna a los estúpidos. ¿Vieron cómo me persiguió la gallina? Así es la mayoría de los pueblos: persiguen a sus gobernantes y políticos, a pesar de la humillación y el dolor que aquéllos les causan, a cambio de dádivas”. Cierta o no, esta anécdota nos ilustra muy bien acerca de cómo ciertos políticos se las agencian para gobernar engatusando a sus ciudadanos. Más aún, podría aplicarse a casos nacionales muy concretos.

Lo más destacable de este ejemplo es cómo se asemeja al carácter tiránico de Trump, quien, dicho sea de paso, ha sido infiltrado por los enemigos que tiene dentro del aparato de Estado, principalmente dentro de las agencias de seguridad a cuyos miembros ha enfurecido desde el despido, el 9 de mayo de 2016, de James Comey como director del fbi y, más recientemente, con Robert Mueller, fiscal especial del Rusiagate. Como todos los déspotas narcisistas y atormentados, el niño malo de la Casa Blanca coincide en forma y fondo con Stalin. Su discurso está lleno de notas humillantes contra sus interlocutores, sean éstos mujeres, minorías, contrincantes políticos, periodistas o jefes de Estado. Y también, como todo buen narcisista que se cree superior a sus próximos, después de humillarlos, los adula o los trata de comprar.  

IV. Desdibujamiento democrático 

Con la presidencia de Trump se desdibujaron los patrones de ética políticos y se afectó importantemente la tan cuidada coalición conservadora. Con el trumpismo también el sistema político se ha sometido a múltiples presiones y se ha buscado —aún sin lograrlo— el desgaste total de las instituciones republicanas (en este aspecto, hay que resaltar el importante papel jugado por el sistema judicial para contener a Trump). Desde su inicio y fundamento, tuvo las características clásicas de un movimiento desestabilizador, lo cual no es poca cosa, si atendemos a que esto ocurre desde el centro del poder de una potencia que, aunque en declive relativo, todavía mantiene gran poder en varios temas y zonas de interés global. Se trata de un movimiento tribal que no valora ni los principios ni la verdad. Las ideas han sido sustituidas con desplantes impulsivos sin dirección estratégica o incluso programática. El trumpismo fragmentó al Partido Republicano y fulminó de un lance a sus teóricos, Edmund Burke y William F. Buclkley Jr., a los cuales remplazó con las ocurrencias reaccionarias de Ann Coulter y Milo Yiannopoulos, ambos asociados con la Alt Right. Ni siquiera la vulgaridad política del Tea Party había podido desangrar el tejido político del conservadurismo como lo ha hecho el trumpismo.

Se trata de un movimiento involutivo y antidemocrático. No defiende la causa de la democracia, tiende hacia la compactación de los espacios más duros e inhóspitos de la política por medio de la intolerancia. El trumpismo es antipluralista y antiincluyente. En consecuencia, su narrativa y acción políticas descansan en el desprecio a la diferencia y a la diversidad. Es antiliberal tanto en lo político como en lo económico. Representa todo lo que se había dejado atrás en la segunda posguerra y en la Guerra Fría, y refuerza tradiciones como el macartismo, una de las peores épocas de la moderna quema de brujas. Es, en suma, un punto de inflexión para la modernización política en Estados Unidos y el resto del mundo, y de cuya evolución dependerá la supervivencia de la tradición democrática estadounidense y mundial. Como bien lo anunció Der Spiegel: “Trump es el hombre más peligroso del mundo”. 

V. El gran enredo

Trump anda enredado en casi todos los temas, la mayoría de ellos, asuntos que están fuera de su competencia por ser él mismo incompetente. La suya es una incompetencia de Estado, producto de la estulticia y la arrogancia de lo que el fbi considera una personalidad tan narcisista como psicópata. En un reporte reciente de 27 psiquiatras estadounidenses, se cuestiona la salud mental de Trump y se le declara como un peligro para la seguridad de Estados Unidos, además de que se apela a la aplicación de la enmienda 25 constitucional que empodera al gabinete, al vicepresidente y al Congreso para declarar al jefe del Ejecutivo como incapaz y sin facultades para gobernar, y, en consecuencia, proceder a su destitución.

La revista Newsweek ha bautizado a su gobierno como el más corrupto de la historia. Según su relato, hay, al menos, seis funcionarios de primer nivel en el gabinete que usan aviones militares para llegar a su destino, vinculados con negocios que bien podrían estar asociados a la mafia rusa y al lavado de dinero. En la lista se incluye al secretario de Comercio Wilbur Ross, el mismo que está queriendo imponer los términos más leoninos que se hayan visto en la renegociación de un tratado comercial, en este caso el tlcan. También señala al ya mencionado Jared Kushner, yerno y consejero estrella de Trump, quien habría omitido declarar un billón de dólares en préstamos externos para sus empresas inmobiliarias. Otro personaje señalado es el siniestro Michael Flynn, el general muy tempranamente defenestrado como consejero de Seguridad Nacional. Flynn ya ha pintado su raya con Trump y ha quedado al margen de la cooperación legal que sus abogados mantenían con la Casa Blanca. La razón: ya acordó aceptar la condición de testigo protegido del fiscal especial, Robert Mueller, para declarar en contra de Trump y su equipo por el Rusiagate, que va que vuela como la crisis judicial más grave desde el Watergate de Nixon. En el reportaje referido, Flynn es acusado, entre otros cargos, de haber realizado transacciones ilegales con los gobiernos turco y ruso antes, durante y después de la elección de Trump.

Y para rematar, ahora, 16 mujeres más han acusado a Trump de acoso, abuso sexual y violación a sus derechos de género, todo lo cual ha quedado plasmado en un documental de la firma Brave New Films (16 mujeres y Donald Trump). Es decir, si en noviembre de 2016 se trató de una crisis de política electoral, ahora estamos ante una crisis de gobernanza estatal de gran calado, una gran hidra asesina a la que, semana tras semana, le nace una cabeza nueva, dispuesta a seguir devorando las extremidades y vísceras de un gobierno sin organicidad ni racionalidad democrática alguna y manchado por la ilegitimidad.

La clase política está alarmada ante las crisis ocasionadas por Trump. Lo están aún más los republicanos, quienes en su momento se entregaron a Trump, pues esto les daría capital político para las elecciones de 2018 y así podrían conservar la mayoría legislativa. La razón de su legítima preocupación no es menor. Los demócratas han ganado dos gubernaturas, en Nueva Jersey y Virginia, y muy recientemente también en Alabama, toda vez que el candidato republicano al senado, Roy Moore (a quien apoya Trump), está siendo acusado de haber abusado de niñas de 14 años, siendo él un joven abogado que rondaba los 30.

Nos falta mucho por ver todavía, pero ya no queda la menor duda de que con Trump llegó a la Casa Blanca un sujeto degradante, de dudosa salud mental e intelectual, que provoca vergüenza a los estadounidenses y quien le ha impreso aún más vulgaridad al ambiente democrático de ese país, que de por sí vivía una crisis de fondo seriamente debatida. Hoy el mundo entero tiene que negociar con un delirante vándalo en jefe, errático y provocador, que nos hace evocar más que nunca aquella sabia frase de Santayana: “aquellos que olvidan el pasado están condenados a repetirlo”◊

 


 * JOSÉ LUIS VALDÉS UGALDE 
Es investigador y académico de la unam, y miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias.